Las mil y una noches:0863
Y CUANDO LLEGÓ LA 889ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"... La joven dijo a su padre el vendedor de garbanzos: "Cuéntame la calamidad, ¡oh padre mío! pues quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho". Y le contó él la cosa desde el principio hasta el fin, sin olvidar un detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Cuando la joven Zeina oyó el relato de la aventura de su padre y supo el motivo de su pena, de su cambio de color y de su opresión de pecho, se echó a reír con mucha, mucha gana, hasta casi desmayarse. Luego se encaró con él, v le dijo: "Pero ¿no se trata más que de eso, ¡oh padre mío!? ¿Por Alah, no tengas inquietud ni preocupaciones y sigue mis consejos! Y verás cómo al hijo del sultán, a ese cualquiera, le llega la vez de morderse los dedos y de reventar de despecho. ¡Escucha!". Y reflexionó un instante y dijo: "En cuanto a la primera condición, no tienes más que ir a casa de nuestro vecino el pescador y rogarle que te venda una de sus redes. Y me traerás esa red, y con ella te haré un traje para que te lo pongas sobre la carne, después de haberte quitado toda la ropa. Y de tal suerte, estarás vestido y desnudo a la vez.
"Y en cuanto a la segunda condición, no tiene más que coger una cebolla antes de ir al palacio del sultán. Y en el umbral te frotarás con ella los ojos. Y estarás llorando y risueño en el mismo momento.
"Y, por último, en cuanto a la tercera condición, ve ¡oh padre! a casa de nuestro vecino el arriero y ruégale que te deje el buche que le nació este año. Y te le llevarás, y cuando hayas llegado a casa del hijo del sultán, de ese granuja, montarás en el buche, y como tocarás el suelo con los pies, andarás por tu pie al mismo tiempo que el buche avance. ¡Y de tal suerte, irás montado y a pie al mismo tiempo!
"¡Y ésta es mi opinión! ¡Y Alah es más poderoso y el único inteligente!"
Cuando el vendedor de garbanzos, padre de la ingeniosa Zeina, hubo oído estas palabras de su hija, la besó entre ambos ojos, y le dijo: "¡Oh hija de tu padre y de tu madre! ¡oh Zeina! ¡quien engendra hijas como tú no muere! ¡Gloria a Quien ha puesto tanta inteligencia detrás de tu frente y tanta sagacidad en tu espíritu!" Y en aquella hora y en aquel instante, el mundo se blanqueó ante su rostro, huyeron de su corazón las preocupaciones, y se le dilató el pecho. Y comió un bocado y bebió un jarro de agua, y salió a hacer cuanto le había indicado su hija.
Y al día siguiente, cuando todo estuvo dispuesto como era debido, el vendedor de garbanzos se fué a palacio, y entró en el aposento del hijo del sultán de la manera y el modo requeridos, vestido y desnudo a la vez, riendo y llorando al mismo tiempo, andando y cabalgando en el mismo momento, en tanto que el borriquillo, asustado, se había puesto a rebuznar y a echar cuescos en medio de la sala de recepción.
Al ver aquello, el hijo del sultán llegó al límite del furor y del despecho, y como no podía hacer sufrir al vendedor de garbanzos el trato con que le había amenazado, pues había cumplido las condiciones requeridas, sintió que la bolsa de la hiel estaba a punto de estallarle en el hígado. Y se juró a sí mismo vengarse en la propia joven, exterminándola sin remisión. Y echó al vendedor de garbanzos, y se puso a meditar el plan de sus asechanzas contra la joven. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero, por lo que respecta a la joven Zeina, como estaba llena de previsión y sus ojos veían desde lejos y su nariz olfateaba la proximidad de los acontecimientos, sospechó en seguida, por la manera como su padre le contó el estado de furor en que se hallaba el hijo del sultán, que aquel mal sujeto iba a atacarla de un modo peligroso. Y se dijo: "¡Antes de que nos ataque, ataquémosle!" Y se irguió sobre ambos pies y fué en busca de un armero muy experto en su oficio, y le dijo: "Quiero ¡oh padre de manos hábiles! que me fabriques a mi medida una armadura toda de acero, y perneras y brazaletes y un casco del mismo metal. Pero es preciso que todos estos objetos estén hechos de tal manera, que al menor movimiento en la marcha o al menor contacto produzcan un ruido ensordecedor y un estrépito espantoso". Y el armero contestó con el oído y la obediencia, y no tardó en entregarle los objetos consabidos, tales como los había encargado.
