Las famosas asturianas/Acto I

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​Las famosas asturianas​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

La escena es en León y en otros puntos.


Plaza de León, con puerta de un monasterio.
(EL REY DON ALFONSO, retirándose; FISNANDO, ALARICO, FORTUNO y GENTE amotinada, tras él.)
REY ALFONSO:

  Al vueso rey facer tamaño tuerto,
non es de buenos nin de fijosdalgo.

FISNANDO:

O muera, o le prended.

REY ALFONSO:

Será más cierto
morir, traidores.

ALARICO:

Non cuidéis en algo.

REY ALFONSO:

Ya estoy, villanos, en sagrado puerto.
De las aras de Dios me agarro y valgo.

(Éntrase en el monasterio, y cierran.)
FISNANDO:

Alfonso, hoy finará tu corto imperio.

ALARICO:

Los monjes han cerrado el monasterio.

FISNANDO:

  ¡Por la crisma bendita que posada
traigo en la frente, que non deje el puesto,
nin de camisa he de cubrir la espada,
fasta que todo yaga descompuesto!

ALARICO:

La puerta es fuerte, en fierros aforrada:
non se podrá desquicionar tan presto;
y si los monjes puyan a la torre,
nuestra vida, a la fe, peligro corre.

FISNANDO:

  Pues ¿qué pueden facer los capilludos?

ALARICO:

Tirar de en somo bien fornidos lanchos,
y asaz que son de gruesos y membrudos,
y en se guarir los parapetos anchos.

FISNANDO:

Non fuimos en matarle bien sesudos;
mas cuiden los Alfonsos y los Sanchos
que non han de reinar, nin sus injurias
sofrir los homes de León y Asturias.


NUÑO OSORIO, EL CAPITÁN TEUDO, FROILÁN, TENORIO, FISNANDO,ALARICO, FORTUNO, GENTE.
TEUDO:

  ¿Non llevaremos gente?

NUÑO OSORIO:

Non me basto
a sofrenar, en viendo tan notorio
el daño a mi rey, Alfonso el Casto.

ALARICO:

éste es el montañés don Nuño Osorio.

NUÑO OSORIO:

Siempre mi sangre en su servicio gasto.
¡Aquí, Teudo, Froilán; aquí, Tenorio!
¡Mueran estos traidores, y el rey viva!

(Pelean; los amotinados huyen.)
TEUDO:

¡Verá cuál va la gente fugitiva!

NUÑO OSORIO:

  Por la casuella santa de Ildefonso,
que non ha de quedar vivo ninguno.

TEUDO:

Pues a Fisnando cántenle un responso.

NUÑO OSORIO:

Y a Alarico no menos, y a Fortuno.

TEUDO:

Ya sale de la igreja el nueso Alfonso.

NUÑO OSORIO:

¡Oh fidalgos! Non quede de vos uno
que non yaga a los pies de Alfonso el Bueno,
de tanta gloria y bienandanza lleno.


EL REY, NUÑO, TEUDO, FROILÁN, TENORIO.
REY ALFONSO:

  Non vos humilledes tanto,
amigos, pues que por vos,
del querer del cielo en pos,
a tanto bien me levanto.
  Los vuesos brazos me dad;
que miembros de tal firmeza
farán bien con la cabeza
junta y unida igualdad.

NUÑO OSORIO:

  Rey nueso, cuanto nos honras,
tanto a ti mismo levantas:
deja besar esas plantas;
que harto de asaz faces honras.
  aquellos homes traidores
de abolengo de otros tales,
¿cómo pueden ser leales,
no lo siendo sus mayores?
  Todos los que ves aquí
son de aquellos asturianos,
cuyos abuelos cristianos
molares facen allí,
  por la pérdida de España;
éstos, ganando a León
con el valiente escuadrón
que salió de la montaña,
  ficieron rey a Pelayo,
a quien socedió Favila,
primero Alfonso, y Froíla,
de los africanos rayo,
  aunque por los suyos muerto,
por vengar a Vimarano;
que el ser Caín de su hermano
non era al cielo encobierto.

REY ALFONSO:

  Reinaron Aurelio y Silo,
y aunque a Dosinda pesó,
Mauregato socedió,
bastardo y de tal estilo
  (¡mala su memoria sea!),
que atal tributo dejó
de cien doncellas, que yo
non quiera Dios que lo vea.
  La merindad de Pravía
le sopoltó que debiera
fincar en mala foguera,
polvos al aire aquel día.
  Bermudo en pos del que digo,
por estar vos desterrado
en Navarra, fue llamado
al reino entonces conmigo;
  mas él, que craro sabía
que érades vos heredero
legítimo y verdadero,
que por padre vos venía,
  en Safagún se vistió
la cogulla de Benito,
y renunció por escrito
el reino, que vos, donó.
  Según esto, si sos vos
fijo del rey don Froíla,
¿qué vos cansa y aniquila
ése, que mal faga Dios?
  A vos, Alfonso, os atañe:
quien vos lo niega es traidor.

