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La novela española: 09

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.



IX.

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CONATOS DE RENACIMIENTO.

Y asi fué.

El estampido de los cañones de Napoleón despertó en 1808 de su sueño al pueblo ibero, cuando entre un padre débil y un hijo indigno precipitábase España hácia su ruina.

Y la libertad, la musa del arte, la estrella del progreso, halló cantores como Quintana y el sacerdote Nicasio Gallego, que la ofrecieran los raudales de su inspiracion con todo el entusiasmo de su alma. Y, tras una noche de tres siglos, el sol que se hundiera en el ocaso de Villalar, resplandeció por fin en el oriente de Cádiz.

Desde aquella época, desde la de 1820, y en particular desde 1834, comenzó el pueblo á mostrar cada vez mayores deseos de instruirse y á clamar por su lectura nacional favorita.

Pero como en la España de entonces apenas existia un solo autor que escribiera novelas, hubo necesidad —para satisfacer la ansiedad del público— de pedirlas al extranjero, especialmente á Francia, cuyos novelistas no tardaron en adquirir envidiable celebridad entre nosotros.

En dicho primer tercio del siglo fueron publicándose sucesivamente, como modernos ensayos españoles en el género histórico, Doña Isabel de Solís de Martínez de la Rosa, El Doncel de Don Enrique el Doliente de Larra, padre, Sancho Saldaña de Espronceda, Ni rey ni Roque de Escosura, Guatimocin de Gertrudis Avellaneda y otras varias novelas dignas de alabanza, ya que no por su mérito sobresaliente, por el móvil que impulsó á sus autores á escribirlas.

Émulos de ellos, con idéntica tendencia algunos, aunque por el interés del lucro los más, se lanzaron después no pocos al palenque, en particular desde mediados del siglo, consiguiendo contrarestar y aun vencer la por todos conceptos perniciosa influencia de los escritores traspirenáicos.

No pretenderemos juzgar las obras de estos compatriotas nuestros, algunas aunque en escasísimo número muy notables, ni siquiera estamparemos aquí sus nombres, concretándonos sólo á exponer que ni siempre el mérito acompañó á la fecundidad, ni la popularidad estuvo siempre hermanada con la gloria.

Quédese aquel trabajo para los venideros, para la posteridad, cuyos fallos son inapelables.