Y he aquí que, cuando llegó la noche, la joven Zeina se disfrazó terriblemente poniéndose el traje de hierro, y se echó al bolsillo un par de tijeras y una navaja de afeitar, y cogió en la mano una horquilla puntiaguda, y se dirigió así a palacio. Y en cuanto desde lejos vieron llegar a aquel guerrero espantable, el portero y los guardias de palacio huyeron en todas direcciones. Y en el interior del palacio los esclavos siguieron el ejemplo del portero y de los guardias, y cada cual se apresuró a esconderse para resguardarse en cualquier rincón seguro, aterrados por el estrépito ensordecedor que producían las diversas partes del traje de hierro, y por el aspecto amedrentador de quien lo llevaba, y por la horquilla que blandía. Y de tal suerte, la hija del vendedor de garbanzos, sin encontrar ningún obstáculo ni la menor señal de resistencia, llegó sin contratiempo a la habitación en que de ordinario se hallaba la mala persona del hijo del sultán.
Y al oír todo aquel ruido terrible y al ver entrar a quien lo producía, el hijo del sultán se sintió poseído de un gran espanto, y creyó que veía aparecer a un efrit raptor de almas. Y se puso muy pálido, empezó a temblar y a rechinar los dientes, y cayó al suelo, exclamando "¡Oh poderoso efrit raptor de almas! ¡perdóname y Alah te perdonará!" Pero la joven le contestó, hablando con voz terrible: "¡Cose tus labios y tus mandíbulas, ¡oh proxeneta! o te clavo esta horquilla en un ojo!" Y el asustado mozo juntó sus labios y sus mandíbulas, y no se atrevió a decir una palabra ni a hacer un movimiento. Y la hija del vendedor de garbanzos se acercó a él, que estaba tendido en el suelo, inmóvil y desmayado; y sacando las tijeras y la navaja, le afeitó la mitad de sus tiernos bigotes, el lado izquierdo de su barba, el lado derecho de sus cabellos y ambas cejas. Tras de lo cual le restregó la cara con estiércol de asno y le metió un pedazo en la boca. Y hecho aquello, se fué como había venido, sin que nadie se atreviese a estorbarle el paso. Y regresó sin contratiempos a su casa, donde se apresuró a quitarse su traje de hierro y a acostarse al lado de sus hermanas para dormir muy bien hasta por la mañana.
Y aquel día, como de ordinario, después de lavarse y peinarse y arreglarse, las tres hermanas salieron de su casa para ir a casa de su maestra de bordado. Y como todas las mañanas, pasaron por debajo de la ventana del hijo del sultán. Y le vieron sentado junto a la ventana, según su costumbre, pero con la cara y la cabeza arrebozadas en un pañuelo, de modo que sólo tenía al descubierto los ojos. Y las tres, comportándose con él al revés de como lo hacían por lo general, le miraron con insistencia y coquetería. Y el hijo del sultán se dijo: "No sé; pero me parece que se amansan. ¡Acaso sea porque el pañuelo que me envuelve la cabeza y el rostro hace que resulten más hermosos mis ojos!" Y les gritó: "¡Eh! ¡las tres letras derechas del alfabeto. ¡oh hijas de mi corazón! la zalema sobre vosotras tres! ¿Cómo van los garbanzos esta mañana?" Y la más joven de las tres hermanas, la pequeña Zeina, levantó la cabeza hacia él y contestó por sus hermanas: "¡Eh, ualah! y la zalema sobre ti, ¡oh rostro entrapado! ¿Cómo tienes esta mañana el lado izquierdo de tu barba y de tus bigotes, y cómo tienes la mitad derecha del cráneo, y cómo están tus hermosas cejas, y has encontrado de tu gusto el estiércol de asno, ¡oh querido mío!? ¡Ojalá haya sido de deliciosa digestión para tu corazón!"
Y así diciendo, echó a correr con sus hermanas, riendo a carcajadas, y haciendo desde lejos, al hijo del sultán, muecas burlonas y provocativas. ¡Esto fué todo!
