La relijion demostrada al alcance de los niños

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La relijion demostrada al alcance de los niños (1853)
de Jaime Balmes
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LA
RELIJION


DEMOSTRADA


AL ALCANCE DE LOS NIÑOS.


POR EL


DR. D. JAIME BALMES,


PRESBÍTERO.



QUITO.

1853.


ADVERTENCIA.


No es mi ánimo escribir un catecismo de doctrina cristiana, ni un compendio de la historia de la Relijion; de esta clase de obritas no faltan; solo me he propuesto llenar un vacío, que se halla en la enseñanza de los niños. Se los instruye por medio del catecismo en los rudimentos de la Relijion, y se les hace decorar su historia, pero no se llama bastante su atencion sobre los fundamentos de las verdades que aprenden, y así es que al salir de la escuela para entrar en una sociedad distraida y disipada, cuando no incrédula ó indiferente, no encuentran en su entendimiento las luces que podrian servirles para sostenerlos en las creencias de nuestra Relijion sacrosanta. Abundan por desgracia los hombres superficiales que hablando de lo que no entienden, tornan por objeto predilecto de sus pláticas el combatir la Relijion; ¿y qué armas se han suministrado á los niños durante su educacion y enseñanza, para poder defender su fe, si no en la conversacion, al ménos en el santuario de su conciencia? ¿A dónde pueden acudir los maestros para encontrar compendiados en breves lecciones los fundamentos de nuestra Relijion? Y esta enseñanza ¿no es tanto y mucho mas necesaria, que la de los principios de Aritmética, de Geometría, de Dibujo, y otras con que se prepara el ánimo de los niños, para entrar despues con provecho y lustre en sus respectivas carreras?

Hé aquí el vacío que me he propuesto llenar con la publicacion de esta obrita, que ademas de ser útil á los niños, no dejará de ser provechosa á los adultos. Lamentables son la ignorancia, el descuido que hai sobre estas materias; de todo se enseña, de todo se aprende, menos de saber la razón de nuestra fe; y esta es una de las causas porque esta fe queda en tantos corazones como semilla estéril, si lo que es todavía peor, no se la lleva el viento al primer soplo.


LA

RELIJION

DEMOSTRADA


CAPITULO I.

Existencia de Dios.

A razon natural basta para conocer que hai un Dios criador de cielo y tierra: porque si viésemos un palacio mui grande, mui hermoso, alhajado con magnífica riqueza, y adornado con esquisito primor, ¿no diríamos que es un insensato el que afirmase, que aquel palacio, aquellas alhajas, aquellos adornos, nadie los ha fabricado ni ordenado? pues bien, el mundo es este soberbio palacio: el sol le ilumina de dia, la luna por la noche; el cielo está poblado de estrellas, la tierra de hombres, de anímales, de plantas; el mar y los rios de peces, el aire de aves, las estaciones se suceden unas a otras con órden admirable; en las entrañas de la tierra se halla el oro, la plata, todos los metales, las piedras preciosas; y en un mundo de tanta riqueza, tanta hermosura y maravilla, ¿no ha de existir un Señor que le haya criado y ordenado?





CAPITULO II.

Atributos de Dios.

L Señor que ha criado todas las cosas ha de ser todopoderoso; pues que criar es sacar de la nada, hacer que de repente exista lo que ántes no existia; y para esto es bien claro que se necesita un poder infinito, la omnipotencia. Nuestras obras las fabricamos los hombres á costa de tiempo y de trabajo, y siempre teniendo ántes la materia, porque el carpintero, por ejemplo, no construye la mesa sin que tenga á la mano la madera necesaria; pero no existiendo nada, decir, hágase y quedar hecho, supone un poder sin límites. Esto hizo Dios, y no con objetos de poca monta, sino con el mundo entero.

Dios ha de ser infinitamente sábio, pues que su sabiduría resplandece en sus obras en el cielo y en la tierra; eterno, porque no habiendo sido criado no puede tener principio ni fin; infinito en perfeccion, porque existiendo por sí mismo nada le ha podido limitar, y tiene en sí propio la plenitud del ser; y de consiguiente inmenso, justo, santo, bondadoso, misericordioso, premiador de los buenos, castigador de los malos, en una palabra: un Espíritu infinitamente perfecto, criador, conservador y ordenador de todas las cosas.

De aquí se sigue que Dios está viendo todo lo que pasa en el mundo, y todo lo que ha pasado y pasará, con tanta claridad como vemos nosotros las cosas que tenemos delante de nuestros ojos, en medio del dia; y no puede ser de otra manera, pues que nada acontece ni bueno ni malo, sin que él lo quiera ó lo permita. Cuando hacemos una cosa por mas en secreto que la hagamos, cuando tenemos un pensamiento ó un deseo sin que exteriormente lo manifestemos, todo lo está viendo, todo lo está mirando, como un hombre que nos contemplase con mucha atencion y mui de cerca. ¡Qué recuerdo tan á propósito para llevar arreglada nuestra conducta!





CAPITULO III.

Creacion del hombre.

L hombre ha sido criado por Dios; así nos lo enseña la Relijion de acuerdo con la razon natural. Para convencerse plenamente de esta verdad, basta recordar que venimos al mundo naciendo de una mujer, que esta mujer tuvo tambien sus padres, y estos otros; y como es claro que al fin hemos de parar á unos padres que no tuvieron otros padres, estos debieron ser criados por Dios. Esto no admite réplica; del contrario seria menester decir que los primeros hombres nacieron de la tierra como una planta. Imposible parece que haya podido caber en cabeza humana tamaño delirio.





CAPITULO IV.

Existencia y espiritualidad del alma.

Odos sabemos por experiencia propia, que hai dentro de nuestro cuerpo una cosa que piensa, quiere y siente; esto es lo que llamamos alma. Cuando decimos que es espiritual, entendemos que no es una parte de nuestro cuerpo, ni es nuestra sangre, ni nuestros nervios, ni nuestras fibras, ni nuestro celebro, ni nada que sea largo, ni ancho, ni hondo; que no puede dividirse en partes porque no las tiene; en una palabra, que no es nada de semejante á todo cuanto vemos y tocamos, ó percibimos con otros sentidos; sino que es de un órden mui distinto, mui superior á todo cuanto nos rodea; es decir que es una sustancia simple, con facultad de entender y de querer.

