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La vida de San Pedro Nolasco/Acto III

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La vida de San Pedro Nolasco
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen FRAY GUILLERMO y PIERRES.
GUILLERMO:

  Bien debe de tan prósperas vitorias
al Dios de los ejércitos las glorias,
de cuya mano Jaime las recibe.

PIERRES:

Y después de su mano soberana
a la oración por quien el Rey la gana.

GUILLERMO:

Dichoso el Rey que tiene mientras vive,
quien tanto con el Rey del cielo prive.

PIERRES:

Ganó a Mallorca el Rey, ganó a Valencia
por la oración de nuestro Pedro santo,
después de haberse defendido tanto.

GUILLERMO:

¡Qué poco aprovechó la resistencia!

PIERRES:

Cinco veces el Sol dio por la cinta,
que de diversos animales pinta
al Aries oro, y a los peces plata,
mientras que la ciudad por quien dilata
cristal del Turia sobre arenas de oro,
se defendió por el valiente Moro.
Mas cuando halló nuestro divino Pedro
la imagen soberana
de la palma, ciprés, oliva y cedro,
sirviéndole del cielo una campana,
en que las enterraban y ponían
los que huyendo venían
del Moro a la montaña
de la sangrienta destruición de España.
Luego le reveló a Guillermo el cielo
con siete estrellas, que en su puro velo
como pequeñas lunas rutilantes,
fueron entonces letras de diamantes,
que la ciudad al fin se rendiría.

GUILLERMO:

Desmayaban los nobles la porfía
del rey aragonés, mas Pedro santo
animó su valor y esfuerzo tanto,
que al fin se le entregó Valencia, y vemos
fundado en ella el Templo que hoy tenemos,
después de tantos que se van fundando.

PIERRES:

¿Que viva nuestro Padre trabajando
en tantas fundaciones,
y caminos de tantas redenciones,
ya no solo en Granada y en Sevilla,
pero en Argel?

GUILLERMO:

¡Estraña maravilla!,
que dure aquel sujeto
con tanta penitencia.

PIERRES:

Oh cuan inquieto
le trae agora el bravo Federico,
que de vitorias y laureles rico
va destruyendo a Italia, y con estraña
ferocidad amenazando a España,
jura robar sus vidas y tesoros.

GUILLERMO:

Bárbaro trae ejércitos de moros,
con que otra vez su destruición se teme.
No hay templo que no queme,
no hay ciudad que no abrase.

PIERRES:

¡Ay de ti Roma cuando el Tíber pase!

GUILLERMO:

Con esto el gran Pontífice Gregorio,
y el sacro Consistorio,
que trueca en luto, y en color morada
lo rojo de la púrpura sagrada,
le piden, que a Dios pida, tiemple el fiero
rigor de Marte al Alemán severo,
con que la Italia abrasa.
Y así no solamente en nuestra casa
hace Pedro notables diferencias
de graves penitencias,
pero públicamente en Barcelona
viendo que tiembla a España la Corona.

(Entra SAN PEDRO.)
PEDRO:

  Al Embajador francés
lleva, Pierres, esta carta,
y advierte, que no se parta
primero que se la des.
  Quiere su rey conquistar
la tierra santa, y aliento
con esta su pensamiento.

PIERRES:

No sé dónde hallas lugar,
  Padre, para tantas cosas.

PEDRO:

Y tú, Guillermo, encomienda
a Dios, que a España defienda
de las manos rigurosas
  del nuevo bárbaro Atila
Federico.

GUILLERMO:

El cielo santo
oiga a Italia, cuyo llanto
la propia sangre distila.

(Vase.)
PEDRO:

  Eterno Rey del cielo
de quien tiemblan sus cándidas colunas,
vos que rompiendo el velo
del rojo mar las armas importunas
del Gitano en el agua sepultastes,
y en la arena sus carros estampastes.
  Quebrad la altiva frente
de Federico airado, el brazo estienda
el cetro omnipotente,
a sus caballos detened la rienda,
no permitáis que vuestra Iglesia ultrajen,
truenen las nubes y los rayos bajen.
  Y vos, Señora mía,
alma, Virgen, Ester, rogad piadosa,
que tiemple la porfía
este Alemán, o Amán, que la imperiosa
mano levanta y a la fiera espada
sangre bañó la guarnición dorada.

