Las mil y una noches:0857

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0857: y cuando llegó la 885ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 885ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesa, tras de esperar en vano varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin esperanza.

Y vivió de tal suerte durante algún tiempo, entre lágrimas continuas y presa de la consunción, rehusando todo consuelo y toda distracción. Y contestaba a cuantos trataban de hacerle olvidar su desdicha: "Es inútil; soy la más infortunada entre las criaturas, y moriré de pena indudablemente".

Pero, antes de morir, quiso saber por sí misma si en toda la extensión de la tierra de Alah existía una mujer tan abandonada de la suerte y tan desgraciada como ella. Y primero decidió viajar e interrogar a todas las mujeres de las ciudades por donde pasara. Luego abandonó aquella primera idea para hacer construir, sin reparar en gastos, un hamman espléndido que no tenía igual en todo el reino de la India. E hizo que los pregoneros públicos anunciasen por todo el Imperio que la entrada al hamman sería gratuita para todas las mujeres que quisieran ir a bañarse allí, pero a condición de que cada favorecida contase a la hija del rey, para distraerla, la desdicha mayor o la mayor tristeza que hubiera afligido su vida. En cuanto a las que no tuviesen nada que contar a este respecto, no tenían permiso para entrar en el hammam.

Así es que no tardaron en afluir al hamman de la princesa todas las afligidas del reino, todas las abandonadas de la suerte, las desgraciadas de todos los colores, las miserables de todas las especies, las viudas y las divorciadas, y cuantas, de una manera o de otra, fueron heridas por las vicisitudes del tiempo, y las traiciones de la vida. Y cada una, antes de bañarse, contaba a la hija del rey lo que había experimentado de más entristecedor en su vida. Las hubo que contaron el número de golpes con que las gratificaban sus esposos, y las hubo que vertieron lágrimas al hacer el relato de su viudez, en tanto que otras manifestaban su amargura por ver que sus esposos daban preferencia sobre ellas a cualquier rival horrible y vieja o cualquier negra de labios de camello, y hasta las hubo que tuvieron palabras conmovedoras para hacer el relato de la muerte de un hijo único o de un marido muy amado. Y de tal suerte transcurrió en el hammam un año entre historias negras y lamentaciones. Pero la princesa no dió con una mujer, entre los millares que había visto, cuya desdicha pudiese compararse con la suya en intensidad y en profundidad. Y cada vez sumíase más en la tristeza y en la desesperación.

Y he aquí que un día entró en el hamman una pobre vieja, temblorosa ya bajo el soplo de la muerte, que se apoyaba en un báculo para andar. Y se acercó a la hija del rey, y le besó la mano, y le dijo: "Por lo que a mí respecta, ¡ya setti! mis desdichas son más numerosas que mis años, y antes de acabar de contártelas se me secaría la lengua. Por eso no te diré más que la última desgracia que me ha ocurrido, y que, por cierto, es la mayor de todas, pues es la única cuyo sentido y motivo no comprendí. Y esa desgracia me aconteció ayer precisamente durante el día. ¡Y si estoy temblando tanto delante de ti, ¡ya setti! es por haber visto lo que he visto! Escucha:

"Has de saber, ¡ya setti! que por toda hacienda no poseo más que esta única camisa de cotonada azul que ves sobre mí. Y como necesitaba lavarla, a fin de que me fuese posible presentarme de una manera conveniente, en el hamman de tu generosidad, me decidí a ir a la orilla del río, a un lugar solitario donde pudiese desnudarme sin ser vista y lavar mi camisa.”

"Y la cosa se hizo sin contratiempos, y ya había lavado mi camisa y la había tendido al sol en los guijarros, cuando vi avanzar en dirección mía una mula sin mulero que iba con dos odres llenos de agua. Y creyendo que el mulero llegaría en seguida, me apresuré a ponerme mi camisa, que sólo estaba seca a medias, y dejé pasar a la mula. Pero como no veía ni mulero ni sombra de mulero, sentí gran perplejidad al pensar en aquella mula sin dueño que marchaba por la ribera meneando la cabeza, segura del camino y de la dirección que llevaba. E impulsada por la curiosidad, me erguí sobre ambos pies y la seguí de lejos. Y pronto llegó ante un montículo, no muy separado de la orilla del agua, y se detuvo, golpeando la tierra con un casco. Y por tres veces golpeó así la tierra con el casco de su pata derecha y al tercer golpe se entreabrió el montículo y la mula descendió al interior por una pendiente suave. Y a pesar de mi sorpresa extremada, no pude impedir a mi alma seguir a aquella mula. Y entré en el subterráneo detrás de ella.