REY ALFONSO:

Con tan nobre defensor
non hay traición que me dañe.
  Páguevoslo Dios, amén,
buen alcaide de León.

NUÑO OSORIO:

Yo vos beso por el don
la mano, y el pie también.
  Fágavos Dios, rey sesudo,
tan temido y acatado,
que tenga el vueso reinado
al más envidioso mudo.
  Seáis de Dios temeroso
y celador de su ley;
que non puede ser buen rey
sin ser de Dios pavoroso.
  Veáis las vuesas banderas
sobre las aguas del Tajo,
aunque vos cueste trabajo
el conquerir sus fronteras.
  y si vos socede bien,
lleguen a Guadalquivir,
y aun al mar oso decir,
que puedan nadar también.
  Crezca vuesa renta al año
treinta mil maravedís.

REY ALFONSO:

Todo el bien que me decís
non será por vueso daño;
  que vos juro, el buen Osorio,
que vos amo asaz y quiero
por antiguo caballero,
de Solar y hecho notorio,
  y por vuestra gran lealtad,
y porque aquí me habéis dado
la vida, y aventurado
la vuesa a mi libertad;
  que si no fuera por vos,
rompieran el monasterio,
de nuestro honor vituperio
y poco pavor de Dios.
  Y tórnovos a endonar,
por lo que me bendecís,
quinientos maravedís
de renta al vueso yantar.

NUÑO OSORIO:

  Y yo a besaros los pies

REY ALFONSO:

A Teudo, mi capitán,
doble sueldo le darán.

NUÑO OSORIO:

Leal y fidalgo es

TEUDO:

  El cielo os dé larga vida.

NUÑO OSORIO:

Vamos; que os quiero facer
fiestas.

TEUDO:

Hoy os ha de ver
con la corona somida
  hasta los ojos León,
porque mostréis en la faz
que vos ha ofendido asaz
la mengua de su traición.

NUÑO OSORIO:

  Como al cuerpo los sentidos,
son al gobierno los nervios,
el castigar los soberbios
y el perdonar los rendidos.
  Tomemos muesos caballos,
y la fiesta se aperciba.
¡Viva Alfonso el Casto!

LOS OTROS:

¡Viva!

REY ALFONSO:

Guárdevos Dios, mis vasallos.

(Vanse.)



Monte.
DOÑA SANCHA, sola, con montera de caza, vaquero y venablo.
DOÑA SANCHA:

  ¿Cuidaste que temía,
oso feroz, peludo,
tu catadura fiera doña Sancha?
¿Cuidaste que fuía,
pues non facerlo pudo
el africano, que su campo ensancha?
La verde yerba mancha
tu fiero humor sangriento,
faciéndote de grana
la parda y roja lana,
indicio de mi brazo y ardimiento;
que destas bizarrías
están colmadas las fazañas mías.
  Non será tu cabeza
la primera que entolde
el dintel de la puerta de mi casa,
puesto que tu fiereza
vendrá como de molde
al arco que de reja a reja pasa.
Calor del sol me abrasa,
sin el del ejercicio:
faced, árboles, sombra,
y vos, yerbas, alfombra;
que non hay en las cortes edificio
como le facen juntas
de los trabados álamos las puntas.

DOÑA SANCHA:

  ¡Oh cristalinas fuentes,
donde suelo tocarme,
por haceros espejos de mi cara,
con cercos relocientes
de yerba, en que sentarme,
y tanta flor en que la vista para!
Cuida Laín de Lara,
que en estrado le atiendo
en cuadras de mi casa,
porque con él me casa
mi padre; y yo, que aun de le ver me ofendo,
ando por estas flores
cazando fieras y olvidando amores.
  Non ál que el verme libre
piensa mi pensamiento;
lo ál arrojo de mi alma lueñe.
El dardo el brazo vibre,
y al oso corpulento
en tierra el cuento la cuchilla enseñe.
Laín de Lara sueñe
sus fingidos placeres;
que yo por bosques quiero
teñir el blanco acero:
que non se amañan todas las mujeres
a desfilar vainillas,
que facen a los homes lechuguillas.


LAÍN DE LARA, con una ballesta; DOÑA SANCHA.
LAÍN DE LARA:

(Sin ver a DOÑA SANCHA.)
Con armas cazadoras
de fieras alimañas,
¿quién vió jamás venir a caza fembras?
Las viras matadoras
en ásperas montañas
osos matan, amor, si bien te miembras;
mas tú, cruel, que siembras
ya por tan luengos días
al viento mi esperanza,
sin que fagas mudanza
de tu rigor y las tristezas mías,
sabes que non hay fiera
como mujer que olvida y persevera.
  Non ando yo mezquino
por las calles mirando
las puertas de mi Sancha, non las rejas;
non voy a hallar camino
amando y sospirando
entre los hierros, de colar mis quejas.
Nin ve por las semejas
de mi rostro difunto
desde las almofadas
mis cuitas abrasadas,
nin sentado en la silla le pregunto
corteses cumplimientos,
non digo enamorados pensamientos.