Que nuestra alma es espiritual y no corporal, se deja conocer fácilmente considerando la diferencia que media entre ella y los cuerpos. Estos si se los mueve, se mueven, si se los deja quietos, quietos permanecen; es decir que por sí no tienen accion ni movimiento: en nuestra alma se observa todo lo contrario; porque no solo hace mover el cuerpo cuando quiere y del modo que quiere, sino que con el pensamiento recorre en pocos instantes el cielo y la tierra; y es tan inquieta, tan activa, tan vivaz, que es cerrar los ojos á la luz el empeñarse en decir que no sea muí diferente su naturaleza de la naturaleza de los cuerpos.




CAPITULO V.

Adoracion y confirmacion de la misma verdad.

Increible parece que haya hombres que digan que el alma no es espiritual; porque si no lo es, entonces será ó nuestra sangre, ó algun humor, ó algun fluido finísimo, ó algun conjunto de fibras, ó algo por este tenor; cosa que á primera vista se presenta ya tan extraña y repugnante, que bien se alcanza su absurda falsedad. ¿Cómo es posible que el alma capaz de idear y ejecutar obras tan grandes y tan hermosas, no sea mas que un pedacito de carne, una madeja de nervios, un obillo de fibras, ó alguna porcion de sangre, ó de humores, ó de fluidos por delicados que se imajinen? Cuando admiramos los inmortales poemas de Homero, de Virjilio y de Taso, las elocuentes pàjinas de Demóstenes, de Ciceron y de Bossuet, los maravillosos cuadros de Miguel Anjelo y de Rafael, ¿cabe ni pensar siquiera que en aquellas cabezas no habia mas que carne, nervios, fibras, sangre, humores, fluidos de distintas clases, pero ningun espíritu? ¿cómo puede concebir semejante despropósito un hombre sano de juicio?





CAPITULO VI.

Inmortalidad del alma; premios y recompesas de la otra vida.

L alma no muere con el cuerpo. Todos los pueblos de la tierra han creido siempre que despues de esta vida hai otra donde se premian las buenas obras, y se castigan las malas; y fuera bien extraño que el linaje humano en masa se hubiese engañado. Si esto no fuera verdad, ¿quién se lo hubiera dado á entender á todos los hombres? Esto prueba que Dios le enseñó así á los primeros padres, y que por tradicion se ha ido trasmitiendo á todos los tiempos y paises; de otra manera no es posible concebir como hombres de tan diferentes épocas, distintos climas, diversas ideas y costumbres, hayan podido todos convenir en la misma creencia. Es verdad que se la ha explicado de varios modos, segun la variedad de las relijiones; pero en cuanto al hecho principal, es decir la existencia de la otra vida y la inmortalidad del alma, todos están acordes. Prueba incontestable de que el alma no muere con el cuerpo: pues que cuando muchos testigos que en nada concuerdan entre sí están sin embargo acordes en un punto, es señal de que en aquel punto se halla la verdad.

Esta creencia universal del linaje humano está ademas confirmada con otra razon tan robusta como sencilla. Vemos á cada paso que hai malvados que pasan una vida regalada; hai hombres de bien que arrastran una existencia cargada de miserias é infortunios: siendo Dios justo, ¿cómo es posible que no tenga reservado en otra vida, el premio para la virtud y el castigo para la maldad? ¿podemos creer que muera el hombre como los brutos animales, sin que haya de dar cuenta á nadie de sus acciones buenas ó malas? ¡Ah! no hagamos este insulto á la justicia divina, no degrademos de tal manera nuestra naturaleza, colocándonos al nivel de las bestias.





CAPITULO VII.

Conformidad de la razon con la Relijion en lo tocante al alma, y á la creacion del hombre.

A hemos visto que nuestra alma es espiritual; y de esto se infiere con toda evidencia, que aunque el cuerpo se forme en las entrañas de la madre, no puede suceder lo mismo con respecto al alma. Siendo esta incorpórea, no se compone de carne y sangre, y por consiguiente ha debido ser criada por Dios, quien la une al cuerpo mientras este se va formando y perfeecionandaen el seno de nuestra madre. Bien entendido esto, se manifiesta con toda claridad cuan conforme es á la razon lo que refiere la Sagrada Escritura sobre la creacion de nuestros primeros padres.

En efecto: ya vimos que aunque unos hombres desciendan de otros, y estos de otros, y así sucesivamente, al fin hemos de llegar á un hombre y á una mujer que no han nacido de otros, sino que han debido ser criados por Dios. Este hecho que la razon nos ensena como necesario, nos lo refiere y explica con mucha sencillez y claridad la Sagrada Escritura diciéndonos: que Dios despues de haber criado el cielo y la tierra, formó del polvo de esta el cuerpo de Adan, criando en seguida el alma espiritual, para unirla al cuerpo. Es mui hermosa la expresion de que se vale la Sagrada Escritura para explicarnos esta union inefable. Formado el cuerpo del hombre, no teniendo todavía alma que le vivificase, yaceria tendido en el suelo, sin movimiento alguno; no feo y deforme como son ahora los cuerpos de los muertos, sino como una hermosisima figura de cera. Crió Dios el alma, la unió al cuerpo, y en el mismo instante se abrieron los ojos de aquella estátua, se animó y avivó toda su fisonomía. Esta transformacion tan maravillosa como bella, la expresa el sagrado texto diciéndonos, que Dios inspiró en el semblante de Adán un soplo de vida: no porque soplase en realidad, lo que es imposible siendo Dios un ser espiritual, sino para darnos á entender que debemos mirar el alma del hombre como una cosa distinta y mui diferente del cuerpo; no formada de materia alguna, sino emanada inmediatamente de la Divinidad por medio de la creacion.





CAPITULO VIII.

Continuacion de la misma materia.

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Xplicada de esta suerte la creacion del primer hombre, échase de ver que tampoco hai dificultad en lo que nos refiere la Sagrada escritura sobre la creacion de la mujer; cuyo cuerpo fué formado de una costilla de Adan, significándose así, que habia de ser su compañera, recibiendo luego el alma del propio modo que habia sucedido con el varon. Concíbese tambien mui claramente, cómo unidos por Dios en matrimonio, y fecundizada esta union con las bendiciones del Criador del universo, pudo formarse el linaje humano, y extenderse por la faz de la tierra. En vano han buscado algunos filósofos orgullosos un medio para sustraerse en este punto á la autoridad de los libros sagrados; el velo que cubre la cuna de la humanidad solo le levanta la Relijion, y fuera de su augusta enseñanza solo se encuentran sueños y delirios. No forcejemos en vano contra la fuerza de la verdad, no cerremos obstinadamente los ojos á su purísima luz; antes bien demos gracias al Dios de bondad que por medio de la revelacion se ha dignado ponernos á cubierto de las cavilaciones y estravíos de nuestro flaco entendimiento, cerciorándonos de la alta nobleza de nuestro oríjen.




CAPITULO IX.

Existencia de una Relijion verdadera.

Ios nos ha criado, nos conserva, nos dirije, él es nuestro principio, él es nuestro fin; y nuestra alma que no perece con el cuerpo, que vivirá eternamente, ha de ir á encontrarse un dia en presencia del Juez supremo que le pedirá cuenta de todas sus acciones, y le dará, conforme á sus merecimientos, ó el premio ó el castigo. En esta vida pues debemos ya prepararnos para la otra, debemos conocer nuestro oríjen, nuestro destino y los medios que para llegar á este destino nos ha suministrado la Providencia. Estos conocimientos y estos medios nos los proporciona la Relijion; y esto basta para demostrar su existencia, pues si ella no existiese, estaria el hombre en el mundo como un huérfano abandonado, de quien nadie cuida, que ni sabe de dónde ha salido, ni en qué ha de parar.

El hombre ha de amar á Dios porque es infinitamente bueno, y ademas porque le ha colmado de tantos beneficios, ha de tributarle por ellos acciones de gracias, y ha de adorarle como á Señor de cielo y tierra; pero en todos los actos tanto interiores como exteriores en que rinda su culto á Dios, ha de hacerlo de una manera agradable á la Divina Majestad, y cual conviene á una criatura que ofrece su homenaje al Criador. Luego ha de haber ciertas reglas en este culto, luego no pueden haber sido encomendadas al liviano capricho de los hombres, luego ha de haber una Relijion, la misma para todos los hombres, y en que vivan seguros de que observando lo que ella prescribe, cumplen con la voluntad de Dios, y caminan por el sendero que conduce á la eterna felicidad.

Decir que todas las relijiones sean igualmente buenas, que tanto importe ser cristiano como sectario de Mahoma, judío como idólatra; es lo mismo que negar la Providencia, es afirmar que Dios después de criado el mundo ha dejado de cuidar su obra; es pretender que el linaje humano marcha sin objeto, sin destino, al acaso, como un rebaño sin pastor. ¿Se dirá tal vez que un Dios infinitamente grande no cuida de nuestras pequeñeces, y que mira con indiferencia nuestras adoraciones? Pero entónces, ¿para qué sacar de la mada á esas criaturas, si no habia de cuidar de ellas? Por cierto que si la inmensa distancia que media entre el hombre y Dios, fuera razon suficiente para afirmar que Dios no cuida del culto que nosotros le ofrezcamos, probaria tambien que no tuvo motivo para criarnos; porque un Dios infinitamente grande, ¿qué objeto pudo proponerse en sacar de la nada á una criatura, á quien luego habia de abandonar, sin dar oido á sus plegarias, sin aceptar sus ofrendas, siéndole indiferente que siguiera esta ó aquelfa lei, que le tributara este ó aquel culto, dejándola sola, desamparada, en medio de las mas horrorosas tinieblas? ¿Quién puede concebir semejantes absurdos? Esto seria equivalente á negar la bondad y la sabiduría de Dios: y un Dios sin sabiduría y sin bondad no seria Dios.





CAPITULO X.

Lamentable ceguera de los indiferentes en Relijion.

NO faltan algunos que sin negar definitivamente la verdad de la Relijion, no lo están tampoco adheridos, ni cuidan de averiguar si es verdadera ó falsa. "No quieren meterse, según dicen, en esas cuestiones; no saben lo que hai sobre esto, ni quieren darse trabajo por saberlo." Estos se llaman indiferentes en materias de Relijion. Por cierto que no puede haber estado mas lamentable que el de indiferente; porque si bien se mira tiene algo de peor que el de aquellos que son irrelijiosos por sistema, y que atacan la Relijion. Porque el hombre que niega su verdad, que disputa, que se empeña en convencerla de falsa al menos se ocupa en ella; entretanto la examina, y andando el tiempo puede venir dia, en que ó por medio de un libro, ó de la conversacion con algun hombre sabio, se quede él desengañado de sus errores, convenciéndose de la verdad de la Relijion. Pero quien ha tomado ya por sistema no pensar en ella, quien se ha llegado á imajinar como cosa indiferente el que sea verdadera ó falsa, este tal, como ni leerá, ni consultará sobre la materia, no saldrá jamás de su mal estado, y será como un hombre que se duerme tranquilo al borde de un abismo.

