La santa Juana, tercera parteLa santa Juana, tercera parteTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen don LUIS y ALDONZA
LUIS:
Segunda vez me persigues?
ALDONZA:
Al Amor pongo por juez,
que solamente una vez
te amé porque me castigues;
un amor, una memoria,
un cuidado y un deseo
es siempre el mío, y no veo
una palabra, una gloria
un favor, una esperanza,
un regalo, una afición,
pues en ninguna ocasión
hallo en tu rigor mudanza.
Castiga, pues, mi porfía
pues tu rigor la condena,
que por librarme de pena
quiero hacer tu culpa mía.
LUIS:
¿Qué te debo yo?
ALDONZA:
No sé.
LUIS:
Pues ¿qué me pides?
ALDONZA:
Amor.
LUIS:
¿Sin deberle?
ALDONZA:
No, señor.
LUIS:
Luego ¿debo?
ALDONZA:
Sí, a mi fe.
LUIS:
La fe sin obras es muerta.
Mal fundada deuda cobras.
ALDONZA:
Si en mi fe faltaron obras
fue por tu culpa, que es cierta.
LUIS:
Bien sé yo que en Torrejón,
patria tuya, heredad mía,
como de burlas tenía
y te mostraba afición;
porque el Amor desterrado
del interés, de Madrid,
se fue con discreto ardid
al campo en que fue crïado,
y jugando mano a mano
con los dos junto a una fuente,
sentí un ligero acidente,
que, gloria a Dios, ya está sano.
Cumplió su destierro Amor,
y, al fin, se ha vuelto a la corte
a pretensión que me importe
de más gusto y más valor.
No puedes llamarme ingrato
siendo aquel amor un juego,
pues si gané, te di luego
mil requiebros de barato.
ALDONZA:
No da en barato el avaro
amando de cumplimiento
palabra de casamiento,
que así lo barato es caro;
mas como a todas le das
y sé que juegas agora,
vine a ver a esa señora,
y así si me dieses más.
Pero, pues me has despedido
cuando tan humilde llego,
entenderé que en el juego
con esa dama has perdido,
y más habiéndome dado
ella de barato un gusto,
que es despreciar como es justo
al que a mí me ha despreciado,
pues dio palabra el Amor
de castigar el mal trato
de cualquier amante ingrato
con otro competidor.
Doña Inés y el interés
me vengan de tu inconstancia,
que en ella, por su ganancia,
es ya su amor ginovés.
César, traidor, te usurpó
la dama que juzgas fiel,
que es César, y como él,
al fin vino, vio y venció.
¡En buen cuidado te he puesto!
LUIS:
Solos estamos los dos,
y a los celos, como a Dios,
se les da la fe muy presto.
Dime lo que en eso sabes,
no aumentes más mis enojos,
que en la boca y en los ojos
no sufre la mujer llaves.
Volverte a amar te prometo
si aquesto vengo a saber.
Di, pues paga una mujer
a quien la escucha un secreto.
ALDONZA:
Es verdad; pero no en mí,
que el saberlo me costó
mil penas.
LUIS:
Páguelo yo
con tu amor.
ALDONZA:
¿Querrásme?
LUIS:
Sí.
ALDONZA:
Aunque tu dureza es tal,
con nueva esperanza llego,
pues los golpes sacan fuego
del más duro pedernal.
Digo, pues, escucha.
LUIS:
Di.
ALDONZA:
Que vine a entrar donde estaba
tu dama.
LUIS:
Ya lo sé; acaba.
ALDONZA:
¿Consientes el nombre?
LUIS:
Sí.
ALDONZA:
Luego ¿es tu dama?
LUIS:
¿Pues no?
ALDONZA:
¡Y a mí que me paren duelos!
LUIS:
¡Oh! Pues, ¿si repican celos?
ALDONZA:
¡Oh! Pues, si no he de ser yo
tu dama, cuéntelo ella.
LUIS:
Vuelve, espera, que tú eres
entre todas las mujeres.
ALDONZA:
¿Tu esposa?
LUIS:
Mi prenda bella.
ALDONZA:
Esta dama de ajedrez,
pues se queda con el nombre,
y sin el dueño, aunque es hombre,
que la pagará otra vez.
LUIS:
No haré tal si me ha ofendido.
ALDONZA:
Pues no ha ofendido en verdad,
que si muestra voluntad
es el señor su marido;
que en saliendo de la calle
tu persona amartelada,
entró tentando la espada
otro de tan lindo talle;
y apenas tocó en la reja,
cuando la buena señora,
porque esperaba la hora,
puesta a sus hierros la oreja,
le respondió y ordenó
un diálogo que llamas
duo de galanes y damas,
cual le tengamos tú y yo.
"Alma, vida, corazón,
quiero, estimo, adoro, amo,
busco, pido, sigo, llamo;
ventura, tiempo, ocasión;
fe, lealtad, constancia, gloria;
obras, palabras, deseos,"
y otros gustos y trofeos,
reliquias de su victoria.
LUIS:
¡Ay de mí!
ALDONZA:
Mucho más hay
en su venturosa suerte;
pídele, pues, a la muerte,
si tienes celos, un ay,
que aquesta noche los dos
tienen, crüel, de gozarse,
y esotro día casarse
con la bendición de Dios.
LUIS:
Basta, calla, que aunque veo
mi desengaño en tu hablar,
la lengua te he de cortar,
que puedo más que Tereo.
Ni me hables ni veas jamás;
vete.
ALDONZA:
Harélo; aunque me pesa,
pues el ave que está presa
por librarse se ata más.
Vase
LUIS:
¡Oh, tiempo riguroso! ¡Oh, noche aleve
encubridora del amor tirano!
¡Oh, quién al ángel que a los cielos mueve
pudiera detener la diestra mano!
¡Oh, quién al día, cuyo curso breve
la sucesora noche sigue en vano,
le pudiera aumentar mil horas largas,
por más que á mi temor fueran amargas!
Extranjero, ladrón, rico dichoso,
metal de estima lejos de su origen,
río a larga corriente caudaloso,
pues ondas tuyas mi chalupa afligen,
dinero con mujeres poderoso,
cuyas arenadas letras vencen, rigen,
atropellan, subliman, sueltan, prenden,
dan, quitan, menosprecian y defienden;
atrevido, cobarde, avaro, franco,
maná que a todo sabes, ¿qué me quieres?
Dinero en reales blancos cuyo blanco
es al que miran hombres y mujeres,
si estás como en galera puesto en banco,
¿por qué me haces remar? ¿por qué prefieres
a mi amor el de César extranjero?
Mas ¿quién es natural como el dinero?
Salen don DIEGO,
leyendo una carta,
y LILLO
DIEGO:
Beso mil veces la amorosa firma
de aquella mano venerable y santa
cuya memoria tierna me confirma
el bien que espero y mi temor espanta.
"Juana" no más por humildad se firma,
que es cifra Juana y la abundancia es tanta
de gracia en Juana, que a su letra vista
la puede acreditar San Juan Bautista.
LUIS:
Mi padre viene y por su edad anciana,
contrario a mi deseo y verdes años,
favores busca de la Santa Juana;
no sé si diga en mi opinión engaños.
¡Ay de mí triste! Que a su tiempo vana
produce mi esperanza tantos daños.
LILLO:
¡Y ay de mi! Que he purgado en pie y vestido
en verso suelto el alma y el sentido.
DIEGO:
¿Quién da voces, que en ellas me parece
mi caro don Luis?
LUIS:
Yo soy, que siento
de mi fortuna que en desdichas crece
la fuerza que ha de hacer mi fin violento.
Muero rabiando, que morir merece
en tierna edad un loco pensamiento;
rabiando, pues jamás tendrá ventura
para gozar del gusto que procura.
DIEGO:
Querido hijo, imagen de mi alma;
calor de mi vejez helada y fría;
de mis trabajos merecida palma,
siempre verde laurel, corona mía,
cuando parece que en serena calma
navega mi esperanza en quieto día,
se me obscurece el cielo porque sienta
cifrada en ese rostro mi tormenta.
De mis hijos, Luis, fuiste el postrero;
tomó la muerte en los demás venganza,
quedaste sólo, y como tal te quiero,
por no tener de otros esperanza.
Cuando tu atrevimiento considero
como eres tú mi ser y semejanza,
si quiero castigarte, al punto digo,
no dice bien amor con el castigo.
Luis, ¿qué tienes? ¿quién te da disgusto?
No sólo al corazón, al rostro llega. Abrázale
¿Hate faltado en ocasión de gusto
Fortuna aleve, que es mudable y ciega?
Gasta mi hacienda, tu deleite es justo,
inventa galas, enamora, juega,
mi amor conoces, mi escritorio sabes,
saca dineros, ves aquí las llaves;
mas--¡ay de mí!--que en esta carta leo
otras razones de mayor estado.
La santa Juana culpa mi deseo
dándome de tu bien mayor cuidado;
su aviso santo y su prudencia creo,
que no suele gozarse mal logrado
el hijo libre, si en edad tan tierna
su padre no le enseña y le gobierna.
