La romera de SantiagoLa romera de SantiagoTirso de MolinaActo III
Acto III
Salen doña BLANCA y ORDOÑO
ORDOÑO:
¡Blanca!
BLANCA:
¡Señor!
ORDOÑO:
¿Cómo está
la infanta?
BLANCA:
Tanto mejor,
cuanto el agravio al dolor
dando desengaños va;
porque ella la misma ha sido
en tan ciego pensamiento
causa de su sentimiento,
es de volverla el sentido;
que estando la ofensa en medio
en una honrada mujer,
una propia viene a ser
la enfermedad y el remedio.
ORDOÑO:
Bien dices, que en el amor
lo que el tiempo no ha podido,
agravios con el olvido
curan de celos mejor.
Hoy llega el conde, en efeto.
BLANCA:
Que temo de la presencia
nueva celosa dolencia;
y como amor, es efeto,
de los ojos con los ojos
se aumentan, justos o injustos,
los agravios y los gustos
las glorias y los enojos.
ORDOÑO:
Bien ha menester más vidas,
sobre su rigor mirando,
a quien están esperando
dos mujeres ofendidas.
El cielo me inspire el modo
de suerte que, por codicia,
ni pasión, a la justicia,
no falte, que es faltar todo
el bien de un reino sin vella.
BLANCA:
Quien en tan floridos años
con tan altos desengaños
ha merecido por ella
el nombre que le da España,
demás del mucho valor
de sus aciertos, señor,
la experiencia desengaña.
ORDOÑO:
Siempre he de ser el que fui.
BLANCA:
Su alteza viene, señor.
Sale la infanta LINDA
ORDOÑO:
La causa de su dolor
me tiene, Blanca, sin mí,
cuando la pena la tiene
con sentimiento tan grande.
Hermana.
LINDA:
Ya a que la mande
vuestra alteza, Linda viene.
ORDOÑO:
Favores son que me hacéis.
¿Cómo estáis?
LINDA:
Mucho mejor;
porque descuento el amor
en los agravios que veis.
ORDOÑO:
¿Qué ha sido la novedad
de la gala?
LINDA:
Venir hoy
el conde y ser yo quien soy,
y ya que a la voluntad
no le debo esta alegría,
a la obligación responde
de la venida del conde
por precisa deuda mía;
pues hasta agora no puedo
negar que el conde es mi esposo,
y entretanto esto es forzoso.
ORDOÑO:
Admirado, Linda, quedo
de tu raro entendimiento.
LINDA:
¡Pluguiera al cielo que fuera
menos, porque no supiera
tener tanto sentimiento!
Sale ORTUÑO
ORDOÑO:
¿Qué hay de nuevo, Ortún?
ORTUÑO:
Señor,
nuevas de que llegará
muy presto el conde, que ya
para prevenir mejor
su entrada, en la sala adonde
le has de dar pública audiencia,
con peregrina advertencia
que a tu ingenio corresponde.
Del conde un criado está
una cortina poniendo
debajo la cual entiendo
que con propósito va
de poner de Margarita
el retrato hermoso y grave,
porque en el punto que acabe
la relación, solicita
enseñártele con toda
aquesta veneración,
como a reina de León.
Al fin tu dichosa boda
llegue, señor, para bien
de tus reinos.
ORDOÑO:
Dios te guarde,
Ortún.
LINDA:
Aunque llegan tarde
mis albricias para quien
tan buenas nuevas ha dado,
en todo son de estimar.
ORDOÑO:
¡Qué valor quiere mostrar!
LINDA:
Toma, y llámame al criado,
por que también se las dé.
Le da una sortija
ORTUÑO:
¡Vivas más años que el sol,
milagro hermoso español!
ORDOÑO:
Ortún, escucha.
Hablan aparte
BLANCA:
No sé
si a tan bizarro valor
ninguno se ha de igualar.
ORDOÑO:
Esto se ha de hacer sin dar
sospechas de mi rigor,
que es importante el secreto,
como también el cuidado.
Advierte, Ortún, si el criado
está en la lista.
ORTUÑO:
A este efeto
te entré a hablar; en ella está.
ORDOÑO:
Pues hazle prender.
ORTUÑO:
Yo voy.
LINDA:
Hoy nombre a tu nombre doy
con el que valor me da
pues que te ayudo con él
a la justicia. Ésa es sola.
ORDOÑO:
¡Fénix divina española;
el oro, el bronce, el laurel
digno es de escribir tu nombre
solamente!
LINDA:
Y del divino
tuyo solamente dino
porque la tierra se asombre.
Sale LAURO de camino
LAURO:
De vuestra alteza, señor,
..................
..................
.................... [ -or]
beso los pies, y los vuestros,
señora, pido, también,
añadiendo el parabién
de los que lo han de ser nuestros,
pues llega tan presto el conde
a gozar el bien que aguarda.
LINDA:
Siempre para el alma tarda.
LAURO:
Justamente corresponde,
señora, tan gran fineza
a la fe, al notable amor
con que el conde, mi señor,
idolatra a vuestra alteza;
aunque ha estado con cuidado
de haber visto, y con razón,
que a su desembarcación
las cartas le hayan faltado.
LINDA:
Falta de salud ha sido.
Toma, aunque merecen más,
estas nuevas que me das.
Dale una sortija
LAURO:
Guarde, a pesar del olvido
el tiempo, tus verdes años.
LINDA:
Inmortal debo de ser,
pues no han tenido poder
en mí algunos desengaños
para matarme.
LAURO:
(Recelo (-Aparte-)
que habla Linda sospechosa.)
LINDA:
Margarita, ¿es muy hermosa?
LAURO:
Las dos sois soles del suelo.
Su beldad es peregrina;
en la copia podéis ver
que yo he venido a poner
debajo de una cortina,
en la sala en que su alteza
al conde audiencia ha de dar,
cuando le llegue a besar
la mano.
LINDA:
Tanta belleza
merece este aplauso todo.
ORTUÑO:
El conde ha llegado ya
a palacio.
A LAURO
ORDOÑO:
Ven acá.
¿Cómo te llamas?
LINDA:
(De modo (-Aparte-)
la nueva me ha alborotado,
que estoy sin mí de alegría;
tanto en la fe pueden mía
las reliquias que han quedado.)
ORTUÑO:
Lauro es el último aquí
de la lista.
ORDOÑO:
Ellos vinieron
como más menester fueron.
Prended a Lauro.
LAURO:
¡Ay de mí!
ORDOÑO:
Delitos del conde son
en que eres cómplice.
LAURO:
¡Ah, cielo!
No fue vano mi recelo.
Señora...
LINDA:
En esta ocasión
no te he de poder valer.
Llevadle preso.
LAURO:
(Sin duda (-Aparte-)
que contra el conde se muda
de la Fortuna el poder.)
Llévanle
ORTUÑO:
Pienso que el conde está aquí.
ORDOÑO:
Sillas; y despeje, Ortún,
toda la gente común
que hubiere, y al conde di
adonde está la cortina.
ORTUÑO:
A advertirle al conde voy.
LINDA:
(¡Con qué sobresalto estoy!) (-Aparte-)
BLANCA:
(Tiene fuerza peregrina (-Aparte-)
Amor, aunque esté ofendido.) Sale el conde LISUARDO
LISUARDO:
Dadme a besar vuestros pies.
LINDA:
(¡Ay, alma! ¿Qué es lo que ves?) (-Aparte-)
ORDOÑO:
Seáis, conde, bien venido.
¿Cómo venís? Levantad.
LISUARDO:
Deseando, por los vientos,
llegar con los pensamientos
a los de la voluntad.
La infanta LINDA habla aparte a BLANCA
LINDA:
¡Ay, Blanca! Viendo presente
al conde, con el rigor
de la ofensa y del amor
tiemblo y ardo juntamente.
Mirándole estoy mortal.
¿Posible es que es éste a quien
yo llegué a querer tan bien
y me ha pagado tan mal?
BLANCA:
Señora, en esta ocasión
más valor has de tener.
LINDA:
Forzoso, Blanca, ha de ser.
LISUARDO:
Escuchad la relación.
Luego que con tú estandarte
los cuatro marinos montes,
que al mar les diese obligaron
campo de cristal salobre,
prósperamente a tu fama,
lisonjero al viento entonces
de la Coruña a Piemúa
en breve tiempo nos pone.
Apenas sobre la espuma
nos descubrieron las torres,
cuando intentaron juntar
dos elementos conformes;
porque los alegres fuegos
fueron tan grandes, que sobre
el agua su ardiente esfera
paces juró aquella noche.
Aquí pasé algunos días
de Enrique esperando el orden,
con la cual, desde este puerto,
partí a la corte de Londres.
LISUARDO:
Honró mi recebimiento,
dando grandeza a la corte,
su príncipe Fedüardo
con los ingleses conformes.
Vine a apearme a palacio
con todo este aplauso, adonde
los reyes nos esperaban
en los mesmos corredores.
Llegué a besarles las manos,
y al mismo tiempo se opone
a escurecer Margarita
los reales esplendores.
Besé su mano, y hallé
más cristal que vale el orbe;
y entre rayos de oro y nácar
prodigios de nieve y flores.
Levantóme con los brazos
de la tierra, y preguntóme
por tu salud, juntamente
con la de Linda, que gocen
largos años estos reinos,
y a los reyes que nos oyen,
y que me esperaban, vuelvo
y tus cartas doy entonces.
Leyéronlas, y contentos,
con un sarao me responden
dónde la beldad inglesa
dió hermosas adoraciones.
LISUARDO:
Aposentáronme dentro
de palacio, haciendo pobres
las grandezas de Alejandro
con varias ostentaciones.
Y después de algunos días
que conferimos la dote,
se firmaron los conciertos
de las capitulaciones,
y, remitiendo a las cartas
lo demás, partí de Londres
para embarcarme a Plemúa,
que estaba dándome voces.
el deseo de llegar
a ver a Linda, que logren
mis esperanzas ausentes
el fruto de sus amores.
Y para hacerte lisonja,
a la partida el rey dióme
de Margarita un retrato
a su estatura conforme.
Debajo de esta cortina
que te descubro se esconde;
su gentileza te admire
y su hermosura te asombre.
Corre la cortina, y está debajo doña SOL, de peregrina
ORDOÑO:
¿Es ése, conde, el retrato?
LISUARDO:
(¿Qué es esto, cielos?) (-Aparte-)
ORDOÑO:
¿Conoces
esta mujer?
LISUARDO:
(¡Qué suceso Aparte
tan extraño!)
ORDOÑO:
¿No respondes?
LISUARDO:
Señor, sí...
ORDOÑO:
La turbación
en el rostro, en las razones,
el más abonado ha sido
testigo que tienes, conde,
contra ti.
LISUARDO:
Señor, señor...
ORDOÑO:
No te disculpes ni ignores
que ha de ser contra tal yerro
el valor ni el blasón noble
parte para que te valgan
en culpas que son tan torpes
de seguros privilegios
y de libres excepciones.
Yo te cortaré las alas
que tan ciegamente rompen
del cielo en ofensa el viento
con soberbias presunciones.
LISUARDO:
De vuestra alteza a los pies
postrado...v
ORDOÑO:
No paséis, conde,
delante. Quedaos y haced
cuenta que para que cobre
su honor doña Sol no sois
hombre tan rico, tan noble,
sino el más triste vasallo
el más humilde, el más pobre
que hay en León; y por vida
de mi corona, que tomen
en vos todos escarmiento
y yo más heroico nombre. Vase el rey ORDOÑO
LISUARDO:
Señora, esposa, mi bien,
si de vos no se socorre
mi esperanza, estoy perdido.
Hablad al rey, no se enoje
sin escucharme.
LINDA:
No sé
quién eres, que vienes, conde,
tan diferente, que aun tú
pienso, que no te conoces.
El rey ha de hacer justicia,
que son sus obligaciones;
remédiete el cielo.
Vase la infanta LINDA
LISUARDO:
Blanca,
sigue a la infanta; y pues oye
lo que la dices tan bien,
con palabras, con razones
encarecidas disculpa
sus celos, no la apasiones
tan a su costa, pues sabe
que son de la edad errores,
y con halagos al rey,
como puede, desenoje,
porque le temo indignado;
así dulcemente logres
tus esperanzas, asi
tengas...
BLANCA:
No me atrevo, conde,
a hablar en ello a la infanta,
ni ella al rey, porque conoce
la condición de su hermano.
Busca otros medios que importen.
Vase doña BLANCA
LISUARDO:
¿Hay hombre más desdichado?
Sol, templad los arreboles
y serenad los celajes
que vuestros rayos esconden.
Medie el rey por ti mi culpa,
no pido que la perdones,
que yerros de amor no es mucho
que tu misma luz los dore.
Yo quiero ser tu marido
si de mi mano depone
la acción que tiene la infanta,
y esclavo tuyo. Disponte
a hablar al rey, porque falto
de su gracia, no sé dónde
tengo segura la vida.
