La tía Malicana
Nota: Se ha conservado la ortografía original excepto en el caso de algunos acentos
De la serie: Tipos madrileños.
Apenas habia el rubicundo Apolo tendido sobre la faz de la tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos asomaba, cuando la tia Malicana, no bien comenzaban a ser los últimos días de octubre ó los primeros de noviembre, aparecia todos los años en la plaza Mayor de Madrid.
¿Pero quién era la tia Malicana?
¡Oh! Dios es Dios, dice la Biblia. La Salamandra es la Salamandra, dice Eugenio Sue. Yo digo: la tia Malicana es la tia Malicana;
Porque no sé quién es y sé muy poco lo que es.
A mí me parece que la tía Maficana debe ser una mujer, en atencion a que lleva a la cabeza un pañuelo de yerbas, otro de muleton ceñido al cuerpo, y una falda de percal antique. Sus facciones están sin acabar, como las de las niñas del hospicio; de suerte, y edad.
Lo mismo puede tener quince que sesenta años.
Por lo demás, la tia Malicana seria alta, si pudiese enderezar la columna vertebral, y hasta gallarda, a no tener tan saliente el homóplato izquierdo. Anda de un modo particular: se asemeja áún pájaro al que han quebrado un ala.
Como he dicho en el elegante y rotun lo período con que comienzo este artículo, a principios de invierno, algunos minutos despues de salir el sol (cuando salia) se presentaba la tía Málicana en la Plaza Mayor, con una cesta colgada del brazo izquierdo, y gritandó esta frase singular:
¡A chavito malicanas!
Mis léctores habrán comprendido que a chavito, quiere decir, a ochavito, diminutivo de ochavo; pero la palabra malicanas, ¿qué es, a qué lengua ó dialecto pertenece? Aun suponiéndola adulterada, ¿qué quiere significar?
Registremos la cesta de la tia Malicana.
Allá en el fondo, sobre un papel casi blanco, aparecen en montones, unos objetos indefinibles, informes, casi inverosímiles, que parecen el engendro de un pastel y de una torta, bañados de un color amarillo y que se asemeja a una estrella contrahecha ó mas bien al pulpo, descrito por Víctor Hugo con las antenas estendidas.
¿De qué materias están confeccionados? Nadie lo sabe: del mismo modo que, los confiteros de Madrid, segun un viajero francés, poseen un secreto especial para hacer azucarillos, asi la tia Malicana guarla el secreto de su maravillosa mercancía.
¿A qué saben las malicanas? ¡Oh! preguntádselo a los chicos de la Plaza Mayor y sus inmediaciones.
¿Por qué se llaman malicanas? Yo supongo que la vendedora las ha impuesto su nombre; pues aúnque un gorrero de la Plaza me ha dicho que malicana, quiere decir americana, y yo hallaba admisible esta etimología, despues he descubierto razones en contra.
Algunas veces, cuando la tía Malicana se sentaba en uno de los bancos de la Plaza, yo desde el inmediato la observaba con curioso asombro. Entonces, si algun chicuelo la jugaba alguna mala pasada, como por ejemplo, intentar derribar la cesta, ó darla un majuelazo, oia a la tia increparlo con estas palabras:
–¡Moloso, moloso!
En un principio creí que queria decir goloso, estropeando la palabra como lo habia hecho con la de americana; mas posteriormente un incidente casual me ha anegado en un mar de suposiciones.
En un baratillo de libros encontré el tomo segundo de una obra, que ignoro cuál sea, cuyo tercer capítulo tiene el siguiente epígrafe:
El rey de los molosos, Pirro, sacrifica a Minerva las armas del rey Malicano y de los intrépidos gaulas, que él venció.
Ahora bien, ¿descenderá la tia Malicana del rey vencido por Pirro y la palabra moloso con que ella desahoga su cólera, será un dicterio tradicional?
¡Quién sabe! Por Sevilla vaga un francés descamisado que pretende descender de Carlo-Magno.