"Y no tardé en llegar de tal suerte a una cocina grande que, sin duda alguna, debía ser la cocina de algún palacio de debajo de tierra. Y vi hermosas marmitas alineadas por orden en los fogones, cantando y esparciendo un tufillo de primer orden que dilató los abanicos de mi corazón y vivificó las membranas de mis narices. Y se me despertó un gran apetito, y mi alma anheló ardientemente probar aquella cocina excelente. Y no pude resistir a las solicitudes de mi alma. Y como no veía cocinero, ni pinche, ni nadie a quien pedir algo por Alah, me acerqué a la marmita que exhalaba más exquisito olor, y levanté la tapa. Y me envolvió una gran nube aromática, y desde el fondo de la marmita me gritó de repente una voz: "¡Eh! ¡eh! ¡que esto es para nuestra señora! ¡No lo toques, o morirás!" Y yo, poseída de espanto, dejé caer la tapa sobre la marmita y salí de la cocina a escape. Y llegué a una segunda sala un poco más pequeña, en la que estaban alineados en bandejas pasteles de buena calidad, y tortas que olían bien, y una porción de cosas de primer orden buenas de comer. Y sin poder resistir a las solicitaciones de mi alma, tendí la mano hacia una de las bandejas y cogí una torta húmeda y tibia todavía. Y he aquí que recibí en la mano un cachete que me hizo soltar la torta; y de en medio de la bandeja salió una voz que me gritó: "¡Eh! ¡eh¡ ¡que esto es para nuestra señora! ¡No lo toques, o morirás!" Y mi susto llegó a sus límites extremos, y corrí en línea recta, temblándome mis viejas piernas que me fallaban. Y después de cruzar galerías y galerías, me vi de pronto en una gran sala abovedada, de una belleza y una riqueza que nada tenían que envidiar a los palacios de los reyes, sino al contrario. Y en medio de aquella sala había un gran estanque de agua viva. Y alrededor de aquel estanque había cuarenta tronos, uno de los cuales era más alto y más espléndido que los demás”.

"Y no vi a nadie en aquella sala, que sólo estaba habitada por la frescura y la armonía. Y llevaba allí un rato admirando toda aquella hermosura, cuando, en medio del silencio, hirió mis oídos un ruido semejante al que hacen esas pezuñas de un rebaño de cabras al andar por las piedras. Y sin saber de qué podía tratarse, me apresuré a esconderme debajo de un diván que estaba apoyado en la pared, de modo que pudiese mirar sin ser vista. Y el ruido de las pezuñas golpeando el suelo se acercó a la sala, y en seguida vi entrar cuarenta machos cabríos de barbas largas. Y el último iba montado en el penúltimo. Y todos fueron a colocarse en buen orden, cada cual ante un trono, alrededor del estanque. Y el que cabalgaba en su compañero se apeó del lomo de su cabalgadura y fué a colocarse ante el trono principal. Luego todos los demás machos cabríos se inclinaron ante él, dando con la cabeza en el suelo, y así permanecieron un momento sin moverse. Después se levantaron todos a una, y al mismo tiempo que su jefe, dieron tres sacudidas. Y en el mismo instante cayeron sus pieles de machos cabríos. Y vi a cuarenta jóvenes como lunas, el más hermoso de los cuales era el jefe. Y descendieron al estanque, con su jefe a la cabeza, y se bañaron en el agua. Y salieron de ella con unos cuerpos como el jazmín, que bendecían a su Creador. Y fueron a sentarse en sus tronos, completamente desnudos en su hermosura.”