¿Qué dices? ¿Qué me respondes?
SOL:
Que el rey sabe lo que debe
hacer en esto, conforme
al blasón de la justicia
que mantiene y que dispone.
y que cuando correr vea
tu alevosa sangre, adonde
un verdugo la cabeza
de tu vil garganta corte,
no me hartaré de beberla;
que de la venganza, conde,
ha de quedar más sedienta
mi hidrópica sed entonces.
Quiere irse y la detiene
LISUARDO:
Espera, Sol, no te ausentes
de mí, que no soy la noche
de Noruega, aunque estoy puesto
de tus desdenes al norte.
SOL:
¡Ah, sirena, no me encantes!
¡Aspid libio, no me toques!
¡Basilisco, no me mires!
¡Cocodrilo, no me llores! Vase
LISUARDO:
Echó la Fortuna el sello
a mi desdicha. Salen ORTUÑO y la guarda
ORTUÑO:
Daos, conde,
a prisión.
LISUARDO:
Ortún, ¿qué dices?
ORTUÑO:
Que vengo, conde, con orden
de llevaros preso. Dad
la espada, y paciencia.
LISUARDO:
¿A un hombre
como yo, Ortún, se le pide
la espada? ¿A un hombre que sobre
la luna y el sol ha puesto
con tantos hechos su nombre
y el de su rey, manda el rey
dar la espada, cuyo corte
tanto católico acero
y africano reconoce?
¡Vive Dios!
ORTUÑO:
Conde, estas cosas
no se negocian con voces.
Vasallo de Ordoño sois,
y es de vasallos traidores
no obedecer a sus reyes
y a los que los reyes ponen
en su lugar. A esto vengo,
representando su nombre.
Obedecedle, o mirad
que vienen doscientos hombres
hijosdalgo y caballeros
conmigo, con orden, conde,
de mataros, si intentáis
defenderos. No provoque
vuestra cólera la ira,
en tan fuertes ocasiones,
del rey y de los que vienen
a vuestra prisión.
LISUARDO:
Bajóme
la Fortuna hasta el abismo
de las desdichas, que corren
conmigo tormentas. Ortún,
sobre mi cabeza pone
mi lealtad la orden del rey;
toma la espada y no tomes
ocasión para decir
que no soy leal.
ORTUÑO:
Es, conde,
ésa,la mayor cordura
y el mayor valor.
LISUARDO:
Valores
contra los reyes, no sirven
de más que de agravios. ¿Dónde,
si es licito el preguntarlo,
Ortún, voy preso?
ORTUÑO:
A las torres
de palacio.
LISUARDO:
Vamos, pues;
que no es bien que me congojen
prisiones, pues las desdichas
se hicieron para los hombres. Vanse. Salen XIMENO y el con GARCI Fernández
GARCI:
¿Y sabe el rey que he llegado?
XIMENO:
Y llegas, conde, a León,
a tan famosa ocasión,
que hoy dicen que acompañado
de sus jueces, adonde
está su real consejo,
siendo de otro Numa espejo
asiste al pleito del conde.
GARCI:
El nombre de justiciero
le conviene conservar
si quiere Ordoño reinar;
si no, el castellano acero
verá en su vega desnudo,
y el Ezla argentar las manos
de los fuertes castellanos.
XIMENO:
De su prudencia no dudo
que sabrá Ordoño acudir
a darte satisfacción.
GARCI:
O será Troya León;
que no se ha de persuadir
el conde don Lisuardo,
que menos que con la vida
satisface la ofendida
sangre de Lara.
XIMENO:
Gallardo
dicen que es el conde.
GARCI:
Sí,
y valiente caballero,
que, aunque enemigo, a su acero
no niego el valor que vi
cuando cercando a León
sobre el feudo de Castilla
la castellana cuchilla
temió el sol.
XIMENO:
Tienes razón;
que igualó a Marte ese día.
GARCI:
Pero con esto ha borrado
cuanta opinión ha ganado;
que es vileza y cobardía
que contradice al valor
ofender a una mujer,
y más tan noble.
XIMENO:
Al poder,
a la fuerza del Amor,
no hay valor, razón ni ley,
porque su furia amenaza
hasta lo invencible.
Dentro
VOCES:
¡Plaza!
