La princesa y el granuja/XIV
XIV
Se quedó solo y en obscuridad profunda.
Quiso gritar y no tenía voz. Quiso moverse y carecía de movimiento. Era piedra.
Lleno de congoja esperó. Vino por fin el día, y entonces Pacorrito se vio en su antigua forma; pero todo de un color, y al parecer de una misma materia, cara, brazos, ropa, cabello y hasta los periódicos que en la mano tenía.
«Ya no me queda duda -exclamó llorando por dentro.- Soy mismamente como un ladrillo.»
Vio que frente a él había un gran cristal con algunas letras del revés. A un lado, multitud de figurillas y objetos de capricho le acompañaban.
«¡Estoy en el escaparate!... ¡Horror!»
Un mozo le tomó cuidadosamente en la mano, y después de limpiarle el polvo, volvió a ponerle en su sitio.
Su Alteza Serenísima vio que en el pedestal donde estaba colocado, había una tarjeta con esta cifra: 240 reales.
«Dios mío, es un tesoro lo que valgo. Esto al menos le consuela a uno.»
Y la gente se detenía por la parte afuera del cristal, para ver la graciosa escultura de barro amarillo representando un vendedor de periódicos y cerillas. Todos alababan la destreza del artista, todos se reían observando la chusca fisonomía y la chabacana figura del gran Migajas, mientras éste, en lo íntimo de su insensible barro, no cesaba de exclamar con angustia:
¡Muñeco, muñeco, por los siglos de los siglos!
Enero de 1879.