Las esmeraldas/Capítulo XII

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Capítulo XII

-No creí que estuvieran las piedras tan limpias -decía en la noche del miércoles a Leonor Alfonso, contemplando el aderezo de esmeraldas, que relumbraba como una constelación sobre el primoroso estuche de gamuza-. Realmente, fué espléndido el regalo hecho a la diosa Kalí por el tunecino pirata; digno de una diosa, de la representada en la estatua de ébano que echó mi ascendiente a los fondos del mar con el cuerpo y con la galera de Ben-Alí.

-Dicen -siguió el duque- que aquella imagen era horrible. Así lo pretende la tradición. Yo, sin embargo, de más joven la suponía bella: muy morena, con el pelo a ondas y los ojos de negruras aprisionadas. ¡Ilusiones de mozo! A veces, en mis soledades de colegial, recordando la leyenda de los Neblijar, evocaba a Kalí y siempre la veía hermosa. ¡Qué tontunas, eh!

-Verdaderamente...

-¡Cualquiera sabe la verdad al cabo de tres siglos! Lo indudable es el mérito de las alhajas. Ahí las tenemos proclamándolo.

-Cierto.

-Mañana proclamarán tu triunfo en el hotel de los enviados del Czar. Contigo lo compartiré. Antes de las seis de la tarde estaré aquí de vuelta.

-¿No desistes de la cacería?

-De ninguna manera. A las dos de la madrugada saldremos del club, para llegar al curadero al romper el día. ¿Quién desperdicia la ocasión de cobrar semejante pieza? ¡Un jabalí viejo! Un veterano que tiene a su cargo muchas y muy ruines hazañas. ¡No le arriendo la ganancia si llego a toparme con él! Puede que la suerte me ayude.

-¡Ay! -añadió, contemplando el retrato de su abuelo, el héroe de los tiempos de Carlos V-. Vosotros tuvisteis más fortuna; podíais probaros con los enemigos de vuestra fe, de vuestra patria... Pelear con ellos cuerpo a cuerpo. ¡Conquistar fama, prez!... ¡Nosotros!... ¡Qué remedio! Cada cual coge lo que le depara el destino. A falta de un pirata, no es mala presa un jabalí. He mandado que me lleven al club el traje y todos los avíos. No te molestes aguardándome.