La soledad (Martínez de la Rosa)
(Redirigido desde «La soledad (Martínez)»)
Único asilo en mis eternos males, Augusta soledad, aquí en tu seno, Lejos del hombre y su importuna vista, Déjame libre suspirar al menos: Aquí, a la sombra de tu horror sublime, Daré al aire mis lúgubres lamentos, sin que mi duelo y mi penar insulten Con sacrílega risa los perversos, Ni la falsa piedad tienda su mano, Mi llanto enjuque y me traspasa el pecho. Todo convida a meditar: la noche El mundo envuelve en tenebroso velo; Y aumentando el pavor, quiebran las nubes De la luna los pálidos reflejos: El informe peñasco, el mar profundo Hirviendo en torno con medroso estruendo, el viento que bramando sordamente Turba apenas el lúgubre silencio, Todo inspira terror, y todo adula Mi triste afán y mi dolor acerbo. La horrible majestad que me rodea Lentamente descarga el grave peso que mi pecho oprimió: por vez primera Se mezclan mis sollozos a mis ecos, Y apiadado el destino da a mis ojos De una mísera lágrima el consuelo.. ¡Llanto feliz! Cual bienhechor rocío templa la sed del abrasado suelo, Calma la angustia, la mortal congoja Con que batalla mi cansado esfuerzo; Y en plácida tristeza absorta el alma, No envidiará la dicha ni el contento. Solo en el mundo, de ilusiones libre, de vil temor y esperanza ajeno, Encontraré la paz que vanamente me ofreció con su magia el universo. ¿Qué importa que a mi planta mal segura Aún falte tierra que estampar su sello, Y al carcomido escollo amenazando, Me estreche el mar en angustioso cerco? ¿No me basto a mi mismo? ¿No me es dado Alzar mis ojos sin pavor al cielo, Sentir mi corazón que quieto late, Y el mundo contemplar con menosprecio? Yo vi en mi aurora de mi edad florida Sus encantos brindarse a mis deseos: Gloria, riquezas, cuantos falsos bienes Anhela el hombre en su delirio ciego, En torno me cercaron: oficiosa La amistad redoblada mi contento; La pérfida ambición me sonreía; Me brindaba le amor su dulce seno... Temí, temblé, me apercibí al combate, Demandé a mi razón su flaco esfuerzo; Y apenas pude en afanosa lucha Rechazar tanto hechizo lisonjero. ¡Qué fuera, Dios, si al rápido torrente Yo propio me arrojara! En presto vuelo Pasaron cinco lustros de mi vida, Y el cuadro encantador huyó con ellos ; Huyó, volví la vista, lance un grito.... Y en vez de flores encontré un desierto.