Las memorias de un cojo

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​Obras Completas de Eusebio Blasco​
Tomo II, Del Amor... y otros excesos.
Las memorias de un cojo
 de Eusebio Blasco

Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.


LAS MEMORIAS DE UN COJO


Cuando el cólera se estaba atracando a su gusto, no perdonando ni a Rey ni a Roque, y riéndose de la ciencia y de los boticarios, y ví morir a un hombre.

El espectáculo no tenía nada de divertido; y la muerte producida por el cólera es una muerte demasiado estúpida, para que el poeta más poeta de cuantos hacen versos pueda cantarla ni tararearlas siquiera.

Ya me alejaba del cuarto, afectado y triste, cuando el muerto (que tal lo creía yo) dio un respingo y se volvió de lado, sin duda por no morir cara a la pared.

Volví a acercarme a él.

Entonces metió la mano por debajo de la almohada, sacó un libro, me lo dio, vizcó los ojos y espiró.

Cualquiera en mi caso se hubiera figurado que dentro del libro había dinero.

Yo no me lo figuré, porque en aquella ocasión el dinero no me hacía falta.

Salí del cuarto, abrí el libro y me encontré con unas memorias escritas de mala letra.

Eran las memorias del hombre que acababa de morir. El hombre que acababa de morir había tenido la suerte de ser amado por muchas mujeres.

—¿Sería muy guapo? dirá el lector ahora.

—No, señor, le responderé yo en seguida. El hombre aquel, al morir, embelleció. Con esto creo que digo bastante.

Él mismo decía al principio de su libro.

«Me han querido mucho las mujeres porque soy cojo.»

No se admire el lector de esta frase. Sin necesidad de leer las memorias de aquel sujeto, sabía yo de antemano que la mujer ama lo estrafalario.

Las memorias del cojitranco me acabaron de convencer.

No me es posible trasladarlas todas al papel porque ocuparían mucho espacio.

Además hay en ellas frases incorrectas, palabras duras, y alguna barbaridad de cuando en cuando. El hombre aquél no era escritor. (Verdad es que si lo hubiera sido puede ser que hubiera barbarizado más).

Elijo, pues, unas cuantas frases de aquel libro, y estudíelas con cuidado el que pretenda convencer a la bella mitad del género humano.

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La mujer prefiere siempre un cojo que sepa hacer versos, a un hombre completo que la quiera en prosa.

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Es mucho más fácil encontrar una mujer que no haya tenido ningún amante, que encontrar una que haya tenido uno sólo.

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Cuanto más pícaro es un hombre, más probabilidades tiene de que una mujer le quiera. La mujer no reflexiona, y se prenda más pronto de la viveza ratonil de un pícaro, que de la gravedad y sencillez de un hombre de bien.

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El amor es como el chocolate: cuanto más claro, peor.

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Una actriz, de las que tienen fama de honradas, enseña las piernas, los brazos y la espalda a todo el que paga cuatro reales de entrada; y fuera del teatro, se ruboriza de enseñar el pie a un millonario. No lo entiendo.

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La mujer, cuando se entrega a un hombre, dice que él la ha seducido, y cuando un hombre la seduce, dice que se ha entregado á él.

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Si las mujeres no se deciden francamente por los hombres feos, es porque temen estar en berlina.

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Los feos entre las mujeres, se llaman graciosos.

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Para que se vea hasta dónde llega la modestia de la mujer, bastará hacer una observación.

La que no tiene ningún lunar en su vida, se los pintan.