LAÍN DE LARA:

  En la sierra fangosa
la busco entre las fieras,
en los bosques de bojes y de tejos.
Ya con la red nudosa
prendiendo aves ligeras;
ya matando las liebres y conejos;
ya, sirviendo de espejos
los cristales corrientes,
mirándose la cara,
ya de sí misma avara,
huyendo de mirársela en las fuentes,
las hebras por donaire
con más ondas que el mar dorando el aire,
  sólo se diferencia
de las fieras crueles,
en que ellas, a mi llanto enternecidas,
non fuyen mi presencia;
que entre aquestos laureles
oyen mi voz, de mi dolor vencidas;
yella de las feridas
que en mis entrañas face,
fuye y me deja solo,
desde que muere Apolo
fasta que en brazos de la aurora nace.
¡Oh amor!; ¿qué ley sofriera
que fuiga una mujer y oiga una fiera?

DOÑA SANCHA:

 (Aparte.)
Por las relicas santas
que yacen en Oviedo,
que ha venido Laín a perturbarme,
tras que vegadas tantas
le he dicho que non puedo
atender a sus cuitas ni casarme.

LAÍN DE LARA:

 (Aparte.)
O quieren engañarme
mis locas fantasías,
o doña Sancha es ésta.
¿Non fueras, ¡oh ballesta!,
arco de amor, que sus entrañas frías
agora trascolaras,
y rendida a mis quejas la fincaras?

DOÑA SANCHA:

 (Aparte.)
Fuir quisiera y non puedo;
que será descortesía.

LAÍN DE LARA:

(Aparte.)
Non es la sierra tan fría
como es el amor con miedo.
  ánimo, turbada lengua;
pies cobardes, ¿qué os heláis?
Si de una fembra tembláis,
calársevos ha por mengua.
  ¡Oh Sancha hermosa!

DOÑA SANCHA:

¡Oh Laín!

LAÍN DE LARA:

¿Siempre en el campo?

DOÑA SANCHA:

¿Qué cosa
más agradable y fermosa?

LAÍN DE LARA:

El cultivado jardín
  conviene a la tierna dama,
que non la nevada sierra;
que como al home la guerra,
acuciadora de fama,
  tal a la fembra la paz,
el estrado y la labor.

DOÑA SANCHA:

Damas que cuidan de amor
fallen sentadas solaz.
  Yo, Laín, en este sino
y en este planeta fuí
nacida al mundo, que a mí
non me alegra el oro fino
  en el dosel y el estrado,
ni menos la mora alfombra,
sinon la apacible sombra
que facen olmos al prado.
  Más precio esperar aquí
que un jabalí fiero asome,
que oír blanduras de un home,
puesto que fembra nací.

LAÍN DE LARA:

  Quien tanta conversación
tiene con las fieras ya,
o fiera tornada está,
o sus entrañas lo son.
  Abranda (que Dios te guarde)
ese indomable albedrío
al largo tormento mío,
y non me remedies tarde.
  El tu padre y mi señor
mi esposa quiere facerte:
non es cordura esconderte,
Sancha, y despreciar mi amor.
  Tú has de ser mía.

DOÑA SANCHA:

Detén,
Laín, la lengua y la mano.

LAÍN DE LARA:

El ser yo tan cortesano
faz que no me trates bien.
  Pues en el campo non quiero
ser con tanta esquividad
humilde; que mi humildad
face tu rigor tan fiero.
  Esa mano me has de dar.

DOÑA SANCHA:

¡Ay, el home lo que diz!
pues por la sobrepelliz
que lleva el crego al altar,
  y aun por el santo varraco
de San Antón, vos prometo
que si el chuzo vos espeto,
que vos faga un buen foraco.
  Non debedes de pensar
el valor de doña Sancha.

LAÍN DE LARA:

Tengo yo el alma, atán ancha,
que non lo es tanto la mar.
  Non me la alteran tormentas
nin me la menguan tormentos.
Faz tú, Sancha, sentimientos;
que aun me regalo en que sientas.
  Y advierte que estos desdenes
me pagarás algún día;
que por fuerza serás mía,
y faré entonces que penes.

DOÑA SANCHA:

  ¿Yo tuya?

LAÍN DE LARA:

Ya está tratado,
fiera, rebelde, enemiga
de ti misma.

DOÑA SANCHA:

Aunque él lo diga,
non pienso tomar estado.

LAÍN DE LARA:

  ¡Ay, que ha dicho contra el santo
mandamiento de honrarás
tu padre y madre!

DOÑA SANCHA:

Aunque más
astuto y artero tanto,
  me levantes testimuños,
non me farás que te quiera;
que, como víbora fiera,
aborrezco matrimuños.

LAÍN DE LARA:

  Y ¿dejarásme morir?

DOÑA SANCHA:

Non fagas del zorro, no;
que he leído en copras yo
que saben homes fingir.


SOL, dichos.
SOL:

  En tu búsqueda venía,
trotando todo ese valle.

DOÑA SANCHA:

Non hay, Sol, quien no me falle
somo desta fuente fría.
  ¿Qué hay en casa? ¿Es ya venido
el mío señor a yantar?

LAÍN DE LARA:

(Aparte.)
Aquí me quiero posar,
entre esta yerba escondido.

SOL:

  Antes vino de León
Lireno, que le ha contado
que al Rey de nuevo han jurado
los que más fidalgos son,
  después de aquella presura
que entre los monjes sofrió;
porque ya Osorio venció
toda esa banda perjura;
  el cual con los asturianos
tales fiestas enordena,
que está la ciudad más llena
que una granada de granos.
  ¡Ay Dios, si fueras allá!...
Mas no tienes condición.

DOÑA SANCHA:

Las cosas de Osorio son
tales, que me obligan ya
  a ver de qué catadura
es home de tanta pro,
aunque nunca se me oyó
atamaña desmesura.
  Mas ¿siempre tengo de ser
piedra, nieve, sierra, monte?
Pues, Sol, de camino ponte,
faz en un carro poner
  el paño de las feguras,
y en las tablas un tapete.

SOL:

Hoy el cielo te promete
mil linajes de venturas.

DOÑA SANCHA:

  Desdichas lo contradicen.

SOL:

Es tu desdén muy notorio.

DOÑA SANCHA:

Vamos a ver si este Osorio
es tan galán como dicen.

(Vanse las dos.)



LAÍN, solo.
LAÍN DE LARA:

  Non queda más helado y pavoroso,
zambulléndose el sol, el pajarillo,
que de uno y otro pálido ramillo
fabricaba su nido artificioso,
que yo sin ti, dulce desdén hermoso,
tanto, que de vivir me maravillo,
posándome por horas el cochillo,
desesperanzas de mi bien dudoso.
¿Vaste a León? Bien faces; que ese nome
conviene a tu cruel naturaleza;
diamante que no hay sangre que te dome,
deja para las fieras la dureza;
que Dios fizo la fembra para el home,
y non para ti misma tu belleza.

(Vase.)



AUDALLA, MOROS, con bandera y caja; AMIR.
AUDALLA:

  Mi parecer, Amir, es que la gente
no se acerque a León; que estos cristianos
suelen mudar diversos pareceres,
y cuantas son entre ellos las cabezas,
tantos son los acuerdos y consejos.

AMIR:

Bien dices, negociemos desde lejos;
y tú puedes partir, famosa Audalla,
a hablar al rey Alfonso por el nuestro
y dalle la embajada de su parte;
que no podrá ofendernos ni agraviarte.

AUDALLA:

Pues quédese la gente en este monte,
en tanto que las parias nos concede;
que somos pocos para estar más cerca,
y cada día crecen los cristianos
en número, en valor y atrevimiento,
y bajan de esas sierras ciento a ciento.

AMIR:

Su aspereza notable fue la causa
que no las conquistase el fuerte Muza,
y que ellos por sus altas asperezas
pudiesen esconderse de su furia
sin recibir de su poder injuria.

AUDALLA:

Agradezcan los godos a Pelayo
la batalla feroz de Covadonga,
en que perdimos el gobierno todo,
el absoluto imperio y monarquía
de la infeliz y conquistada España,
que de margen a margen fuera nuestra.

AMIR:

En sus reliquias su valor se muestra.


CELÍN, PASCUAL, TORIBIO, dichos.
PASCUAL:

Señor, ¿dónde nos llevas desta suerte?

CELÍN:

Pastores, no temáis prisión ni muerte.

AUDALLA:

¿Qué es eso?

CELÍN:

Dos villanos que he traído
destos ganados para que te informes.

AUDALLA:

Amigos, no temáis; de paz venimos,
no venimos de guerra.

TORIBIO:

No se espante
que dos pobres pastores deste monte
hayamos tal pavor de sus feguras,
acosados de tantas desventuras.

PASCUAL:

Estamos admirados que tan cerca
de la insigne León llegue un ejército
tan pequeño de moros.

AUDALLA:

¿Ya no os digo
que no vengo de guerra? Aunque mi gente
armada viene para su defensa;
que entre enemigos puede haber ofensa.

TORIBIO:

Pues ¿dónde va con cajas y trompetas,
atronando ese monte y sus solares,
y con más de doscientos caballeros,
sin más de otros trescientos infanzones?
¿No sabe que en León viven leones?

AUDALLA:

Voy a cobrar las parias que sus reyes
pagan al rey de Córdoba, mi dueño,
de quien soy capitán.

TORIBIO:

¿Las cien doncellas?

AUDALLA:

Por las doncellas voy.

TORIBIO:

¡Coitadas dellas!

AUDALLA:

¿Qué sabéis de León?

TORIBIO:

Que, descoidado
de tanta desventura, en grandes fiestas
ocupa el tiempo que debiera en armas.

AUDALLA:

¡Fiestas León!

PASCUAL:

Han hecho unos traidores
un gran desaguisado al reye Alfonso.
Quisiéronle matar, y en el sagrado
de un monasterio se zampó fuyendo.
Tomó las armas el valiente Osorio,
y venciendo a Fisnando y Alarico,
libró su rey, que apareció otro día
debajo de un dosel de tela de oro,
coronada de rayos la cabeza,
Osorio al lado con desnuda espada,
y todo el pueblo con laurel y oliva,
diciendo a voces: «¡Viva Alfonso, viva!»
Esto fué al lado de la santa igreja,
por cuyos muros, azotando el viento,
colgaban los pendones de Pelayo,
de Favila, Fruela y de Bermudo,
con los de Alfonso; Alfonso, que bien faya
y que ganó renombre de Católico.
Por otra parte, con sus cregos todos
estaba el santo Obiespo, revestido
del camisón labrado y la casuella.
Chiflaron más de un hora sobre un libro
las flautas, que era groria de escuchallas,
y cantaron de Alfonso las batallas.

TORIBIO:

Tras esto ha de haber justas y torneos...
-mas digo mal; que cesarán las fiestas
con la venida vuesa, y los praceres
se trocarán en llantos de mujeres-.

AUDALLA:

¿En eso entiende el rey?

TORIBIO:

En eso entiende
Alfonso valeroso, cuya mano
hagan los cielos tan valiente y fuerte
como la de Pelayo.

AUDALLA:

No prosigas.
Camine, Amir, la gente a mejor puesto
por lo que sucediere; que bastamos
Celín y yo para decir a Alfonso
la embajada del rey.

AMIR:

Marche la gente.

TORIBIO:

¡Bravo africano!

PASCUAL:

¡Bárbaro valiente!

TORIBIO:

Ojo al ganado.

PASCUAL:

Perros tiene el hato.

TORIBIO:

¡Maldiga Dios, Pascual, a Mauregato!

PASCUAL:

Coitadas las doncellas que llevaren.

TORIBIO:

Más desdichadas son las que las paren.

PASCUAL:

Si yo fuera mujer, aunque muy bella,
guardárame, a la fe, de ser doncella.

(Vanse.)



DOÑA SANCHA, SOL.
SOL:

  ¿Qué te parece la fiesta?

DOÑA SANCHA:

Tan mal, que asaz voy cansada.

SOL:

Fiesta que a todos agrada
¿te ha semejado molesta?

DOÑA SANCHA:

No sé qué darte en respuesta,
más de que en ella sentí
que aquello mejor que vi
fué para mí lo peor;
porque comienzos de amor
son desdichas para mí.

SOL:

  ¿Tú de amor?

DOÑA SANCHA:

Es atán nuevo,
Sol, para mi condición,
que se corre el corazón
de que a nombralle me atrevo.
Cuanto a resistirme pruebo,
tanto más me acucia y mata.

SOL:

¡Cosa que haber sido ingrata
quiera el cielo castigarte!

DOÑA SANCHA:

Cuido que por esa parte
mis libertanzas maltrata.
  ¡Oh! ¡Qué mal hobiese el día
que salimos del solar!
¡Qué bien dicen que el pesar
es sombra de la alegría!

SOL:

¿Qué te fizo, Sancha mía,
la fiesta? Que esos cordojos
deben de nacer de antojos.

DOÑA SANCHA:

Antojos fueron, y atales,
que anda el alma en los umbrales
de las puertas de los ojos.

SOL:

  Todos aquellos pendones
que en la santa igreja vi,
me entretuvieron a mí,
y sus broslados leones,
los cregos y crerigones,
los calóndrigos, y el canto
de tanto chifle, y de tanto
cantor que el alma penietra,
y el obiespo con su mietra,
que tiene la faz de santo.
  Desta guisa me embebí,
que ni otra cosa caté.

DOÑA SANCHA:

Yo por lo seglar eché,
y aun con eso me perdí.
A los homes atendí,
que andaban en sus caballos,
que me impuyaba a mirallos
mi condición belicosa,
y del rey la vista hermosa
trascolóse a sus vasallos.
  ¿A quién te diré que vieron
mis ojos?

SOL:

¿Mas que conjuño
a quién viste? Viste a Nuño.

DOÑA SANCHA:

A Nuño Osorio metieron
los ojos, hasta que dieron
con él en el alma propia;
y dejáronme la copia
tan estampada en su centro,
que le sirve de alma dentro,
aunque dos es cosa impropia.

SOL:

  ¿Que Osorio, Sancha, ha triunfado
de tu esquiva libertanza?

DOÑA SANCHA:

Y con tal desesperanza
de verme en seguro estado,
que en llegando al desdichado
solar en que me retira
mi padre, con tanta ira
pienso mi vida tratar,
que si le ves abrasar,
le digas: «Sancha suspira.»

SOL:

  ¡A la fe que te ha pegado
buena arponada el rapaz!

DOÑA SANCHA:

Allá me estoviera en paz
en los silencios del prado:
la Corte pone cuidado.

SOL:

Tiene peligros y enojos.

DOÑA SANCHA:

Que tenga de Nuño antojos
fembra que yo, ¿no es vergüeña?
Magüer que ya fuera dueña,
debiera reñir mis ojos.

SOL:

  ¿Qué sientes dentro de ti,
que non se ve en la mesura?

DOÑA SANCHA:

Siento una cierta brandura
que me sonsaca de mí.
Si cuido cómo le vi,
la sangre se me trascuela
al corazón, que recela
que se enfraquece de amor;
o es que busca su calor,
porque en las venas se hiela.
  Andan mil imaginanzas
alrededor del sentido,
y él muy loco y divertido,
fingiéndome seguranzas.
Bien me alientan esperanzas
que soy fembra de valor,
aunque es Osorio señor
de buen solar.

SOL:

Habra quedo;
que tengo a la gente miedo.


TORIBIO, LEONOR, DICHAS.
TORIBIO:

¿Dónde está Sancha, Leonor?

LEONOR:

  ¿No la ves junto de ti?

TORIBIO:

¿Qué faces parada agora?
Vuelve a tu solar, señora;
tu padre envía por ti.
  Que, como ya está tan viejo
y asaz cargado de edad,
mejor es su autoridad
para la paz y el consejo.
  Andan moros por allí,
y aunque non vienen de guerra,
non se comerán la sierra,
pero los ganados sí.

DOÑA SANCHA:

  ¿Moros, Toribio?

TORIBIO:

Ha venido
Audalla, un gran capitán,
con quien diz que a cobrar van
aquel infame partido
  que fincó de Mauregato
entre Córdoba y León;
y aunque moros de paz son,
non puede ganar el hato.
  Ven a tomar la tu lanza,
y en una yegua saldrás,
para que se alueñen más
de tu ganado y labranza.
  El carro quedaba apuesta
y las tus mujeres.

DOÑA SANCHA:

Vamos;
que si nuestra gente armamos
de chuzo, dardo y ballesta,
  non llegarán, de pavor.

SOL:

¿Y los amorosos lloros?

DOÑA SANCHA:

En oyendo nombrar moros,
non se me miembra de amor.

(Vanse.)



Alcázar de León.
EL REY, con corona en la cabeza y cetro en la mano; TEUDO, con un pendón; NUÑO OSORIO, con una espada desnuda al hombro; MELEDÓN, ACOMPAÑAMIENTO.
TEUDO:

  Pósate, gran Alfonso, en la tu silla,
y toma posesión del tu palacio.
Vuestra lealtad me honora y maravilla.

NUÑO OSORIO:

  Toma aqueste pendón, divina rama
del tronco de Pelayo generoso,
con que ganó ciudad de tanta fama.

REY ALFONSO:

  Donándomele vos, el buen don Nuño,
non puede ser que yo non le levante
con la cochilla que a mi lado empuño.
  Fago voto solene a las relicas
y a la casuella santa de Ilefonso,
con todas las demás santas y ricas,
  de procurar ponerle en riba el Tajo,
porque espante los moros andaluces,
sin perdonar cansancio nin trabajo.
  Este león salió de la montaña,
magüer que non se crian en Asturias;
y así, sospira por salir de España.
  En Africa los hay; allá sospecho
que volverá, no digo que vencido,
mas a triunfar con vitorioso pecho.


SUERO, dichos; después, AUDALLA.
SUERO:

  Un moro cordobés, llamado Audalla,
embajador del Almanzor, te pide
le des licencia.

REY ALFONSO:

Bien podemos dalla;
que oír al enemigo nunca impide.

(Vase SUERO y vuelve con AUDALLA.)
AUDALLA:

  Dame tus reales pies.

