Las mil y una noches:0856
Y CUANDO LLEGÓ LA 884ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
...Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda del macho cabrío. Al ver aquello, el despecho del sultán, padre de la joven, llegó a sus límites extremos, y exclamó él: "¡No, por Alah, prefiero verla envejecer virgen en mi palacio a verla convertida en esposa de un macho cabrío inmundo!" Pero, a estas palabras de su padre, la joven se echó a llorar; y corrían por sus mejillas numerosas lágrimas y acabó por decir entre dos sollozos: "Ya que ése es mi Destino, ¡oh padre! ¿Por qué quieres impedir que se cumpla? ¿Por qué interponerte entre mi suerte y yo? ¿No sabes que cada criatura lleva atado al cuello su Destino? Y si el mío va atado a ese macho cabrío, ¿por qué impedirme que sea su esposa?" Y por otra parte, sus dos hermanas, que en secreto tenían mucha envidia de ella porque era la más joven y la más bonita, unieron sus protestas a las suyas, pues la realización de aquel matrimonio con el macho cabrío las vengaba hasta más allá de sus deseos. Y tanto y tanto porfiaron entre las tres, que su padre el sultán acabó por dar su consentimiento para un matrimonio tan extraño y tan extraordinario.
Y al punto se dió orden para que se celebrasen las bodas de las tres princesas con toda la pompa deseable y con arreglo al ceremonial de rigor. Y toda la ciudad estuvo iluminada y empavesada durante cuarenta días y cuarenta noches, en el transcurso de los cuales se dieron grandes festejos y magníficos festines, con danzas, cantos y conciertos de instrumentos. Y no cesó de reinar la alegría en todos los corazones, y hubiera sido completa si cada uno de los invitados no estuviesen un poco preocupados por los resultados de semejante unión entre una princesa virgen y un macho cabrío cuya apariencia era la de un macho cabrío terrible entre todos los machos cabríos. Y durante aquellos días preparatorios de la noche nupcial, el sultán y su esposa, así como las mujeres de los visires y de los dignatarios, fatigaron su lengua en querer disuadir a la joven de la consumación de su matrimonio con aquel animal de olor repugnante, de ojos encendidos y de herramienta espantosa. Pero ella contestaba siempre a todos y a todas con estas palabras: "Cada cual lleva colgado al cuello su Destino y si el mío es ser esposa del macho cabrío, nadie podrá oponerse a ello".
Y he aquí que, cuando llegó la noche de la consumación, se condujo a la princesa, con sus hermanas, al hammam. Tras de lo cual las arreglaron, adornaron y peinaron. Y cada cual fué conducida a la cámara nupcial que le tenía escrito el Destino. ¡Y sucedió lo que sucedió, en cuanto a las dos hermanas mayores!
¡Pero he aquí lo que le aconteció a la princesita con su marido el macho cabrío! No bien el macho cabrío fué introducido en el cuarto de la joven y se cerró la puerta tras ellos, el macho cabrío besó la tierra entre las manos de su esposa, y dando una sacudida repentina, arrojó su piel de macho cabrío y se tornó en un joven tan hermoso como el ángel Harut. Y se acercó a la joven, y la besó entre ambos ojos, luego en el mentón, luego en el cuello, luego en todas partes, y le dijo: "¡Oh vida de las almas! no intentes saber quién soy. Bástate saber que soy más poderoso y más rico que tu padre el sultán y que todos los hijos del tío que tienen por esposos tus hermanas. Mucho tiempo hace que en mi corazón se albergaba tu amor, y hasta ahora no pude llegar hasta ti. ¡Y si me encuentras de tu gusto y quieres conservarme, no tienes más que hacerme una promesa!" Y la princesa, que encontraba al hermoso joven muy de su conveniencia y absolutamente de su gusto, contestó: "¿Y cuál es la promesa que tengo que hacerte?.
¡Dila, y me someteré a ella, aunque sea muy difícil de cumplir, por el amor de tus ojos!" El dijo: "La cosa es sencilla, ¡ya setti! Únicamente pido que me prometas no revelar a nadie nunca el poder que poseo de transformarme a mi antojo. Porque si alguien un día sospechase solamente que soy macho cabrío a la vez que ser humano, yo desaparecería al instante, y te sería difícil encontrar mis huellas". Y la joven le prometió la cosa con todo género de seguridades, y añadió: "¡Prefiero morir a perder un esposo tan hermoso como tú!"
Entonces, sin tener ya motivos fundados para desconfiar uno de otro, se dejaron llevar de su inclinación natural. Y se amaron con un amor grande, y se pasaron aquella noche, noche de bendición, labios sobre labios y piernas sobre piernas, entre delicias puras y trueques encantadores. Y no cesaron en sus escarceos y empresas hasta que nació la mañana. Y el joven abandonó entonces las blancuras de la joven, y recobró su forma prístina de macho cabrío barbudo, con cuernos, pezuñas hendidas, mercancías enormes y todo lo consiguiente. Y de cuanto había tenido lugar no quedó nada, a no ser algunas manchas de sangre en la toalla de honor.
