La perfecta casada: Capitulo 7

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La perfecta casada
de Fray Luis de León
Capitulo 7

Madrugó y repartió a sus gañanes las raciones, la tarea a sus mozas.

Es, como habemos dicho, esta casada que pinta aquí y pone por ejemplo de las buenas casadas el Spíritu Sancto, mujer de un hombre de los que viven de labranza. Y la razón por que pone por dechado a una mujer de esta suerte, y no de las otras maneras, también está dicha. Pues como, en las casas semejantes de la familia que ha de ir a las cosas del campo, es menester que madrugue muy de mañana, y, porque no vuelve a casa hasta la noche, es menester también que lleve consigo la provisión de la comida y almuerzo, y que se les reparta a cada uno, así la ración de su mantenimiento, como las obras y haciendas en que han de emplear su trabajo aquel día; pues como esto sea así, dice Salomón que aquesta su buena casada no encomendó este cuidado a algunas de sus sirvientas y se queda ella regalando con el sueño de la mañana descuidadamente en su cama; sino que se levantó la primera, y que ganó por la mano al lucero, y amaneció ella antes que el sol, y por sí misma, y no por mano ajena, proveyó a su gente y familia, así en lo que habían de hacer, como en lo que habían de comer.

En lo cual enseña y manda a las que son desta suerte, que lo hagan así, y, a las que son de suertes diferentes, que usen de la misma vela y diligencia. Porque, aunque no tengan gañanes ni obreros que enviar al campo, tienen cada una en su suerte y estado otras que son como éstas, y que tocan al buen gobierno y provisión de su casa ordinario y de cada día, que las obligan a que despierten y se levanten, y pongan en ello su cuidado y sus manos. Y así, con estas palabras dichas y entendidas generalmente, avisa de dos cosas el Espíritu Sancto, y añade como dos nuevos colores de perfectión y virtud a esta mujer casada que va debujando. La una es que sea madrugadora; y la otra que, madrugando, provea ella luego y por sí misma y luego, en aquello que pide la orden de su casa: que ambas a dos son importantísimas cosas. Y digamos de lo primero.


Mucho se engañan las que piensan que mientras ellas, cuya es la casa, y a quien propriamente toca el bien y el mal della, duermen y se descuidan, cuidará y velará la criada, que no le toca y que al fin lo mira todo como ajeno. Porque, si el amo duerme, ¿por qué despertará el criado? Y si la señora, que es y ha de ser el ejemplo y la maestra de su familia, y de quien ha de aprender cada una de sus criadas lo que conviene a su oficio, se olvida de todo, por la misma razón, y con mayor razón, los demás serán olvidadizos y dados al sueño. Bien dijo Aristóteles, en este mismo propósito, que el que no tiene buen dechado, no puede ser buen remedador. No podrá el siervo mirar por la caza, si ve que el dueño se descuida della. De manera que ha de madrugar la casada para que madrugue su familia. Porque ha de entender que su casa es su cuerpo, y que ella es el alma dél, y que, como los miembros no se mueven si no son movidos del alma, así sus criadas, si no las menea ella, y las levanta y mueve a sus obras, no se sabrán menear. Y cuando las criadas madrugasen por sí, durmiendo su ama y no la teniendo por testigo y por guarda suya, es peor que madruguen, porque entonces la casa, por aquel espacio de tiempo, es como pueblo sin rey y sin ley, y como comunidad sin cabeza; y no se levantan a servir, sino a robar y destruir, y es el proprio tiempo para cuando ellas guardan sus hechos.

