La viuda valenciana/Acto III

De Wikisource, la biblioteca libre.
La viuda valenciana
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

FLORO:

En gentil escampado os la juraban.

CAMILO:

Vamos con él hasta su casa, Floro.

URBÁN:

Hasta la puerta de la ciudad basta.

FLORO:

A mi señor estáis bien obligado.

URBÁN:

 [Aparte.]
(Si se lo debo, bien se lo he pagado.)

Sale CAMILO y CELIA, dama, con manto.

CAMILO:

    Calla y déjame.

CELIA:

¿Qué calle?

CAMILO:

Después iré.

CELIA:

No hay después.

CAMILO:

¿Tan loca estás, que no ves,
Celia, que estás en la calle?

CELIA:

   En la calle y dondequiera
tengo por cuerda razón
que se entienda tu traición.

CAMILO:

Templa el enojo y espera.
   Hablemos de suerte aquí
que quien pasa no lo entienda,
y suéltame ya.

CELIA:

¿Qué prenda
me tienes dada de ti?
   Malas noches, malos días,
palabras, celos y rabias,
y aun de que ya no me agravias
nacen estas ansias mías.
   ¡Que, tan malo, te quisiera!
¡Mira cuál estoy, traidor!

CAMILO:

Ir allá será mejor;
ve, Celia, a casa y espera,
   que hay mucho que averiguar,
y en la calle no estás bien;
fuera de que a mí me ven,
y tengo que negociar.

CELIA:

   ¡Tú, a mi casa! Pues no has ido
en dos meses, ¿y tan loca
me ves, que crea tal boca
a corazón tan fingido?
   No, amigo, que si se escapa
será andarme tras el viento.

CAMILO:

Tenme, por tu fe, con tiento;
que me has rasgado la capa.

CELIA:

   Ese corazón quisiera,
donde tal dureza cabe.

CAMILO:

Ya fue para ti suave,
y a tu voluntad de cera;
   pero hay hombres que desean
no tener común el bien.
Pero advierte que nos ven.

CELIA:

Mucho teme que le vean.
   Calle, no se le dé nada,
y amartelarase ahora,
si no lo está, la señora
que nuevamente le agrada;
   y cuando riñan un poco
por celillos, bien sabrá
dar satisfaciones ya.

CAMILO:

Tú quieres volverme loco.

CELIA:

   ¿Quién duda que le diría:
«Persígueme esa mujer,
pero no la puedo ver,
por tu vida y por la mía;
   y no hay de qué recelarte,
que haré que delante esté
viendo que te beso el pie».

CAMILO:

¿Quieres dejarme y cansarte?
   Esto, ¿no era ya acabado?
(Salen LEONADA y JULIA, con mantos.)

JULIA:

 [Hablan aparte.]
(Muy tarde y sola has salido.

LEONARDA:

   Por tarde que es no ha venido
Urbán.

JULIA:

Mucho se ha tardado.
   Pero, ¿por qué no quisiste
el escudero de Clara?

LEONARDA:

Por no velle aquella cara
tan melancólica y triste.
   ¡Ay, Julia, más lo es mi suerte!

JULIA:

¡Jesús, señora! ¿Qué has?

LEONARDA:

¡Ay, Julia!

JULIA:

¡Qué muerta estás!

LEONARDA:

Y ¿es mucho viendo mi muerte?

JULIA:

   Mira que no es tan de noche;
calla o cúbrete la cara.
Todo aquesto se escusara
si hubieras venido en coche.
   ¡Ay, amarga, que ya veo
de adónde el aire te vino!

LEONARDA:

Galardón es este digno
de mi loco y mal deseo.
   ¡Oh, quién no te conociera,
como tú a mí, pues así,
como no [me] ves a mí,
te gozara y no te viera!
   ¡Fiad de los juramentos,
de las palabras y votos!
Pero son papeles rotos
que se entregan a los vientos.
   ¡Quién le oyó que no quería
otra en el mundo!

JULIA:

Y bien jura,
que dice de noche escura,
y esta querrala de día.
   Mira, señora, no creas
que sin dejarte mirar
has de poder conservar
un hora el bien que deseas.
   Por la vista entra el amor,
que por las manos no puede.

LEONARDA:

¿Y el oír?

JULIA:

Eso se quede
para un amante hablador.
   Sigue un hombre, oyendo hablar,
un rebozo, aunque no vea,
y en viendo que es mujer fea,
al diablo la quiere dar.)

CAMILO:

   Di, veamos, ¿qué te debo?
Que yo te satisfaré.

CELIA:

Lo primero, una gran fe,
que es en nosotras muy nuevo;
   luego con mucha lealtad
no conocer otro gusto,
y en la mía muy al justo
vestirme tu voluntad;
   pasar mil noches al hielo,
esperándote a una reja;
sufrir voces de una vieja,
y aun ¡ay del brazo y del pelo!;
   no te haber jamás faltado
en cosa que hayas querido.

CAMILO:

Todo eso te he servido
con haberte regalado;
   algún dinero me cuestas,
y galas, las que tú sabes.

CELIA:

¡Palabras, por cierto, graves,
y en tu hidalga boca honestas!
   El cofre abriré; no quiero
cosa tuya. Venga Floro,
llévelo, y aun darte en oro
eso que me has dado espero.
   ¡Hermosas galas, en fin!
Una triste vasquiñuela,
con dos fajuelas de tela,
un amargo faldellín...
   ¡Qué sartas de perlas grandes!
¡Qué cadenas me ponías!
¡Qué ricas tapicerías
de las mejores de Flandes!