(Recibe dos bofetones. De los lados del teatro salgan ESPAÑA armada y ITALIA vestida de negro.)
ITALIA:

  Prosigue Pedro santo
en tu santa oración, mi rostro mira
bañado en tierno llanto.
La Italia llora, tímida suspira
la Iglesia, y el Pontífice supremo
el barco mira ya sin vela y remo.
  Roma el cabello suelto,
cabeza ya del mundo, llora y gime
el Tibre en sangre vuelto,
y el bárbaro crüel la espada esgrime
con tal furor, que de los filos suena
el eco horrible en la primer almena.
  De la sagrada barca
con la punta persina los pilotos
el fiero heresiarca,
yacen las velas y los remos rotos,
que con los sacerdotes más airado
la arena esmalta del licor sagrado.
  Pídele, Pedro, pide
remedio a tanto mal.

ESPAÑA:

Oh Pedro, advierte,
que si el cielo no impide
el ímpetu cruel del brazo fuerte,
con que la Italia toda en sangre baña,
Muza vuelve otra vez feroz a España.
  Las armas aperciben
en Castilla, Aragón y Lusitania,
con tanto temor viven
deste rayo que baja de Alemania,
que si sus moros aquel siglo imitan,
las cenizas del Godo resucitan.

PEDRO:

  Pedro, de mí te duele,
levántate, Señor, tu causa juzga,
y este bárbaro impele,
o que a tu fe divina se reduzga,
o antes de ver las playas españolas
fulminado Faetón caiga en las olas.

(DOÑA TERESA y DON FERNANDO cautivos.)
TERESA:

  No me puedo consolar
de mi fortuna cruel.

FERNANDO:

Cuando yo te vi en Argel
no me acabé de admirar.
Los peligros de la mar
a los de la tierra exceden.

TERESA:

Mis males contentos queden
de que su consuelo estriba,
en que pues ya soy cautiva,
ni crecer, ni menguar pueden.

FERNANDO:

  Estraña ha sido tu suerte,
tales las del mundo son,
pues te veo en ocasión,
que me ha pesado de verte.
De tu suceso me advierte,
señora, y descansarás,
pues contándole podrás.

TERESA:

Ojos de lágrimas llenos
mientras yo digo lo menos
hablad vosotros lo más.
  Yo soy, don Fernando amigo,
española, como sabes,
doña Teresa es mi nombre,
y mi apellido Vidaurre.
Zaragoza de Aragón
fue mi patria, y de mis padres
nobles, aunque tiene muchos,
que tienen pocos iguales.
Por mi desdicha me vio
una tarde el rey don Jaime,
y tarde, que para mí
tendrá su remedio tarde.
Parecile bien por dicha,
no, Fernando, por mis partes,
mas por ser tan mozo el Rey,
que fue fácil agradarse
de la primera ocasión,
porque están las voluntades
entonces como las flores,
que a la primavera salen.
Las diligencias del Rey
bien creerás que fueron grandes,
porque el amor y el poder
todo cuanto quieren hacen.

TERESA:

Mas como yo honestamente
de mi honor considerase
la calidad, y temiese
cuanto suele ser mudable
el pensamiento en los hombres
con historias ejemplares
de amor y aborrecimiento,
y se me representase
Tamar forzada de Amón,
que siendo en belleza un ángel
se vio adorada al Aurora,
y aborrecida a la tarde;
puse en defensa mi honor,
nombrando por capitanes
la ley de Dios, la nobleza,
la castidad y la sangre.
Mas como en la resistencia
de la torre insuperable
de mi honor, el Rey mancebo
más fuego que yelo hallase,
una noche, que a mis rejas
amorosas tempestades
daban con agua en los ojos,
suspiros, rayos al aire,
le dije que era imposible,
mientras que no se casase
conmigo, o lo prometiese
con juramentos bastantes.

TERESA:

Porque las flechas de amor,
por más que el arco dispare,
tienen las puntas de cera
cuando es el honor diamante.
Prometiolo el Rey, y quiso
mi fortuna que se hallase
solo un criado presente
que le guardaba la calle.
Pero como es el deseo
para las promesas fácil,
donde se sembraron gustos
arrepentimientos nacen,
no en dejarme de querer;
pero en tratar de casarse,
después de darle dos hijos,
que pudieran obligarle,
discretos, como de amores,
hermosos como su padre,
desdichados como yo,
y dudosos como Infantes.
¡Qué crueldad, qué sin razón,
que el juramento quebrase
a Dios, a sí mismo, a mí,
un rey, un hombre, un amante!
No pude estorbar en fin,
que en Castilla se casase
con Leonor hija de Alfonso,
determinado a matarme.