Por donde, como en el castillo que está en frontera o en lugar que se teme de los enemigos, nunca falta la vela, así, en la casa bien gobernada, en tanto que están despiertos los enemigos, que son los criados, siempre ha de velar el señor. Él es el que ha de ir al lecho postrero, y el primero que ha de levantarse del lecho. Y la señora y la casada que aquesto no hiciere, haga el ánimo ancho a su gran desventura, persuadida y cierta que le han de entrar los enemigos el fuerte, y que un día sentirá el daño y otro verá el robo, y de contino el enojo y el mal recaudo y servicio, y que, al mal de la hacienda, acompañará también el mal de la honra. Y, como dice Cristo en el Evangelio, que mientras el padre de la familia duerme, siembra el enemigo la cizaña; así ella, con su descuido y sueño meterá la libertad y la deshonestidad por su casa, que abrirá las puertas y falseará las llaves y quebrantará los candados, y penetrará hasta los postreros secretos, corrompiendo a las criadas, y no parando hasta poner su infición en las hijas: con que la señora que no supo entonces ni quiso por la mañana despedir de los ojos el sueño, ni dejar de dormir un poco, lastimada y herida en el corazón, pasará en amargos suspiros muchas noches velando. ¡Mas es trabajoso el madrugar y dañoso para la salud! Cuando fuera así, siendo por otra parte tan provechoso y necesario para el buen gobierno de la casa, y tan debido al oficio de la que se llama señora della, se había de posponer aquel daño, porque más debe el hombre a su oficio que a su cuerpo, y mayor dolor y enfermedad es traer de contino su familia desordenada y perdida, que padecer un poco, o en el estómago de la flaqueza, o en la cabeza de pesadumbre; pero al revés, el madrugar es tan saludable, que la razón sola de su salud, aunque no despertara el cuidado y obligación de la casa, había de levantar de la cama a las casadas en amaneciendo.

Y guarda en esto Dios, como en todo lo demás, la dulzura y suavidad de su sabio gobierno, en que aquello a que nos obliga es lo mismo que más conviene a nuestra naturaleza y en que recibe por su servicio lo que es nuestro provecho. Así que, no sólo la casa, sino también la salud, pide a la buena mujer que madrugue. Porque cierto es que es nuestro cuerpo del metal de los otros cuerpos, y que no se puede dudar sino que la orden que guarda la naturaleza para el bien y conservación de los demás, esa misma es la que conserva y da salud a los hombres. Pues ¿quién no vee que a aquella hora despierta el mundo todo junto, y que, la luz nueva saliendo, abre los ojos de los animales todos, y que, si fuese entonces dañoso dejar el sueño, la naturaleza (que en todas las cosas generalmente, y en cada una por sí, esquiva y huye el daño, y sigue y apetece el provecho, o que, para decir la verdad, es ella eso mismo que a cada una de las cosas conviene y es provechoso) no rompiera tan presto el velo de las tinieblas que nos adormecen, ni sacara por el Oriente los claros rayos del sol, o si los sacara, no les diera tantas fuerzas para nos despertar? Porque si no despertase naturalmente la luz, no le cerrarían las ventanas tan diligentemente los que abrazan el sueño. Por manera que la naturaleza, pues nos envía la luz, quiere sin duda que nos despierte. Y pues ella nos despierta, a nuestra salud conviene que despertemos. Y no contradice a esto el uso de las personas que agora el mundo llama señores, cuyo principal cuidado es vivir para el descanso y regalo del cuerpo, las cuales guardan la cama hasta las doce del día. Antes esta verdad, que se toca con las manos, condena aquel vicio, del cual, ya por nuestros pecados, o por sus pecados dellos mismos, hacen honra y estado, y ponen parte de su grandeza en no guardar ni aun en esto el concierto que Dios les pone. Castigaba bien una persona, que yo conocí, esta torpeza, y nombrábala con su merecido vocablo. Y aunque es tan vil como lo es el hecho, daráme vuestra merced licencia para que lo ponga aquí, porque es palabra que cuadra. Así que, cuando le decía alguno que era estado en los señores este dormir, solía él responder que se erraba la letra, y que, por decir, establo, decían estado.