Durante el verano, la tia Malicana desaparece. ..
Pero entendámonos—dirá el lector, —la tia Malicana aparecia, la tia Malicana desaparece, ¿habla usted en pasado ó en presente? ¡Cómo se conoce que no es usted académico de la lengua!
Benévolo lector, un poco de paciencia.
Cuando las primeras margaritas matizan los campos, cuando los diestros taurinos, como diria el tio Cándido, mandan repasar y zurzir sus capotes de torear, cuando la cigüeña de la torre de San Andrés vuelve á su nido, cuando las primeras golondrinas...
Iba á cometer una inexactitud, porque las golondrinas ya no tienen la amabilidad de visitarnos, con gran gran asombro de los hombres de ciencia, que no saben á qué causas atribuir tan estraño fenómeno. Esto me recuerda un libro, que leí de niño, y une me produjo una viva impresión: era un tratado sobre el Antecristo, cuyo autor be olvidado, y en el cual, entre otros signos infalibles para conocer la época del nacimiento del precursor de aquel, se refería á la desaparición de las golondrinas.
Y esto me recuerda también la tontería de un ami- go mió, enemigo, quizá envidioso, de la poesía laberíntica, el cual supone que el señor Estrada es el precursor del Antecristo.
Continuemos.
Cuando viene la primavera, se va la tía Malicana.
Tal vez no quiere confundirse con la plebe de los animales que permanecen aletargados durante el invierno y reviven en la estación de las flores; acaso la misteriosa pasta de que están hechas las malicanas, no sea digerible mas que en el rigor del frío.
El gorrero, de que ya be hecho mención, asegura que la tia Malicana se va á veranear á la Virgen del Puerto.
Por mi parte, no sé nada; para mí la tia Malicana es una esfinge en chanclas.
Lo cierto es, que desaparece, hasta que los muchachos de la plaza, y los majueleros, y los barquilleros y las vendedoras de pañuelos y cintas, pasados algunos meses, dicen casi en coro: «Ya ha vuelto la tia Malina; pronto tendremos frió!»
¡Qué feliz era la tia Malicana, cuando después de dar dos vueltas de picadero alrededor de la plaza, pregonando su maravillosa mercancía, se sentaba junto a un poste, si hacia mal tiempo, ó se bañaba de sol en un banco del jardín!
Los chicos acudían como moscas, menudeaban los chavitos y las malicanas desaparecían de la cesta.
¡Otra singularidad! a cada una de estas que vendía, la tía Malicana prorumpia en esta frase musical:
Do-re-mi-fa-so-la-si-si-la-sol-fa-mi-re-do.
Sabe música ¡gran Dios! ¿si efectivamente será de buena familia?
Asi pasaba la tia Malicana su dichosa existencia, aclimatada en la plaza Mayor como una flor en un invernáculo.
Mas ¡ay! la dicha mundana
Es de corta duración:
Flor fue la tia Malicana
Que con su furia tirana
Secó don Pantaleon.
Don Pantaleon tiene una tienda de ropería en la Plaza Mayor, es rico, hombre de bien á carta cabal, ha sido concejal dos veces y lo será la tercera cuando su partido suba al poder. Está casado con una señora llena de gracias y de virtudes, y Dios ha bendecido su tálamo dándole un vástago masculino, que a la sazon cuenta ocho años de edad.
Todas estas cosas reunidas hacen de don Pantaleon un hombre importante, y aunque su almacen está situado en la parte del Norte, su influencia se estiende mas allá de la del Sur.
Es el Bismarck de la Plaza Mayor.
Sucedió, pues, que una mañana, al hacer un pago el digno ropero, dejóse olvidada sobre el mostrador una moneda de dos reales. Su hijo, que se hallaba próximo, viola al mismo tiempo que pasaba la tía Malicana gritando:
-¡A chavito malicanas!
