Las mil y una noches:0850
PERO CUANDO LLEGÓ LA 880ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
... Y no volví a la realidad hasta oír las grandes carcajadas que lanzaban las jóvenes al verme fuera de mí como un morueco ayuno desde su pubertad.
A continuación se pusieron a comer y a beber y a decir locuras y a hacerme caricias y mimos disimuladamente, hasta que entró una esclava vieja, la cual hubo de advertir a la reunión que pronto llegaría el día. Y contestaron todas a una: "¡Oh nodriza nuestra señora, tu advertencia está por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!" Y Suleika se levantó, diciéndome: "Ya es tiempo ¡oh Hassán! de ir a descansar. Y puedes contar con mi protección para llegar a unirte con tu enamorada, porque nada perdonaré para hacerte llegar a la satisfacción de tus deseos. Pero, por el momento, vamos a hacerte salir sin miedo del harén".
Y dijo algunas palabras al oído de su vieja nodriza, que me miró un instante a la cara y me cogió de la mano, diciéndome que la siguiera. Y después de inclinarme ante aquella bandada de palomas, y de lanzar una ojeada apasionada a la deleitable Kairia, me dejé conducir por la vieja, que me llevó por varias galerías, y dando mil rodeos me hizo llegar a una puertecita de la que tenía la llave. Y abrió aquella puerta. Y me deslicé afuera, y advertí que estaba al otro lado del recinto de palacio.
Ya era de día, y me apresuré a regresar a palacio ostensiblemente por la puerta principal, de modo que me notasen los guardias. Y corrí a mi cuarto, en donde, no bien hube franqueado el umbral, me encontré con mi protector el visir descendiente de Loth, que me esperaba en el límite de la impaciencia y de la inquietud. Y se levantó vivamente al verme entrar, y me estrechó en sus brazos, y me besó tiernamente diciéndome: "¡Oh Hassán! mi corazón estaba contigo, y he tenido mucho cuidado por ti. Y no he cerrado los ojos en toda la noche, pensando que, como eres extranjero en Schiraz, corrías peligros nocturnos a causa de los bribones que infestan las calles. ¡Ah querido mío! ¿dónde has estado lejos de mí?" Y me guardé bien de contarle mi aventura ni de decirle que había pasado la noche con mujeres, y sencillamente me limité a contestarle que me había encontrado con un mercader de Damasco establecido en Bagdad, que acababa de partir para El-Bassra con toda su familia, y que me había retenido en su casa toda la noche. Y mi protector se vió obligado a creerme, y se contentó con lanzar algunos suspiros y reprenderme amistosamente. ¡Y he aquí lo referente a él!
En cuanto a mí, sentía con el corazón y el espíritu ligados a los encantos de la deleitable Kairia, y pasé todo aquel día y toda aquella noche recordando las menores circunstancias de nuestra entrevista. Y al día siguiente todavía estaba absorto en mis recuerdos, cuando un eunuco fué a llamar a mi puerta y me dijo: "¿Es aquí donde habita el señor Hassán de Damasco, chambelán de nuestro amo el rey Sabur-Schah?" Y contesté: "¡En su casa estás!" Entonces él besó la tierra entre mis manos y se incorporó para sacarse del seno un papel enrollado que hubo de entregarme. Y se fué por donde había venido.
Y al punto desdoblé el papel, y vi que contenía estas líneas, trazadas con letras complicadas: "Si el corzo del país de Scham viene esta noche a pasear entre las ramas su esbeltez a la luz de la luna, se encontrará con una corza joven en celo, desfalleciendo sólo con sentirle acercarse, la cual en su lenguaje le dirá cuán conmovido tiene el corazón por haber sido elegida entre las corzas de la selva y preferida entre sus compañeras".
Y ¡oh mi señor! al leer esta carta, me sentí ebrio sin haber probado el vino. Porque, aunque desde la primera noche hube de comprender que la deleitable Kairia sentía alguna inclinación por mí, no esperaba yo una prueba de adhesión semejante. Así es que, en cuanto pude disimular mi emoción, me presenté en casa de mi protector el visir y le besé la mano. Y predisponiéndole así en mi favor, le pedí permiso para ir a ver a un derviche de mi país, recientemente llegado de la Meca, que me había invitado a pasar con él la noche. Y habiéndoseme dado permiso, volví a mi cuarto y escogí, entre mis pedrerías, las más hermosas esmeraldas, los rubíes más puros, los diamantes más blancos, las perlas más gruesas, las turquesas más delicadas y los zafiros más perfectos, y con un hilo de oro los ensarté como un rosario. Y en cuanto descendió la noche sobre los jardines, me perfumé con almizcle puro, y gané sigilosamente los boscajes por la puertecilla disimulada, cuyo camino conocía, y que hallé abierta para mí.