Y ello a la verdad es así, que aquel desconcierto de vida tiene principio y nace de otro mayor desconcierto, que está en el alma y es causa él también y principio de muchos otros desconciertos torpes y feos. Porque la sangre y los demás humores del cuerpo, con el calor del día y del sueño encendidos demasiadamente y dañados, no solamente corrompen la salud, mas también aficionan e inficionan el corazón feamente. Y es cosa digna de admiración que, siendo estos señores en todo lo demás grandes seguidores, o, por mejor decir, grandes esclavos de su deleite, en esto sólo se olvidan dél y pierden, por un vicioso dormir lo más deleitoso de la vida, que es la mañana. Porque entonces la luz, como viene después de las tinieblas y se halla como después de haber sido perdida, parece ser otra y hiere el corazón del hombre con una nueva alegría, y la vista del cielo entonces, y el colorear de las nubes, y el descubrirse el aurora (que no sin causa los poetas la coronan de rosas), y el aparecer la hermosura del sol, es una cosa bellísima. Pues el cantar de las aves, ¿qué duda hay sino que suena entonces más dulcemente, y las flores, y las hierbas, y el campo, todo despide de sí un tesoro de olor? Y como cuando entra el rey de nuevo en una ciudad, se adereza y hermosea toda ella, y los ciudadanos hacen entonces plaza y como alarde de sus mejores riquezas, ansí los animales y la tierra y el aire, y todos los elementos, a la venida del sol se alegran, y, como para recebirle, se hermosean y mejoran y ponen en público cada uno sus bienes. Y como los curiosos suelen poner cuidado y trabajo por ver semejantes recebimientos, así los hombres concertados y cuerdos, aun por sólo el gusto, no han de perder esta fiesta que hace toda la naturaleza al sol por las mañanas; porque no es gusto de un solo sentido, sino general contentamiento de todos, porque la vista se deleita con el nacer de la luz, y con la figura del aire, y con el variar de las nubes; a los oídos las aves hacen agradable armonía; para el oler el olor que en aquella sazón el campo y las hierbas despiden de sí, es olor suavísimo: pues el frescor del aire de entonces tiempla con gran deleite el humor calentado con el sueño, y cría salud y lava las tristezas del corazón, y no sé en qué manera le despierta a pensamientos divinos, antes que se ahogue en los negocios del día.

Pero si puede tanto con estos hijos de tinieblas el amor dellas, que aun del día hacen noche, y pierden el fructo de la luz con el sueño, y ni el deleite, ni la salud, ni la necesidad y provecho que dicho habemos son poderosos para los hacer levantar, vuestra merced, que es hija de luz, levántese con ella, y abra la claridad de sus ojos cuando descubriere sus rayos el sol, y con pecho puro levante sus manos limpias al Dador de la luz, ofreciéndole con santas y agradecidas palabras su corazón, y, después de hecho esto, y de haber gozado del gusto del nuevo día, vuelta a las cosas de su casa, entienda en su oficio, que es lo otro que pide en esta letra el Spíritu Sancto a la buena casada, como fin a quien se ordenó lo primero que habemos dicho del madrugar.

Porque no se entiende que, si madruga la casada, ha de ser para que, rodeada de botecillos y arquillas, como hacen algunas, se esté sentada tres horas afilando la ceja y pintando la cara, y negociando con su espejo que mienta y la llame hermosa. Que, demás del grave mal que hay en aqueste artificio postizo, del cual en su lugar diremos después, es no conseguir el fin de su diligencia, y es faltar a su casa por ocuparse en cosas tan excusada, que fuera menos mal el dormir.

Levántese, pues, y levantada, gobierne su gente y mire lo que se ha de proveer y hacer aquel día, y a cada uno de sus criados reparta su oficio; y como en la guerra el capitán, cuando ordena por hileras su escuadra, pone a cada un soldado en su proprio lugar y le avisa a cada uno que guarden su puesto, así ella ha de repartir a sus criados sus obras y poner orden -66- en todos, en lo cual se encierran grandes provechos, porque, lo uno, hácese lo que conviene con tiempo y con gusto; lo otro, para cuando alguna vez acontece que, o la enfermedad o la ocupación tiene ausente a la señora, están ya los criados, por el uso, como maestros en todo aquello que deben hacer, y la voz y la orden de su ama, a la cual tienen hechos ya los oídos, aunque no la oigan entonces, les suena en ellos todavía, y la tienen como presente sin vella.

Y demás desto, del cuidado del ama aprenden las criadas a ser cuidadosas, y no osan tener en poco aquello en que ven que se emplea la diligencia y el mandamiento de su señora; y como conocen que su vista y provisión della se extiende por todo, paréceles, y con razón, que en todo cuanto hacen la tienen como por testigo y presente, y así se animan, no sólo a tratar con fidelidad sus obras y oficios, sino también a aventajarse señaladamente en ellos. Y así crece el bien como espuma, y se mejora la hacienda, y reina el concierto, y va desterrado el enojo. Y finalmente, la vista y la, presencia y la voz y el mando del ama, hace a sus mozas, no sólo que le sean provechosas, sino que ellas en sí no se hagan viciosas, lo cual también pertenece a su oficio. Síguese: