La república al revésLa república al revésTirso de MolinaActo III
Acto III
Sale IRENE vestida de pastor
IRENE:
Monte soberbio, que entre pardas nubes
de estrellas coronado
imitas a Nembrot y al sol asaltas,
pues hasta el cielo subes;
si a la verdad que allá se fue has mirado,
vivir de asiento en sus moradas altas,
declárale las faltas
que en la tierra introdujo la malicia;
dile que no hay justicia,
que el mundo y su gobierno está de modo
que, andando al revés todo,
del hijo la madre huye,
porque su vida, bárbaro destruye,
hallando aunque te asombres,
en tus fieras piedad, mas no en los hombres.
Sale TARSO, de pastor.
Dentro CAROLA y un MARINERO
TARSO:
En tus fieras piedad, mas no en los hombres,
pienso hallar monte espeso,
que ya en los hambres tu aspereza fundo.
Trocad, brutos, los nombres
por ellos, que por más brutos confieso
los que hombres llama el engañado mundo;
un príncipe iracundo
que a su madre ha querido dar la muerte,
hace que de esta suerte
huya, porque de su tirana furia
estorbe aquesta injuria.
Mi habitación seréis áspero monte,
sepa vuestro horizonte
que hoy a habitar vuestra esperanza viene,
Tarso, el pastor que dio la vida a Irene.
IRENE:
Aquí, cielos, ¿qué escucho?
Fortuna ciega, no te temo ahora.
Libertador solemne
de aquesta vida con quien peno y lucho,
mi dicha con tu vista se mejora.
TARSO:
Bellísima señora,
¿es posible que aquí te trajo el cielo?
Que lo sueño recelo;
vida, en verte recibo.
IRENE:
Tarso, ¿qué, vienes libre?
TARSO:
Libre y vivo;
porque vengué tu ultraje
con el valor que me vestí en tu traje.
IRENE:
Pues la Fortuna en paz, su guerra muda,
cese el rigor; piadoso cielo, ayuda.
Gritan de dentro CAROLA
y un MARINERO
CAROLA:
¡Cese el rigor, piadoso cielo, ayuda!
MARINERO:
No temas, que la tierra
está cerca, señora.
CAROLA:
¡Ay mar airada!
¡Vuestro favor acuda;
sed, Virgen, paz en tan confusa guerra,
por ser mujer, cual vos más desdichada!
MARINERO:
Ya no hay que temer nada,
tira de aquesta cuerda.
IRENE:
Tarso, espera;
una voz lastimera
sale del mar.
Sale un MARINERO mojado
y tirando de un cordel, a
quien va asida CAROLA
sobre una tabla
CAROLA:
¡Ay cielos, que me muero!
IRENE:
¿No ves un marinero
y una mujer asida a aquella tabla
que ni se mueve ni habla?
MARINERO:
Libre estás ya del mar, mujer; levanta.
CAROLA:
¡Ay, perseguida y desgraciada infanta!
IRENE:
¿Ay, perseguida y desdichada infanta?
¿Qué desdicha te ha puesto en tal aprieto?
Mas ¿qué pregunto, si el que de esta suerte
me hace andar, con desatinos vive?
¡Ah, infanta! ¡Ah mi Carola!
CAROLA:
¿Quién me llama?
IRENE:
Irene soy.
CAROLA:
¿Irene?
IRENE:
La infelice.
CAROLA:
¿La madre de mi esposo?
IRENE:
La que diera
por no serlo la vida que él persigue.
CAROLA:
Ya muero con contento en tu presencia;
dame esos brazos.
IRENE:
No permita el cielo
que a ver mis ojos tal desgracia lleguen.
MARINERO:
(¡Cielos! ¿Ésta es Irene? ¿Ésta es Carola, Aparte
madre y esposa del monarca griego?
Sin duda que el temor de verse presas
les hizo que, rompiendo las prisiones,
huyesen de este modo. Mas ¿qué aguardo,
que no voy a avisar a Constantino?
Pues sabiendo por mí que aquí se esconden
saldré de pescador con las mercedes
que de su mano espero. Adiós, señores,
que, pues la infanta, a quien sin conocerla,
la vida he dado, en vuestra compañía
está segura y libre, yo me parto
en busca de los otros compañeros
que conmigo saltaron de la barca,
cuando la abrieron las mojadas rocas.)
CAROLA:
Aún no tengo con qué poder pagarte
el favor que me has dado. El cielo quiera
darme con que te premie este socorro.
MARINERO:
Adiós. (A dar aviso al César corro.) (-Aparte-) Vase
IRENE:
Infelice señora, ¿qué fortuna
nos persigue a las dos?
CAROLA:
Aquese monstruo,
que por hijo te dio nuestra desdicha,
a mi padre y hermano ha persuadido
que en adúlteros brazos le deshonro,
y huyendo de su furia... Mas--¡ay cielos!--
¡qué terible dolor! ¡Jesús, que muero!
TARSO:
Pues ten, señora, esfuerzo y no le pierdas,
y vamos, que en lo espeso de este monte
haremos chozas de sus verdes ramas,
y aunque groseras, camas de sus hojas.
Mi pedernal y yesca dará lumbre
con que enjugar las ropas y abrigarte;
y aunque en peligro ponga aquesta vida,
iré al lugar y pueblo más cercano
a traer de comer, aunque el vestido
en trueco deje.
IRENE:
Vamos, poco a poco.
CAROLA:
¡Ay, Jesús, qué dolor!
IRENE:
¡Ay, hijo loco!
Vanse.
Salen CONSTANTINO, MACRINO y LIDORA
CONSTANTINO:
Ya Carola será muerta;
que aunque del padre y hermano
al mar huyó por la huerta,
fueron tras ella, y es llano
que harán su venganza cierta.
Huyó mi madre también,
y aunque el darla muerte fuera
más seguro, me está bien
que por otras manos muera,
que no me faltará quien
me asegure el reino y tierra
con su muerte; y pues destierra
su ambición y así se va
de mi imperio, no podrá
con su ayuda hacerme guerra.
En fin, que el morir Liberio,
aunque con tal vituperio,
fue causa, bella Lidora,
de que gocemos ahora
los dos seguro el imperio.
LIDORA:
No puedo negar, señor,
la pena que siento en vano
por mi hermano; que su amor
pasaba de amor de hermano
a otro más estrecho amor.
Mas aunque con ella lucho,
por ser vuestro gusto escucho;
doy por bien su muerte presta,
porque si mucho me cuesta,
entendáis que os amo mucho.
CONSTANTINO:
Mucho amáis, porque os amé
mucho; ya, gracias al cielo,
mi imperio regir podré,
sin que temor ni recelo
madre y esposa me dé.
Desde hoy hacer determino
leyes que, de Constantino,
Constantinas llame el mundo,
siendo Licurgo segundo
de Grecia. Llama, Macrino,
a audiencia todos los presos;
que, pues deshice el senado
que juzgaba sus procesos,
es bien que tenga cuidado
de castigar sus excesos.
MACRINO:
Yo voy. Vase
LIDORA:
Esos ejercicios
dan, mi bien, de vos indicios,
reconociendo en vos Grecia
juez que las virtudes precia
y que castiga los vicios. Siéntanse
CONSTANTINO:
Sentaos, pues, que vuestro amor
ha de ser mi guía.
Salen MACRINO y un RELATOR
MACRINO:
Señor,
ya tienes en tu presencia
presos a quien dar audiencia. Salen los PRESOS, y van llegando como los van nombrando
CONSTANTINO:
Diga, pues, el Relator,
¿por qué está aqueste hombre preso?
RELATOR:
Es un ladrón afamado
que, como reza el proceso,
ha estado ya sentenciado
otra vez a ahorcar.
CONSTANTINO:
¿Por eso?
RELATOR:
Sí, que son de precio extraño
los hurtos que en solo un año
en Constantinopla ha hecho.
CONSTANTINO:
Hágale muy buen provecho;
soltarle, no le hagáis daño.
Licurgo Lacedemón,
cuyas sabias leyes sigo,
estableció, y con razón,
que no le diesen castigo
por ningún hurto al ladrón.
Pues sus leyes os enseño,
soltarle, que no es pequeño
el peligro a que se arroja
de que en las manos le coja
el hurto al ladrón su dueño.
MACRINO:
¡Buenos jueces!
RELATOR:
¡Extremados!
MACRINO:
Serán, con tal libertad,
ladrones los más honrados.
CONSTANTINO:
Quiero que haya en mi ciudad
castigo de descuidados;
hurta sin que te corrija
el temor.
LADRÓN:
Tu imperio rija
desde el Indo Batro al Tibre. Vase
CONSTANTINO:
Anda con Dios, vete libre.
MACRINO:
(No sé de esto qué colija.) (-Aparte-)
CONSTANTINO:
Venga otro preso.
RELATOR:
Este mozo
ha que está en el calabozo
un mes.
LIDORA:
¿Y por qué desastre?
RELATOR:
Porque hurta, siendo sastre,
sin máscara ni rebozo
la mitad de todo cuanto
corta.
LIDORA:
Ya es inclinación
muy antigua; no me espanto,
si han de vestir un pendón
que crece y que dura tanto.
CONSTANTINO:
Yo remediaré este daño
sin que haya más engaño,
ni los prendan más por eso;
tomen por medida y peso
de hoy más, los sastres el paño,
y después que esté cosido,
cuando lo vuelvan a dar,
sea pesando el vestido,
y así no podrán hurtar. Vase el SASTRE
LIDORA:
Traza de tu ingenio ha sido.
CONSTANTINO:
Otro.
RELATOR:
Éste es un casado
que ha un año que no hace vida
con su mujer, y hanle hallado
con otra mujer perdida
dos noches.
CONSTANTINO:
No es gran pecado.
Ven acá, ¿cuánto ha que estás
casado o cansado, y das
sustento a mujer y casa?
HOMBRE:
Señor, de diez años pasa.
CONSTANTINO:
Pobre de ti, ¿diez?
HOMBRE:
Y aún más.
CONSTANTINO:
Suficientes eran dos
para hacerte padecer
un infierno; anda con Dios,
mártir eres de mujer,
no hagáis más vida los dos. Vase el HOMBRE
Y pregónese en mi nombre,
aunque mi imperio se asombre,
de mandatos tan extraños,
que de cuatro en cuatro años
remude mujer el hombre.
RELATOR:
¿Vos contra la ley cristiana?
CONSTANTINO:
No importa, otra ley me avisa
que fuera cosa bien sana
el mudar como camisa
la mujer cada semana.
MACRINO:
(¡Ay Grecia, que vas perdida!) (-Aparte-)
CONSTANTINO:
La experiencia me convida
hacerlo de aquesta forma;
que no hay más pesada corma
que una mujer de por vida.
¿Por qué estáis preso?
RELATOR:
Señor,
en un horno echar le han visto
con herético furor,
cuando ardiendo estaba, un Cristo,
y aún afirma en el error
del emperador León,
autor de blasfemiás tantas,
que cuantos adoración
a las imágenes santas
diesen, idólatras son.