CELIA:

   ¡Qué casa que me has labrado,
con jardín, reja y balcón!
Y tiénenla mil que son
esterillas de mi estrado.
   ¿Con quién, ya que se me aleja,
aqueste tiempo empleara,
que a lo menos no quedara,
ya que sin paga, sin queja?
   Hallaríasme muy rota,
muy pobre, muy despreciada,
cuando te di en casa entrada.

LEONARDA:

[Aparte.]
(¿No ves cómo se alborota?
   ¡Oh, quién lo que hablan oyera!

JULIA:

   ¿No era mejor irte a casa,
que no esperar de quien pasa
que alguno te conociera?
    Fuera de esto, ya anochece.

LEONARDA:

Eso y el estar tapada
hace que no importe nada.

JULIA:

Mas [son] celos, me parece.
   En mi vida lo pensara,
que por tales aventuras,
dama que se goza a escuras
fuera con celos tan clara.)

CELIA:

   ¿Hombre, yo?

CAMILO:

Sí, Celia tú;
y pues que me he declarado,
déjame.

CELIA:

Ya estás dejado.
¡Jesú, qué maldad! ¡Jesú!

CAMILO:

   Santíguate con cien manos.

CELIA:

¿Con testimonios me dejas?
Quédate, a Dios; no más quejas.
(Vase.)

CAMILO:

Testimonios son bien llanos.
   ¿Es posible que se ha ido?

LEONARDA:

[Aparte.]
(¿Qué le digo?)

CAMILO:

¿A mí, embozadas?

LEONARDA:

No somos tan declaradas
como esa necia lo ha sido.
   ¿Es acaso la Diana
que dijistes en la huerta?

CAMILO:

 [Aparte.]
(Esta viudilla anda muerta
por ser conmigo liviana).
   Suplícoos que os destapéis,
porque no lo parezcáis.

LEONARDA:

Huélgome que lo que amáis
tan presto lo aborrecéis.

CAMILO:

   Son esas divinidades
acá ciertas fantasías;
son unas noches sin días,
y unas mentiras verdades;
   son unos gustos inciertos
y un buen manjar sin sazón;
una fiesta en confusión,
y unos sueños que son ciertos.
   Es andar de noche en huertas,
es lo no visto fingir,
y es contar y recebir
dineros a luces muertas.
   Si vos me queréis a mí,
dormirá un poco Diana,
porque es noche sin mañana,
y se quiere mucho a sí.
   Quiere que la amen por fe,
cual si cielo hubiera sido,
y es, en efeto, sonido
que se oye y no se ve.

LEONARDA:

   Sin duda que la habéis visto,
y os habéis desengañado.

CAMILO:

Antes por no haber mirado,
a mi obligación resisto.
   Si la viera como a vos,
y bella como vos fuera,
no dudo que la quisiera.

LEONARDA:

¿Y de veras?

CAMILO:

Sí, ¡por Dios!,
   porque sois vos una perla;
y me he de cansar al cabo
de ser de una dama esclavo,
que no me consiente el verla.
   ¿Por qué yo mi mocedad
he de pasar, por su gusto,
con este censo y disgusto
guardando su honestidad?
   Si teme ser descubierta,
como otras que el vulgo infama,
o estima tanto su fama,
ponga un gigante a la puerta.

LEONARDA:

   Vos lo habéis dicho muy bien.
Pero porque gente viene,
que os vais, señor, me conviene.

CAMILO:

Pues, ¿tan presto, tal desdén?
   Por tenerme por mudable,
sin duda, me despedís.

LEONARDA:

Que os vais, digo. ¿No me oís?

CAMILO:

Voyme, viudilla intratable.
(Vase.)

LEONARDA:

   ¡Oh traidor! ¿Que no bastaba
la ofensa que aquí me hacía
que requebrarme quería?

JULIA:

De desengañarte acaba.
   No ha sido malo el sermón,
si le sabes entender.

LEONARDA:

Mejor me le supo hacer
que si viera la ocasión.
   ¡Muda quedé, que no supe
hablar!

JULIA:

Fue sermón muy alto.

LEONARDA:

Un súbito sobresalto
no hay sentido que no ocupe.
   ¡Aquesta noche y no más!
Aunque por lo comedido,
verás cómo le despido.

JULIA:

Y de esto, ¿qué le dirás?

LEONARDA:

   ¿Yo le había de hablar de esto?
¡Qué donosa necedad!
(Sale URBÁN.)

URBÁN:

No ha quedado en la ciudad
otra calle ni otro puesto.
   Dos veces a casa he ido,
por si allá hubieras llegado.

LEONARDA:

Harto bien te has desculpado
un día que a pie he salido.
   Esta noche llamarás
aquel galán de la puente.

URBÁN:

Harelo liberalmente.

LEONARDA:

Tú, Julia, cuenta tendrás
   de la puertecilla falsa.

URBÁN:

Tu tío en casa te espera.

LEONARDA:

¡Bien!, porque pena tan fiera
no la comamos sin salsa.

URBÁN:

   Con él está un forastero
de Madrid.

LEONARDA:

¿A qué ha venido?

URBÁN:

   No sé.