GARCI:
Debe de salir el rey. Salen el rey ORDOÑO con memoriales, ORTUÑO y acompañamiento
ORTUÑO:
Todo el consejo te espera,
y no ha quedado en León
letrado en esta ocasión
a quien la fama venera
que no asista en los estrados
en la defensa y ofensa
del conde.
ORDOÑO:
Poca defensa,
casos tan averiguados
pueden tener.
ORTUÑO:
Aquí está
Garci-Fernández, el conde
de Castilla.
ORDOÑO:
Y corresponde
al valor que tiene.
GARCI:
Y ya
a besar tus manos llega.
ORDOÑO:
Y yo con los brazos, primo,
tantas mercedes estimo;
que cuando más en la vega
de León armado os vi,
jamás, el cielo es testigo,
que de pariente y amigo
la inclinación os perdí.
GARCI:
La misma, Ordoño valiente,
debe al conde de Castilla
vuestra alteza.
ORDOÑO:
La cuchilla
desnuda y resplandeciente
de mi justicia real
verán hoy, como primero,
ayudando a Sol, y espero
hacer mi nombre inmortal.
GARCI:
La fama, Ordoño, que en esta
edad habéis alcanzado,
en caso tan intrincado
nos promete y manifiesta
que ha de tener el suceso,
que a todos nos esté bien.
ORDOÑO:
Hoy quiero, conde, también,
que a ver del conde el proceso
asistáis junto conmigo.
GARCI:
Sois de la justicia espejo.
ORDOÑO:
Venid, que me está el consejo
esperando, conde amigo.
Vanse.
Sale el conde don LISUARDO con cadena
LISUARDO:
Desdichas, ¿qué me queréis?
¿Qué pretendéis de mí, agravios?
No me persigáis, memorias;
dejadme morir, cuidados.
¿Qué infierno es este que miro
adonde ya, por extraño
y forastero del mundo,
los rayos del sol no alcanzo,
si no son los de las iras
de otro Sol menos avaro,
en correr los paralelos
de las fortunas que paso?
Mas, en parte--¡oh Sol hermoso!--
muero contento, pensando
que gozando a Sol, di al sol
celos y envidia a sus rayos.
Y si tu desdén supiera
cuánto más me ha enamorado
la posesión, podría ser
que te obligara el milagro. Tocan dentro una guitarra
Si no me engaño, imagino
que un instrumento han tocado;
músicos deben de ser
del terrero de Palacio,
que, al silencio de la noche,
fía sus ansias cantando
algún amante. A tocar vuelven,
¡qué ocioso cuidado!
Cantan dentro
VOCES:
"Preso tienen al buen conde,
al conde don Lisuardo,
porque forzó una romera
camino de Santiago.
La romera es de linaje;
ante el rey se ha querellado,
mándale prender el rey
sin escuchar su descargo."
LISUARDO:
¿Tan públicamente cantan
mi desdicha? ¡Extraño caso!
Quiero escuchar, que imagino
que prosiguen con el canto. Cantan
VOCES:
"La prisión que le da el rey
son las torres de palacio,
que compiten con el cielo
y confinan con sus cuartos.
Las guardas que el conde tiene
todos eran hijosdalgo;
treinta le guardan de día
y de noche treinta y cuatro.
Ya levantan para el conde
en la plaza su cadahalso,
y para los delincuentes
hay dos horcas a los lados."
Asómase RELOJ a lo más alto, preso con un tocada en cuerpo
RELOJ:
Cante otra vez, ruego a Dios,
en galeras el bellaco
que la historia gargantea
del conde don Lisuardo,
por lo que me toca a mí,
que soy su menor criado,
por las nuevas de las horcas
y albricias de cadahalso.
¡Quién pudiera desde aquí,
músico de los diablos,
tirarte una almena!
LISUARDO:
¡Ah, cielos!
RELOJ:
Aquí abajo se han quejado.
¿Si fue del conde el sospiro,
que, según lo que han cantado,
debe de estar preso aquí?
Quiero saberlo. ¿Ah de abajo?
LISUARDO:
Pienso que de las almenas
de este homenaje llamaron.
RELOJ:
¿Conde, mi señor?
LISUARDO:
¿Quién es?
RELOJ:
¿Quién en este campanario
puede estar, que no sea tordo
o reloj?
LISUARDO:
Reloj, hermano.
¿Ahí estás preso?
RELOJ:
Señor,
dos meses ha que aquí paso,
con arañas y ratones
notables casos y es harto
tener narices y orejas
a las horas que te hablo.
¿Qué hay del mundo por allá?