CONSTANTINO:
Dice la verdad más cierta
de cuantas mi ley concierta;
sólo a Dios se ha de adorar
del cielo, y no idolatrar
un palo o estatua muerta.
Y publique Grecia luego
que honrar simulacros tantos
es error de herejes ciego;
las imágenes de santos
se quemen, haciendo un fuego
público, pena de muerte.
RELATOR:
Vuelve, gran señor, en ti.
CONSTANTINO:
A Dios honro de esta suerte.
¿Contradíceslo tú?
RELATOR:
Sí.
Oye, Emperador, advierte.
La adoración que se aplica
a la imagen, prenda rica
de nuestra humana miseria,
no es por ella o su materia,
más por lo que significa.
Es la imagen como historia
que nos trae a la memoria
en los católicos templos
los portentosos ejemplos
de los que están en la Gloria.
Si porque de palo son
o plata, los adorara
la cristiana religión
y adelante no pasara
nuestra justa devoción,
fuera idólatra sin duda
quien una imagen desnuda
reverenciara, y tuviera
por Dios y favor pidiera
a un palo, a una tabla ayuda.
Mas, como tu sello real
se estima en tu propia cuenta,
no porque es de oro o metal,
sino porque representa
tu dignidad imperial,
y de quien le depreciara
y en las llamas le arrojara
se agraviara tu corona,
cual en tu misma persona
su locura ejecutara,
de esa suerte, pues, la gente
que de la inmortal presencia
de los santos vive ausente,
su memoria reverencia
en sus tablas solamente.
Y si con error tan ciego
mandas que tu imperio griego
queme sus santas figuras,
los mismos santos procuras
echar también en el fuego.
Levántanse
CONSTANTINO:
Prended a aqueste hablador;
veamos si hay algún santo
que venga a darle favor;
y esté sin comer en tanto
que defendiese este error,
que debajo de los pies
los he de poner, pues es
idólatra quien los precia.
Bien parece que eres, Grecia,
la república al revés. Vanse. Salen el REY de Chipre y ROSELIO
ROSELIO:
Según dijo el marinero,
las olas del mar amargo
tomaron, padre, A su cargo
vengar nuestro agravio fiero;
que escondiendo en su profundo
su lascivo cuerpo, intenta
que sepultando tu afrenta
no venga a saberla el mundo.
A Chipre puedes volverte;
que si Carola ha manchado
su honor, el mar ha lavado
la mancha, con darla muerte.
REY:
¿Cómo ha de poder lavar
el mar mi justo dolor,
si para manchas de honor
es poca el agua del mar?
¡Ay, Roselio, que no puedo
persuadirme a que la infanta
fue autora de culpa tanta,
y temo que ha sido enredo
del infame emperador!
ROSELIO:
A mí, la propia sospecha
me tiene el alma deshecha.
REY:
Oye, que viene un pastor,
y en este desierto quiero
saber en qué parte estoy. Sale LEONCIO, de pastor
LEONCIO:
Cielo airado, ¿dónde voy?
¿Qué pretendo? ¿En quién espero?
Mi suerte vil, ¿qué procura?
¿De quién huyo, si conmigo
traigo el mayor enemigo,
que es la falta de ventura?
¡Ah Fortuna vil! ¿Así
das a Leoncio sosiego?
¿Es éste el imperio griego
y mundo que abierto vi?
Mas, cómo juegas y burlas,
burláronme tus quimeras,
tú me afrentarás de veras,
pues que me honraste de burlas.
REY:
¡Leoncio! ¡Oh, dichoso el día
en que el cielo soberano
quiere, que vengue mi mano
vuestra deshonra y la mía! Cógenle los dos y sacan las dagas
¡Ah, traidor! Aquí tu insulto
me pagarás sin huír;
que Dios sabe descubrir
lo más secreto y oculto.
LEONCIO:
¿Roselio? Rey, gran señor
detente, escucha primero.
ROSELIO:
¡Ah, lobo vil, que el cordero
despedazas de mi honor!
¿Qué injuria te hice jamás
que así mi sangre deshonras?
REY:
Ladrón crüel de las honras,
yo haré que no robes más.
LEONCIO:
Si con mi muerte te pagas
de tu agravio, morir quiero;
mas óyeme rey, primero,
para que te satisfagas;
que ese furor ya imagino
y sé que debe de ser
por haberte hecho creer
que te afrenté, Constantino.
Mas la noche que a Carola
de esposa la mano dió
en su lugar pretendió,
gozar a su dama sola,
y dándome de ello cuenta,
me mandó que procurase
cómo la infanta quedase
ignorante de esta afrenta.
LEONCIO:
Yo, que en la amorosa llama
de Lidora me encendí,
al revés la traza di,
y trocando cuadra y cama,
su esposa el césar gozó,
que era Lidora creyendo,
y al mismo tiempo fingiendo
que era Constantino yo,
en nombre suyo gocé
la hermosura de Lidora,
y a la infanta, mi señora,
de aquesta suerte vengué.
Y en este fingido traje,
temiendo fuese sabida
mi traza, libré la vida.
Si esto ha sido hacerte ultraje,
mátame, rey, mas no creo
que lo juzgarás portal.
REY:
Antes muestras de leal,
Leoncio, en tu rostro veo;
yo estoy cierto que has contado
la verdad, porque acá dentro
el corazón en su centro
así lo había adivinado.
Roselio, ¿qué te parece
si fue cierto mi temor?