Para manifestar cuan contrario es á la razón, y á las reglas mas comunes de prudencia, un sistema semejante, bastará considerar, que la Relijion no versa sobre cosas que nada tengan que ver con el hombre; sino que se propone nada menos que enseñarle su oríjen, su destino, y los medios que para llegar á este destino debe practicar. Es decir, que en la Relijion ha de encontrar el hombre lo que mas le importa, lo que mas le toca de cerca; y no puede prescindir de ella sin exponerse á gravísimos peligros. En efecto, por mas que una persona sin relijion suponga que no es cierto que haya otra vida de premio para los buenos y castigo para los malos, al menos no puede negar que el negocio es tan grave, que vale la pena de ser examinado. Porque la razon y la experiencia nos aseguran de que ha de venir un dia en que hemos de morir: entónces, sin remedio, hemos de experimentar por nosotres mismos si hai otra vida ó nó; y en el momento en que habremos dado el último suspiro, en que los que rodeará nuestro lecho de agonía d irán: ya ha muerto; en aquel mismo instante, nosotros mismos hemos de experimentar lo que hai sobre la otra vida. ¿Y quién será tan loco de arrojarse á la eternidad, sin cuidar de si en ella se encuentra algun peligro de hacerse infeliz para siempre, sin esperanza de remedio? Dirá el indiferente que tal vez no hai nada de todo lo que dice la Relijion, que quizàs el alma muere con el cuerpo; pero ¿y si hai realmente lo que dice la Relijion, si el impío se equivoca, si en el acto de morir encuentra que es verdad todo lo que ella enseña, que hai un cielo para los buenos, y un infierno para los malos? ¿A dónde podrá ir un hombre que en vida no ha querido cuidar de saber si la Relijion era verdadera ó falsa? ¿podrá esperar de ir al cielo quien no ha querido saber si habia cielo? Quien pasa su vida sin averiguar, ni si hai un Dios que le haya criado, ni cómo debe amarle y servirle, ni si hai una regla para encontrar la verdad en las materias de mas importancia; quien vive en un olvido tan profundo de sí mismo, ¿podrá menos de ser culpable delante de Dios? ¿podrá quejarse si se le destina á un lugar de castigo eterno? Increible parece que haya hombres que vivan en tal ceguera; el corazon se acongoja al verlos marchar distraidos hacia la orilla de un precipicio horroroso.

CAPITULO XI.

Corrupcion del linaje humano.

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L hombre presenta á cada paso tan extraña mezcla de nobleza y degradacion, de grandor y pequeñez, de bien y de mal, que no es fácil concebir cómo un ser de tal naturaleza haya sido obra de la mano de Dios. En efecto: mientras que con su entendimiento abarca, digámoslo así, el cielo y la tierra, mientras que adivina el curso de los astros, y penetra en los mas hondos arcanos de la naturaleza; le vemos tambien lleno de dudas, de ignorancia, de errores; tiene un corazon noble, amante de la virtud, que se entusiasma con el solo recuerdo de una accion jenerosa, pero que se pega tambien á los objetos mas viles, y sabe abrigar la crueldad, la traicion y la perfidia; es capaz de concebir y de realizar ajigantados proyectos, y de arrostrar impertérrito todo linaje de peligros, y quizás tiembla pavoroso á la vista de un riesgo despreciable, y se acobarda y desfallece por solo tropezar en la dificultad mas liviana; suspira siempre por la felicidad, y vive abrumado de infortunio; en una palabra, por donde quiera que miremos al hombre, encontramos una extraña mezcolanza que asombra y confunde.

Si hacemos un momento de reflexion sobre nosotros mismos, echaremos de ver que todo el curso de nuestra vida es una continuada lucha entre la verdad y el error, la virtud y el vicio, el amor de la felicidad y la desdicha. El cumplimiento de nuestras obligaciones por una parte, y la pereza y todas las pasiones por otra, tienen en no interrumpida tortura á nuestra alma; por manera que no parece sino que dentro de cada uno de nosotros hai dos hombres que disputan y luchan incansables, el uno bueno el otro malo, el uno cuerdo el otro loco. Y por lo que toca á la dicha, ¿quién puede gloriarse de disfrutarla, de haberla gustado apenas? ¿Cómo es posible dirán los incrédulos, que una monstruosidad semejante haya salido de las manos de un Dios infinitamente sabio, infinitamente bueno? Aquí sin embargo, aquí, al responder á esta dificultad, es donde la Relijion católica muestra toda su elevacion y grandeza; aquí es donde ostenta uno de sus mas irrecusables títulos para probar que ella, y solo ella, es la verdadera.

La Relijion no niega que existan en el hombre contradicciones palpables, que no se vean en su ser y en su conducta irregularidades monstruosas; no tratado disminuir en nada la realidad del hecho en que se funda la dificultad, porque como se siente con fuerza para soltarla del todo, no necesita ni atenuarla, ni orillarla, ni eludirla; sino que dejándola que se presente en toda su magnitud y robustez, tal como habia bastado para confundir á los mayores filósofos de la antigüedad, la arrostra de frente, y dice: "Sí, el hombre yace en el error y en la corrupcion; pero, ¿quereis comprender el secreto? ahí está; en uno de los dogmas que yo enseño, en el pecado orijinal. El hombre de ahora no es tal como Dios le crió, sino que es un hombre dejenerado. Dios le habia criado inocente y feliz: su entendimiento estaba ilustrado con la luz de la verdad, su voluntad ajustada á los dictámenes de la razon y de la lei divina; su vida se deslizaba en agradable quietud, en apacible bienestar, su corazon rebosaba de dicha. Tamaña felicidad hubiera pasado á su descendencia, si se hubiese conservado sumiso á los mandatos de Dios; pero el hombre pecó; y por inescrutables designios del Altísimo, ha quedado todo el linaje de Adan, infecto de la culpa, y sujeto á la pena. Hé aquí aclarado el misterio de las contradicciones del hombre: esta noble criatura es imájen y semejanza del mismo Dios, pero la mancha del pecado ha desfigurado la hermosa imájen; cuando vemos al hombre intelijente, inclinado á la virtud, alzando su noble frente para mirar el cielo, vemos allí la imájen de Dios; cuando le vemos en las tinieblas del error, en el cieno de la corrupcion, en las angustias del infortunio vemos el estrago hecho en la bella imájen por el borron del pecado."

Así es como explica la Relijion las contradicciones y monstruosidades del hombre; y si bien es verdad que la misma explicacion es tambien un misterio mui superior al alcance de la intelijencia humana, tampoco puede negarse que al través de las sombras que encubren el augusto arcano, se divisa tal fondo de razon y de verdad, y que despide el misterio del pecado orijinal tan abundante luz para poner en claro el universo entero; que nuestro entendimiento se encuentra satisfecho, y dice para sí: "Este misterio es superior á tu razon, pero no contrario á ella."





CAPITULO XII.

Reparacion del linaje humano por Jesucristo.

Caido el hombre del estado de inocencia y felicidad en que habia sido criado, infecto de la culpa, echado del paraíso, sujeto á toda especie de penalidades y miserias, y por fin á la muerte, hubiera sido horrible su situacion, si Dios por su infinita misericordia no hubiese querido remediar tomaña catástrofe, enviando á su Hijo Unijénito para que todos los que creyeran en él, no pereciesen, sino que tuvieran la vida eterna. Sin duda que Dios hubiera podido perdonar al humano linaje su culpa, y condonarle la pena merecida, sin exijir satisfaccion de ninguna clase, porque el mismo Dios era el ofendido; y ademas ¿quién señala lindes á su omnipotencia? Podia tambien exijir una satisfaccion, alcanzarla de mil maneras diferentes que al débil hombre no lo es dado conjeturar, pero que no están ocultas á la sabiduría infinita, ni están fuera del alcance de la mano todopoderosa; pero quiso que la misma caida del hombre sirviese para manifestar mas y mas la infinidad de su poder, el rigor de su justicia, la grandeza de su bondad, el inagotable caudal de su misericordia. Quiso recibir una satisfaccion, y no como quiera, sino una satisfaccion completa; pero el hombre miserable, finito en su ser, reducido en sus medios, caido de la gracia, sentado en las sombras de la muerte; ¿cómo podía dar satisfaccion semejante? Parece que el alma forceja para encontrar un medio, pero es en vano; el corazon se entristece y se acongoja, la mente se abate y se anubla. ¡Profundos designios de un Dios! "El Unijénito del Padre, imájen del mismo Padre, Dios como su Padre, se hará hombre, sufrirá horribles tormentos y morirá por fin en afrentoso patíbulo; ofrecerá sus dolores, sus tormentos y muerte, en expiacion de los pecados del mundo, y para la reconciliacion del humano linaje; los que vivan ántes del Salvador, se salvarán con la fé en el Mediador venidero, uniéndose á Dios por la esperanza y la caridad, y los que vengan despues de él, se salvarán con la fé en el mismo Mediador, unidos á él por la esperanza y la caridad, formando un rebaño que se llamará iglesia de Jesucristo, que será rejido por los pastores puestos por el Espíritu Santo, y principalmente por una cabeza visible, representante y vicario de Jesucristo en la tiera. "Hé aquí lo que decretó el Eterno, y lo que ha realizado para salvar al humano linaje: ¿puede darse nada mas grande, mas augusto, mas admirable? No podía caber en el pensamiento humano excojitar un medio como este, en que la justicia divina queda del todo satisfecha, pues que quien satisface en un Dios manifestándose esta justicia en su aspecto mas imponente y terrible, pues que la víctima que exije es nada menos que un Dios; en que la misericordia resplandece admirablemente, pues que Dios se compadece de los hombres hasta darles á su Hijo Unijénito, y entregarle á la muerte: en que la sabiduría se ostenta de un modo inefable, concillando extremos tan opuestos, como son el ejercicio simultáneo de una justicia iníiniia y de una misericordia infinita, haciéndose todo por medio de esa incomprensible comunicacion de Dios con el hombre, resultando por el augusto misterio de la Encarnacion, un Dios Hombre. ¡Ah! jamás relijion alguna se ha presentado tan grande como la Relijion Católica, al explicar esos profundos arcanos del Todopoderoso; jamás ninguna ha ostentado tan magníficos títulos para arrebatar desde luego nuestra admiracion, para inspirarnos profundo acatamiento. Lo que es tan grande, tan elevado en sus pensamientos, solo puede haber emanado de Dios.





CAPITULO XIII.

Verdad de la venida de Jesucristo.

Segun la doctrina católica, Jesucristo es el Hijo de Dios, Dios como el Padre, y que se hizo hombre, y padeció y murió por la salud del linaje humano. Nuestro entendimiento no es capaz de comprender este tan sublime misterio; y ni aun hubiéramos pensado jamás en él, á no haberse Dios dignado revelárnosle. Pero por mas inútil que sea el hacer esfuerzos para penetrar el abismo de tan augusto arcano, no deja por eso de poderse demostrar por las mismas señales que Dios ha dado, que es una verdad la venida de Jesucristo, verda- dero Dios y verdadero hombre.

En primer lugar nadie puede negar que existió en la Palestina, habrà cosa de diez y ocho siglos, un hombre llamado Jesus, que predicaba, que arrastraba tras sí gran golpe de jente, y que al fin murió en un patíbulo. La existencia de este hombre nos consta tan de cierto como la de muchos otros personajes célebres de la antigüedad, filósofos, oradores, poetas, políticos, guerreros, ó de otra clase cualquiera. Es bien claro que no sabemos que hayan existido Homero, Alejandro, Ciceron, César, &c., &c., sino porque de la existencia de esos hombres hablaron sus contemporáneos, siguieron haciendo lo mismo sus sucesores, y así en adelante iiasta llegar á nosotros. Lo mismo ha sucedido con respecto á Jesus; de él nos hablan los que vivian en su tiempo, explicándonos cual era su patria, cuales sus doctrinas, quienes sus amigos, quienes sus enemigos, cual fué su vida, cual su muerte: los hombres que vinieron al mundo desde entónces hasta ahora, han continuado hablando de Jesus; y aun aquellos que han pretendido que no era Dios, ni enviado de Dios, no han dicho que no haya existido: luego quien salga ahora sosteniendo que es falso que haya existido Jesús, afirmando que su existencia debe tomarse en un sentido figurado, es tan ridículo como quien dijere que Sócrates, que Alejandro, que César no han existido jamás; porque aun no mirando la cosa con ojos cristianos, sabemos por lo menos tan de cierto lo uno como lo otro.




CAPITULO XIV.

Divina mision de Jesucristo.


Réstanos ahora probar que Jesucristo era enviado de Dios, y verdadero Dios.

Nadie ignora que en varios tiempos y lugares han existido algunos hombres que se han dicho enviados del cielo, cuando en realidad no eran mas que pérfidos impostores que engañando á la muchedumbre procuraban hacer su negocio, ó miserables alucinados que tenian desconcertado el celebro. En una de estas dos clases ponen á Jesucristo los enemigos de la Relijion; y aunque es bien claro que la sola idea de tal blasfemia hace horrorizar á todo cristiano, es sin embargo mui conveniente que procuremos manifestar á la luz de la razon, la suma injusticia y lijereza con que proceden en esta parte los enemigos de Jesucristo. Su sola persona se presenta ya á primera vista tan extraordinaria, tan superior á todos los hombres que han aparecido sobre la tierra, que ya desde luego se descubre en él algo de maravilloso y divino. Sus costumbres son las mas puras, sus palabras sabias y sentenciosas; su trato en extremo amabie, respira una sencillez tan majestuosa, una gravedad y dignidad tan naturales y tan sorprendentes, tal elevacion de conceptos y sentimientos, que hasta el mismo impío Rousseau exclama admirado: "Si la vida y muerte de Sócrates son de un sabio, la vida y muerte de Jesucristo no pueden ser sino de un Dios."

Hasta los mismos enemigos de la Relijion cristiana convienen en que la moral de Jesucristo es lo mas puro, mas noble y elevado que se ha visto jamás. Toda la doctrina de los filósofos antiguos es nada en comparacion de la de Jesucristo: ya sea que le oigamos hablando del hombre y de Dios, ya sea que examinemos la basa en que hace estribar su doctrina moral, ya sus preceptos y consejos, ya lo poderoso de los motivos para inducir al hombre á la práctica de todas las virtudes. Siendo Jesús salido de una familia oscura y pobre no habiendo aprendido en ninguna parte las letras, ¿quién le había comunicado tanta sabiduría? ¿no es esto una prueba de que era enviado de Dios, de que no era un impostor? Cuando algun hombre quiere engañar á otros, lo que procura es halagar sus pasiones y caprichos, disimulando y excusando sus faltas; cuida de buscar la proteccion de los poderosos, y por lo comun no se olvida de labrar su propia fortuna: pero Jesucristo todo al contrario; siempre reprendiendo el vicio, siempre contra las pasiones, siempre predicando su moral severa. Busca con preferencia á los pobres, á los desvalidos, ama mui particularmente a los niños, y es tan desinteresado, que no tiene sobre que reclinar su cabeza. ¿Son estas señales de ser un engañador? si tal hubiera sido ¿no habria al menos procurado evitar los tormentos y la muerte? ¿es posible que se hubiese olvidado de sí mismo hasta tal punto, que á pesar de que veia que tan de cerca le amenazaba el patíbulo como lo aseguraba él mismo, nada hiciese para librase de la afrenta tan horrorosa? ¿y el morir con tan serena calma, el no pronunciar una palabra contra sus enemigos, contra aquellos mismos que le estaban insultando y atormentando, el orar por ellos pendiente de la cruz? ¿no manifiesta que en aquel corazon se abrigaba lo que jamás se habia abrigado en el corazón de otro hombre?





CAPITULO XV.

Continuacion de la misma materia.

demas, quien no sea enviado de Dios no puede hacer milagros; porque como solo Dios puede hacerlos, es claro que aquel hombre en favor de cuya doctrina se hacen, ha de ser precisamente

enviado de Dios; porque de otra suerte se siguiera, que Dios confirmaria el error con muestras de su omnipotencia. Jesucristo hacia de continuo milagros: resucitaba muertos, restituia la vista á los ciegos, el oido á los sordos, la palabra á los mudos, el andar á los tullidos; curaba con una palabra toda clase de enfermedades, andaba sobre el mar como sobre un cristal, con el imperio de su voz sosegaba en un instante las olas en medio de la tempestad. Y que los hacia es tan cierto, que ni sus mismos enemigos se atrevían á negarlo, como que no sabiendo á qué ocurrir, decian neciamente, que Jesus obraba por virtud del demonio; como si hubiera sido esto posible en quien los echaba de los cuerpos, en quien con la santidad de su doctrina presentaba una firmísima prueba de que trataba de destruir el imperio de ese enemigo del linaje humano.

Los que se atreven a dudar de los milagros de Jesucristo deberian tambien dudar de todo lo demas que nos refieren las historias. Porque ¿cómo podemos saber que en tal tiempo, en tal lugar, ha habido una guerra y que en ella se ha distinguido mucho un jeneral, que ha tomado estas ó aquellas plazas, que ha conseguido estas ó aquellas victorias? Es bien claro que el único medio, que tenemos es, que así nos lo refieran hombres entendidos y veraces que lo hayan visto con sus propios ojos, ú oido al menos de boca de testigos que merezcan toda fe. Esto sucede con los milagros de Jesucristo; pues que aun mirando la Sagrada Escritura no mas que como un libro cualquiera, siempre resulta que son dignos de fe hombres que nos refieren lo que ellos han visto, que lo dicen en presencia de los enemigos del nombre de Jesus, quienes sin duda los hubieran desmentido, si se hubiesen arrojado á mentir, hombres que tan convencidos estaban de lo que decian, que murieron en l os patíbulos por sostenerlo. ¿Puede darse mejor prueba de que un hombre cree lo que dice, que el morir con muerte afrentosa para sostener lo que dice?

CAPITULO XVI.

El cumplimiento de las profecías otra prueba de la divinidad de Jesucristo.

Otra de las pruebas de que Jesucristo era enviado por Dios, son las profecías que se cumplieron en él de un modo tan visible. Las cosas que han de venir y que no tienen ningún enlace necesario con las que han sucedido, solo Dios es capaz de conocerlas. Puede el hombre saber que mañana saldrá el sol, porque esto es lo que sucede de continuo, por el mismo orden de la naturaleza; puede tambien pronosticar que lloverá, que habrá tempestad, que habrá buena ó mala cosecha, todo con mas ó menos probabilidades de acierto, según sean los indicios en que se funde la conjetura; pero saber que de aquí á uinientos, ó á mil ó dos mil años haya de nacer un hombre en tal lugar y de tal manera pronosticando circunstanciadamente el modo con que ha de vivir, padecer y morir, la propagación de su doctrina por toda la tierra, la sociedad que ha de formase de sus discípulos, en una palabra, predecirlo todo con tanta claridad y precisión como si estuviera sucediendo, ¿quién puede hacerlo sino Dios?

