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La segunda parte de Lazarillo de Tormes/I

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Capítulo I

En que da cuenta Lázaro de la amistad que tuvo en Toledo con unos tudescos, y lo que con ellos passaba.


En este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna, y como yo siempre anduviesse acompañado de una buena galleta de unos buenos frutos que en esta tierra se crían, para muestra de lo que pregonaba, cobré tantos amigos y señores, assí naturales como estranjeros, que do quiera que llegaba no había para mí puerta cerrada; y en tanta manera me vi favorescido, que me parece, si entonces matara un hombre, o me acaeciera algún caso recio, hallara a todo el mundo de mi bando y tuviera en aquellos mis señores todo favor y socorro. Mas yo nunca los dexaba boquisecos, queriéndolos llevar comigo a lo mejor que yo había echado en la ciudad, a do hacíamos la buena y espléndida vida y xira; allí nos aconteció muchas veces entrar en nuestros pies y salir en ajenos. Y lo mejor desto es que todo este tiempo, maldita la blanca Lázaro de Tormes gastó, ni se la consentían gastar; antes, si alguna vez yo de industria echaba mano a la bolsa fingiendo quererlo pagar, tomábanlo por afrenta y mirábanme con alguna ira y decían: Nite, nite, Asticot, lanz, reprehendiéndome diciendo que do ellos estaban nadie había de pagar blanca.

Yo con aquello moríame de amores de tal gente, porque no sólo esto, mas de perniles de tocino, pedaços de piernas de carnero cocidas en aquellos cordiales vinos con mucha de la fina especia, y de sobras de cecinas y de pan me henchían la falda y los senos cada vez que nos juntábamos, que tenía en mi casa de comer yo y mi mujer hasta hartar una semana entera. Acordábame en estas harturas de las mis hambres passadas, y alababa al Señor, y dábale gracias que assí andan las cosas y tiempos. Mas como dice el refrán: «Quien bien te hará, o se te irá o se morirá». Assí me acaeció, que se mudó la gran corte, como hacer suele. Y al partir fui muy requirido de aquellos mis grandes amigos me fuesse con ellos, y que me harían y acontecerían. Mas acordándome del proverbio que se dice: «Más vale el mal conocido, que el bien por conocer», agradeciéndoles su buena voluntad, con muchos abraços y tristeza me despedí dellos. Y cierto, si casado no fuera, no dexara su compañía por ser gente hecha muy a mi gusto y condición. Y es vida graciosa la que viven, no fantástigos, ni presumptuosos; sin escrúpulo ni asco de entrarse en cualquier bodegón, la gorra quitada si el vino lo merece: gente llana y honrada, y tal y tan bien proveída, que no me la depare Dios peor cuando buena sed tuviere. Mas el amor de la mujer y de la patria que ya por mía tengo, pues como dicen: «¿De dó eres, hombre?», tiraron por mí; y assí me quedé en esta ciudad, aunque muy conocido de los moradores della, con mucha soledad de los amigos y vida cortesana.

Estuve muy a mi placer con acrecentamiento de alegría y linaje por el nacimiento de una muy hermosa niña que en estos medios mi mujer parió, que aunque yo tenía alguna sospecha, ella me juró que era mía, hasta que a la fortuna le pareció haberme mucho olvidado y ser justo tornarme a mostrar su airado y severo gesto cruel, y aguarme estos pocos años de sabrosa y descansada vida con otros tantos de trabajos y amarga muerte. ¡Oh gran Dios! Y ¿quién podrá escrebir un infortunio tan desastrado y acaecimiento tan sin dicha, que no dexe holgar el tintero poniendo la pluma a sus ojos?