TERESA:

Que lágrimas de mujer,
que a largo tiempo se trate,
de perlas se vuelven piedras,
como los gustos se cansen,
y contra el poder resuelto
solo el sufrimiento vale,
si le tuviese el honor
en desdichas semejantes.
Cité para Roma al Rey,
pero como me faltasen
testigos para la prueba,
que el singular no es bastante,
no pude alcanzar justicia.
Bien hayan los Tribunales
de Dios, que sabe quien miente,
y quien dice verdad sabe.
El Obispo de Girona
por piedad quiso ayudarme,
depúsole el Rey, que siempre
son ofensas las verdades.
Mandó cortarle la lengua,
dando por causa acusarle
de revelar confesiones,
entrambos delitos graves.
Diole el Papa en penitencia,
que a san Bonifacio labre,
hízolo el Rey. ¡Ay de quien
los Cristos de Dios maltrate!,
que como tienen jüez,
no es justo que los agravie
mano seglar poderosa,
ni lo divino profane.

TERESA:

Lloró el Rey como David
la mal derramada sangre.
Yo que me vi sin remedio,
pedí al Papa que descase
por pariente de Leonor
de Castilla al rey don Jaime.
Hízolo el Papa, y el Rey
volvió otra vez a casarse
con hija del Rey de Hungría,
sin que jamás dispensase
el Papa en el matrimonio,
porque por verdad constante
tuvo siempre mi justicia.
En fin, de Roma se parten
mis desdichas y mis penas
en una flamenca nave.
Corre tormenta una noche
a vista de los Alfaques,
daban voces los pilotos
en las fortunas cobardes.
Toca la nave en los cielos
tan cerca, que consolarme
pude de pedir justicia
donde mejor me escuchasen.
Pero quiere mi fortuna,
que tan presto al centro baje,
que aún no le pude decir:
Piadoso cielo vengadme.

TERESA:

Cesa en fin la confusión,
y los azules celajes
descubren la cara al Sol,
que a ver mis desdichas sale.
Pero apenas quiere el cielo
que los pilotos descansen,
cuando cosarios de Argel
cercan la mísera nave.
Ríndese a diez galeotas,
quedo cautiva de Tarfe,
muero en prisión sin mis hijos,
niños son, y no lo saben.
Oh Rey para todos bueno,
cuyas excelentes partes
y virtudes merecieron,
que Ciro Español te llamen.
Solo para mi crüel,
agora puedes vengarte,
de mi amor y de mis celos,
mas no podrás obligarme
a que no te llame esposo,
pues mil veces me llamaste
reina de Aragón, por ti
soy esclava miserable.
Jaime, religión has hecho,
que los cautivos rescate,
no es razón que esta piedad
solo conmigo te falte.
Mucho infama la nobleza
de los rendidos vengarse,
tú eres hombre, yo mujer,
tú rey, yo esclava, no infames
tantas vitorias conmigo.
Pero para no cansarte,
calle, Fernando mi lengua,
porque mis lágrimas hablen.

FERNANDO:

  Desdichas notables son
las tuyas, pero ha traído
el cielo a Argel, quien ha sido
autor de la religión,
  que los cautivos rescata,
y es este que viene aquí
con estos moros.

TERESA:

Si a mí
me conocen, ¿qué oro y plata
  serán bastante?

FERNANDO:

No hay quien
te conozca.

(Entren SAN PEDRO, FRAY PIERRES, ALÍ y ZULEMA, moros.)
PEDRO:

¿De Aragón,
Zulema, dices que son?

ZULEMA:

Y catalanes también;
  que ayer llegué a Argel con ellos.

PEDRO:

Esta esclava quiero hablar.

ZULEMA:

Y yo, Pedro, rescatar
si quieres, algunos dellos,
  para pagar los soldados.

PEDRO:

Cristiana escucha.

TERESA:

¡Ay de mí!,
¿conócesme Padre?

PEDRO:

Sí.