Una cuenta santísima me envía
porque en el nombre de tan alta cuenta
me acuerde que he de darla cada día
de esa tu edad y libertad violenta.
Ea, pues, hijo, cara prenda mía,
como pasados tus descuidos cuenta
y vive de manera que tu vida
no la dejen los vicios mal perdida.
LUIS:
¡Oh, mal haya mi vida, pues en ella,
cuando yo rabio tu sermón escucho!
Quien dio de corta edad larga querella,
de el mundo y de su ley no sabe mucho.
¿Tan vicioso soy yo? ¿Tan mala estrella
me precipita? Con tus quejas lucho,
y pienso yo cuando me miro y veo
que aquesa monja me pintó más feo.
¿Qué cosa hay en el mundo tan cumplida
que no llegue a tener alguna falta?
El sol hermoso, padre de la vida,
con un eclipse se obscurece y falta;
el diamante, en firmeza no vencida
que con sus rayos los del sol esmalta,
no está de faltas y malicia ajeno,
porque, deshecho, sirve de beleno.
La tierra, el agua, el aire, es bueno y malo,
y ya sirve tal vez un elemento
de gusto, y da al manjar vida y regalo
y tal vez de castigo y de tormento.
Humano soy, por serlo los igualo,
a uno tendré quejoso, a otro contento;
soy bueno y malo, ajeno de artificio,
tendré alguna virtud como algún vicio.
No mida más la monja por su gusto
los de mi edad, que puede ser que sea
de esta mi injusta vida el fin tan justo
que ella le envidie cuando en mí le vea;
y si no se pretende mi disgusto,
ni se reciba cuenta ni se lea
carta de Santa Juana, que es lisonja
llamarla santa cuando sobra monja.
DIEGO:
Ya te debo responder
a dos cosas. La primera,
don Luis, porque quisiera
que mudases parecer,
es en la estima y respeto
de Santa Juana, a quien yo
por ver que le mereció,
guardarle siempre prometo;
porque si Naamar me avisa
que tanto estima y respeta
la santidad de un profeta
y aquella tierra que pisa,
que lleva a su patria de ella
por reliquia soberana,
yo estimo a mi Santa Juana
su tierra y sombra por ella.
Ninguna disculpa salva
a quien culpa un religioso,
que suele vengar un oso
el murmurar de una calva;
cuanto y más que si recibes
por su oración y virtud
los consejos, la salud
y hasta la vida que vives,
no la debes murmurar,
porque parecen tiranos
contra José sus hermanos,
pues él les lleva el manjar
y ellos le venden a él;
pasión de envidia inhumana,
y sustenta Santa Juana
a quien le vende cruel.
LILLO:
¡Que tantas letras alcance
y las historias que escucho
un viejo! Pero ¿qué mucho,
si hay sermones en romance?
DIEGO:
La segunda cosa es
que, respetando su nombre,
agora vivas como hombre
y como santo después;
que si yo te di el consejo,
no fue por darte pesar,
sino que quise pagar
la deuda de padre y viejo.
Hablan entretanto padre e hijo
LILLO:
Agora llega mi vez,
y convertido en dotor.
si quieres santir, señor,
y dar alegre vejez
a tu padre, está en mis manos
su salud y vida. Espera.
Récipe: una purga entera
de Cubas y sus villanos,
y verás que en pocos días,
como yo, si a esto te atreves,
serás un santo si bebes
purga de bellaquerías
sin quedar una no más,
porque hice mil seguidillas,
más que la cera amarillas,
y fui poeta por detrás.
LUIS:
Padre mío, estoy de suerte
que no me puedo alegrar,
y pienso que has de llorar
por culpa tuya mi muerte
si no me haces un favor
y me cumples un deseo.
DIEGO:
Dile, hijo, que no creo
que te le niegue mi amor.
LUIS:
César me importa que esté
por esta noche en prisión.
DIEGO:
Pues, ¿cómo o por qué razón?
LUIS:
(Buena es la que imaginé.) (-Aparte-)
Por las cuchilladas que hoy
tuvo conmigo a mi puerta.
DIEGO:
Poca razón, aunque cierta.
A darle noticia voy
a un alcalde amigo mío,
que, sin mostrar que es hacer
mi causa, le hará prender
de justicia.
LUIS:
Yo confío
de tu amor y diligencia
que me ha de dar este gusto.
DIEGO:
Vence, aunque no fuera justo,
el autor a la conciencia.
Yo voy.
LUIS:
Vamos, Lillo, pues.
LILLO:
Pienso que tu mal gobierno
nos va llevando al infierno
como recua a todos tres.
Vanse.
Salen MARÍA, monja, y la SANTA
MARÍA:
Doña Ana Manrique está,
madre, de un mortal dolor
de costado cual dirá
esta carta, y con temor Dásela
yo de que está muerta ya.
Fue de don Jorge mujer,
y por lo que a los dos debo,
madre, llego a interceder
por ella. A mucho me atrevo
pero por mí lo ha deshacer.
Escríbele, madre mía,
que ruegue por ella a Dios
que es hoy el séptimo día,
y a mí, por ver que las dos
nos hacemos compañía.
También me escribe le acuerde
esto mismo, madre Juana.
Duélase de la edad verde
de su devota doña Ana
que aprisa la vida pierde.
SANTA:
Siempre doña Ana Manrique
con obras y devoción
me ha obligado a que publique
su valor y mi afición
le muestre y le signifique;
y así yo tendré el cuidado
que a su mucho amor le debo,
y Dios será importunado
de mí, pues siempre me atrevo
a su llaga de el costado
en cuya fuente divina
la experiencia y la esperanza
salud y vida imagina,
que aun al dueño de su lanza
le sirvió de medicina.
En su costado pondré
el dolor que en él padece
doña Ana, y Jesús le dé
la salud que ella merece,
si no por mí, por su fe;
que fue mi perseguidor
don Jorge, y por su persona
la debo tener amor,
pues me labró la corona
de tanto precio y valor.
MARÍA:
¡Ay madre del alma mía!
Que renueva la memoria
que de él tengo cada día.
¿Si está don Jorge en la gloria,
cómo de Dios se confía?
Si por ventura padece
en purgatorio por mí,
¿qué más la causa merece
que en este mundo le di?
SANTA:
Dios es quien le favorece.
Vaya y tráigame recado
de escribir; responderé
a la carta que me ha dado.
MARÍA:
Favor debido a la fe
que doña Ana la ha mostrado.
Vase sor MARÍA
SANTA:
Sabe Dios cuánto deseo,
como la madre María,
saber el dichoso empleo
de don Jorge desde el día
que murió, que aunque sé y creo
que Dios a mi instancia y ruego
le perdonó, y es notorio
que ha de gozar su sosiego,
no sé si en el purgatorio
aún da materia a su fuego. Aparécese un toro, al parecer de bronce, echando llamas
Regalado Esposo mío,
soy, como mujer, curiosa
de saber. Ruego y porfío
que fue el alma venturosa
de don Jorge; en Vos confío. Sacan el toro echando fuego
Pero ¿qué monstruo de fuego
de otro Fálaris tirano,
cielos, turba mi sosiego?
Laurel, Ángel soberano,
que os dejéis ver, pido y ruego.
Sale el ÁNGEL por arriba,
después don JORGE
ÁNGEL:
¿Cuándo fue el enamorado
de la dama que pretende,
si llamado importunado,
pues que viene y condeciende
luego, a su amor y cuidado?
Aunque yo no he merecido,
Juana mía, el ser tu amante,
Dios es por quien he venido,
y en tu amoroso semblante
su paje de guarda he sido.
SANTA:
Con la quietud y reposo,
Ángel mío, que estáis vos,
sereno el rostro y hermoso,
bien dice que veis a Dios
y que le gozáis glorioso. Ábrese por un costado el toro y esté dentro Don Jorge
¡Ay mi Laurel!
ÁNGEL:
Muestra aliento;
mira a don Jorge en sus penas.
JORGE:
Vuelve, Juana, el pensamiento,
que en penas de penas llenas
excedo al rico avariento;
mas, por lo mucho que alcanza
tu oración, de los favores
de Dios espero bonanza,
que entre las llamas mayores
es céfiro la esperanza.
En el purgatorio estoy
por tu favor y merced;
pues de mí te acuerdas hoy
y es tan terrible mi sed,
piadosas voces te doy
Madre Juana, la ocasión
tienes de pagar agravios
con piadoso galardón;
recrea mis secos labios
con agua de tu oracion.
Encúbrese
SANTA:
Alma pacífica, en medio
de tantas penas espera,
que yo por darte remedio
estas penas padeciera.
¡Si hallar pudiera algún medio!
Baja el ÁNGEL
ÁNGEL:
Basta el deseo que tienes
para que a don Jorge valga
la ayuda que le previenes;
por ti querrá Dios que salga
a gozar, Juana, sus bienes.
SANTA:
¡Qué bien conoces quién es
el dueño de aquesa gloria!
Eres nube de sus pies;
por mí no encubrió la historia
de sus ángeles Moisés;
mas antes que tu hermosura
me deje triste y se parta,
la salud que aquí procura
doña Ana en aquesta carta,
Laurel divino, asegura.
ÁNGEL:
¿Quisieras tú que yo fuera
y que a doña Ana Manrique,
salud en su nombre diera,
por que de tu amor publique
honra y fama verdadera?
SANTA:
Por mí no; mas por la gloria
que ha de resultarle a Dios
de aquesta hazaña notoria.
ÁNGEL:
Vamos a verla los dos;
será tuya esa vitoria.
SANTA:
Ángel mío, dadme luego
vuestras alas y favor.
Sale MARÍA con tinta y papel
MARÍA:
Madre Juana, tarde llego,
si hay tardanza en el amor;
escriba a Madrid la ruego;
mas ¡ay de mí! que la veo
penetrando el aire puro.
Goce yo de ese trofeo.
Alguna prenda procuro
cual de Elías a Eliseo.
Arroje siquiera el velo,
si Elías arrojó el manto.
SANTA:
Hermana, tenga consuelo,
no soy digna, ni levanto
por tanto tiempo mi vuelo;
yo volveré a verla luego,
que voy a ver a doña Ana.
Desaparece
MARÍA:
Sin vos no tendré sosiego.
Yo voy a contarlo, Juana,
con doce lenguas de fuego.
Vase.
Salen LILLO y don LUIS, como de noche
LILLO:
Si va a decir la verdad,
cosa que no suelo hacer,
yo no acabo de entender
tu enredada voluntad.
LUIS:
¿Qué dudas? Pregunta.
LILLO:
Escucha.
Cuando hablé a la madre Juana,
en la cual, con ser humana,
la divinidad es mucha,
me dijo un largo sermón
que te dijese y no digo,
porque pienso que contigo
pudiera más un salmón;
y al fin cifró sus consejos
con que el hombre es vidrio en todo;
quiébranse del mesmo modo
los vasos nuevos y viejos.
No es el concepto muy grave
a quien no le entiende bien.
LUIS:
Yo sí entiendo.
LILLO:
Y también
un tabernero lo sabe.
Volví a Madrid con respuesta
esta tarde, en ocasión
que tratabas de prisión
de César. La duda es ésta:
¿para qué has hecho prender
este ginovés, que ha dado
sospechas de que ha quebrado,
y a quién has venido a ver?
LUIS:
¿Dudas más?
LILLO:
¿No son tres dudas
el por qué, cómo y a quién,
y por ser hombre de bien,
por dudas, no se ahorcó Judas?
LUIS:
¿Prendieron a César?
LILLO:
Sí;
que apenas llegó, un soplón
a un alguacil motilón,
no de los graves de aquí.
LUIS:
¿Qué es motilón?
LILLO:
Alguacil
de la villa. ¿Esto no sabes?
LUIS:
Pues ¿quién son esotros graves?
LILLO:
En criminal y en civil
los alguaciles de corte
son como más estimados
.................... [ -ados]
.................... [ -orte]
los de córte, si los pones
en danza los más honrados,
maestros y presentados
y esos son los motilones.
Embolsáronle en la red;
que una vara pesca ya
ginoveses.
LUIS:
Porque está
preso te he de hacer merced
de un vestido.
LILLO:
Tal que pueda
parecer tu mayordomo.
Fácil es hacerle.
LUIS:
¿Cómo?
LILLO:
De tus marañas de seda.
LUIS:
Respondiendo a tu pregunta,
digo que él tiene una dama
hermosa y de mucha fama.
LILLO:
Ésa es mucha gracia junta;
pero pregunto, ¿héisla visto
por la mañana en ayunas?
LUIS:
¿Por qué?
LILLO:
Porque sé de algunas
que, antes de tomar el pisto,
la unción, el ajo, el betún,
el no sé cómo le llame,
tienen una cara infame
y un frontispicio común;
y después de preparado
de el rostro, alguna mujer
tiene mejor parecer
que puede dar un letrado.
LUIS:
Basta decir que es muy bella.
LILLO:
No basta.
LUIS:
Pues ¿por qué no?
LILLO:
Quiero contestarme yo,
si tengo de hablar con ella.
LUIS:
Pues por gozar de esta dama
que pretendo y solicito,
al ginovés se la quito,
por más que le quiere y ama,
porque esta noche tenía
aplazado el primer bien.
LILLO:
Luego, ¿es doncella también?
LUIS:
Doncella, por vida mía.
LILLO:
Las doncellas de por vida
se han dado agora en mudar
en doncellas al quitar.
LUIS:
Es doncella y bien nacida.
LILLO:
¿Así que nació doncella?
Esó aún se puede creer
de tan honrada mujer
por tu respeto y por ella.
LUIS:
Yo vengo, en fin, a gozar
esta cesárea afición.
LILLO:
Tú vienes a ser ladrón;
Amor te ha de disculpar.
Dijo un buen entendimiento,
por cortesano lenguaje,
que la ocasión tiene un paje
llamado arrepentimiento;
porque es forzosa razón
que se duela y se arrepienta
cualquier persona que sienta
que se pasó la ocasión;
y tú, que en aqueste ensayo
nadie quieres que te ultraje,
por excusar aquel paje
vienes con este lacayo.
LUIS:
Calla, que ya en la ventana
hacen señal.
LILLO:
Pues espera,
que si ella te conociera
fuera tu esperanza vana.
Déjame. Llegaré yo,
y creerá que soy crïado
de César.
LUIS:
Bien has pensado.
Sale a la ventana doña INÉS
LILLO:
¿He de llegar?
LUIS:
¿Por qué no?
INÉS:
¡Ce!
LILLO:
De.
INÉS:
¿Sois vos?
LILLO:
¿Eres tú?
INÉS:
¿Es César?
LILLO:
Y caballero
con seis letras de dinero
bien venido del Pirú.
LUIS:
¿Qué dices?
LILLO:
Aún no me ha oído.
LUIS:
Habla como su crïado
y no como él.
LILLO:
Yo he pecado;
que pude ser conocido.
INÉS:
¿Quién es?
LILLO:
Soy un servidor
o orinal de César, que
viene con él, y llegué
por él hablarla. ¿Señor?
INÉS:
No me hables que le está mal
a mi honor. Entra, que es hora.
LILLO:
Ya llega César, señora,
como un reloj puntüal,
como un reloj concertado,
como un reloj cuidadoso,
como un reloj dadivoso
y como un reloj armado.
LUIS:
¡Mi bien!
INÉS:
Entrad, gloria mía;
gozad, César, la ocasión.
Vanse
LILLO:
Si es César o Cicerón
allá lo veréis de día.
Pero ¡por Dios, que he quedado
a la luna de Valencia!
El no entrar fue impertinencia,
lacayo soy serenado.
Bien me pudiera yo ir
a acostar, porque mi amo
no puede, si yo le llamo,
socorrerme ni acudir.
No me acuerdo que haya santo
abogado contra el miedo.
El mejor santo es san Credo
y si alguien viene san Canto.
Sale don DIEGO y habla cada una de por sí
DIEGO:
Preso está César, y temo
alguna gran travesura
de Luis, que es quien procura
que esté preso.
LILLO:
Por extremo
tiemblo.
DIEGO:
He venido a rondar
esta calle, por si acaso
le hallo.
LILLO:
Ya siento un paso;
Judas debe de pasar.
DIEGO:
La casa de doña Inés
pienso que es aquélla; sí.
LILLO:
Un bulto negro está allí,
Mauregato pienso que es.
Voyme, que es descortesía
defenderle yo la puerta.
DIEGO:
Pues él se va, cosa es cierta
que no es su casa. Querría
saber quién es. ¡Hola, hidalgo!
LILLO:
No soy hidalgo.
DIEGO:
¿Galán?
LILLO:
No soy galán.
DIEGO:
¿Sacristán?
LILLO:
No soy sacristán.
DIEGO:
¿Sois algo?
LILLO:
No soy nada; que es mejor
no ser nada en paz que mucho
en guerra.
DIEGO:
Escuchad.
LILLO:
Escucho.
DIEGO:
¿Es Lillo?
LILLO:
Yo soy, señor;
y si no supiera yo
que es mi amo quien me humilla,
triunfara con la espadilla
que muchas bazas ganó.
DIEGO:
¿Dónde está Luis?
LILLO:
No sé.
DIEGO:
Pues, ¿no está aquí?
LILLO:
Sí, estará.
DIEGO:
Luego, ¿sabes dónde está?
LILLO:
No sé yo si estará en pie,
sentado, acostado o cómo;
porque el amor y Mahoma
permiten que duerma y coma
sin decirnos duermo y como.
DIEGO:
No sé si entraré; no es justo
darle pesadumbre en eso;
pues su contrario está preso,
huélguese, siga su gusto.
¡Ay, Amor, qué mal cumplís,
las leyes de vuestro honor!
Mas soy padre, tengo amor,
y no más que a don Lüís.
Huélguese, que aunque no es justo
haberle en esto ayudado,
más quiero verme culpado
que verle a él con disgusto.
Quedaos Lillo.
Vase
LILLO:
¡Oh, padre tierno,
amoroso y tan sufrido
que, de amor desvanecido,
llevas tu hijo al infierno!
Sale don LUIS
LUIS:
¡Oh, mal haya!
LILLO:
¿Ya lo escupes?
¿Tan malo es el bodegón?
LUIS:
En gozando la ocasión
nunca más la calle ocupes.
Sale CÉSAR
CÉSAR:
El alcaide, aficionado
de mi dinero y de mí,
me da licencia que salga
por esta noche a dormir
a mi casa.
LUIS:
Gente suena.
LILLO:
Si suena será nariz.
¿Si es tu padre?
LUIS:
Sea quien fuere,
vámonos, Lillo, de aquí.
Vanse don LUIS y LILLO.
Sale a la ventana doña INÉS
INÉS:
Ya perdido el primer sueño
será imposible dormir,
y así quiero ver si César
se fue ya. ¿No es aquél? Sí.
César, mi bien...
CÉSAR:
Inés mía,
dichoso he sido en venir
a tal punto, pues mi amor
a la reja recebís.
No sabéis como estoy preso
por un señor alguacil,
que es como necesidad
con cara de hereje al fin.
Prendióme por causa leve,
que apenas llegué a reñir,
sino a mostrar de mi espada
el toledano buril.
INÉS:
¿Cómo no me lo habéis dicho
hasta aquí?
CÉSAR:
Porque no os vi
hasta agora.
INÉS:
¿Cómo es eso?
César mío, ¿qué decís?
CÉSAR:
Digo, mi bien, que estoy preso,
y por dineros salí
esta noche de la cárcel,
y mi amor vengo a cumplir.
Mandad, señora, a una esclava
de quien fïando os servís,
que, porque espero a la puerta,
venga más de prisa a abrir.
INÉS:
¿Qué decís, César?
CÉSAR:
¿Qué digo?
¿Qué confusión hay aquí
de lenguas? Nunca yo os dije
cosas de amor en latín.
Mandadme abrir; no os burléis.
INÉS:
Si vos no os burláis de mí,
no os entiendo.
CÉSAR:
¿Cómo no?
INÉS:
Pues ¿agora no salís?
CÉSAR:
Sí, señora, de la cárcel.
INÉS:
No, sino de mi jardín,
donde, en amorosos lazos,
palabra de esposa os di;
donde, con atrevimiento
más que fuera justo en mí,
Venus matizó las rosas
de mi mal logrado abril.
CÉSAR:
¿Qué es lo que decís, Inés?
Yo no soy, porque no fui
el venturoso ladrón,
abeja de ese jazmín,
Otro Paris ha gozado
lo que a mí me atribuís,
que no guarda más sus frutos
el paraíso de Madrid.
INÉS:
Ya, cortesano extranjero
y desatino gentil,
te entiendo; ya sé que niegas
las prendas que yo te di.
No es este lugar de quejas
ni he de dar voces aquí;
mujer soy, si me injuriaste
yo me vengaré de ti.
Vase doña INÉS
CÉSAR:
Escucha, engañada hermosa;
mira si fue don Luis
el ladrón del dulce sueño
que ha tenido tan mal fin.
Él es, sin duda ninguna.
¡Plegue a Dios, si fuese ansí,
que marchite y seque el tiempo
la verde edad de mi abril!
¡Plegue a Dios no vuelva
a Italia sin padecer y sentir,
tormentas donde me anegue
sin darme ayuda el delfín!
¡Plegue a Dios que Dios me falte
si no me vengare en ti
o matándote o muriendo,
pues es vengarse el morir!
Vase.
Sale la SANTA sola
SANTA:
¿No sabremos, cuerpo bajo,
qué cansancio o aflicción
os da pena? Mas no son
ruines para el trabajo.
¿Diréis que andáis todo el día,
lo que el coro da lugar,
ocupado, ya en curar
monjas en la enfermería,
ya en los ejercicios santos
del fregar y del barrer,
ya en ir al horno a cocer
el pan para pobres tantos,
ya en llevar de la obediencia
el yugo, y querréis decir
que ya no podéis sufrir
tanto ayuno y penitencia,
que os dé descanso de hoy más?
¿Y parecerá muy bien
que, cual los hijos de Efrén,
volváis la cabeza atrás,
cuando la victoria espera
el premio que merecéis,
y que cansado os paréis
en mitad de la carrera?
No, cuerpo, hasta la vitoria,
si la queréis alcanzar,
todo ha de ser pelear,
que al fin se canta la gloria.
Quien quiere tener caudal
cuando el alma se despida
en el día de la vida
ha de ganar el jornal
que en la noche de la muerte,
como el jornalero, cobra;
que no ha de alzar de la obra
hasta la noche el que es fuerte.
Caminad, que se apresura
la noche, y si tenéis cuenta,
a vista estáis de la venta,
si es venta la sepultura;
si viene el cansancio,
echalde, y anímeos el interés
por que no os digan después
que tomáis el pan de balde.
Eterno amante,
David, Salomón, Asuero,
hombre Dios, león, cordero,
pastor, Rey, niño, gigante,
siempre he de subir a veros,
amor, con santa ventaja.
JESÚS:
Ansí ensalzo al que se abaja.
SANTA:
Amores son verdaderos.
JESÚS:
¿Qué haces?
SANTA:
Reprender,
mi Dios, un cuerpo holgazán
que, comiendo vuestro pan,
la carga deja caer
que la religión encierra;
pero como fue formado
de tierra y está cansado,
no hay quien le alce de la tierra.
VIRGEN:
¿Quiéreste, Juana, venir
con nosotros?
SANTA:
Si ha de ser
el ir para no volver,
no tengo que prevenir;
todo, reina soberana,
está a punto; vamos luego.
JESÚS:
A mi celestial sosiego
irás brevemente, Juana;
ruegos de tus monjas son
los que hasta aquí han impedido
tu muerte.
SANTA:
Tu amor ha sido,
mi Dios, larga dilación
de este destierro pesado;
y siendo, Señor, ansí,
con David diré, "¡Ay de mí,
que me le habéis prolongado!"
Pero, amores, ¿dónde bueno
vais, que así me convidáis?
JESÚS:
A recrearte.
SANTA:
Bien dais,
amoroso nazareno,
muestras que es vuestro blasón
el amor que aquí os envía.
JESÚS:
Ven.
SANTA:
En vuestra compañía
todo será recreación.
Dejadme, mi Dios, besar
estos soberanos pies,
porque a los vuestros después,
Virgen, me pueda postrar.
JESÚS:
¡Ay prenda cara, y qué de ello
te quiero!
SANTA:
¡Qué tal escucho!
¡Ay mi Dios!
JESÚS:
¿Quiéresme mucho?
SANTA:
Mucho.
JESÚS:
¿Cuánto?
SANTA:
Tanto de ello.
JESÚS:
Pídeme mercedes.
SANTA:
Pido
dos cosas no más, mi Dios;
mas siendo tan largo Vos
corta en el pedir he sido.
Un muerto y un vivo son
los que por intercesora
me han puesto, y de Vos agora
tienen de alcanzar perdón.
El alma, Esposo divino,
de don Jorge está penando
y entre llamas apurando,
como metal rico y fino,
los quilates de aquel oro
que en vuestra mesa ha de estar;
yo le vi, Señor, penar
dentro de un ardiente toro,
con un tormento excesivo;
alcance yo de estos pies
que esté ya libre.
JESÚS:
¿Quién es
el segundo?
SANTA:
Un muerto vivo;
muerto en vicios vino al mundo.
Es, mi Jesús, don Lüís,
y si Vos le reducís
tendréis un Saulo segundo.
JESÚS:
Hijo que desobedece
a su padre, Juana mía,
y en sus pecados porfía
obstinado, no merece
mi perdón.
SANTA:
Sí, sí, mi Dios,
que es mi devoto su padre;
pues sois su divina Madre,
Virgen, pedídselo vos.
VIRGEN:
Hijo, a cosa que os suplica
Juana, no digáis de no.
JESÚS:
Madre, no sea; cesó
mi enojo.
SANTA:
Ya quedo rica.
JESÚS:
Yo haré que, cual otro Saulo,
si a la virtud hace guerra,
caiga don Luis en tierra
y imite después a Paulo.
SANTA:
¿Y de don Jorge, Señor?
JESÚS:
Por ti, Juana, le perdono.
SANTA:
Vuestro eterno amor pregono.
JESÚS:
Hoy a mi eterno favor
subirá.
SANTA:
¿Qué, por los dos
tal favor se me concede?
VIRGEN:
Sí, que todo aquesto puede
Juana de la Cruz con Dios.