"Y mientras contemplaba al joven sentado en el trono grande y me maravillaba a su vista en mi corazón, vi de pronto gotear de sus ojos gruesas lágrimas. Y también caían lágrimas, aunque menos numerosas, de los ojos de los demás jóvenes. Y todos empezaron a suspirar, diciendo: "¡Oh señora nuestra! ¡oh señora nuestra!" Y su joven jefe suspiraba: "¡Oh soberana de la gracia y de la belleza!" Luego oí gemidos que salían de la tierra, bajaban de la bóveda; partían de los muros, de las puertas y de todos los muebles, repitiendo con acento de pena y de dolor estas mismas palabras: "¡Oh señora nuestra! ¡oh soberana de la gracia y de la belleza!"

"Y cuando hubieron llorado y suspirado y gemido durante una hora, el joven se levantó y dijo: "¿Cuándo vas a venir? ¡Yo no puedo salir! ¡Oh soberana mía! ¿cuándo vas a venir, ya que yo no puedo salir?" Y bajó de su trono, y volvió a entrar en su piel de macho cabrío. Y todos bajaron de sus tronos igualmente, y volvieron a entrar en sus pieles de machos cabríos. Y se fueron como habían venido”.

"Y cuando dejé de oír en el suelo el ruido de sus pezuñas, me levanté de mi escondite, y también me marché como había venido. Y no pude respirar a mis anchas hasta que me vi fuera del subterráneo”.

"Y tal es mi historia, ¡oh princesa! Y constituye la mayor desdicha de mi vida. Porque no solamente me fué imposible satisfacer mi deseo en las marmitas y las bandejas, sino que no comprendí nada de cuanto de prodigioso vi en aquel subterráneo. ¡Y eso es precisamente la mayor desdicha de mi vida!"

Cuando la vieja hubo terminado de tal suerte su relato, la hija del rey, que la había escuchado con el corazón palpitante, no dudó ya de que fuese su bienamado el macho cabrío que cabalgaba, y creyó morirse de emoción. Y cuando por fin pudo hablar, dijo a la vieja: "¡Oh madre mía! Alah el Misericordioso te ha conducido aquí sólo para que tu vejez sea feliz por mediación mía. Porque en adelante serás para mí una madre, y cuanto posee mi mano estará en tu mano. Pero si en algo estimas los beneficios de Alah sobre tu cabeza, por favor levántate ahora mismo y condúceme al paraje donde has visto entrar a la mula con los dos odres. ¡Y no te pido que vengas conmigo, sino que me indiques el paraje solamente!" Y la vieja contestó con el oído y la obediencia. Y cuando se alzó la luna sobre la terraza del hammam, salieron ambas y fueron a la orilla del río.

Y en seguida vieron a la mula, que iba en dirección suya, cargada con sus dos odres llenos de agua. Y la siguieron de lejos, y la vieron llamar con el casco al pie del montículo, y adentrarse en el subterráneo abierto delante de ella. Y la hija del rey dijo a la vieja: "Espérame aquí". Pero la vieja no quiso dejarla entrar sola, y la siguió, no obstante su emoción.

Y entraron en el subterráneo y llegaron a la cocina. Y de todas las hermosas marmitas rojas alineadas por orden en los hornillos, y que cantaban con armonía, se exhalaban tufillos de primer orden que dilataban los abanicos del corazón, vivificaban las membranas de las narices y disipaban las preocupaciones de las almas en pena. Y a su paso se alzaban por sí mismas las tapas de las marmitas, y salían de ellas voces alegres que decían: "¡Bien venida sea nuestra señora! ¡bien venida!" Y en la segunda sala estaban alineadas las bandejas que contenían pasteles excelentes, y tortas ahuecadas, y otras cosas buenas y tiernas que halagaban la vista del espectador. Y de todas las bandejas, y del fondo de las artesas que contenían el pan reciente, exclamaban voces dichosas a su paso: "¡Bien venida! ¡bien venida!" Y el aire mismo parecía agitado en torno de ellas por estremecimientos de dicha y resonaba con exclamaciones de júbilo.

Y la vieja, que veía y oía todo aquello, dijo a la hija del rey, mostrándole la entrada de las galerías que conducían a la sala abovedada: "¡Oh mi señora! por ahí es por donde tienes que entrar. En cuanto a mí, aquí te espero, pues el sitio de las servidoras es la cocina, y no las salas del trono."

Y la princesa, cruzando las galerías, penetró sola en la sala grande que le había descrito la vieja, mientras a su paso las alegres voces hacían oír conciertos de bienvenida...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.