TERESA:

Mis sucesos desdichados
  han acabado conmigo.
De Roma a España venía,
prosiguiendo la porfía
de aquel mi amado enemigo,
  cuando Alí, Tarfe y Zulema
como ves me cautivaron;
tal fin mis celos buscaron
para mi amorosa tema.
  Yo soy quien pensaba ser,
Padre, reina de Aragón.

PEDRO:

Tengo de ti compasión
por cristiana y por mujer,
  disimula, que podría
ser que tengas libertad.

TERESA:

Ay, Padre, que en tu piedad
vive la esperanza mía.

PEDRO:

  Zulema, el piadoso llanto
de aquesta pobre mujer
me ha movido.

ZULEMA:

Llegó ayer,
que lo sienta no me espanto.

PEDRO:

  ¿Qué quieres por ella?

ZULEMA:

Haré
liberalmente contigo
lo que debo a ser tu amigo,
esta mujer te daré
  por cien escudos.

PEDRO:

Cincuenta
te doy.

ZULEMA:

Es poco.

PEDRO:

Por mí
lo has de hacer.

ZULEMA:

Sea por ti.

PEDRO:

Pues ven y el dinero cuenta.
  Ya, cristiana, libre estás.

TERESA:

Esclava soy de tus pies.

PEDRO:

Porque no es justo que estés
donde peligros tendrás,
  hoy se va a España un hebreo,
volverte en su nave puedes.

TERESA:

Oh Virgen de las Mercedes
humildes serán trofeo
  mis cadenas a las plantas,
que pisan tantas estrellas,
que para plantas tan bellas
aún son pocas con ser tantas.

(Al entrarse todos dice FERNANDO a FRAY PIERRES.)
FERNANDO:

  ¿Oye Padre?

PIERRES:

¿Qué me quiere?

FERNANDO:

Escúcheme.

PIERRES:

¿Qué me manda?

FERNANDO:

¿Este Padre Redentor
solo mujeres rescata?

PIERRES:

Mire, hermano, las mujeres,
y más en tierras estrañas
corren notable peligro,
son hermosas y son flacas.
El hombre es hombre en efeto,
y para miserias tantas
tiene valor.

FERNANDO:

Sin razón,
Padre Redentor se llama.
Murió Dios, ¿a quién imita,
con excepción de las almas
por mujeres solas?

PIERRES:

No,
pero si en esta repara,
yo sé poca Teología,
porque tengo allá en mi casa
en vez de libros sartenes,
y en vez de estantes tinajas.
Pero cuando Cristo santo
nuestra redención trataba,
en el pozo de Jacob
habló a la Samaritana,
y la convirtió primero
que a los hombres de Samaria.
En el Testamento viejo
ya sabe la historia larga,
dejó vender a Josef
Dios por librar a Susana.
Si no fuera al campo Dina,
y se estuviera en su casa,
no la forzara Siquén.
¿Y por qué piensa que andan
las mujeres en chapines?
Porque les sirvan de trabas
como a las mulas, que hay muchas
que hacen del manto gualdrapa.
Todas las más son devotas
de san Trotín, y disfrazan
con devociones paseos,
pues qué harán si no las guardan.
¿Era bien que esta mujer
entre moros se quedara,
si entre cristianos apenas
pueden conservarse castas?
Quede con Dios, no murmuren
que no tener confianza
los hombres de las mujeres,
fue salir de sus espaldas.
Esta fue limosna, entienda,
y no fue mal ordenada,
que es hoy día de mujeres,
y será de hombres mañana.

(Vase.)


FERNANDO:

  Buen consuelo para mí
después de tanta crueldad,
ya no espero libertad.

(Entren ZULEMA y ALÍ.)
ZULEMA:

El dinero recebí,
  y la cautiva se fue.

ALÍ:

Que me la dieras quisiera.

ZULEMA:

Como tu gusto supiera
no la vendiera.

ALÍ:

Yo sé,
  que doblarás el dinero.

FERNANDO:

Zulema.

ZULEMA:

¿Quieres cristiano
alguna cosa?

FERNANDO:

Aunque en vano,
si ya está embarcada, quiero
  decirte que la mujer
que compró la redención,
era reina de Aragón,
digo, que lo pudo ser
  si el Rey, como ella pensó,
la palabra le cumpliera.
Esto he dicho.

(Vase.)
ZULEMA:

Espera.

ALÍ:

Espera.

ZULEMA:

Basta, el Papaz me engañó,
  parte Alí, mira si ya
al mar se alargó el hebreo.