REY ALFONSO:

Levanta, Audalla, del suelo;
que tu fama y tu embajada
te dan a mi lado asiento.

AUDALLA:

Por tal merced y favor
otra vez los pies te beso.

REY ALFONSO:

¿Cómo queda nuestro amigo
Almanzor?

AUDALLA:

No queda bueno.

REY ALFONSO:

¿Viéneslo tú?

AUDALLA:

A tu servicio;
y por Alá, que me huelgo
de verte, Alfonso, en estado
de tan dichosos sucesos.

REY ALFONSO:

Mercedes a mis vasallos;
que, después de Dios, les debo
este lugar en que estoy,
y esta paz en que me veo.
¿Qué es lo que manda tu rey?

AUDALLA:

Alfonso, en breve te quiero
dar cuenta de mi venida.
Ya sabes que aqueste reino
posees con justas parias
y con reconocimiento
debido al rey mi señor

REY ALFONSO:

No por mi culpa, a lo menos,
sino de algún home indigno
que tuvo a traición el cetro.

AUDALLA:

Culpa de quien fuere, en fin,
Alfonso el Casto, yo vengo
por las cien doncellas; traigo
de resguardo para esto
quinientos hombres no más,
que con trabajo sustento,
por ser áspera Castilla,
y porque traigo decreto
que ahorque al hombre que hiciere
mal a hidalgo ni a pechero.
Desto podrás colegir
que traigo justo deseo
de que luego me despaches;
que quiero volverme luego.

REY ALFONSO:

Confieso que en este punto
quisiera más por los cerros
de las Asturias heladas,
con abarcas de pellejos,
guardar diez pobres ovejas,
y romper terrones secos
con la reja del arado,
que la corona que tengo.
Tomalda allá; que no es justo
que cubra indignos cabellos
de rey que por esto pasa.

TEUDO:

Non es, el mi Alfonso, tiempo
de facer esas mofinas.

REY ALFONSO:

Pues ¿cuándo más tiempo, Teudo?

NUÑO OSORIO:

(Aparte al REY.)
Non te apasiones así
delante del mandadero
de Alimanzor, sino dile
que espere afuera, que cedo
la respondida darás;
que non es bien que esté dentro
de tu consejo el morico,
que diga allá tu consejo.

REY ALFONSO:

Práceme, Nuño, en buen hora;
pero non te adarves desto;
que soy home, y non soy piedra,
y ellas facen sentimiento.
Salte, honrado moro, afuera
mientras la respuesta acuerdo.

AUDALLA:

Mira bien que no te engañen
consejos de hombres soberbios.
Cien mil moros en campaña
puede Alimanzor, mi dueño,
poner en un mes, que pasen
la Sierra-Morena fieros;
hombres que al arzón colgado
llevan el pobre sustento,
bizcochos, dátiles, higos
y bolsas de agua, de cuero;
que con el cordón alcanzan
de cualquier corto arroyuelo,
caminando, la bebida,
con que más fuertes y recios
que vosotros con el vino,
sobre el mismo arzón durmiendo,
caminan, sin apearse,
cincuenta leguas y ciento.

REY ALFONSO:

Ya conozco lo que valen,
y ellos a nosotros.

AUDALLA:

Creo,
rey, que aunque es de tu enemigo,
has de tomar mi consejo.

(Vase)



Los mismos, menos AUDALLA.
NUÑO OSORIO:

¡Por los huesos de mi padre,
que se me pasman los huesos
de ver que fable este moro
donde hay tantos homes buenos!
Y que, a no venir de paz
y salvaguarda en efeto,
que le diera una puñada
que le fundiera los sesos.

REY ALFONSO:

  ¿Qué os parece, fidalgos, que fagamos?

TEUDO:

A la fe, gran señor, pagar las parias,
pues tan sin armas y sin gente estamos,
cosas a la defensa necesarias.
Si las parias al moro le negamos,
correrías fará por partes varias,
pagarán los coitados que non deben,
y por ciento, faréis que dos mil lleven.
  Non es de responder soberbia alguna;
que non semejan bien los soberbiosos
de fracas fuerzas y menor fortuna,
opuestas a los homes poderosos.
No apruebo, no, negarle vez ninguna;
que fuera fecho de homes aviltosos;
mas sea cuando estemos bien seguros
de defensar las vidas y los muros.

NUÑO OSORIO:

  No sé, Teudo valiente, cómo puedes
fablar en que se rindan parias tales.
¡Tú pasas por tal cosa! ¡Tú concedes
que estas fembras padezcan tantos males!
Non tienes tú de quien quejoso quedes,
pues de la paz con deshonor te vales.
Non fijas, non hermanas; que a tenellas,
cuidaras de negar las cien doncellas
  ¿Morir non es mejor ganando fama
que non perder la que mancharte quieres?