Que hasta agora que he escuchado
tu suceso infausto y triste
cantar a este mentecato
músico de Bercebú,
que otra vez cante a Pilatos,
no supe que estabas preso
en las torres de Palacio.
LISUARDO:
Apenas a ver el cielo
a esta plaza de armas salgo
esta noche,cuando escucho
también de mi muerte el cuándo.
RELOJ:
También me ha cabido
a mí un poco de horca; no vamos
muy lejos uno de otro;
pero yo estoy consolado
con que, en efecto, con esta
postrera carta de pago
han acabado conmigo
alguaciles y escribanos.
Que salir del susodicho,
no será el menor descanso
que puede alcanzar con Dios
un delincuente lacayo.
Que me he visto en las parrillas
de un potro, pasando el trago
más agrio que pasar puede
un cómplice sagitario;
que, a no valerme la lengua,
hoy era, por mis pecados,
cecina de la justicia.
LISUARDO:
¿Cómo?
RELOJ:
Confesé de plano.
LISUARDO:
No esperé menos de ti.
RELOJ:
Ni yo.
LISUARDO:
En efeto, villano.
RELOJ:
Luego vi, en siendo Reloj,
que habían de hacerme cuartos,
aunque me importa primero,
no estando desde tan alto,
si es posible hacer contigo
de mi conciencia un descargo.
LISUARDO:
Pues descuélgate si puedes
a esta plaza de armas.
RELOJ:
Tanto
lo deseo, que he de hacer
escala de los pedazos
de dos mantas, donde he sido
siete durmiente empanado.
LISUARDO:
La traza mejor elige,
y baja, Reloj.
RELOJ:
Ya bajo,
aunque al turco se lo usurpe.
Vase
LISUARDO:
Cuanto por mí está pasando
parece sueño. ¿Si estoy
despierto, si durmiendo acaso?
Durmiendo debo de estar,
aunque yo sé que me engaño,
porque solamente sueña
la desdicha un desdichado. Sale RELOJ
RELOJ:
Gracias al cielo que llego
a verte.
LISUARDO:
Dame los brazos,
que estoy alegre de verte,
puesto que me has condenado.
RELOJ:
Confieso, conde, que soy
para tormentos muy flaco,
y que jamás en mi vida
de robusto me he preciado.
Pero ya que nací al mundo
con estrella de ahorcado,
un escrúpulo en tu amor
te he de revelar.
LISUARDO:
Di.
RELOJ:
Cuando
te partiste de León
a Ingalaterra, me echaron
para ti, desde unas tejas,
de las bellísimas manos
de Linda, una banda verde,
de cuya ocasión gozando
un hidalgo forastero,
que en lo soberbio y bizarro,
en lo atrevido, en lo airoso
me pareció castellano,
me la arrebató en el viento,
diciéndome que a mi amo
le dijese cómo un hombre
de más valor, de más altos
merecimientos y prendas,
celoso y enamorado
me la quitaba, y que aquellos
favores tan soberanos
merecerlos no podía
un caballero, un vasallo
como tú, menos que siendo
monarca, como Alejandro,
del mundo, o Garci-Fernández,
conde de Castilla.
LISUARDO:
¡Extraño
suceso! ¿Hay más?
RELOJ:
Más.
LISUARDO:
¿Qué más?
RELOJ:
¿Qué más? Que yo di dos pasos,
y, requiriendo la espada,
puesta en el puño la mano,
le advertí que le dejaba
con ella, y me fui, callando
hasta agora, por no darte
pesadumbre, y procurando
satisfacer mi conciencia,
te lo digo al postrer paso.
LISUARDO:
¡A buen tiempo, vive Dios,
que estoy por darte, villano!
RELOJ:
¿De qué te enojas? ¿Habías,
yendo entonces caminando,
de matarle por poderes?
LISUARDO:
No; mas pudiera el agravio
a León volverme entonces;
que las señas que me has dado
de Garci-Fernández son,
conde de Castilla, bravo
pretendiente de la infanta,
que celoso y despechado
quiso empeñarme con esa
bizarría.
RELOJ:
Es temerario;
un jayán me pareció.
LISUARDO:
Es siempre el miedo muy alto.
RELOJ:
Pienso que agora han abierto
una puerta, y siento pasos.
LISUARDO:
Los de mi muerte serán,
pues que la estoy esperando.