ROSELIO:
Estoy confuso.
REY:
¡Ah traidor
Constantino! Bien parece
que eres griego, descendiente
de Ulises y sus engaños.
No corte el hilo a mis años
la Parca, que venir siente
mi vejez larga y prolija,
hasta que asuele tu imperio;
.................. [-erio]
vengue mi difunta hija.
LEONCIO:
¡Válgame Dios!, pues ¿es muerta?
REY:
¡Ay, Leoncio amigo, sí,
ya murió! Mas vive en mí
su venganza.
LEONCIO:
Será cierta,
si a tu reino luego partes
y embarcando armas y gente
sobre Grecia de repente
pusieres tus estandartes
en las famosas almenas
de Constantinopla, adonde
nuestro enemigo se esconde;
que mientras tu campo ordenas,
yo en persona partiré
a las legiones que están
sin caudillo y capitán
en Armenia, y las haré
amotinarse y venir
contra este desatinado
que a todos nos ha afrentado.
Fácil será persuadir
al ejército que haga
esto, y más que los soldados
se ven de él menospreciados
y ha un año que no les paga.
REY:
Pues con aquesa esperanza
yo me parto.
LEONCIO:
Y yo también.
REY:
Muerte, tu curso detén
hasta que me des venganza. Vanse. Sale LIDORA, con CAMILA a tocarse al espejo, y siéntase
CAMILA:
¿Qué vestido has de ponerte?
LIDORA:
Cualquiera; saca el morado
sobre tela acuchillado.
CAMILA:
Triste estás de aquesta suerte.
LIDORA:
¿Triste? ni por pensamiento;
lo morado, ¿no es amor?
CAMILA:
Sí; pero aquese color
es de cuaresma o adviento.
LIDORA:
Salga el turquesado, pues.
CAMILA:
Deja lo azul a los cielos,
no te pronostiques celos;
el de rosa seca es
buen color y grave.
LIDORA:
Quita
allá tanta terquedad;
que la rosa de mi edad
ni está seca ni marchita.
CAMILA:
Ponte el de flor de romero.
LIDORA:
La color es extremada,
pero el nombre no me agrada.
CAMILA:
¿No le quieres?
LIDORA:
No le quiero.
CAMILA:
¿Qué es la causa porque cobres
odio al romero?
LIDORA:
¿No ves
que huele a pobreza y es
la pastilla de los pobres?
CAMILA:
Pues traeréte el verde obscuro.
LIDORA:
Verde obscuro, ¿qué mudanza
entristece mi esperanza?
¿No vive mi amor seguro?
CAMILA:
Ponte el blanco.
LIDORA:
Es de novel
que se arma caballero.
CAMILA:
¿Pajizo?
LIDORA:
No desespero.
CAMILA:
¿Encarnado?
LIDORA:
Es muy cruel.
CAMILA:
¿Verdemar?
LIDORA:
No me contenta,
que esperanza puesta en mar
o se tiene de anegar
o ha de padecer tormenta.
CAMILA:
El leonado es a mi gusto.
LIDORA:
No me llamo yo Leonora
ni estoy congojada ahora.
CAMILA:
Ponte el negro.
LIDORA:
De ese gusto
ningún color se le iguala,
por eso con él me alegro,
que sale sobre lo negro
por extremo cualquier gala.
Ponle los botones de oro
porque no digan que es luto.
Sale CONSTANTINO
CONSTANTINO:
A darte viene tributo
el amor con que te adoro.
La sala de mi consejo,
llena de mil negociantes
y embajadas importantes
sólo por tu causa dejo,
que tiene que negociar
mil cosas contigo el alma
y vive sin verte en calma.
LIDORA:
Déjame, mi bien, tocar.
Por fuerza has, señor, de ver
mis faltas. ¡No me dejaras
tocar primero!
CONSTANTINO:
Dos caras
suelen dar a la mujer,
una hermosa y otra fea;
la hermosa es cuando compuesta
hace al gusto plato y fiesta
y los sentidos recrea.
Pero cuando se levanta
dicen que pone temor,
que una cara en borrador
no enamora, sino espanta.
De ti otro tanto juzgara
a no venirte así a ver,
mas ya sé que, aunque mujer,
no tienes más de una cara.
LIDORA:
Reír me has hecho; alza más
aquese espejo.
CONSTANTINO:
¿Está bien?
LIDORA:
Sí; aquesos cabellos ten.
CONSTANTINO:
Los rayos del sol dirás.
LIDORA:
¿Estoy a tu gusto?
CONSTANTINO:
Sí.
LIDORA:
Pues no sé cómo, que dejo
de mirarme en el espejo,
mi bien, por mirarme en ti.
CONSTANTINO:
Suelta estos pocos cabellos
al descuido, que es donaire
verte el rostro cuando el aire
está jugando con ellos.
Ahora que te has tocado,
mírate bien, cara esposa,
verás si es mi dama hermosa
y si estoy bien empleado.
LIDORA:
No por cierto; más mereces,
que es fea y de necio trato,
mírate tú en tu retrato
y verás cuán bien pareces. Mírase CONSTANTINO en el espejo y espántase
CONSTANTINO:
¡Ay!
LIDORA:
¿Qué has visto?
CONSTANTINO:
Un hombre armado
del propio rostro y figura
de Leoncio, que procura
matarme.
LIDORA:
¡Lindo has estado!
¿pensabas burlarme así?
CONSTANTINO:
¿Turbárame a no ser cierto
lo que he visto?
LIDORA:
¿A Leoncio muerto
no le trajeron aquí?
