Las mil y una noches:0881

De Wikisource, la biblioteca libre.
Ir a la navegación Ir a la búsqueda
Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0881: pero cuando llegó la 902ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 902ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"¡...Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros!".

Cuando el naieb de Damasco oyó estas palabras, salió de su sueño y levantó la mano, y detuvo el alfanje que tan de cerca amenazaba la vida de Ataf. Y ordenó que solamente se encarcelase a Ataf y se le echase una cadena al cuello. Y a pesar de sus gritos y súplicas, le arrastraron a la cárcel de la ciudad y le encadenaron por el cuello, como había sido ordenado. Y Ataf se pasaba las noches y los días llorando, poniendo Alah por testigo y suplicándole que le librara de su aflicción y de sus desdichas. Y vivió tres meses de aquella manera.

Una noche entre las noches se despertó, se humilló ante Alah, y recorrió su prisión hasta donde le permitía su cadena. Y observó que estaba solo en su prisión y que el carcelero que la víspera le había llevado el pan y el agua se había olvidado de cerrar la puerta detrás de él. Y por la puerta entreabierta penetraba un débil resplandor. Y al ver aquello, Ataf sintió de pronto que se le henchían los músculos de una fuerza extraordinaria, y alzando los ojos en dirección al cielo de Alah, hizo un gran esfuerzo y de primera intención rompió la cadena que le sujetaba. Y a tientas, con mil precauciones, se aventuró por los recovecos de la cárcel dormida, y acabó por encontrarse ante la propia puerta que daba a la calle. Y no le costó trabajo encontrar la llave, colgada en un rincón. Y abriendo sin hacer el menor ruido, salió a la calle y se perdió en la noche. Y las tinieblas de Alah le protegieron hasta por la mañana. Y no bien se abrieron las puertas de la ciudad, salió él, mezclándose con la muchedumbre, y apresuró su marcha en dirección a Alepo. Y después de largas caminatas, llegó sin contratiempo a la ciudad de Alepo y entró en la mezquita principal. Y se encontró allí con un grupo de extranjeros que se disponían de modo manifiesto a partir. Y les preguntó adónde iban. Y le contestaron: "¡A Bagdad!" Y al punto exclamó Ataf: "¡Y yo con vosotros!" Y ellos le dijeron: "¡Esa es la tierra a que pertenecen nuestros cuerpos; pero nuestra subsistencia está al lado de Alah solamente!". Y partieron con Ataf entre ellos. Y al cabo de veinte días de camino llegaron a la ciudad de Kufa; y prosiguieron el viaje hasta llegar a Bagdad: Y Ataf vió una ciudad con grandes edificios, y elegante, y rica en palacios magníficos que ascendían hasta el cielo, y en deleitables jardines; y contenía por igual a sabios y a ignorantes, a pobres y a ricos, a buenos y a malos. Y entró él en la ciudad con su traje de pobre, con un turbante sucio y desgarrado a la cabeza, y una barba inculta y cabellos demasiado largos. Y era lamentable su condición. Y franqueó la puerta de la primera mezquita que encontró. Y hacía dos días que no había comido. Y estaba sentado en un rincón, descansando y reflexionando tristemente, cuando entró en la mezquita un vagabundo, de la especie de los vagabundos que mendigan a las puertas de Alah, y fué a sentarse precisamente enfrente de él. Y se descargó un zurrón viejo que llevaba al hombro, y lo abrió y sacó un pan, luego un pollo, luego otro pan, luego confituras, luego una naranja, luego aceitunas, luego pasteles de dátiles y luego un cohombro. Y el hambriento Ataf veía con sus ojos y olía con su nariz. Y el vagabundo se puso a comer y Ataf a mirarle cómo engullía con calma aquella comida que se diría la del propio mantel de Issa, (Jesús) hijo de Miriam (Maria) (¡con ambos la paz y la bendición de Alah!) Y Ataf, que no solamente no había comido desde hacía dos días, sino que ni siquiera se había hartado ninguna vez desde hacía cuatro meses, dijo para sí: "¡Por Alah, que me tomaría un bocado de ese excelente pollo, y un pedazo de ese pan, y por lo menos una raja de ese cohombro delicioso!". Y tanto le salía a los ojos el deseo del pan y del pollo y del cohombro, que el vagabundo le miró. Y torturado por su hambre extremada, Ataf no pudo por menos de llorar. Y el vagabundo movió la cabeza contemplándole, y cuando hubo tragado el bocado de cosas buenas que a la sazón le llenaba la boca, tomó la palabra y dijo: "¿Por qué ¡oh padre de la barba sucia! haces como los extranjeros y como los perros famélicos, que piden con la mirada el pedazo que se come su amo? ¡Por la protección de Alah, que aun cuando viertas lágrimas bastantes para alimentar el Yaxarte, el Bactros, y el Dajlah, y el Eufrates, y el río de Bassra, y el río de Antioquía, y el Oronto, y el Nilo de Egipto, y el mar salado, y la profundidad de todos los océanos, no te cederé ni un trozo de lo que como. Pero si quieres comer pollo blanco, y pan caliente, y cordero tierno, y todas las confituras y pasteles de Alah, no tienes más que llamar en la casa del gran visir Giafar, hijo de Yahia el Barmecida. Porque ha recibido en Damasco la hospitalidad de un hombre llamado Ataf, y en recuerdo suyo y en honor suyo prodiga así sus beneficios; y no se levanta ni se acuesta sin hablar de él".