LEONARDA:

¡Cielos, dadme olvido
   si aquesta noche no muero!
(Vanse, y salen LISANDRO y OTÓN, de noche.)

LISANDRO:

   Ya que la noche nos da
lugar a nuestra porfía,
¿cómo, Otón, de pena os va?

OTÓN:

¿No basta ser pena mía?
Con eso entendido está.
   ¿Qué dolor al mío se iguala,
pues a la cosa más mala
me ha traído mi furor?

LISANDRO:

¿Cómo?

OTÓN:

A mi competidor
hace favor y regala.

LISANDRO:

   Cansada está la paciencia
de sufrir celos y agravios
cuando es paz la competencia;
mas sabed que es de hombres sabios
esa cuerda diligencia.

OTÓN:

   No estoy de eso arrepentido,
pero muy necio y corrido
de que quite aqueste Urbán
a tanto mozo galán
galardón tan merecido.
   Yo soy un hombre arriscado,
y aunque hubiera cien Camilos
para su defensa y lado,
una vez fuera los filos,
él volviera colorado.
   Este Camilo, ¿quién es,
que así trata del arnés?
Bueno es tener respeto
a un hombre, mas yo os prometo
que me arrepentí después.

LISANDRO:

   No os pese, que aquesta puerta
no pienso que verse espere,
noche obscura o clara, abierta,
que el que por ella saliere
no vuelva la cara abierta.
   Este es Valerio en el talle.

OTÓN:

Y fuera bueno dejalle
a que en un punto se armara.
(Sale VALERIO.)

VALERIO:

¡Mas que el enemigo entrara
por la boca de la calle!

OTÓN:

   A propósito responde.
No me digan de Gradaso
ni del Orlandino conde,
que guardaran este paso
como los dos.

LISANDRO:

Sentaos.

OTÓN:

¿Dónde?

LISANDRO:

   En aquese puro suelo,
cada cual en su herreruelo,
y a su lado la rodela.

VALERIO:

Esta noche poco vela
la blanca luna en el cielo.

OTÓN:

   Andará como la viuda;
con los cercos de humedad,
es para llover sin duda.

LISANDRO:

¡No hubiera en esta ciudad
una hechicera barbuda!

VALERIO:

   ¿Para qué?

LISANDRO:

Para que hiciera
que por treinta se muriera.

OTÓN:

Pero para que olvidara
un traidor, a cuya cara
hoy un beneficio espera.

VALERIO:

   Una sátira le hagamos.

OTÓN:

¡Vive Dios, que es gran bajeza!
Sin duda la deshonramos.

LISANDRO:

Teniendo tanta nobleza,
más corridos nos quedamos.

OTÓN:

   Las sátiras inventivas
que dan en las llagas vivas
son para la gente baja.
¡Qué bien aquesto me encaja!
«Nunca digas mal ni escribas».

VALERIO:

   Aquel decir mal, hermano,
no guarda ningún gobierno,
porque dicen, y es muy llano,
que es chimenea en invierno
y sala baja en verano.
   Mejor será que cantemos,
o que de repente echemos
en loor de los dos amantes.

LISANDRO:

¿Prestaréisme consonantes?

OTÓN:

Mejor será que glosemos.

VALERIO:

   ¡Oh, vos sois un cancionero!

LISANDRO:

Venga el verso.

OTÓN:

Diga así:
La viuda y su escudero.

VALERIO:

¡Oh, qué tal es, pesia a mí!

LISANDRO:

Pues yo comienzo el primero.
   Mirando nuestros amores
y su grave competencia,
he presumido, señores,
que Angélica está en Valencia
con todos sus pretensores.
   Vos sois Orlando el guerrero
y vos Sacripante fiero,
[yo] Ferragud, bravo moro;
pero Angélica y Medoro,
La viuda y su escudero.

VALERIO:

   Escudero el más honrado
que salir de España pudo,
que a tener has acertado
el más reluciente escudo
de tus armas adornado,
   una medalla hacer quiero,
aunque pobre caballero,
de plata y de mil tesoros,
donde estén como el cinco oros
la viuda y su escudero.

OTÓN:

   En las celestes alturas,
siendo Géminis su nombre,
hay un signo en dos figuras,
una mujer, otra hombre,
pegados en carnes puras.
   Yo no soy buen estrellero,
pero, ¡por Dios verdadero!,
que cada noche imagino
que están como aqueste signo
la viuda y su escudero.

VALERIO:

   ¡Hola! La puerta han abierto,
y Urbán embozado sale.

OTÓN:

¿Quién?

VALERIO:

Urbán.

OTÓN:

¿Es cierto?

VALERIO:

Cierto.

LISANDRO:

¡Oh pesia a tal!

[VALERIO]:

Llega y dale.
(Salió ROSANO y diole LISANDRO.)

[LISANDRO]:

¡Basta aquesta!

ROSANO:

¡Ay, que me han muerto!

OTÓN:

   Echad por esa esquina.

LISANDRO:

Bien se ha hecho.
(Vanse los tres.)

ROSANO:

Ábranme aquesta puerta. ¡Ay de mí, triste!
La casa es grande, y llamo sin provecho.
¿Aquí, viejo fingido, me trujiste?
Pretendientes lo han hecho. Hacer buen pecho,
que a una traición ningún valor resiste.
¡Qué gentil cuchillada que me han dado!
¡Oh, cómo a Madrid voy bien despachado!
(Vase. Salen LEONARDA, JULIA y LUCENCIO.)