Y he aquí que, cuando la madre de la princesa entró por la mañana, como es costumbre, a saber noticias de su hija y a examinar con sus propios ojos la toalla de honor, llegó al límite del asombro al observar que el honor de la joven estaba de manifiesto en la toalla, y que la cosa era indudable. Y vió que su hija estaba lozana y contenta, y que a sus pies, en la alfombra, estaba sentado el macho cabrío rumiando discretamente. Y al ver aquello, corrió en busca de su esposo el sultán, padre de la princesa, que vió lo que vió, y no quedó menos estupefacto que su esposa. Dijo a su hija: "¡Oh hija mía! ¿es verdad eso?" Ella contestó: "¡Es verdad, padre mío!" El preguntó: "¿Y no te has muerto de vergüenza y de dolor?" Ella contestó: "¡Por Alah! ¿para qué iba a morirme, siendo mi esposo tan diligente y tan encantador?" Y la madre de la princesa preguntó: "¿Por lo visto no tienes motivo de queja?" Ella dijo: "¡Ni por asomo!" Entonces dijo el sultán: "Si no tiene motivo de queja de su esposo, es porque es feliz con él. ¿Y qué más podemos desear para nuestra hija?" Y la dejaron vivir en paz con su esposo el macho cabrío.
Al cabo de cierto tiempo, con motivo de su cumpleaños, organizó el rey un gran torneo en la plaza del meidán, debajo de las ventanas de palacio. E invitó para aquel torneo a todos los dignatarios de su palacio, así como a los dos esposos de sus hijas. En cuanto al macho cabrío, no le invitó por no exponerse a la burla de los espectadores.
Y comenzó el torneo.
Y sobre sus corceles devoradores del aire, los caballeros justaron con grandes gritos, lanzando sus djerids. Y entre todos se distinguieron los dos esposos de las princesas. Y ya les aclamaba con entusiasmo la muchedumbre de espectadores, cuando entró en el meidán un soberbio caballero que sólo con su aspecto hacía fruncir la frente de los guerreros. Y provocó a justa, uno tras de otro, a los emires vencedores, y al primer disparo de su djerid los desmontó. Y fué aclamado por la muchedumbre como héroe de la jornada.
Así es que cuando el joven jinete pasó bajo las ventanas de palacio saludando al rey con su djerid, como es costumbre, las dos princesas lanzáronle miradas cargadas de odio. Pero la más joven, aunque reconoció en él a su propio esposo, no dejó traslucir nada en su rostro para no traicionar su secreto; pero se quitó una rosa de sus cabellos y se la arrojó. Y el rey, la reina y sus hermanas lo vieron, y se disgustaron mucho.
Y al segundo día hubo de celebrarse en el meidán otra justa. Y de nuevo fué héroe de la jornada el hermoso joven desconocido. Y cuando pasaba por debajo de las ventanas de palacio, la más joven de las princesas le arrojó ostensiblemente un jazmín que se había quitado de los cabellos. Y el rey y la reina y las dos hermanas, lo vieron y se molestaron en extremo. Y el rey dijo para sí: "¡Ahora resulta que esta hija desvergonzada declara públicamente sus sentimientos a un extraño, no contenta con habernos hecho ver negro el mundo desde que se casó con el macho cabrío de perdición!" Y la reina le lanzó miradas atravesadas. Y sus dos hermanas se sacudieron las vestiduras con horror, mirándola.
Y al tercer día, cuando el vencedor de la última justa, que era el mismo hermoso caballero, pasó bajo las ventanas de palacio, la joven princesa, esposa del macho cabrío, se quitó de los cabellos, para arrojársela, una flor de tamarindo. Porque no había podido contenerse al ver tan espléndido a su esposo.
Cuando observaron aquello, la cólera del sultán y la indignación de la sultana y el furor de las dos hermanas estallaron con violencia. Y al sultán se le pusieron encarnados los ojos, y le temblaron las orejas, y se le estremecieron las narices. Y cogió por los cabellos a su hija y quiso matarla y hacer desaparecer sus huellas. Y le gritó: "¡Ah, maldita desvergonzada! no contenta con hacer entrar en mi linaje a un macho cabrío, he aquí ahora que provocas públicamente a los extraños y atraes sobre ti sus deseos. ¡Muere, pues, y líbranos de tu ignominia!" Y se dispuso a aplastarle la cabeza contra las baldosas de mármol. Y la pobre princesa, llena de espanto al ver la muerte ante sus ojos, no pudo por menos -que tan preciada y cara es la propia alma- de exclamar: "¡Voy a decir la verdad! ¡Perdonadme, que voy a decir la verdad!" Y sin tomar aliento, contó a su padre, a su madre y a sus hermanas lo que le había sucedido con el macho cabrío, y quién era el macho cabrío, y cómo el macho cabrío era macho cabrío a la vez que ser humano. Y les dijo que era su propio esposo el hermoso caballero vencedor en las justas.
¡Eso fué todo!
Y el sultán y la esposa del sultán, y las dos hijas del sultán, hermanas de la princesita, se mostraron prodigiosamente asombrados y se maravillaron del Destino de la joven. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesita, tras de esperar en vano varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin esperanza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.