Calla, que ése es devaneo.
CONSTANTINO:
¡Ay cielos! Quítale allá.
¿No le has visto cual está? Vuelve a mirarse
LIDORA:
Sola aquí mi imagen veo.
CONSTANTINO:
Alguna hechicera vil
me pretende dar la muerte
con hechizos de esa suerte;
y si es encanto sutil
no hago de hechizos caso
que soy otro Ulises yo.
Leoncio ya se murió,
¿qué mal puede hacerme? Salen un MARINERO y MACRINO
MARINERO:
Paso.
MACRINO:
Aguárdate allá, grosero.
MARINERO:
Si está aquí el emperador
téngole de hablar. Señor,
yo, que un pobre marinero
soy, he sabido que das
premio a quien noticia tiene
de la emperatriz Irene.
CONSTANTINO:
¿Tiénesla tú?
MARINERO:
Sí; sabrás
que en los montes más cercanos
de Constantinopla está,
y fácilmente vendrá,
ella y Carola a tus manos,
porque si no es un pastor
no tienen otra defensa.
CONSTANTINO:
Digno eres de paga inmensa;
premiaráte mi favor.
Y a fe que ha de ser de traza
que en vida y trato mejores.
Llamadme mis cazadores,
que quiero salir a caza.
LIDORA:
Pues yo os he de acompañar,
que una caza como aquésa
promete famosa presa.
CONSTANTINO:
A mi madre he de cazar;
que pues su vida me mata,
matarla por vivir quiero.
LIDORA:
Camila, dame el baquero
de verde y hojas de plata.
Vanse.
Salen LEONCIO de pastor, y SOLDADOS
LEONCIO:
Soldados del griego imperio;
capitanes valerosos
de vuestra patria defensa,
de los contrarios asombro;
vosotros que tantas veces
las banderas habéis roto
de la multitud morisca,
y a quien tiembla el mundo todo;
vosotros que habéis vencido
tantos bárbaros remotos,
como son: tártaros, persas,
húngaros, polacos, godos;
vosotros, griegos, en fin,
¿consentís que os rija un mozo,
un emperador hereje,
un disparatado, un loco?
¿Qué es de vuestro valor, griegos?
¿Qué es del renombre glorioso
con que el magno Constantino
pasó aquí su imperial trono?
¿Sabéis a qué Augusto César
honran las hojas de Apolo?
¿Queréis ver que hazañas hace?
Escuchadme, pues, un poco.
A la emperatriz Irene,
que acaudillándoos a todos,
con ser mujer, dejó atrás
los hechos del Macedonio,
prendió, y queriendo matarla,
huyó a los desiertos solos,
donde desterrada habita
entre tigres pardos y osos.
LEONCIO:
La hija del rey Chipre,
a quien dió mano de esposo,
fue por él menospreciada
la noche del desposorio,
y con una dama suya
casada otra vez, ha roto
la ley de Dios retirando
el primero matrimonio.
Los senadores ha muerto,
desterrado vive Andronio,
y premiando a quien me mate
huyo en este traje tosco.
Pero todo aquesto es nada,
que de lo que más me asombro,
es que a Dios pierde el respeto.
Los simulacros devotos
de Cristo y su madre y santos
echa en el fuego furioso
y la adoración les niega;
prisiones y calabozos
de mil católicos llenos,
para el martirio están prontos,
por no seguir las blasfemias
de este bárbaro furioso.
¿Este emperador tenéis,
capitanes belicosos?
¿Éste consentís que viva?
¿Acaso es por los tesoros
que con vosotros reparte?
Yo sé que no; porque sólo
los gozan los lisonjeros,
truhanes, rameras y otros
semejantes en sus vicios,
pues ha un año que estáis todos
sin pagas y despreciados.
¡Alto, soldados famosos!
Sacudid este vil peso
de vuestros honrados hombros,
y muera aqueste tirano
de Grecia y del mundo oprobio.
UNO:
¡Leoncio, semper augusto,
viva y reine!
TODOS:
¡Viva Leoncio!
LEONCIO:
No, soldados, otro habrá
más digno del cargo honroso
que me dais.
TODOS:
¡Leoncio viva!
LEONCIO:
Legiones de Armenia, hoy pongo
en vuestras manos mi vida,
TODOS:
¡Viva Leoncio! ¡Viva Leoncio!
LEONCIO:
Pues emperador me hacéis,
desde hoy a mi cargo tomo
vuestra defensa; marchad
a Constantinopla todos,
que allí el de Chipre me aguarda
con armas, gente y socorro
en venganza de su injuria.
¡Cielo benigno y piadoso,
ya miro cierto y cumplido
el pronóstico dichoso
de mi imperio; no permitas
que tenga fin lastimoso!
¡Alto, a Grecia, capitanes,
que os aguardan sus tesoros!
UNO:
¡Muera el loco Constantino!
TODOS:
¡Viva Leoncio! ¡Viva Leoncio!
Vanse, llevándole en brazos; suena dentro ruido de caja y gritan.
Salen CONSTANTINO, MACRINO y otros
CONSTANTINO:
No vengo a cazar fieras ni es mi intento
que tras el oso o tigre el lebrel ladre;
cesen las voces que atronáis el viento,
que aquesta caza no es razón que os cuadre.
Si en ella pretendéis darme contento,
en vez de jabalí cazad mi madre,
que ella es la presa que pretendo sola. Sale LIDORA de caza
LIDORA:
Cazadores, ¿qué hacéis? Dadme a Carola.