Y al oír y ver, el hijo del sultán comprendió, sin quedarle lugar a duda, que el efrit de la noche anterior no era otro que la hija del vendedor de garbanzos. Y en el límite de la rabia, sintió que se le subía a la nariz la hiel de su vejiga, y juró que se apoderaría de la joven o moriría. Y tras de combinar su plan, esperó algún tiempo para que le creciesen la barba, los bigotes, las cejas y los cabellos, e hizo ir a su presencia al vendedor de garbanzos, padre de su joven adversaria, el cual se dijo, dirigiéndose al palacio: "¿Quién sabe qué calamidad me prepara ahora ese proxeneta?" Y llegó, muy seguro, entre las manos del hijo del sultán, que le dijo: "¡Oh hombre! ¡quiero que me concedas en matrimonio a tu tercera hija, de quien estoy locamente prendado! ¡Y como te atrevas a rehusármela, tu cabeza saltará de tus hombros!" Y el vendedor de garbanzos contestó: "¡No hay inconveniente! ¡Pero concédame un plazo el hijo de nuestro amo el sultán, a fin de que vaya yo a consultar a mi hija antes de casarla!" Y contestó el joven: "Ve a consultarla; ¡pero sabe que, si rehúsa, sufrirá como tú la muerte negra!"
Y el azorado vendedor de garbanzos fué en busca de su hija, y la puso al corriente de la situación, y dijo: "¡Oh hija mía, se trata de una calamidad inevitable!" Pero la joven se echó a reír, y le dijo: "¿Por Alah, ¡oh padre! no hay en ello ni calamidad ni olor de calamidad. Porque ese matrimonio es una bendición para mí y para ti y para mis hermanas. Y doy desde luego mi consentimiento.
Y el vendedor de garbanzos fué a llevar la respuesta de su hija al hijo del sultán, que osciló de satisfacción y de contento. Y dió orden de hacer sin tardanza los preparativos de las bodas, que comenzaron al punto. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero en cuanto a la joven, fué en busca de un confitero experto en el arte de confeccionar muñecas de azúcar, y le dijo: "Deseo de ti que me hagas una muñeca toda de azúcar, que sea de mi estatura y tenga mis facciones y mi color, con cabellos de azúcar hilado y hermosos ojos negros, y boca pequeña, y nariz bonita, y largas cejas rectas, y con todo lo necesario en las demás partes". Y el confitero, que poseía unos dedos muy hábiles, le confeccionó una muñeca que tenía las facciones de ella y un parecido exacto, tan bien hecha, que no le faltaba más que hablar para ser una hija de Adán.
Y he aquí que, cuando llegó la noche nupcial de la penetración, la joven, ayudada por sus hermanas, que eran sus damas de honor, puso su propia camisa en el cuerpo de la muñeca, y la acostó en el lecho en lugar suyo, y corrió sobre ella el mosquitero. Y dió las instrucciones necesarias a sus hermanas y fué a esconderse en la habitación, detrás del lecho.
Y cuando llegó el momento de la penetración, ambas jóvenes, hermanas de Zeina, guiaron al esposo y le introdujeron en la cámara nupcial. Y tras de formular los deseos de rigor y hacerle recomendaciones referentes a su hermana pequeña, diciéndole: "¡Es delicada, y te la confiamos! ¡Es amable y dulce, y no tendrás queja de ella!", se despidieron de él y le dejaron solo en la habitación.
Y el hijo del sultán, acordándose entonces de todas las vejaciones que le había hecho sufrir la hija del vendedor de garbanzos, y de todas sus humillaciones, y de todos los desdenes con que le había abrumado, se acercó a la joven que creía acostada bajo el mosquitero, y que le esperaba sin salir de su inmovilidad. Y de pronto desenvainó su enorme sable, y con todas sus fuerzas le asestó un golpe que hizo rodar por todos lados la cabeza en añicos. Y uno de los trozos le entró en la boca, que tenía él abierta para proferir injurias dirigidas a su víctima. Y sintió el sabor del azúcar, y se asombró prodigiosamente, y exclamó: "¡Por vida mía! he aquí que, después de haberme hecho comer en vida el amargo estiércol de los asnos, me hace gustar, después de muerta, la dulzura exquisita de su carne".
Y persuadido de que acababa de cercenar la cabeza a tan deliciosa criatura, dió rienda suelta a su desesperación, y quiso abrirse el vientre con el sable que le había servido para destrozar a la muñeca.
Pero de repente la verdadera joven salió de su escondite, y le sujetó el brazo por detrás, y le besó, diciéndole: "¡Perdónanos y Alah nos perdonará!"
Y el hijo del sultán olvidó todas sus tribulaciones al ver la sonrisa de la exquisita adolescente a quien había deseado tanto. Y la perdonó y la amó. Y vivieron prósperamente, dejando numerosa posteridad.
Y como Schehrazada no se sentía fatigada aquella noche, contó aún al rey Schahriar la historia siguiente, que es la del DESLIGADOR: