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Las Maravillas Del Cielo/VIII

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Las Maravillas Del Cielo
de Roque Gálvez y Encinar
Capítulo VIII.



CAPÍTULO VIII.




El siguiente día fué de regocijo para toda la familia. Lázaro, el hijo de D. Alberto, había enviado á su padre un telegrama anunciándole que acababa de verificar con nota de sobresaliente los ejercicios de licenciatura en Medicina y Cirugía. Encargábale que diese de su parte muchos abrazos á sus tíos y sus primos, á los que tendría el gusto de volver á ver muy en breve.

Sería inútil tratar de describir la satisfacción que embargaba el alma de D. Alberto. Los padres reciben la noticia de los triunfos de sus hijos con mayor júbilo aun que el que éstos experimentan, y nada endulza tanto las fatigas y achaques de su ancianidad, como verles en camino de labrarse un porvenir honroso á fuerza de aplicación y de trabajo.

En cuanto á Adela y Luis, querían mucho á su primo, y la fausta nueva transmitida por el telégrafo les llenó de gozo. Lo mismo ocurrió á los padres de los niños, y todos deseaban con impaciencia la llegada de Lázaro para celebrar dignamente tan grato acontecimiento.

Aquella noche, cuando D. Alberto subió á la azotea con sus sobrinos, les habló del siguiente modo: .

—Esta noche ha de ser, por ahora, la última en que os hable de las maravillas celestes, no sólo porque la llegada de mi hijo determinará una nueva manera de invertir nuestro tiempo, sino también porque, en realidad, tenéis ya una idea de lo que es el sistema planetario á que la Tierra pertenece. A esto quería yo limitar mis explicaciones, y he visto con verdadero placer la atención que me habéis prestado y el interés vivísimo con que habéis seguido mis observaciones astronómicas.

De todas suertes, algo he de deciros, siquiera sea muy á la ligera, de esos otros millones de soles que aparecen á nuestros ojos bajo el aspecto de estrellas más ó menos brillantes. A simple vista apenas se distinguen 7.000; pero con un buen anteojo se divisan tantas, que bien puede decirse que son innumerables. Para estudiarlas, ha sido preciso fijarse en las formas que presentan algunos de sus grupos, á los que desde muy antiguo se da el nombre constelaciones. Las constelaciones, así como las estrellas de que constan

Nebulosa de Tauro.

y su posición en el cielo, pueden estudiarse en las esferas ó globos celestes que habéis visto en el colegio y en algunos comercios de objetos de estudio. Yo os regalaré uno de estos globos, y poco a poco iréis aprendiendo á fijar la posición que en el espacio ocupan las principales constelaciones y las estrellas más notables que las forman. Semejante estudio no es fácil; pero poco á poco iréis dominando las dificultades que presenta, y entonces daréis por bien empleados cuantos esfuerzos os haya exigido el conocimiento de la más hermosa de las ciencias que pueden ser objetos de las investigaciones del hombre.

La distancia que separa á las estallas de nuestro mundo es grandísima, y no se mide ya por millones de kilómetros, sino por millones de millones y aun por trillones, esto es, por cantidades compuestas de trece á veinte cifras.

Sólo se ha podido medir la distancia que nos separa de ocho ó diez estrellas; todas las demás están tan lejos de nosotros, que todo cálculo se hace imposible.

La estrella más cercana es la Alfa, de la constelación del Centauro, y, sin embargo, dista de la Tierra sobre 32 millones de millones de kilómetros. Para formar idea de semejante abismo, hay que tener en cuenta que la luz, que camina más de 300.000 kilómetros por segundo y que sólo invierte ocho minutos y trece segundos en venir desde el Sol, necesita tres años y medio en llegar acá desde la estrella Alfa, del Centauro. Y ya os he dicho que ésta es la más cercana á nuestro mundo. La estrella llamada Vega de la Lira, que está cerca de la Polar, dista de nosotros 200 billones de kilómetros, y su luz tarda veinte años en recorrer esta distancia: Sirio está 216 billones de kilómetros de la Tierra, y su brillante luz franquea en veintidós años esta inmensidad; la Polar, que parece fija en el cielo, está á 470 billones de kilómetros, y por fin, Capella, situada en la pequeña constelación llamada de las Cabrillas, dista de la Tierra cerca de 700 billones de kilómetros, y su luz tarda setenta y dos años en llegar hasta nuestro pequeño planeta.

Todas las estrellas tienen sus respectivos sistemas planetarios, y nada se opone á que cada planeta tenga sus habitantes, de igual modo que el mundo en que vivimos. Además, así como nuestro Sol gira en derredor de una estrella de la constelación de Hércules, cada estrella se mueve en torno de alguna otra, y algunas veces dos ó tres soles de fuerza aproximadamente igual giran á un tiempo los unos sobre los otros. ¡Qué sublime será el espectáculo que se ofrezca á la vista de los habitantes de un planeta iluminado á la vez por tres soles, uno de luz roja, otro de luz azul y otro de luz amarilla, que salgan y se pongan en diversos puntos del horizonte! ¡Qué hermosos contrastes y combinaciones los de esos rayos de luz diversamente coloreada! ¡Qué extraños matices presentarían el cielo, las aguas y los paisajes! ¡Qué magia de hermosura en la salida y puesta de esos globos de fuego! Cuanto más se estudia, más se comprende y se admira la grandeza de Dios.

El color de la luz de cada estrella obedece solo, conforme os he explicado ya en otra conferencia. á la intensidad del calor que palpita en las entañas y en la superficie del astro. Cuando éste se halla en el grado más alto posible de temperatura, su luz es de color morado ó violeta; después se va volviendo azul, verdosa, blanca, amarillenta, ana- ranjada y roja. Más tarde el rojo pasa á púrpura, y se va ennegreciendo hasta que se apaga. El telescopio

Aerolito.
nos muestra muchos ejemplos de cada uno de estos matices luminosos que sirven para indicarnos lo que podríamos llamar la edad de cada estrella.

Cuando un astro se apaga, entra en el último período de la vejez, en la decrepitud. Entonces, enfriada ya su superficie y aligerada su atmósfera, muchos de los vapores en ella diseminados se condensan, convirtiéndose en mares y en ríos; brotan por todas partes árboles, plantas y flores, y después de ir apareciendo multitud de especies animales, cada vez más complicadas y perfectas, entra en escena el ser inteligente, imagen y reflejo de Dios: el hombre. Pasan así millares de años y de siglos; el astro, cada vez más yerto y frío, va haciéndose impropio para sostener la vida: el fuego, refugiado en su interior, va apagándose poco á poco, y desaparece al fin, y entonces aquel mundo muere, se disgrega, y quizá se divide en millones y millones de fragmentos, que vagan por el espacio como pequeñísimas estrellas errantes, y acaban por caer sobre el astro que con más fuerza les atrae, en forma de bólidos ó aerolitos. Las lluvias de menudísimas estrellas

Aerolito.
errantes que en ciertos períodos caen sobre la Tierra no son quizá sino escombros de mundos arruinados.

Para el Supremo Hacedor, la vida de un astro no es más larga que la vida de un hombre. Nosotros, que, semejantes á flores de un día, pasamos rápidamente sobre la Tierra, ayer niños, hoy hombres, mañana ancianos, recorriendo en un tiempo, que siempre nos parece muy breve, la distancia que separa la cuna del sepulcro, retrocedemos asustados ante las cifras de millones de siglos que abarca la vida de un astro; mas para Dios, que es infinito é inmortal, ese inmenso período es aún menos que para nosotros un fugaz segundo.

Aquí podría terminar mi conferencia; pero no quiero hacerlo sin deciros algo de otra clase de cuerpos celestes, que, en rigor, no pueden ser clasificados ni entre los soles, ni entre los planetas,

Cometa de cabellera.

ni entre los satélites. Me refiero á los cometas ó estrellas de cola, como vulgarmente se les llama, y que se caracterizan por ser astros casi siempre gaseosos y muy tenues, rara vez sólidos, que giran en torno de un Sol, describiendo elipses muy prolongadas, de modo que sólo hacen sus apariciones en períodos que comprenden gran número de años. En nuestro sistema solar hay muchos millones de cometas, pero sólo se han determinado los movimientos 

Cometa de cola partida.


de algunos de ellos. Por lo general les rodea una expansión gaseosa, que por su forma ha recibido los nombres de cola, cabellera ó barba. Las órbitas de los cometas pasan algunas veces á muy corta distancia del Sol, y luego se alejan de él hasta mucho más allá de la órbita de Neptuno; otros cometas, cual si fuesen viajeros celestes llenos de inquieta curiosidad, pasan de un Sol á

Cometa de cola hendida.
otro, y muchos de ellos son tan tenues, que la Tierra podría pasar á través de ellos con más facilidad que una bala de fusil por una tela de araña.

Cuando aparece algún cometa sobre nuestro horizonte, suele motivar terror y alarma entre las gentes incultas, que suponen que esos astros anuncian guerras, pestes y otras calamidades; pero éstas son preocupaciones propias sólo de ignorantes y que hacen reir á las personas sensatas.

Doy aquí fin á mis conferencias, hijos míos. Si he logrado impresionar con ellas vuestras conciencias y vuestros corazones, permitiéndoos entrever la magnificencia del universo y completar la idea que ya tenéis formada de la grandeza de Dios, harto premiado estaré, pues quien siembra verdades, siembra bienes. Quizá algún día vuestra afición al estudio os llegue á proporcionar una profunda ciencia: en tal caso, no olvidéis que la soberbia es la mayor de las locuras, pues cuanto más llega á saber el hombre, tanta mayor conciencia adquiere de su pequeñez. Sólo merece el nombre de fuerte el que, á más de sabio, es humilde, justo v virtuoso.

Los niños, penetrados de la verdad que encerraban 

Lluvia de estrellas


las palabras de D. Alberto, y conmovidos por el acento con que las pronunció, se arrojaron en sus brazos, y él les estrechó cariñosamente.

Al siguiente día salieron todos á la estación para recibir á Lázaro, que traía lindísimos regalos y juguetes á sus primos. Estos le dieron idea de las conferencias que habían oído de labios de D. Alberto, y pudo verse entonces con qué fidelidad se habían fijado en su memoria y en su entendimiento aquellas instructivas lecciones. Lázaro, recordándoles á su vez las explicaciones que acerca del mundo microscópico les había hecho anteriormente, les hizo notar que la idea del infinito aparece siempre en todas las obras del Creador, así en la esfera de lo grande como en la de lo pequeño. Una célula invisible es un verdadero mundo: un Sol gigantesco es sólo una célula de la inmensidad.



FIN DE LA OBRA.