LEONARDA:

   Vaya una hacha con mi tío.

JULIA:

Ya Rodulfo está con ella.

LUCENCIO:

¿Qué necesidad hay de ella?

LEONARDA:

¿Cómo que no, señor mío?
   Y otro criado también
con espada os acompañe.

LUCENCIO:

¿Quién ha de haber que me dañe?

LEONARDA:

Y yo sé que os quieren bien.

LUCENCIO:

   Del hombre estoy muy contento,
que parte bien despachado.

LEONARDA:

Digo, tío, que me agrado
de hacer este casamiento;
   que habiendo a mil propios sido
áspera, disculpa espero
en querer a un forastero.

LUCENCIO:

Ventura el hombre ha tenido.
   Ricas albricias le esperan
en allegando a Madrid.

LEONARDA:

Que se aperciban, decid.

JULIA:

Ya esperan y desesperan.

LUCENCIO:

   A Dios.

LEONARDA:

Él vaya contigo.
(Vase LUCENCIO.)

JULIA:

Desesperándome estaba;
que en la puerta falsa andaba
no sé quién.

(Sale URBÁN.)

LEONARDA:

Urbán amigo,
   ¿cómo solo de esa suerte
con la máscara en la mano?

URBÁN:

Hay mucho mal.

LEONARDA:

¿Cómo, hermano?
De lo que pasó me advierte.

URBÁN:

   A la puente del Real
llegué a las diez, donde atento
ya me esperaba Camilo,
el curso del agua oyendo.
Llegué a hablarle, y él alzó
de la baranda los pechos,
y cubriéndole los ojos,
yo fui el mozo y él el ciego.

URBÁN:

Entramos por la ciudad,
hablando y encareciendo,
yo tu hermosura y tu fama,
y él su amor y sus deseos.
Preguntábale si había
en Valencia otro sujeto
que le agradase de día
más que tu escuro aposento;
y él me contaba una historia
de una mujer que de celos
le seguía y perseguía
en calles, plazas y templos,
cuando un alguacil llegó,
y al querer reconocernos,
la venda del dios de amor
Camilo se quita presto.

URBÁN:

Llegó, y quién era le dijo,
dejándole satisfecho;
pero no quiso rogalle
que me dejase cubierto.
La máscara me quitaron.
Camilo y todos me vieron,
bien que me dejaron libre,
que mejor dijera preso.
Camilo, en viéndome el rostro,
me dijo: «Amigo -riendo-
dejemos estas quimeras,
y vámonos descubiertos».
Yo entonces, como en los montes
acosado corre el ciervo,
a Camilo dejo atrás,
y voy igualando al viento;
y por calles desusadas,
de aqueste triste suceso,
conocido y afrentado,
a darte las nuevas vengo.

LEONARDA:

   ¡Pobre de mí!¡Tras un mal
otro mayor! ¿Qué he de hacer?

JULIA:

¿Tu valor puede perder
su condición natural?
   Ahora el esfuerzo importa.

LEONARDA:

No le hay en tal desconsuelo;
que cuando castiga el cielo,
acero y diamantes corta.
   Ahora bien, cualquier flaqueza
es notable en quien yo soy;
pero fabricando estoy
una aguda sutileza.
   Urbán, por algunos días
a mi prima servirás,
y por Valencia andarás,
muy lejos de cosas mías.
   Así que, cuando te siga
ese hombre, entenderá
que por ella viene y va.

JULIA:

A mucho el honor te obliga.

URBÁN:

   Pues di: ¿quieres deshonrar
tu prima? ¿No es desvarío?

LEONARDA:

Urbán, por este honor mío,
todo [se] ha de perdonar.
   Caiga esa mancha en mi prima,
y líbrese mi opinión.

URBÁN:

¿Tú no ves que es sinrazón?

LEONARDA:

Así la fama se estima.
    Si cuando te acuchillaban
delante al otro ponías,
de quien favor recebías,
y los otros en él daban;
   y si defender la mano
al rostro es tan natural,
por parte más principal,
no es pensamiento inhumano.
   Recogeos, y mañana
a misa con ella irás
al Milagro.

URBÁN:

Tú le harás
con esta industria greciana.
   Pero di, ¿quién ha de ir
mañana por tu galán?

LEONARDA:

Julia, disfrazada, Urbán,
que de hombre se ha de vestir.

JULIA:

   ¿Y si algún hombre me topa?

LEONARDA:

Defenderate tu ciego.

JULIA:

De él me temo.

LEONARDA:

¿Cómo?

JULIA:

Es fuego,
y conocerá la estopa.
(Vanse. Salen OTÓN y VALERIO.)

VALERIO:

   Dicen que ya se levanta.

OTÓN:

Es un lirón en dormir.
Lo que se tarda en vestir,
Valerio, es cosa que encanta.

VALERIO:

   Acostóse, pues, temprano;
que anoche poco rondó.
(Sale LISANDRO.)

LISANDRO:

Esa, a fe, me desveló,
escudero y cirujano.

OTÓN:

   ¿Aún os ponéis los botones?

VALERIO:

¿El cirujano os desvela?
¡Buena burla! Mas creeréla.

OTÓN:

Dejémonos de razones.
   ¿Hubo quien nos conociese?

LISANDRO:

Era un desierto la calle.