CONSTANTINO:
¡Oh, mi nueva Dïana! A veros Febo
en ese traje, que érades creyera
su antigua Dafne, y con curso nuevo
segunda vez gozaros pretendiera.
LIDORA:
Como sólo con vos el gusto cebo,
Dafne esquiva para Febo fuera
vueltos laurel mis desdeñosos brazos,
que sólo son de vuestro cuello lazos.
CONSTANTINO:
El sol, que aquese disfavor escucha,
intenta, por vengarse, que os ofenda
de su luz el calor que ahora es mucha;
haced, mi bien, que os armen una tienda
al pie de aquella encina, mientras lucha
mi amor con vuestra ausencia, porque emprenda
el fin que intento, y vuestro gusto trace
cuando a mi madre con Carola cace.
LIDORA:
Pedidme albricias cuando halléis la infanta,
que a fe que he de intentar nuevos favores,
y porque Apolo su cenit levanta,
adiós, querido esposo.
CONSTANTINO:
Adiós, amores.
¡Alto, amigos! No quede peña o planta
que no busquéis, pues de los cazadores
el que hoy lo fuese de mi madre Irene
ser cazador mayor por premio tiene.
CAZADOR 1:
Dichoso quien tuviere tal ventura;
señores, cada cual tome el camino
distinto y busque sólo la espesura.
CAZADOR 2:
Bien dices; irme sólo determino.
CONSTANTINO:
Gana de dormir tengo.
MACRINO:
Pues procura
al margen de este arroyo cristalino
recostarte, o al pie de aquellas hayas,
que yo te guardaré.
CONSTANTINO:
Pues no te vayas. Échase a dormir
MACRINO:
El apacible sitio me convida
de aquella zarza con taray funesto
y parras enlazada y retejida.
Adiós, durmióse; el sueño tiene presto;
a mi zarza me voy que en ella anida
un ruiseñor y es agradable el puesto.
¡Que el sueño ponga á un hombre de esta suerte!
Bien dicen que es imagen de la muerte.
Échase a dormir. Descúbrese una rueda grande,
a cuyos pies estará CONSTANTINO durmiendo, y en la
cumbre estará asentada IRENE, armada, con espada, mundo y
corona, y a un lado CAROLA, que va subiendo, y a otro LEONCIO,
cabeza abajo, como que se precipita; y a una parte la FORTUNA,
vendados los ojos, la cual dice primero de dentro
FORTUNA:
Ah, Constantino!
CONSTANTINO:
¿Quién mi sueño asalta?
FORTUNA:
La que es más variable que la luna;
la que al tiempo mejor se muda y salta.
CONSTANTINO:
¿Qué quieres, diosa ciega e importuna?
FORTUNA:
Tu silla derribar, que está muy alta. Descúbrese la rueda
CONSTANTINO:
¿Qué rueda es ésa?
FORTUNA:
La de la Fortuna.
CONSTANTINO:
¿No estaba encima yo, mudable rueda?
Pues ¿cómo estoy abajo?
FORTUNA:
Como rueda.
CONSTANTINO:
¿Quién es aquella, pues, que en lo alto tiene
el trono que he heredado de mi padre?
FORTUNA:
Ésta es, crüel, la emperatriz Irene,
que ya se menosprecia en ser tu madre;
presto verás que a castigarte viene,
pues porque al cielo tu castigo cuadre,
a cuyos santos das tantos enojos,
te ha de sacar aquesos viles ojos.
¿Quién es ésa que sube y se levanta
en tu rueda, que a envidia me provoca?
FORTUNA:
Carola es ésta, la inocente infanta
a quien risueña, su fortuna esquiva,
la mano ha dado porque suba arriba.
CONSTANTINO:
Su virtud lo merece; y ¿qué soldado
es aquél, diosa fácil, a quien quitas
la corona imperial que le habías dado
y al suelo de tan alto precipitas?
FORTUNA:
Leoncio es, que el imperio te ha quitado,
a quien prenderá Irene.
CONSTANTINO:
Al fin limitas
en el caer, si en el subir; ¿y es cierto
que es emperador?
FORTUNA:
Sí.
CONSTANTINO:
Pues ¿no era muerto?
FORTUNA:
Vida tirana por tu daño tiene,
y ya llega a prenderte.
CONSTANTINO:
¡Ah, de mi guarda! Ciérrase la apariencia
¡Filipo! ¡Lesbio! ¡Alesio! ¿nadie viene?
¡Ah, Macrino!
Sale MACRINO
MACRINO:
Señor, ¿quién te acobarda?
CONSTANTINO:
Prende a Leoncio, da la muerte a Irene,
saca la espada.
MACRINO:
Ya la saco, aguarda.
CONSTANTINO:
Mata a Carola.
MACRINO:
Ten, señor, sosiego.
CONSTANTINO:
¿A Leoncio no ves monarca griego?
MACRINO:
Soñando estás, que no hay persona alguna
en todo aquesto que inquietarte pueda.
CONSTANTINO:
Luego ¿no ves la rueda de Fortuna?
MACRINO:
¿Qué rueda o qué Fortuna?
CONSTANTINO:
Vi su rueda,
y en ella, hasta la esfera de la luna,
está mi madre, que en su cumbre queda.
Sube Carola, cae Leoncio al suelo,
y yo, abatido, mi prisión recelo.
MACRINO:
Déjate de eso, gran señor, sosiega,
pues, es creer en sueños, desatino.