ALÍ:

Si supo quién es, yo creo
que del puerto fuera está.

(Vase.)
ZULEMA:

  ¡Ay tal maldad! Vive el cielo,
que el Papaz me ha de pagar
el engaño, si la mar
no la restituye al suelo.
  Oh perros, ¿canalla a mí?

(Entre FRAY PIERRES.)
PIERRES:

Mi buen padre me ha enviado
a buscar aquel soldado
que le murmuraba aquí
  para decirle que quiere
rescatarle, ¡qué piedad!

ZULEMA:

Infames, desta maldad
vuestro vil pecho se infiere.
  Una reina de Aragón
cincuenta escudos, villanos,
¿a esto venís cristianos?,
¿esto llamáis redención?

PIERRES:

  ¿Qué reina?, ¿qué dices?

ZULEMA:

Digo
perros, que os conozco ya:
¿dónde tu Papaz está?

PIERRES:

¿Agora no fue contigo?

ZULEMA:

  ¿Una reina por dinero
tan poco?

PIERRES:

Mira advertido,
por dicha.

ZULEMA:

Quita el vestido,
quita, desnudarte quiero;
  y que por mi esclavo quedes,
desnuda.

PIERRES:

¿En qué te ofendí?

ZULEMA:

Y aun pues que te trato así,
agradecérmelo puedes,
  que vive Alá que te había
de trocar el alma, perro,
a la punta deste hierro.
(Entran moros y ponen a PIERRES una cadena.)
Hola Azán, Escandería,
  aquí una cadena presto.

PIERRES:

Moros, inocente estoy.

ZULEMA:

Dalde, matalde.

PIERRES:

No soy
quien tiene la culpa desto.
  Paso, paso, no más, basta.

ZULEMA:

Al otro voy a buscar,
dos mil palos le he de dar;
oh perros de infame casta,
  ¿una reina de Aragón
cincuenta escudos?

PIERRES:

Alguno
le ha engañado, mas ninguno
hiciera tal invención
  de los cristianos de Argel.
Bueno quedo, despojado
del hábito, apaleado,
y en este hierro cruel.

(Entre SAN PEDRO.)
PEDRO:

  Aquí por dicha vendría.

PIERRES:

Escribid por vuestra cuenta
estos palos, esta afrenta
hermosa reina María.

PEDRO:

  Esclavo, di, ¿has visto aquí
mi compañero?

PIERRES:

Esto es bueno,
¿no me conoces?

PEDRO:

¿Quién es?

PIERRES:

Fray Pierres, Padre fray Pedro.

PEDRO:

¿Cómo estás en este traje?
¿Quién desta suerte te ha puesto?

PIERRES:

Una reina de Aragón,
que a Zulema le dijeron,
que lo era doña Teresa,
y que tú con falso intento
le has engañado.

PEDRO:

¿Yo?

PIERRES:

Sí,
y a mí por tu compañero
me desollaron dos moros
como si fuera conejo.
Facistol fui de sus palos
hasta que los dos se fueron
a buscarte.

PEDRO:

Qué invención
del demonio.

PIERRES:

Yo sospecho
que nos ha de costar caro.

PEDRO:

No importa, que sacaremos
como abejas celestiales
antídoto del veneno.
Ay, Señor, si se cumpliese
de aquesta vez mi deseo;
si fuese Mártir por vos,
que de cuantas veces vengo,
no me le queréis cumplir.

PIERRES:

Yo pienso que no está lejos.
Esta vez a Barcelona,
Padre, en relación volvemos.
Paréceme que nos cantan
ciegos por la calle en verso.
No tengo nombre de santo,
¡qué desdicha!, irán diciendo
el martirio de san Pierres
los ciegos por todo el reino,
y nadie querrá comprarle,
que en Córdoba es buen ejemplo
el Mártir san Cucufate,
que pensando que es guineo
nadie se encomienda a él.