TEUDO:

Osorio, esto razón de Estado llama
que en lo demás en nada me prefieres.

NUÑO OSORIO:

Cien mujeres ¿es bien para la cama
de un moro vil?

TEUDO:

¿Qué importan cien mujeres,
si por negallas mueren cien mil homes?
Eso es soberbia, que es razón que domes.

NUÑO OSORIO:

  ¿Cien mujeres no importan?

TEUDO:

Si en la casa
de cualquier vecino ves, Osorio,
nacer más fembras que varones, pasa
por este daño, pues es bien notorio
hartas mujeres quedan. ésas casa;
que non farás tan presto desposorio,
cuando paran después otras mujeres,
que parirán después cuantas quisieres.
  Si el moro desde Córdoba camina,
robando las ciudades y lugares
y ésta nos pone en mísera ruina;
por ciento ¿es bien que tantas desampares?
El valor de los homes imagina,
y en el de las mujeres non repares.

NUÑO OSORIO:

Antes por una sola non cuidara
que cien homes el moro cautivara.
  Digan tantas fazañas en historias
el valor de las fembras en el mundo.

MELEDÓN:

Y ¿non bastan, Osorio, las memorias
de aquella Cava, o cueva del profundo?
Alabo tu valor, y tus vitorias
lo dicen; pero en más josticia fundo
que por esta vegada den las parias,
pues non hay las defensas necesarias.

REY ALFONSO:

  Calla Nuño, por mi vida,
pues todos están de acuerdo
que por esta vez se den.

NUÑO OSORIO:

Saldréme yo del consejo.

REY ALFONSO:

No harás, por vida de Alfonso;
antes endonarte quiero
al cargo de que las lleves.

NUÑO OSORIO:

¿Eso más?

REY ALFONSO:

Non me consuelo
si me pasa por tu mano.

NUÑO OSORIO:

En vez de favor, me has fecho
un castigo asaz cruel.

REY ALFONSO:

Féchense las suertes luego
de las cincuenta fidalgas.

NUÑO OSORIO:

De puro pesar reviento.

MELEDÓN:

Quinientas fidalgas hay,
por lista que fizo Suero.

REY ALFONSO:

Pues traeldas, Meledón,
y saque cincuenta un nieño,
para que Osorio las traiga,
y dé a sus padres consuelo;
que bien será menester
todo su valor y esfuerzo.
¡Hola! Vos llamad el moro.

(Van a avisar.)



AUDALLA, los de antes.
AUDALLA:

A ver lo que acuerdas vengo.

REY ALFONSO:

Vergüenza, moro, me oprime;
que non me cato denuedo
para decirte que estoy
atenido a malos fechos.
Sabe aquel Señor que pisa
los serafines más bellos,
y que cielo y tierra tiene
con tres soberanos dedos,
que quisiera que la muerte
collar ficiera a mi cuello
del filo de su guadaña,
antes que dar a tu dueño
cien ángeles inocentes,
que en el su trono pidiendo
estén josticia de mí.
Lo demás, que yo non puedo,
te dirán esos fidalgos.

(Vase.)
AUDALLA:

Pues, hidalgos, ¿qué tenemos?

NUÑO OSORIO:

¿Mírasme a mí?

AUDALLA:

Pues ¿a quién?

NUÑO OSORIO:

¡Pluguiera a Dios, mandadero,
que ficiéramos los dos,
sin arrogancias ni retos,
un desafío en campaña,
y que consistiera en esto
el dar las parias o non!

AUDALLA:

¡Pluguiera a Dios, caballero!
Que non soy de los que allá
tienen mi nación en menos.
Pero ¿quién eres?

NUÑO OSORIO:

Yo soy
Nuño Osorio.

AUDALLA:

Basta.

NUÑO OSORIO:

Tengo
poco nombre por allá.

AUDALLA:

Antes, de verte mancebo
me estoy admirando aquí
que eras viejo me dijeron.

NUÑO OSORIO:

Siempre los homes famosos
parecen más presto viejos.

AUDALLA:

Yo soy Audalla Almelique.

NUÑO OSORIO:

Alguna noticia pienso
que tengo del nome tuyo.

AUDALLA:

Y ¿no de mis obras?

NUÑO OSORIO:

Luego
te puedes partir, Audalla,
a tu escuadrón, que muy cedo
te llevaré cien doncellas;
que el rey quiere (¡ah santo cielo!)
que sea yo el que las lleve.

AUDALLA:

Pues, Osorio, allá te espero;
y guárdete Alá.

NUÑO OSORIO:

Non sé
cómo la espada detengo;
que este moro soberbioso
es la cabeza de aquellos
que han de llevar las doncellas,
y cuido que fuera bueno
darle cuatro cochelladas
por aquellos pestorejos,
con que hasta Córdoba fuera
rodando por esos suelos.