VALERIO:

¡Qué bien que se puso al dalle!

OTÓN:

Mas ¡que tan bien sucediese!
   ¿Fue en la cabeza o la cara?

LISANDRO:

En todo pienso que hirió,
porque revés que doy yo,
hasta el pescuezo no para.

OTÓN:

   ¡Válame san Jorge!

VALERIO:

Amén.

OTÓN:

Esto cuentan de Roldán.
¡Hola! Hacia acá viene Urbán.

VALERIO:

¿Quién?

OTÓN:

Urbán.

LISANDRO:

¿Quién dices? ¿Quién?

OTÓN:

   ¡Hola! Urbán es, y muy sano.

[LISANDRO]:

Míralo bien.

OTÓN:

¿Qué hay que ver?
Tú debías de tener
anoche blanda la mano.

[VALERIO]:

   Cuando yo doy un revés,
hasta el pescuezo no para.

OTÓN:

Cogiendo cabeza y cara,
queda abierto hasta los pies.
(Ha salido URBÁN.)

[LISANDRO]:

   Estoy por dársela ahora.

OTÓN:

Deteneos.

VALERIO:

Urbán, ¿dó bueno?

URBÁN:

De priesa y cuidado lleno;
que va a misa mi señora.

OTÓN:

   ¿Quién? ¿Leonarda?

URBÁN:

Ha ya mil días
que en cas de su prima estoy,
y con ella vengo y voy.

VALERIO:

[Aparte.]
(¡Muy bien así le darías!

LISANDRO:

   Sin duda, pues, que hay herido
o forastero o criado.)

OTÓN:

Tenga, pues se ha disculpado,
perdón.

LISANDRO:

Mas yo se le pido.

URBÁN:

   ¿Mandáis más?, que voy de prisa.

OTÓN:

Dinos algo de tu ama.

URBÁN:

Que es una Porcia en la fama.

LISANDRO:

Ven acá.

URBÁN:

Tocan a misa.
(Vase.)

VALERIO:

   Fuese, que es gran bellacón.

OTÓN:

Sin duda, su prima está
sola, si este no está allá.

LISANDRO:

¡Oh, vana murmuración!
   Si aqueste su galán fuera,
sin él ni un hora pasara.

VALERIO:

Amando, es cosa muy clara.

LISANDRO:

Pues ¿no sabremos quién era
   el que llevó el beneficio
anoche? Y no por el boto,
sino por el filo.

VALERIO:

Has roto
más que un romano Fabricio;
   ya no preguntes quién sea,
que ya no debe de ser.

(Desnuda la espada.)

LISANDRO:

Pues téngolo de saber.

OTÓN:

Basta que el filo se vea.

LISANDRO:

   Sangre tiene, ¿qué dudamos?

VALERIO:

Por mí, Lisandro, lo creo.

OTÓN:

¿Dónde iremos?

VALERIO:

A la Seo.

LISANDRO:

Mejor es que a San Juan vamos.

(Vanse. Salen CAMILO y FLORO.)

FLORO:

   ¿Tantas cruces te haces?

CAMILO:

Pues, ¿qué quieres,
viendo tan espantoso desengaño
de este mi encantamento y aventura?

FLORO:

¿Viste anoche muy bien el hombre?

CAMILO:

Vilo
como te veo, Floro amigo, ahora;
y vile con tal fuerza de deseos
de conocerle bien, que desvelado
toda la noche estuve, con su imagen
en la memoria como piedra impresa,
hasta que me dormí cansado al alba.
Puedo en la mesa retratarle al vivo,
como se cuenta del famoso Apeles.

FLORO:

¿Y que hoy le has visto acompañar su ama?

CAMILO:

Pues ese es, Floro, el desengaño mío;
que como anoche conocí su cara,
y hoy le vi con aquesta buena dueña,
estoy desesperado.

FLORO:

Dime el cuento
de suerte que lo entienda.

CAMILO:

Estame atento.
   Yo salía del Milagro,
discursos varios haciendo
sobre el suceso de anoche,
que fue notable suceso.

CAMILO:

Iba bajando las gradas,
cuando el escudero veo
con sereno y corto paso,
rostro humilde, airoso cuerpo.
De la su mano traía
-que así lo dicen los viejos-
una niña, que ganaba
con cuatro quinces el juego.
No me dé mejores cartas
en su vida el compañero,
que los puntos de esta diosa,
diosa en años, diablo en gesto,
el cual era de un color
tan pálido y macilento,
que el bronce no le igualaba,
aunque de bronce era hecho.

CAMILO:

La frente vellosa y chica,
blancos y pocos cabellos,
cejas tiznadas de hollín,
por la falta de los pelos,
ojos a escuras suaves,
porque eran de rocín muerto,
nariz de jabón de sastre,
y barbuda por lo menos,
la cabeza tuerta un poco,
los hombros, Floro, sin cuello,
el andar como de un ganso,
muy aspacio y patiabierto.
Quisiera empujarla entonces
y dar con ella en el suelo,
pero al fin, desengañado,
vuelvo corrido en estremo.

FLORO:

   ¿Estos, señor, han sido tus peligros?
¿Esto ponerte a una perpetua infamia?
¡Ah, si tomaras luego mi consejo,
y rompieras un poco el capirote,
o fuerza hicieras con la espada en mano!
Que no habían de matarte ni ofenderte.
¡Todo fue muy galán aficionarte
de una camilla de damasco y tela,
y de unos terciopelos y brocados!
Mas ¿qué piensas hacer?

CAMILO:

La primer casa
me ha de dar pluma y tinta, y con la cólera
le he de escribir quién es, y su mal término,
y quedará de lengua castigada;
que gran castigo suele ser la lengua,
y más cuando se vea conocida,
y que pierde el mocito que engañaba.

FLORO:

¿No me contabas tú que la tocaste,
y que era moza muy briosa y cuerda,
que hablaba con estremo y respondía?

CAMILO:

Sin ojos, no me culpes ni me corras.
Urbán queda con ella ahora en misa;
darásle este papel que [he] de escribille,
para que se le lleve como digo.

FLORO:

¡Linda dama has gozado!

CAMILO:

¿Burlas, Floro?

FLORO:

¡Oh, qué niña tan linda!

CAMILO:

Como un oro.

(Vanse, y salen LEONARDA y JULIA.)

JULIA:

   ¿Que, al fin, te has determinado
a querer un forastero?

LEONARDA:

Celos, Julia, me han forzado
De este traidor por quien muero,
y este mi honor estimado.

JULIA:

   ¿Y que saldrás de Valencia?

LEONARDA:

Antes que con cierta ciencia
sepan mi secreto estilo,
es bien dejar [a] Camilo,
y halo de hacer el ausencia;
   porque, según está impreso
en el alma que le di,
Julia amiga, te confieso
que verle y no hablarle aquí
sería perder el seso.

JULIA:

   Por estraño modo has hecho
tu gusto, sin que tu honor
quede manchado o deshecho.

LEONARDA:

Una mujer con amor
deshará todo el derecho.

JULIA:

   Cierto que, si las señales
del secretario son tales
como escriben, aunque en breve,
que nada a Camilo debe.

LEONARDA:

Mucho son en todo iguales,
   pero lo visto era bueno.

JULIA:

¡Oh, cómo el verte casar
en reino estraño y ajeno,
por la ciudad ha de dar
un bravo estampido y trueno!

LEONARDA:

   No importa, pues de ella salgo.
(Sale URBÁN.)

URBÁN:

Para tus industrias valgo
un mundo.

LEONARDA:

Urbán, ¿con tal prisa?

URBÁN:

Ya me vio llevar a misa
a tu prima aquel hidalgo.

LEONARDA:

   ¿Y qué? ¿Puso buen semblante?

URBÁN:

Con un rostro entre dos luces
se puso a vernos delante,
haciéndose cien mil cruces,
que es satisfación bastante,
   y al salir me dio el criado
aqueste papel cerrado
para que a tu prima diese,
como si culpa tuviese.

LEONARDA:

Bien le habemos engañado.
   Muestra, a ver lo qué le escribe.

URBÁN:

¿Quién duda que le dirá
que de su gusto se prive?

LEONARDA:

Dirá que corrido está
y cuán engañado vive.
(Lee.)
   «Vieja de Satanás, que a siete dieces
te enamoras, y gozas con hechizos
de mozos, por su mal, antojadizos,
con quien te haces niña y enterneces;
hoy vi tu antigua cara con dobleces,
tiznadas cejas y canudos rizos,
con la tuerta nariz, dientes postizos,
y las hermosas manos de almireces.

LEONARDA:

   Desengañeme, y dije muy corrido:
-A Dios, señora Circe, a Lanzarote
sirva de quintañona, y será moza.
Busque otro necio, como yo lo he sido,
a quien ponga de noche el capirote,
que presto le pondrán una coroza».

URBÁN:

   ¡Bravo fuego viene echando!
Mas no hay que espantarse de él.

LEONARDA:

Y yo me estoy lastimando;
que no hay cosa en el papel
que no me deje abrasando,
   porque hago de ello honor.

URBÁN:

Eres mujer, y en rigor
no pueden sufrir ser feas.
¿Corrido te has?

LEONARDA:

No lo creas.

JULIA:

Pues ¿hay afrenta mayor?

URBÁN:

   ¿Cómo afrenta? ¡Si ese piensa
que es esa vieja tu prima
de quien recibió la ofensa!

LEONARDA:

Por ventura amor me anima
a que me ponga en defensa.
   Y necio Camilo anda,
pues hoy confiesa tan dura
la que ayer sintió tan blanda.

URBÁN:

Lo que es mal, presto asegura,
y así en hablar se desmanda.
   ¿Qué has de hacer?

LEONARDA:

A su posada
ve esta noche; que me agrada
con otro mayor engaño
dalle un cierto desengaño.

URBÁN:

Tú quedarás engañada.
(Vanse y salen CAMILO y FLORO.)

CAMILO:

   ¿Eso me dices, Floro?

FLORO:

Bien sabía,
que había, señor mío, de ofenderte;
y sabe Dios lo que a mi alma cuesta
dar licencia a mi lengua y a mi boca,
para palabras de vergüenza poca.
Desde aquesta mañana que me diste
aquel papel que al escudero diese,
anduve comenzando mil razones,
y nunca pude pronunciar ninguna.
Bien sé, señor, que hacello fue mal término;
mas quien es tan discreto, y ha leído
tantas historias, verá bien por ellas
que amor tiene disculpa en sus efetos
con sólo ser amor.

CAMILO:

Ya lo sé, Floro,
y no es esa la culpa que en ti hallo.

FLORO:

Como yo vi que despreciaste a Celia,
y ella, señor, se vio desamparada,
por su consuelo entraba a visitarla;
y visitome amor de suerte el pecho,
que le dije mi intento, y di palabra
de casarme con ella, como fuese,
señor, tu gusto, y con licencia tuya.
Ella, desesperada y que en su vida
la volvieras a ver, y porque todas
oyen muy bien aquesto de casarse,
también me dio palabra y juramento.
[Ve] si gustas de hacerme un bien tan grande
en consideración de mis servicios,
pues sabes que mis padres te criaron,
y que he sido tu esclavo desde entonces.

CAMILO:

Floro, no pienses tú que a mí me pesa
que te cases con Celia porque tengo,
habiendo sido Celia cosa mía,
celos ahora [o] juzgo que es mal término;
sino porque el amor que te he tenido,
pensaba hacer de ti mejor empleo.
Ello es tu gusto, no te contradigo.
Si está de Dios, el hombre no lo estorbe.
Ve por Celia a su casa, y hablarela.

FLORO:

Más cerca está, señor.

CAMILO:

¿Cómo?

FLORO:

Está en casa,
   que hoy vino a mi aposento.

CAMILO:

Ve por ella.
(Va FLORO por ella.)
¡Estrañas cosas hace este amor ciego!
A mí por una vieja me trae loco,
y aqueste Floro casa con mi amiga.
Pero esto estame bien, pues me asegura
de que no me persiga.
(Vuelve a salir FLORO, y CELIA.)

FLORO:

Aquí está Celia,
y aqueste esclavo tuyo.

CELIA:

El cielo sabe,
señor, si vengo a [hablarte] con vergüenza;
pero para una cosa que es tan justa
espero tu favor.

CAMILO:

Celia, yo pienso
que el cielo te ha mirado piadoso,
pues a tu vida ha dado tal remedio
como es Floro, mi amigo y no criado;
padre tendréis en mí y amparo todo,
y el día que os caséis te daré, Celia,
sin vestidos ni alhajas, mil ducados.
Vuélvela ahora, Floro, a tu aposento.

CELIA:

El cielo aumente esos gallardos años.

FLORO:

Dame, señor, aquesos pies.

CAMILO:

Levántate.

CELIA:

No hay príncipe como él.

FLORO:

Nadie le iguala.

(Vanse FLORO y CELIA.)

CAMILO:

Contento parte Floro, que es amante
que su gusto escogió con muchos ojos.
¡Ay de aquel necio que le tuvo a escuras!
(Sale FLORO.)

FLORO:

Con no haberse cerrado bien la noche,
aquel tu enmascarado está a la puerta.
Fulgencio me lo dijo, y que este leas.

CAMILO:

¿Que no quieren dejarme aquestas máscaras?
¿Todavía esta vieja me persigue?

FLORO:

   Lee. Veamos qué es lo que te escribe.

(Lee.)

CAMILO:

   «Creerse de ligero no es cordura,
que suele resultar en propio daño;
y no tengáis temor de que es engaño,
que al fin el que es más fuerte poco dura.
   Venid, Camilo, a ver mi fe tan pura,
que esta noche os darán el desengaño,
o a lo menos la muestra dese paño,
que por su afrenta defenderse jura.
   No soy quien vos pensáis; y así, deseo,
aunque cual siempre guardaré mi fama,
desengañaros, como ya comienzo.
   No penséis que habéis hecho mal empleo,
ni a Circe presumáis tener por dama,
que en todo os soy igual, y en algo os venzo».
   ¿Hay cosa igual? Aquesta es hechicera
o yo he perdido, Floro, mi juicio.
¿Con esto sale ahora nuevamente?
¿Quiere enredarme con encantos nuevos?
Mas donde fue lo más, lo menos vaya.
Dame un jaco de presto.

FLORO:

Voy.

CAMILO:

Apriesa.
¿Guardar quiere su fama? Aquesta noche
luz tengo de llevar, si allá me matan.
Ponme en una lanterna una bujía.

FLORO:

¿Muerta?

CAMILO:

Encendida, necio, mas cerrada,
de suerte que llevarla no se vea.
¡Que aun quiere hacerse hermosa aquesta fea!
(Vanse. Salen LUCENCIO, LEONARDA y JULIA.)

LUCENCIO:

   Hasta hoy no había sabido,
sobrina, aqueste suceso,
de que estoy que pierdo el seso.

LEONARDA:

¿Y que tan mal le han herido?

LUCENCIO:

   ¿Cómo herido? Si no fuera
en Valencia no escapara,
que es la cirugía rara;
y así, su salud se espera.
   La noche que de aquí fue
con las cartas que escribimos,
esas albricias le dimos.

LEONARDA:

Sin duda que hizo por qué.

LUCENCIO:

   Él jura que a nadie habló,
ni sabe por qué le dieron.

LEONARDA:

Y ¿no se sabe quién fueron?

LUCENCIO:

Diera por saberlo yo
   la mitad de mi hacienda.

LEONARDA:

¿Y no le hacéis regalar?

LUCENCIO:

A casa le he de llevar,
y hacer que nadie lo entienda,
   que es conveniente a tu honor.
¿Hay recado de escribir?
Porque es razón advertir
a ese hidalgo y su señor.

