Las mil y una noches:0870

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0870: el barbero emasculado

EL BARBERO EMASCULADO[editar]

Cuentan que había en El Cairo un mozalbete sin igual en belleza y en méritos. Y tenía por amiga, a quien amaba mucho y que le amaba, una joven cuyo esposo era un yuzbaschi, jefe de cien guardias de policía, hombre lleno de ímpetu y de bravura, con manos que hubiesen podido aplastar al joven sólo con un dedo. Y el tal yuzbaschi tenía todas las cualidades relevantes para satisfacer a su harén; pero el joven no tenía barba, y la esposa era de las que prefieren la carne de cordero, y una yegua de las que gustan de sentirse cabalgadas, con preferencia, por los jovenzuelos.

Un día entre los días, el yuzbaschi entró en su casa y dijo a su joven esposa: "¡Oh hija del tío! estoy invitado a ir esta tarde a tal sitio de los jardines para tomar el aire con mis amigos. Por tanto, si se me necesita para cualquier asunto, ya sabes dónde enviar a buscarme". Y su esposa le dijo: "¡Nadie deseará de ti otra cosa que saber que disfrutas de delicias y contento! ¡Ve a divertirte en los jardines, ¡oh mi señor! y que eso te dilate y te esponje para alegría nuestra!" Y el yuzbaschi se fué por su camino, felicitándose una vez más por tener una esposa tan atenta y bien dotada y obediente y bien educada.

Y en cuanto él hubo vuelto la espalda, su esposa exclamó: "¡Loores a Alah, que aleja de nosotros por esta tarde a ese cerdo salvaje! ¡He aquí que voy a enviar a buscar al pendiente de mi corazón!" Y llamó al pequeño eunuco que tenía a su servicio, y le dijo: "¡Oh muchacho! ve en seguida a buscar de mi parte a Fulano. Y si no le encuentras en su casa, búscale por doquiera hasta que le encuentres, y dile: "¡Mi señora te envía la zalema y te pide que vayas a su casa al momento!" Y el eunuco salió de casa de su señora, y como no encontró al joven en su casa, se dedicó a recorrer, en busca suya, todas las tiendas del zoco adonde tenía él costumbre de ir a sentarse. Y acabó por encontrarle en la tienda de un barbero, donde había ido para que le afeitasen la cabeza. Y se acercó a él precisamente en el momento en que el barbero le anudaba al cuello una toalla limpia y le decía: "¡Haga Alah que el refresco te sea delicioso!" Y aproximándose el eunuco al joven, se inclinó hacia él, y le dijo al oído: "¡Mi señora te envía sus zalemas más escogidas, y me encarga que te diga que hoy la ribera se ha aclarado y el yuzbaschi está en los jardines! Si deseas la posesión, pues, no tienes más que ir sin dilación ni tardanza". Y al oír aquello, el mozalbete no pudo sufrir el permanecer allí un momento más, y gritó al barbero: "¡Sécame pronto la cabeza, que me voy, y ya vendré otra vez! Y diciendo estas palabras, puso en su mano un dracma de plata, como si ya tuviese la cabeza arreglada por el barbero. Y el barbero, al ver aquella generosidad, se dijo: "¡Me da un dracma sin haberle afeitado nada! ¿Qué sería si le hubiese afeitado la cabeza? ¡Por Alah, he aquí un cliente al que no perderé de vista! ¡Sin duda alguna, cuando le afeite la cabeza me dará un puñado de dracmas!"

Entretanto el joven se levantó con rapidez, y salió a la calle. Y el barbero le acompañó hasta el umbral de la tienda, diciéndole: "¡Alah contigo, ¡oh mi señor! Espero que, cuando hayas ventilado los asuntos que tienes pendientes, volverás a esta tienda, de donde saldrás más hermoso todavía que al entrar. ¡Alah contigo!" Y el joven contestó: "¡Taieb! Está bien; ya volveré". Y se marchó a escape y desapareció por un recodo de la calle.

Y llegó a la casa de su amiga, esposa del yuzbaschi. Y ya iba a llamar a la puerta, cuando, con extremada sorpresa por parte suya, vió surgir ante él al barbero, que venía por el otro lado de la calle. Y sin saber qué era lo que obligaba a correr así al barbero, que le llamaba por señas desde lejos, no llegó a llamar. Y el barbero le dijo: "¡Oh mi señor, Alah contigo! Te ruego no olvides mi tienda, que se ha perfumado e iluminado con tu llegada. Y ha dicho el sabio: "¡Cuando te endulces en un paraje, no busques otro!" Y el gran médico de los árabes, Abu Alí el Hossein Ibn Sina (¡con él las gracias del Altísimo!), ha dicho: "¡Ninguna leche para el niño es comparable a la leche de la madre! ¡Y nada más dulce para la cabeza que la mano de un barbero hábil!" Espero, pues, de ti ¡oh mi señor! que reconocerás mi tienda entre todas las tiendas de los demás barberos del zoco". Y dijo el joven: "¡Ualah! ciertamente que la reconoceré, ¡oh barbero!" Y empujó la puerta que ya se había abierto por dentro, y se apresuró a cerrarla detrás de sí. Y subió a reunirse con su amante para hacer su cosa acostumbrada con ella.

En cuanto al barbero, en lugar de volver a su tienda, se quedó quieto en la calle frente a la puerta, diciéndose: "¡Lo mejor será que espere aquí mismo a este cliente inesperado, a fin de conducirle a mi tienda, no vaya a ser que la confunda con las de mis vecinos!" Y sin quitar los ojos de la puerta un instante, se paró definitivamente. Pero, volviendo al yuzbaschi, cuando llegó al sitio de la cita, el amigo que le había invitado le dijo: "¡Ya sidi! perdóname la descortesía sin par de que soy culpable para contigo. Pero acaba de morir mi madre, y es preciso que prepare el entierro. Dispénsame, pues, por no poder disfrutar hoy de tu compañía, y perdóname mis malas maneras. Alah es generoso, y en breve volveremos aquí juntos". Y se despidió de él, excusándose mucho más aún, y se fué por su camino. Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con furor...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.