PEDRO:

Allí se aparte, que quiero
suplicar a Dios se sirva
de que le ofrezca mi pecho.
(Vase PIERRES.)
  Señor, a quien patentes
estuvieron y están todas las cosas
pasadas y presentes,
tú sabes mis entrañas amorosas;
mejor que yo me veo
sabes mi alma, entiendes mi deseo.
  Dame, Jesús querido,
que muera yo por ti, pues ha llegado,
y tan dichoso he sido,
el tiempo de mis ansias deseado,
que esta prisión advierte
la dichosa vigilia de mi muerte.
  ¿Que cómo puedo darte
mi corazón, amor del alma mía?,
¿cómo sacrificarte
mejor el alma, que llegando el día
en que este Turco fiero
te la ofrezca en los filos de su acero?
  Madre de los mortales,
dulce Señora mía, Virgen bella,
abrid los celestiales
ojos que adora la mayor estrella,
y mirad mi deseo,
que ya mi sangre entre sus filos veo.

(Un ÁNGEL.)
ÁNGEL:

  Aunque Nerón viviera
en esta edad, oh Pedro de Nolasco,
y agora persiguiera
Pablo la Iglesia cuando fue a Damasco,
y Roma siempre altiva
contrastara la nave primitiva.
  No quiere Dios que seas
Mártir, puesto que ya, Pedro, lo eres,
pues que serlo deseas;
pero la palma justamente adquieres,
con que ya perficionas
la verde rama de las tres coronas.
  Tendrás Mártires tantos
en tu instituto, Patriarca ilustre,
que a tus deseos santos
con su sangre darán eterno lustre,
un Raimundo divino,
dos Guillermos, Serapio y Severino.
  Tomás y Luis, dos soles,
de quien el cielo ya se alegra y goza,
con los tres españoles
dos Fernandos de Orficio, de Mendoza,
y entre sus triunfos y arcos
Luis Blanco, Antonio Vallés, Matías Marcos.
  Pedro Vítor, Raimundo,
Teobaldo y otros mil, y confesores,
claras luces del mundo,
dando sobre los montes resplandores
con el santo Carmelo,
Giraldo, Enrique de Austria, sol del cielo.

ÁNGEL:

  El divino Leonardo,
abogado de presos, y el Infante
aragonés, gallardo
del toledano monte sacro Atlante,
san Ramón Nonacido,
y milagro mayor que su apellido.
  Sus líneas celestiales
habrán corrido el Sol por varios años,
cuando de accidentales
glorias te adornarán propios y estraños,
para que participe
de tu sol otro sol cuarto Filipe.
  Hallarase presente
Carlos su hermano, el cardenal Fernando,
y en más lucido Oriente
dos reinas, dos estrellas, que reinando
Isabel y María,
a una obedezca España y a otra Hungría.

(Vase.)
PEDRO:

  Divino Señor del cielo,
cúmplase tu voluntad,
pues tú sabes la verdad
de mi pecho y de mi celo.
Para mí fuera consuelo,
buen Jesús, morir por ti,
mas pues tú quieres así
te sirva, no quiero yo
más vida, y mi vida no,
que tú eres mi vida en mí.

PEDRO:

  La causa, Señor, arguyo,
pues que mi vida no quieres,
de que como tú lo eres
te daba lo que era tuyo;
bien sabes tú que no huyo,
Mártir de no serlo soy;
caminando a verte voy,
pero como no te veo,
desatarme ya deseo
de los lazos en que estoy.
  El cuerpo de tu sagrado
Apóstol quisiera ver
en Roma, y no puede ser,
que él mismo me ha visitado,
y la vista anticipado,
con esto en España haré
lo que mi instituto fue,
hasta ver la gran ciudad,
donde entra la caridad,
y no es menester la fe.
  Mas ya que no se derraman
sangre y vida destos poros,
permitid que aquestos moros
me maltraten y me infamen;
porque siquiera me llamen
redentor por el dolor
en que os imite, Señor,
el que morir no merece,
que quien por vos no padece
no puede ser redentor.

(Vase.)
(El REY DON JAIME, MONCADA y AUDALLA, moro.)
JAIME:

  En pedir nuestro Bautismo,
has hecho, Audalla discreto,
una valerosa hazaña,
digna de tu entendimiento.
Mis brazos te quiero dar,
y no solo te prometo
ser padrino, sino darte
con qué vivas en mi reino.
Dichoso tú que has sabido
dejar un error tan necio,
y con recebir la fe,
dar a tu vida remedio.

AUDALLA:

Valeroso rey don Jaime
el Conquistador, el bueno,
el prudente, el vitorioso,
que desde los años tiernos
que te ceñiste la espada,
en tantas guerras y cercos
siempre venciste, y jamás
tus contrarios te vencieron.
Yo soy Audalla, sobrino
del Rey de Niebla, y profeso
por mi gusto varias ciencias;
particularmente pienso
que hasta hoy en la Astrología
ninguno ha escrito ni hecho
mayores demostraciones;
y aunque es verdad que con esto
llegué tal vez a saber
vuestros dichosos aumentos
favorecidos de Dios,
Dios solo y Dios verdadero.

AUDALLA:

Mas me ha movido a saber
que tú Raimundo, y un Pedro,
que en esta parte habéis sido
Triunvirato de los cielos,
una religión fundastes,
siendo este Pedro el primero
que tomó el hábito en ella,
cuyo divino pretexto
es de redimir cautivos.
Mirando el piadoso celo,
con que vuestros religiosos
se quedan por ellos presos,
y pasan tantos martirios,
que es un notable argumento
de la verdad desta fe.
De suerte que conociendo
que en mi secta voy perdido,
con luz de los cielos vengo
a pedir vuestro Bautismo,
y aunque yo no lo merezco,
el hábito con las armas
de los caballeros legos.

JAIME:

Vuelvo a encarecer, Audalla,
tu virtud, tu raro ingenio,
y lo que te he prometido
agora de nuevo ofrezco.
Holgárame que estuviera
en Barcelona fray Pedro,
que está en Argel rescatando.

MONCADA:

Salva a la ciudad ha hecho
un navío, y le recibe
con grande aplauso y contento.

JAIME:

De la redención parece.

AUDALLA:

Cumpla el cielo mis deseos.

(Aquí gran salva de tiros, y vaya volviendo la nave con banderas y armas de la Merced, y sentados muchos cautivos hombres y mujeres, y muchachos con escapularios, y los escudos en ellos, SAN PEDRO y FRAY PIERRES, y al ir tornando a tierra, en el teatro por una plancha en una coluna que esté enfrente, vaya saliendo la imagen de nuestra Señora de la Merced.)
PEDRO:

  Haced salva con la Salve,
angélico y nuevo canto
que ha instituido la Iglesia,
hijos, al Arca y al Arco
de paz, cándida paloma,
que nos trujo el verde ramo.
Salve farol de la mar,
del mundo salve sagrario
del Hijo de Dios, por quien
fue redimido, fue salvo
el linaje de los hombres.
Salve Reina, salve amparo
de miserables cautivos,
salve puerto soberano.
Ya Virgen de la Merced,
con vuestros hijos y esclavos
a vuestra primera casa
con vuestro favor llegamos.

PEDRO:

Recebid este presente,
fruto de trabajos tantos,
y dad licencia que al Rey
todos besemos la mano.
Estos, valeroso Jaime,
son los racimos cristianos
de la viña que plantastes
de Cristo en el Templo santo.
Pero entre todos, señor,
esta sola prenda os traigo,
que como vuestra la estimo,
Príncipe sois y cristiano;
lo que habéis de hacer sabéis,
silencio pongo a mis labios.

JAIME:

Padre, tu celo me obliga,
tus palabras mueven tanto,
que tu consejo obedezco,
y mi obligación declaro.

TERESA:

Vuestra grandeza, señor,
ha detenido mi llanto,
no quiero ofenderos más
con mis porfías, en salvo
quiero poner esta vida,
que hoy dedico al cielo santo,
porque ponga en un Convento
fin mi amor precipitado.

JAIME:

Vuestro pensamiento estimo,
y desde hoy quede a mi cargo
un suntuoso edificio,
en quien se quiebren los claros
espejos del Turia, y donde
dure a pesar de los años.
Dadme los brazos agora,
Patriarca ilustre y claro
deste divino instituto,
con que Dios se sirve tanto.
Conoce a Audalla, que viene
por nuestro Bautismo sacro,
movido del santo ejemplo
deste rescate sagrado.

AUDALLA:

Dame los pies, Padre mío.

PEDRO:

Agora sí que eres sabio,
Audalla.

AUDALLA:

Ignorante fui,
ya vengo desengañado.

JAIME:

Descansa, Padre, que es justo,
y daremos entre tanto
fin a la dichosa vida,
toda prodigio y milagro,
toda gloria, toda cielo,
de san Pedro de Nolasco,
escrita en cifra, ofrecida
a Filipe Cuarto el Magno.
Y sea este triunfo alegre,
como de la Iglesia aplauso,
nuevo laurel a sus glorias,
feliz auspicio a sus años.