Si en algún hombre se verifican semejantes profecías, y si en ellas se nos dice que éste hombre será el Salvador del mundo, que nos llevará la luz y la gracia, que será el Hijo de Dios, y Dios como su Padre, cuando venga este hombre en quien se cumplan todas las señales de un modo admirable, ¿no habremos de pensar que aquellas predicciones han dimanado de Dios, y que aquel hombre es enviado de Dios? Todo esto se verificó en Jesucristo, y de tal manera que á veces leyendo los Profetas parece que estamos leyendo historiadores. El tiempo en que vino al mundo, el lugar de su nacimiento, la persecución de Herodes, la huida á Egipto, el tenor de su vida, su conducta, sus modales, su predicación, sus milagros, sus padecimientos, su muerte, la propagación de su doctrina, la fundación y duración de su Iglesia, todo se halla pronosticado de muchos siglos antes, y con una precisión que asombra. Los libros de la Sagrada Escritura andan en manos de todo el mundo; el Viejo Testamento y el Nuevo comparados entre sí, hacen resaltar esta verdad tan clara como la luz del día. Aquí no se trata de mirarlos como libros sagrados: basta considerarlos como los de Herodoto, de Tucídides ú otro libro cualquiera; cotejar la fechas de las predicciones y de los acontecimientos, y ver si lo que sucedió en Jesucristo estaba pronosticado ya muchos siglos antes de que él viniese al mundo.





CAPITULO XVII.

Continuacion de la misma materia.


No solo se cumplió en Jesucristo todo lo que de él habían anunciado los Profetas, sino que él mismo hizo varias —45—

profecías, y todas las vemos cumplidas con una exactitud sorprendente. Antes de morir pronostica la ruina de Jerusalen, y con palabras que indicaban una catástrofe espantosa; y en efecto, al cabo de algunos años fué destruida Jerusalen, y sabemos por los historiadores profanos que en el sitio y toma de la ciudad, sucedieron tantos horrores que los cabellos se erizan al leerlo. Anunció Jesucristo á sus apóstoles los trabajos, los tormentos y la muerte que habían de sufrir por su nombre; y nadie ignora que los apóstoles anduvieron por el mundo sellando con sus padecimientos y su sangre la fe del divino Maestro. Predijo también que su Iglesia se extendería admirablemente, y que no perecería jamás, á pesar de todas las contradicciones del infierno; y así ha sucedido y lo estamos viendo con nuestros ojos, y palpando con nuestras manos. ¿Qué mas se quiere para comvencerse de que Jesucristo era realmente enviado de Dios, y de que, como nos dijo él mismo, y nos dice nuestro Santa —46—

Madre la Iglesia Católica, era Hijo de Dios y Dios como su Padre; y por consiguiente de que la doctrina que él vino á ensenar al mundo es la pura verdad, pues que siendo Dios no podia engañarse ni engañarnos? ¡Cuan lamentable ceguera es la de aquellos infelices que se empeñan todavía en cerrar los ojos á tan luminosas verdades! Hacen alarde de no creer nada, dicen orgullosamente que todo esto son preocupaciones, y en su vida quizás han leido un libro de aquellos en que se prueba la verdad de la Relijion: y todo el fundamento que tienen para no creer, es el haber oido cuatro necedades de boca de algún hablador ignorante. ¡Ah! compadezcámonos de su miserable ceguedad, y veamos si podemos lograr que al menos nos escuchen; que si esto logramos, no será difícil, con la gracia de Dios, el que vuelvan á entrar en el rebaño de la Iglesia. - 47 -

CAPITULO XVIII.

Argumento irrecusable á favor de la divinidad de la Relijion cristiana.

Despues de haber presentado tan convincentes pruebas de la verdad de la Relijion cristiana, concluiremos con una que se presenta de bulto á los ojos de todo el mundo, y para cuya compension no se necesita, ni consultar la Sagrada Escritura, ni los Santos Padres, ni leer la historia profana, ni examinar los milagros que hizo Jesucristo, ni las profecías que le anunciaron, sino únicamente dar una mirada á hechos que nadie disputa. Para mayor intelijencia supondremos que nada sepamos de cierto sobre las demás pruebas que manifiestan de un modo irrefragable la verdad de la Relijion. Nadie niega, ni aun los mismos impíos, que Jesucristo cambió la faz del mundo entero: el mundo era idólatra y se volvió cristiano. Nadie puede dudar tampoco, pues que lo ve - 48 -

mos con nuestros ojos, que la Relijion enseñada por Jesucristo dura todavía, ocupando una gran parte de la tierra; nadie pone en dispata que Jesucristo era un hombre de condición humilde y pobre, que lo mismo eran los apóstoles, y que para el planteo y propagación de la Relijion cristiana, no se hizo uso de la fuerza de las armas; pues no creo que nadie haya dicho jamás, que Jesucristo ni sus apóstoles fueran conquistadores; por fin nadie puede negar que los preceptos y consejos de la Relijion cristiana están en lucha abierta con nuestra pasiones, que las contrarían á cada paso, exijiéndonos con frecuencia sacrificios harto dolorosos á nuestro corazón. Sentados estos hechos todos incontestables, todos al alcance de todo el mundo, emplearé el argumento de san Agustín. El cambiar la faz del universo, logrando que sin fuerza, sin armas, sin violencia de ninguna clase, se alistaran en la Relijion cristiana personas de todas edades, sexos y condiciones; anciaPágina:Larelijiondemost00balm.djvu/57 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/58 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/59 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/60 —53— unos tiempos y paises se presenta bajo una forma, en otros bajo otra mui dife- rente: no vemos en ella una relijion planteada con un sistema arreglado, sino una informe masa de errores que se van amontonando con el tiempo, que se compone de verdades alteradas y desfi- guradas, de ficciones del todo arbitra- rias, de alegorías mal comprendidas, de pasiones divinizadas: pero nada ve- mos de uniforme, de fijo, nada que in- dique un plan, no solo inspirado por Dios, pero ni siquiera arreglado por un hombre. ¿Cómo pues se atreverá nadie á com- parar con la idolatría la relijion cris- tiana? ¿Esa Relijion santa en quetodo es uniforme y arreglado, todo noble, todo puro, todo grande, con aquella re- lijion despreciable en que todo es va- rio, todo informe, todo mezquino, y afeado á cada paso con la negra mancha del vicio? Esa Relijion divina, tan acor- de con todas las luces naturales, que si bien enseña misterios superiores a la razón, nada ensena de contrario á la ra—54 —