CONSTANTINO:
¿Leoncio, cielos, en mi silla griega? Salen dos CRIADOS, uno tras otro
CRIADO 1:
Huye la muerte, invicto Constantino,
que ya Leoncio en busca tuya llega
con la gente de Armenia.
CONSTANTINO:
¿Ves, Macrino,
cómo soñé verdad?
CRIADO 1:
Toda tu gente
le llama augusto césar del oriente.
Entró en Constantinopla, y en la plaza
la corona le dió su patriarca,
y sabiendo que aquí viniste a caza,
te viene a dar la muerte.
CRIADO 2:
Gran monarca,
el de Chipre las olas embaraza
al pie de aqueste monte, echando a tierra
gran multitud de gente en son de guerra.
CONSTANTINO:
¡Todos son contra mí! Mas no me espanto,
que he sido contra todos, ¿No hay do pueda
huir la muerte, pues el cielo santo
es mi enemigo y su favor me veda?
Seguí mis torpes vicios hasta tanto
que me han puesto debajo de tu rueda,
Fortuna vil. ¿Por qué razón me infamas?
¡Mas, ay, que eché los santos en las llamas! Vanse. Sale CAROLA vestida de pieles
CAROLA:
Ya creí, Fortuna airada,
que viviendo entre las fieras
me dejaras y estuvieras
con mis desdichas vengada.
Mas, pues hasta aquí me sigues,
mi muerte te es de importancia,
dime, pues, ¿por qué ganancia,
Fortuna vil, me persigues?
¿Cuándo entiendes de poner
fin a tu venganza fiera?
Tenme lástima, siquiera
por ser, como tú, mujer.
Mas--¡ay cielos!--que imagino
que ya mi fin se llegó.
Tocan de dentro cajas. Salen marchando LEONCIO y SOLDADOS
LEONCIO:
No seré emperador yo
mientras viva Constantino.
Buscadle, que mi rigor
en su oprobio y vituperio,
me trae por cazar su imperio,
a caza del cazador.
Pero ¿qúé mujer es ésta
que aquí llora, triste y sola?
Cielos, ¿no es ésta Carola,
infanta? Haga Chipre fiesta,
si sois vos; albricias pida
la Fama por tantos bienes.
CAROLA:
¿Qué es esto Leoncio? ¿Vienes
para dar fin a mi vida?
¿Envía por mí el augusto
Constantino?
LEONCIO:
Yo, señora,
soy solo el augusto ahora,
que de vuestro gusto gusto.
El lauro imperial me ha dado
Grecia de todo el oriente,
y de que estáis inocente
el rey de Chipre informado.
Justas venganzas concierta
y con ejército viene
en mi favor, aunque os tiene
él y Roselio por muerta.
Yo le dejé satisfecho
de vuestro mucho valor.
CAROLA:
Si resucita mi honor,
cielo, poco mal me has hecho.
LEONCIO:
¿Quién os pudo sustentar
sola en aquesta espesura?
CAROLA:
Quiso mi suerte y ventura
que, habiéndome echado al mar
casi muerta, a tierra vino
a darme el vital favor
Irene, con un pastor
que, huyendo de Constantino,
en este desierto tiene
más amparo que en su hijo.
LEONCIO:
(Ya mi perdición colijo, (-Aparte-)
si halla mi campo a Irene.
Importaráme quitarla,
si quiero imperar, la vida
antes que sea conocida.)
¿Dónde, infanta, podré hallarla?
CAROLA:
¿Qué es lo que quieres hacer?
LEONCIO:
¿Que? Respetarla y tenella
por señora, pues es ella
quien me ha dado vida y ser.
(Otro intenta el corazón.) (-Aparte-)
CAROLA:
Si eso es así, vamos donde
de su propio hijo se esconde.
LEONCIO:
(Ya temo mi perdición.) (-Aparte-) Gritan adentro
TODOS:
¡Viva Irene, viva Irene!
LEONCIO:
(¿Qué es esto, Fortuna esquiva?) (-Aparte-)
TODOS:
¡Viva Irene, Irene viva!
OTRO:
A Irene el imperio viene.
Sale un SOLDADO
SOLDADO:
Todo tu campo, señor,
se amotina; en salvo ponte,
que hallando a Irene en el monte
huyendo con un pastor,
el ejército la aclama
por emperatriz augusta
y ya de tu muerte gusta
y a voces tu nombre infama.
LEONCIO:
¡Ah! ¡Varïable Fortuna,
qué poco estuviste queda!
¡Subírteme en tu vil rueda
hasta el cerco de la luna,
y ya me vences y ultrajas!
TODOS:
¡Viva Irene, Irene viva!
LEONCIO:
¿Por qué me subiste arriba
pues que tan presto me abajas?
UNO:
Emperatriz es Irene,
ella viva, Leoncio muera.
CAROLA:
¡Cielos! Pues Irene impera,
¿qué aguardo? Pero ya viene.
Salen IRENE y SOLDADOS
IRENE:
A lo menos en prisión,
soldados, es bien que esté
quien a su emperador fue
traidor; que, si por razón
me da que sus desvaríos
le obligaron a negarle
la obediencia y a quitarle
su imperio y sus señoríos,
responderé que no hay ley
ni razón ninguna hallo
con que despoje un vasallo,
por malo que sea, a su rey.
No quiero la muerte darte,
aunque la pida tu error,
que un hereje emperador
a aqueso pudo obligarte.
Pero con tenerte preso
castigaré tu traición.
LEONCIO:
Tus pies en mi boca pon,
pues mi locura confieso,
goces señora mil años
del mundo la redondez,
que te conoce otra vez
por su augusta.