¿Qué es eso? Sale BLANCA con una vela y la infanta LINDA con una llave
LINDA:
Conde, yo soy;
no os turbéis, que vengo a daros
la vida por esta puerta
que he abierto ahora en el cuarto
del rey mi hermano, con esta
llave maestra. He intentado
que me debáis por postrero
bien el de la vida.
LISUARDO:
Tanto
os debo, que no imagino
con muchas poder pagaros.
LINDA:
Dejando a una parte ahora
las ceremonias, mi hermano,
con todo el real consejo,
a muerte os ha condenado,
que puesto que los jueces
y todos cuantos letrados
tiene León, se conforman
en que pudierais casaros
con Sol, porque las palabras
que nos dimos, y las manos
fueron de tiempo futuro
y sirvieron de un contrato
no más, por sólo el decoro
que se debe al soberano
nombre de hermana de un rey,
manda por razón de estado
que muráis, satisfaciendo
también con esto al agravio
de doña Sol; no esperéis
más, que amanece y los rayos
del sol pueden ser espías
del que dejáis agraviado.
Esa pesada cadena
recoged entre los brazos
y caminad, que en el parque
hallaréis, conde, un caballo
que, corriendo, con el viento
compita para escaparos.
Sueldo os dará el cordobés
rey o el moro sevillano
con que paséis, y adiós, conde.
LISUARDO:
Dadme a besar esas manos.
LINDA:
Conde, esto basta; partíos,
que la piedad me ha obligado
de haber llegado a tener
nombre de vuestra.
LISUARDO:
Yo parto
sin alma a escapar la vida.
LINDA:
Hasta salir de palacio
tendréis quien os guíe, adiós.
LISUARDO:
Adiós.
RELOJ:
Yo sigo tus pasos
y azoto las ancas, conde,
de ese hipógrifo, pues hago
de motilón delincuente
la figura.
LISUARDO:
Reloj, vamos. Vanse. Salen PELAYO y BERMUDO
PELAYO:
Tanto al decoro del rey
se debe, que declarando
que el de la infanta no ha sido
matrimonio, han sentenciado
a muerte al conde, y levantan
en la plaza el cadahalso.
BERMUDO:
No puede haber sucedido
jamás tan notable caso.
PELAYO:
Con esto queda también
satisfecho el agraviado
honor de Sol, la opinión
de Ordoño inmortalizando.
BERMUDO:
Espectáculo espantoso
ha de ser.
PELAYO:
¡Qué alborotado
por el caso está León!
Y es tan general el llanto
de los hombres y mujeres,
que en el lamentable aplauso
se conoce lo que quieren
al conde don Lisuardo.
BERMUDO:
Era de todos bien quisto
por valiente y cortesano. Cajas
Pero ¿qué cajas son esas?
PELAYO:
Corriendo va el vulgo vario
de la ciudad a los muros. Sale FÁVILA
BERMUDO:
Fávila,¿qué es esto?
FÁVILA:
Un raro
suceso.
BERMUDO:
¿Cómo?
FÁVILA:
Escuchad.
A notificar entrando,
a don Lisuardo, el conde,
la sentencia el secretario,
alborotado volvió,
al rey de no haberle hallado
en la prisión, sin saber
quién pudo ponerle en salvo.
Garci Fernández, el conde
de Castilla, imaginando
que de la infanta o del rey
ha sido caso pensado,
en la vega de León,
con cuatro mil castellanos
que trujo para este efecto
de escolta en abierto campo,
desafió al rey y a todos
cuantos en aqueste caso
han intervenido, deudos
y amigos del conde, estando
de sol a sol en la Vega.
Después de haberle retado
de cobarde, si no acude
en aqueste mismo plazo
a volver por su opinión
el conde don Lisuardo.
Pienso que Ordoño, sin duda,
pues es su igual, saldrá al campo
con el conde de Castilla,
porque tiene de bizarro
y de valeroso Ordoño
en las ocasiones, tanto,
como de rey justiciero.
PELAYO:
A ver este asombro vamos.
Toquen. Salen XIMENO, con bastón, y luego el conde GARCI Fernández, armado, y por otra parte ORDOÑO armado y ORTUÑO con bastón. Doña SOL armada, y por otra puerta la infanta LINDA, armada, con la banda verde por el rostro, y doña SOL con otra, y, BLANCA y URRACA con bastones
ORDOÑO:
Conde de Castilla, ya
tienes a Ordoño en el campo,
que no es la primera vez
que en él me ve el sol amado.