zon; ¿quién puede compararla con ese monstruoso coniunto de errores y deli- rios de la idolatría? ¿con esa turba de dioses y diosas que riñen entre sí, que se aborrecen, se envidian, se hacen la guerra, que cometen hurtos y adulte- rios, que se manchan con toda clase de vicios, que patrocinan la corrupción, que se complacen en los sacrificios de sangre humana, que exijen para su culto los actos mas vergonzosos, y que arre- molinados y confundidos sin orden ni concierto, están todos sujetos á cierta divinidad ciega, inflexible, que nadie sabe lo que es, y que solo se llama des* Uno? Cosa que ya á primera vista tanto repugna á la razón, ¿habrá quien ose compararla con nuestra Relijion au- gusta? Para convencerse de lo mons- truoso de semejante comparación, ¿se necesita acaso mas que abrir uno de esos libros en que se contiene la histo- ria de los falsos dioses, y cotejarla con la doctrina del catecismo cristiano, ó con las narraciones del Viejo y del Nue* yo Testamento? Página:Larelijiondemost00balm.djvu/63 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/64 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/65 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/66 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/67 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/68 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/69 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/70 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/71 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/72 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/73 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/74 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/75 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/76 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/77 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/78 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/79 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/80 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/81 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/82 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/83 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/84 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/85 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/86 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/87 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/88 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/89 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/90 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/91 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/92 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/93 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/94 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/95 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/96 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/97 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/98 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/99 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/100 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/101 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/102 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/103 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/104 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/105 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/106 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/107 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/108 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/109 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/110 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/111 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/112 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/113 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/114 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/115 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/116 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/117 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/118 Página:Larelijiondemost00balm.djvu/119 para la verdadera ilustracion, se halla tambien en los libros buenos.

P. ¿Es verdad que la ilustracion esté reñida con la Relijion?

R. Es un gravísimo error: la historia entera le contradice: los hombres mas sábios han sido relijiosos; si ha habido alguna excepcion, esta no destruye la regla.

§. VI.

P. ¿Qué conducta guardará U. en las disputas sobre Relijion?

R. A mas de procurar tener presentes las advertencias que se me han dado en el cuerpo de este libro; cuidaré sobre todo de que un celo indiscreto no me lleve á disputar de puntos que no entienda.

P. ¿Y porqué tanto cuidado? ¿por quedar mal?

R. No precisamente por esto; sino porque mi imprudencia podria hacer daño á la causa de la verdad.

P. Si le proponen á U. contra la Relijion una dificultad que no sepa soltar, ¿qué hará U.? ¿se dará U. por convencido?

R. No señor; porque si así lo hiciéramos, de nada podriamos estar seguros. Suponga U. la cosa mas cierta y mas evidente del mundo, y nunca faltarán hombres que la sepan combatir de manera que parezca que vacile. Esto proviene de la misma debilidad de nuestro entendimiento, que no nos deja ver las cosas con toda claridad; y así en teniendo el adversario en la disputa, ó mas talento ó mas instrucción, siempre confunde ó al menos enreda á los otros.




ÍNDICE.





Advertencia 3
Capitulo I.—Existencia de Dios. 5
Cap. II.—Atributos de Dios. 6
Cap. III.—Creacion del hombre. 8
Cap. IV.—Existencia y espiritualidad del alma. 9
Cap. V.—Aclaracion y confirmacion de la misma verdad. 11
Cap. VI.—Inmortalidad del alma; premios y recompensas de la otra vida. 12
Cap. VII.—Conformidad de la razon con la Relijion en lo tocante al alma, y á la creacion del hombre. 14
Cap. VIII.—Continuacion de la misa materia.. 16
Cap. IX.—Existencia de una relijion verdadera. 18
Cap. X.—Lamentable ceguera de los indiferentes en Relijion. 21
Cap. XI.—Corrupcion del linaje humano. 25
Cap. XII.—Reparacion del linaje humano por Jesucristo. 29
Cap. XIII.—Verdad de la venida de Jesucristo. 33
Cap. XIV.—Divina mision de Jesucristo. 36
Cap. XV.—Continuacion de la misma materia. 39
Cap. XVI.—El cumplimiento de las profecías otra prueba de la divinidad de Jesucristo. 42
Cap. XVII.—Continuacion de la misma materia. 44
Cap. XVIII.—Argumento irrecusable á favor de la divinidad de la Relijion cristiana. 47
Cap. XIX.—Se deshace el argumento fundado en la extension y duracion del Mahometismo. 50
Cap. XX.—Se deshace la dificultad fundada en la idolatría. 52
Cap. XXI.—Divinidad de la Iglesia Católica. 55
Cap. XXII.—Falsedad de las sectas separadas de la Iglesia Romana. 56
Cap. XXIII.—Se dan algunas reglas para no dejarse engañar por los protestantes y se deshacen algunas de las dificultades que estos suelen proponer. 58
Cap. XXIV.—Otro argumento contra los protestantes. 65
Cap. XXV.—Reglas de prudencia que debe observar el católico al tratar de los misterios. 67
Cap. XXVI.—Método para disputar con los incrédulos sobre los misterios. 70
Cap. XXVII.—Se manifiesta la existencia y la necesidad del Sumo Pontificado. 75
Cap. XXVIII.—Sobre la potestad de la Iglesia para imponer mandamientos á los fieles. 80
Cap. XXIX.—Autoridad de la Iglesia en la prohibicion de los malos libros. 83
Cap. XXX.—Demuéstrase la necesidad de aquellos que hacen del incrédulo por parecer sábios. 85
Cap. XXXI.—Continuacion de la misma materia. 89
Cap. XXXII.—Reflexiones que debe tener presentes el católico al proponérsele algunas dificultades contra la Relijion. 91
Apéndice. 96