La tentacion era grande; aquella crisálida de ropero no pudo resistirla, y tomando la moneda, deslizóse fuera de la tienda, culebreó por entre los postes de junto a la vendedora, compró seis malicanas y se las comió con cierta voluptuosidad mezclada de remordimientos, los cuales aumentaron la voluptuosidad.
Aquel dia era festivo, y como el chico no tenia que ir a la escuela, se entretuvo en hacer salidas de la tienda, engulléndose de vez en cuando dos ó tres de aquellos maravillosos pasteles...
Por lo visto, el hijo de don Pantaleon era un águila para las malicanas: en poco mas de una hora se había comido treinta y dos.
Eliogábalo, el gloton emperador romano, se almorzó un dia un gamo de los Alpes, dos cabritillos de los campos de Bayas, cuatro pichones de Otranto, dos docenas de murenas del estanque del Tiber, una de lampreas del lago Trasimeno y una ensalada de colibrís.
Comprendemos este refrigerio imperial; ¡pero comerse treinta y dos malicanas, qué hórror!
Y es el caso, que el insaciable roperito iba ya a emplear un cuarto que le quedaba en engullirse otras dos, cuando le sórprendió su padre con la masa en las manos.
Don Pantaleon lanzó una mirada de indignacion a la tia Malicana, otra de severidad a su hijo, y cogiéndole por un brazo le encerró en la trastienda de su almacén.
Tres horas despues, el chico, no pudiendo digerir la pasta de las málicanas, estaba a la muerte, y en la casa del ropero no se oian mas que ayes y esclamaciones de dolor, porque exasperado con la enfermedad de su heredero, reñia a sus dependientes, los cuales de coraje se rascaban los sabañones hasta hacerse sangre, increpaba a su esposa por lo mal que criaba a su hijo, y la pobre señora, que aunque ropera, era sensible, como educada con las novelas de la condesa de Genlis, lloraba a lágrima viva, y para colmo de desgracias, á fuerza de llorar, al dia siguiente enfermó de los ojos; y como este mal es tan contagioso, se le pegó al mancebo mayor y éste a la criada, de suerte que don Pantaleon no se daba mano a pagar recetas y aquella casa se convirtió en una sucursal del hospital general.
Por fin, con la mejoría del vástago roperil, volvió a ella la tranquilidad; pero el indignado comerciante en paños, juró vengarse de la causante de tantos sinsabores.
¡Pobre tia Malicana!
Desgraciadamente, habiendo llegado a conocimiento de ésta la cólera de don Pantaleon, no volvió a presentarse en la Plaza, y digo desgraciadamente, orque mas la valiera haberla arrostrado, que sufrir as consecuencias de su ostracismo.
Porque la tia Malicana no puede vivir ni física ni moralmente sin la Plaza Mayor.
Ayer mismo, ignorante de lo ocurrido, la busqué ortodo su recinto, hasta que el gorrero de quien ya jar por la calle del 7 de Julio, ví a la tia Malicana, que inmóvil, lanzaba miradas estraviadas hacia la Plaza, pero sin atreverse a entrar en ella.
La pobre mujer cree ver en todas partes la amenazadora fisonomía del ropero, y anda vagando por aquellos contornos, como las sombras por las riberas de la Estigia, ó como yo por delante de la puerta de la Academia de la lengua. Las malicanas están en baja; ya no se venden, bien sea por falta de esmero en su confeccion, ó bien porque los muchachos (primeros consumidores) las han olvidado por las castañas cocidas y por las majuelas con su correspondiente canuto para dejar tuertos a los transeuntes.
¡Ah, la venganza es el placer de los dioses y de los roperos! ¡Pobre tia Malicana!
Voy a concluir aconsejando a mis lectores, que los que no la tengan, se proporcionen inmediatamente una renta de seis mil duros por lo menos, a fin de sobrellevar los rigores de la estacion, que amenaza ser duradera , porque este año, segun noticias, la tia Malicana se ha dejado ver muy pronto y la tia Malicana es la golondrina del invierno.