LEONARDA:

   ¡Hola! Poned unas velas
allá en mi cuadra.

LUCENCIO:

Yo voy.

(Vanse JULIA y LUCENCIO.)

LEONARDA:

¡Que no me aprovechan hoy
con este viejo cautelas!
   ¡Cuando a Camilo he de ver,
tengo aquesta sombra en casa!
pero bien lejos de él pasa,
y yo le sabré esconder.
(Sale JULIA.)

JULIA:

   Ya el viejo queda escribiendo.

LEONARDA:

Urbán sin duda es venido.
(Salen URBÁN y CAMILO.)

URBÁN:

No dirás que no he traído
tu ciego.

LEONARDA:

En verle me ofendo.

CAMILO:

   ¿Podreme ya descubrir?

LEONARDA:

Lleva esas luces.

CAMILO:

¿Que aún dura
esto de ser dama escura?
Ya no se puede sufrir.
   Heme aquí que me descubro.
¿Qué importa, si ciego estoy
para el desengaño de hoy?

LEONARDA:

Por quien soy, de vos me encubro.
   Pero no saldréis de aquí
sin que vais desengañado,
y habeisme mucho agraviado
con pensar eso de mí.
   Y fue sin duda locura
no reparar en que ha sido
la dama que habéis tenido
menos espantosa y dura;
   que no es un hombre tan ciego,
que así sus manos le engañen,
para que le desengañen
vanos pensamientos luego.
   Pero sois mozo, en efeto,
y no poco confiado;
y ansí en lo escrito y hablado
no habéis andado discreto.
   Mas quiérooslo perdonar
no más de por lo que os quiero.

CAMILO:

Disculpa daros espero,
si es que me pude engañar.
   Pero si luz no ha de haber,
no procuréis desengaño,
que quien hizo aquel engaño,
otros muchos sabrá hacer.

LEONARDA:

   Pues luz no la imaginéis.

CAMILO:

¿Eso es ya resolución?

LEONARDA:

Aunque os pierda, está en razón
que con luz no me gocéis.

CAMILO:

   Pues burlar a un caballero
tampoco, señora, es justo.
Daros quiero un gran disgusto.
Luz traigo, y veros espero.
(Descubre la luz.)
   ¡Jesús! ¿No sois la viuda
que yo tantas veces vi?

LEONARDA:

¡Ay, desdichada de mí!

CAMILO:

Ya mi mal en bien se muda.

LEONARDA:

   ¿Ese es término de hidalgo?

CAMILO:

Del rostro, la mano alzad.

LEONARDA:

¿Hay tal fuerza? ¿Hay tal maldad?

(Sale LUCENCIO.)

LUCENCIO:

Leonarda, a tus voces salgo.
   ¿Cómo es aquesto? ¡Hombre aquí,
y hombre con desnuda espada!

CAMILO:

Estuvo siempre envainada,
y desnudose por ti.

LUCENCIO:

   Saca una luz, llama gente.
(Va JULIA y saca un hacha.)

LEONARDA:

Señor, esto es hecho ya;
poner silencio será
remedio más conveniente.
   Aqueste hidalgo es Camilo,
a quien tú conoces bien;
quiéreme bien, y también
yo a él por el mismo estilo.
   Si fuere voluntad suya,
yo quiero ser su mujer.

LUCENCIO:

Como estéis de un parecer,
yo gusto que se concluya.
   Más blando, señor armado,
que os conocí muy pequeño.

CAMILO:

Vos sois mi padre y mi dueño.
Haced lo que os han rogado.

LUCENCIO:

   Ve, Urbán, y llama testigos.

URBÁN:

Yo voy volando.
(Vase.)

LUCENCIO:

¡Esto pasa!
¿Cuando estoy, sobrina, en casa,
tienes en casa enemigos?
   ¿Para qué escribir me hacías,
si en este negocio andabas?

(Salen URBÁN, OTÓN, LISANDRO, VALERIO y FLORO.)

LEONARDA:

¿Por qué un pueblo no llamabas,
o media ciudad traías?

URBÁN:

   Estaban casi a la puerta.

LUCENCIO:

Ellos están bien llamados;
caballeros son honrados.
Oigan cómo se concierta
   que Camilo con Leonarda
se han de casar, y lo juran.

VALERIO:

Justamente lo procuran:
él noble, y ella gallarda.
   Hoy de mil tesoros llenos
os haga el cielo a los dos,
y goceisos, ruego a Dios,
por muchos años y buenos.

FLORO:

   En un día, mi señor
y yo nos hemos casado.

LISANDRO:

Casamiento tan honrado
vuelve en olvido mi amor.
   Mejor que en reinos ajenos
y con el bien que tenéis,
estaréis donde os gocéis
por muchos años y buenos.

URBÁN:

   ¿No me dan a Julia a mí?

LEONARDA:

De hoy más será tu mujer.

OTÓN:

El testigo vengo a ser,
aunque pretendiente fui.
   Mas confieso que soy menos;
y así tan bien escogéis
que es bien que este bien gocéis
por muchos años y buenos.

LISANDRO:

   ¿Será la boda?

LUCENCIO:

Mañana.

VALERIO:

¿Tan presto?

LUCENCIO:

Conviene así.

CAMILO:

Pues bien es que acabe aquí
La viuda valenciana.
 
 
FIN DE LA FAMOSA COMEDIA DE LA VIUDA VALENCIANA