Bien sabe el cielo que estoy
libre de lo que imputando
me estás sin razón; mas debo
salir, conde, como salgo,
a tu desafío, viendo
que eres mi igual; aquí estamos.
Resuélvete, que en la espada
la mano puesta te aguardo.
GARCI:
Ordoño, ya ves que estoy
en la defensa empeñado
de doña Sol, y no puedo
volver a Burgos dejando
sin satisfacer su honor;
y el conde don Lisuardo
faltando, es razón que tú
me des, Ordoño, en tal caso,
por él la satisfacción.
SOL:
Y yo también a tu lado,
conde, con aquel valor
que tengo de Lara, aguardo
a la Infanta de León;
porque no hay duda que ha dado
ella libertad al conde,
a costa de mis agravios,
y así la reto y la obligo,
viéndome armada en el campo,
que salga a satisfacerme
con las armas en la mano.
BLANCA:
Doña Sol, a responderte
dos damas de su palacio
por Linda vienen. Espera
que el rey y el conde hagan campo,
que luego vernos podrás
a las dos aquí.
ORDOÑO:
¿Qué estamos
esperando?
GARCI:
Que nos partan
el campo y el sol.
ORDOÑO:
Ya tasco
espuma y cólera, como
suele el andaluz caballo,
cuando escucha la trompeta
por ver los aceros blancos
dando reflejos al día,
y apurándole al sol rayos.
Sale don LISUARDO armado, y RELOJ con bastón
LISUARDO:
Aguarda, Garci-Fernández,
que ya va don Lisuardo,
y el sol, conde de Castilla,
aún no ha llegado al ocaso.
GARCI:
¡Notable valor!
LISUARDO:
Aquí
me tienes ya, castellano;
que el valor más que el peligro
conmigo ha podido tanto
que, habiéndome dado Linda,
por una puerta del cuarto
de Ordoño libertad hoy
con piadoso pecho humano,
y sabiendo en el camino
que me retabas llamando
a mi rey a desafío,
venciendo por el agravio
con el honor el temor
de la muerte, desarmando
un soldado de los tuyos
que hallé en el Ezla apartado
de su cuartel, me presento
antes que se haya ausentado
el sol a volver por mí,
como quien soy, disculpando
a mi rey, y juntamente
a cobrar determinado
vengo una banda qué tienes
contra mi gusto, pensando
que era tan sufrido yo
como he sido desdichado.
GARCI:
Soberbio vienes.
LISUARDO:
Resuelto
dirás mejor.
GARCI:
Tan bizarro
no te imaginé jamás.
LISUARDO:
Pues has estado engañado;
que esto que ves es lo menos
que parezco.
GARCI:
¿Qué aguardamos
a palabras si hay aceros?
LISUARDO:
Eso es lo mismo que aguardo.
LINDA:
Deteneos, y pues es
aquestra banda que traigo
por los ojos la que dice,
quiero volverla a su mano
del conde, con esta mía
de esposa, porque en el campo
defenderla mejor pueda
del conde don Lisuardo;
que pues está declarada
la nulidad y han estado
prendas mías en poder
del de Castilla esperando
esta elección, lo que he hecho
será al gusto de mi hermano,
que si repara en que di
la mano a don Lisuardo,
para besar cada día
la doy a cualquier vasallo.
Acuda a su obligación,
como es razón, entretanto
que del conde de Castilla
soy mujer.
GARCI:
Yo soy tu esclavo.
LISUARDO:
Yo, hermosa Sol, si merezco
la tuya, digo otro tanto.
SOL:
Tuya soy.
ORDOÑO:
Heroicamente,
Linda, el pleito has sentenciado;
dadme, conde de Castilla,
los brazos.
GARCI:
Siempre mis brazos
han de estar a tu servicio
con eterna amistad.
LISUARDO:
Danos
tus manos a mí y a Sol.
ORDOÑO:
Quiero también abrazaros.
RELOJ:
¿No sobrará.para mi
algún codo de un abrazo,
pues soy de los delincuentes
que se han vuelto a Dios?
ORDOÑO:
A Lauro,
a Ramiro y a Fruela,
que están en esto culpados,
haré contigo merced.
RELOJ:
Vivas tres hanegas de años.
ORDOÑO:
Vamos a León.
LISUARDO:
Con esto
da fin, dichoso senado,
para fines más dichosos
la romera de Santiago.