Ir al contenido

Las Malvinas (2, J. T. Guido)

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

LAS MALVINAS


En el extracto de los trabajos de la comision á que se ha encomendado el delicado encargo del mapa y atlas de la Confederacion, hemos advertido la decision aprobada de incluir las Islas Malvinas en esa carta como parte integrante de la República Argentina.

Aqui la geografia se armoniza con la política de la nacion, y con sus derechos eminentes.

Aquella seccion científica presidida por el General Mitre, antiguo Presidente de los Argentinos, al decidir tal inclusion, ha prescindido completamente de hechos consumados, y solo ha remontado á las fuentes primitivas de la soberanía.

No es este el momento de traer á reminiscencia los detalles y antecedentes de la controversia motivada por una imprevista usurpacion, cuando una potencia europea enarboló la antigua bandera del Leopardo sobre ese archipiélago austral. La protesta argentina oportunamente presentada bajo el Ministerio de Lord Palmerston se repitió anualmente hasta 1851, en medio del silencio del gobierno y del Parlamento de Inglaterra.

Pero no es inoportuno recordar que desde el año 20 las Provincias Unidas del Rio de la Plata tomaron solemne posesion de las Malvinas.

Despues de una década de consumado este acto en presencia de todos los neutrales, y en la de los agentes ingleses en Buenos Aires, se enviaba allí un gobernador que ejerció su cargo, y el cual expulsado violentamente de la naciente colonia por un buque de Su Majestad Británica, recibió largo tiempo despues en Lóndres una parte de la indemnizacion que reclamaba.

El general Alvear obtuvo en Washington declaraciones satisfactorias del Presidente de los Estados Unidos, en obsequio á los títulos argentinos que uno de los ministros americanos habia negado con escasa lógica, y con imprevision. Publicistas distinguidos de ese país, y entre otros, Roberto Greenhow comprobaron en memorias históricas el dominio legítimo ejercido en Malvinas por los monarcas españoles, y del cual nos habíamos hecho herederos desde la emancipacion del continente, segun la ley pública que determina los orígenes de la propiedad de las naciones.

Despues, segun se compulsa en los debates de la Convencion de 1770 reunida en esta capital, uno de los Diputados al tratar de los límites tocó esa cuestion invocando el deber patriótico de sostener la inviolabilidad territorial.

Ninguno de sus colegas entre los cuales se sentaban hábiles jurisconsultos, y antiguos gobernantes opuso la menor objecion, porque la conviccion de todos á ese respecto era profunda.

Ahora parece renacer la demostracion de la legitimidad de reclamos suspendidos, pero no abandonados. El Ministerio de Relaciones Exteriores no puede permanecer indiferente, y desde luego el Ejecutivo Nacional que proteje ó autoriza la formacion del Atlas, como la expresion única y oficial de la extension de nuestros territorios en la América Meridional, se encuentra en el compromiso de no declinar de este principio.

Afortunadamente, la amistad antigua con el pueblo inglés, los recursos de la diplomacia y el interés mas obvio franquean caminos para el advenimiento mas honroso. Los respectivos Secretarios de Estado buscarán, y hallarán el mas seguro ó el mas pronto. ¿Sería difícil acaso á la rectitud, á la liberalidad, al decoro del Reino Unido conceder indemnizacion adecuada, siguiendo sus propios ejemplos en transacciones que han tenido lugar frecuentemente desde el siglo XVIII?

Nadie perderia en este desenlace; y es uno de los timbres de la moderna civilizacion el respeto de los Estados fuertes á los débiles. La Gran Bretaña que apoyó con sus simpatías la independencia de las Repúblicas, y cuyos marinos recogieron laureles mas frescos bajo las constelaciones del Sud no declinaria en tan célebre evergencia de ostentar la justicia tantas veces proclamada, é inseparable de su honor.