IRENE:
Ya los daños
de nuestra persecución,
infanta, se han acabado;
ya el cielo aclaró el nublado
de su obscura confusión.
Vos imperaréis conmigo,
dadme los brazos.
CAROLA:
Ya he dado
por feliz mi mal pasado.
IRENE:
Buscad a aquese enemigo.
Castigaré la malicia
con que a tantos ofendió,
que, aunque soy su madre yo,
es mi madre la justicia.
Pero ¿qué es esto? Suenan cajas. Salen marchando el REY de Chipre, ROSELIO y SOLDADOS, y sacan a LIDORA y a CONSTANTINO. Sin espada sale también ANDRONIO
REY:
¡Tirano!
De los hombres destrucción,
para tu imperio Nerón,
para tu Dios Diocleciano.
El cielo, que tu mal traza,
me forzó a desembarcar
donde pudiese vengar
mi injuria.
CONSTANTINO:
¡Ah infelice caza!
CAROLA:
¿Mi padre no es el que aquí,
cielos, con mi hermano veo?
¡Padre mío!
REY:
¡Si el deseo
no me hace salir de mí!
¿Carola es ésta?, Mas no,
que es muerta. ¡Fortuna esquiva!
ROSELIO:
Bella hermana, ¿que estás viva?
CAROLA:
Sola mi pena murió.
Dejóme la vida el mar
que vosotros perseguistes.
REY:
Años largos, canas tristes,
bien os podéis alegrar.
Aquesos brazos enlaza
a aquesta vejez prolija,
y muera yo luego, hija.
TARSO:
¡Dichosa y alegre caza!
CAROLA:
Habla a la emperatriz griega.
REY:
¿A quién?
CAROLA:
A Irene, por quien
hoy nos vino tanto bien,
y a quien Grecia alegre entrega
el imperio que otra vez
gozó.
REY:
Qué, ¿aquí estáis señora?
A la cumbre llegó ahora
de sus dichas mi vejez.
Y pues el cielo ha querido
que otra vez por tal misterio
subáis al famoso imperio
que este tirano ha perdido,
juzgadle, señora, vos,
que aunque escondido le hallé
y en él vengar intenté
mis injurias, pues que Dios
os hizo juez superior,
su castigo ejecutad
como madre con piedad,
y como juez con rigor.
También esta mujer,loca
por vos juzgada ha de ser,
aunque el ser como es mujer
a lástima me provoca.
IRENE:
Yo recibo, sabio rey,
los presos de vuestra mano,
y si en Roma hubo un Trajano
tan observante en su ley,
dejar en Grecia colijo
memoria que al mundo cuadre,
sacando, aunque soy su madre,
los ojos de un traidor hijo.
CAROLA:
Eso no, si es justa cosa
que en aquesta ocasión llegue
a vuestras plantas y ruegue
por Constantino su esposa.
Perdonadle, si merezco
su vida; llegad los dos.
IRENE:
Juez de la causa de Dios
he de ser. No me enternezco
con ruegos. Llevadle preso
a una torre y denme cargos
todos de sus vicios largos,
que sustanciado el proceso,
sin que me ablanden los llantos
de su esposa, haré de modo
que quede vengado todo
el mundo, Dios y los santos.
Esa mujer que os sirvió,
por vos sea castigada,
que, pues fue vuestra criada
y siéndolo os injurió,
infanta, el mayor castigo
que al presente puedo darla
me parece es entregarla
a su mayor enemigo.
CAROLA:
Pues no lo tengo de ser
con ella en esta ocasión;
antes, sí mi intercesión
con vos algo ha de poder,
os suplico perdonéis
a Leoncio desde ahora,
como reciba a Lidora,
por mujer. si os parecéis.
IRENE:
Que se casen es razón.
Emperadores han sido
y a un mismo tiempo han caído
del imperio y su ambición.
Sea su esposa, y si lo niega
dadle muerte.
LEONCIO:
Yo, señora,
digo que quiero a Lidora.
LIDORA:
¡Yo y todo! ¡Ay, Fortuna ciega!
IRENE:
De secretario mayor,
Tarso, el oficio tendrás,
y con el cargo darás
indicios de tu valor
digno, que le envidió el mundo.
TARSO:
Tus pies imperiales beso.
IRENE:
No estoy contenta con eso,
en premiarte más me fundo.
TARSO:
Das señora testimonio
de quien eres. Ya estoy rico.
REY:
Pues yo también os suplico
que, dando perdón a Andronio,
le volváis a su privanza,
que huyendo de Constantino
a valerse de mí vino.
TARSO:
Baste la burla en venganza
que le hice disfrazado
de mujer.
IRENE:
Yo, Rey, concedo
cuanto pidáis.
REY:
Y yo quedo
por mil partes obligado.
IRENE:
¿Dónde al príncipe mi nieto
dejaste, Tarso?
TARSO:
Escondido
en un roble le he tenido,
temiendo el mortal aprieto
en que la persecución
nos puso de Constantino.
IRENE:
En su nombre determino
gozar de la posesión
del imperio; ve por él,
y a Constantinopla vamos
donde bautizar le hagamos.
CAROLA:
Yo con mi padre y con él
irme a Chipre determino,
porque no podré sufrir
en toda Grecia vivir
viendo preso a Constantino.
IRENE:
Quédese, pues, el infante
por general de la guerra
en todo mi imperio y tierra,
que de este cargo importante
es digno.
ROSELIO:
Tus plantas beso.
IRENE:
¡Alto! ¡A mi corte, soldados,
que en ella seréis premiados
como merecéis.