Y llegué a los cipreses, al pie de los cuales me había dejado llevar del sueño la primera noche, y esperé anhelante la llegada de la bienamada. Y la impaciencia me abrasaba el alma, y me parecía que nunca iba a llegar el momento de nuestra entrevista. Y he aquí que, de pronto, bajo los rayos de la luna, movióse entre los cipreses una blancura ligera, y la deleitable Kairia se mostró ante mis ojos extáticos. Y me prosterné a sus pies, dando con la cara en tierra, sin poder decir una palabra, y permanecí en aquel estado hasta que me dijo ella con su voz de agua corriente: '¡Oh Hassán de mi amor! ¡levántate, y en vez de ese silencio tierno y apasionado, dame verdaderas pruebas de tu inclinación hacia mí! ¿Es posible ¡oh Hassán! que me hayas encontrado realmente más hermosa y más deseable que todas mis compañeras, deliciosas jóvenes, perlas imperforadas, e incluso más que la princesa Suleika? Tendré que oírlo por segunda vez aún para dar crédito a mis oídos". Y tras de hablar así, se inclinó hacia mí y me ayudó a levantarme. Y yo le cogí la mano y me la llevé a mis labios apasionados, y le dije: "¡Oh soberana de las soberanas! ante todo, toma este rosario de mi país, cuyas cuentas desgranarás durante los días de tu vida dichosa, acordándote del esclavo que te lo ha ofrecido. Y con este rosario, ínfimo don de un pobre; acepta también la declaración de un amor que estoy dispuesto a legalizar ante el kadí y los testigos".
Y me contestó ella: "Estoy radiante de haberte inspirado tanto amor, ¡oh Hassán, por quien expongo mi alma a los peligros de esta noche! Pero ¡ay! no sé si mi corazón debe regocijarse de su conquista, o si debo mirar nuestro encuentro como principio de las calamidades y desdichas de mi vida".
Y tras de hablar así, reclinó su cabeza sobre mi hombro mientras le agitaban el pecho los suspiros. Y le dije: "¡Oh dueña mía! ¿por qué en esta noche de blancura ves el mundo tan negro ante tu rostro? ¿Y por qué invocar sobre tu cabeza las calamidades con tan falsos presentimientos?" Y ella me dijo: "¡Haga Alah ¡oh Hassán! que sean falsos esos presentimientos! Pero no creas que es tan insensato el temor que viene a turbar nuestro placer en este momento tan deseado de nuestro encuentro. ¡Ay! demasiado fundados son mis presentimientos". Y se calló por un momento y me dijo: "Porque has de saber ¡oh el más amado de los amantes! que la princesa Suleika te ama secretamente y que se dispone a declararte su amor de un momento a otro. ¿Cómo recibirás semejante declaración? ¿Y el amor que dices sentir por mí podrá resistir a la gloria de tener por amante a la más bella y a la más poderosa entre las hijas de reyes?"
Pero la interrumpí para exclamar: "¡Sí, por tu vida, ¡oh deleitable Kairia! tú preponderarás siempre en mi corazón sobre la princesa Suleika! ¡Y pluguiera a Alah que tuvieses una rival más formidable todavía, y ya verás cómo nada podría extinguir la constancia de mi corazón subyugado por tus encantos! Y aun cuando el rey Sabur-Schah, padre de Suleika, no tuviera hijos que le sucediesen y dejase el trono de Persia a quien fuera el esposo de su hija, yo te sacrificaría mi destino, ¡oh la más amable de las jóvenes!" Y Kairia prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¡Oh infortunado Hassán! ¡qué ceguera la tuya! ¿Olvidas que no soy más que una esclava al servicio de la princesa Suleika? Si respondieras con una negativa a la declaración de su amor, atraerías sobre mi cabeza y sobre la tuya su resentimiento, y ambos estaríamos perdidos sin remedio. Por tanto, para nuestro propio interés, es preferible que cedas a la más fuerte. Se trata del único medio de salvación. Y Alah llevará su bálsamo al corazón de los afligidos". Y yo, lejos de someterme a su consejo, me sentí en el límite de la indignación solamente con pensar que se me hubiera supuesto lo bastante pusilánime para ceder a tales cálculos, y exclamé, estrechando en mis brazos a la deleitable Kairia: "¡Oh resumen de los más hermosos dones del Creador! no tortures mi alma con tan penosos discursos. Y ya que el peligro amenaza tu cabeza encantadora, emprendamos juntos la fuga a mi país. Allá hay desiertos donde nadie podría dar con nuestras huellas. ¡Y gracias al Retribuidor, soy bastante rico para hacerte vivir entre esplendores aunque sea al extremo del mundo habitado!"
Al oír estas palabras, mi amiga se dejó caer con gracia en mis brazos, y me dijo: "Pues bien, Hassán; ya no dudo de tu afecto, y quiero sacarte del error a que voluntariamente te he inducido con objeto de poner a prueba tus sentimientos. Has de saber, pues; que no soy la que crees, no soy Kairia la favorita de la princesa Suleika. La princesa Suleika soy yo misma, y la que tú creías que era la princesa Suleika es precisamente mi favorita Kairia. Y he urdido esta estratagema para estar más segura de tu amor. Por cierto que al punto vas a tener la confirmación de mis asertos".
Y a estas palabras, hizo una seña, y de la sombra de los cipreses salió la que yo creía que era la princesa Suleika, y que era realmente la favorita Kairia. Y fué a besar la mano a su señora, y se inclinó ante mí ceremoniosamente. Y la deleitable princesa me dijo: "Ahora ¡oh Hassán! que sabes que me llamo Suleika y no Kairia, ¿me amarás tanto y tendrás para una princesa los mismos tiernos sentimientos que tenías para una simple favorita de princesa?" Y yo ¡oh mi señor! no dejé de dar la respuesta oportuna...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.