Cuando Ataf oyó estas palabras al vagabundo del zurrón bien provisto, alzó los ojos al cielo y dijo: "¡Oh Tú, cuyos designios son impenetrables, he aquí que de nuevo prodigas Tus beneficios sobre Tu servidor!".

Y recitó estos versos:

¡Confía tus asuntos al Creador en cuanto los veas embrollados! ¡Luego siéntate con tus penas y desecha tus pensamientos!

Después fué a casa de un mercader de papel y le pidió por caridad un trozo de papel y el préstamo de un cálamo sólo por el tiempo preciso para escribir unas palabras. Y el mercader accedió a darle lo que le pedía. Y Ataf escribió lo que sigue:

"¡De parte de tu hermano Ataf, a quien Alah conoce! Quien posea el mundo no se enorgullezca, porque día llegará en que se vea arruinado y permanezca solo en el polvo con su amargo destino. Si me vieras, no me reconocerías por mi pobreza y mi miseria, pues los reveses del tiempo, el hambre, la sed y un largo viaje han reducido mi alma y mi cuerpo al estado de inanición. Y mira por dónde te encuentro al llegar aquí. ¡Y la paz sea contigo!".

Luego dobló el papel y devolvió el cálamo a su propietario, dándole muchas gracias. Y preguntó dónde estaba la casa de Giafar. Y cuando se la indicaron, se detuvo y se quedó de pie ante la puerta a cierta distancia. Y los guardias de la puerta le vieron así, de pie y sin pronunciar una palabra, y tampoco le hablaron. Y cuando ya empezaba a sentirse muy azorado por aquella situación, pasó junto a él un eunuco vestido con un traje magnífico y con cinturón de oro. Y Ataf se le aproximó y le besó la mano y le dijo: "¡Oh mi señor! el enviado de Alah (¡con Él la plegaria y la paz!) ha dicho: "El intermediario de una buena acción vale tanto como el que hace la buena acción, y el que la hace se halla entre los bienaventurados de Alah en el cielo" Y el eunuco preguntó: "¿Y qué necesitas?". Ataf dijo: "Deseo de tu bondad que lleves este papel al dueño de esa casa, diciéndole: "Tu hermano Ataf está a la puerta".

Cuando el eunuco hubo oído estas palabras, montó en cólera y los ojos se le salieron de la cabeza, y gritó: "¡Oh descarado embustero! ¿cómo pretendes ser hermano del visir Giafar?" Y con un bastón de oro que llevaba en la mano golpeó a Ataf en el rostro. Y brotó la sangre del rostro de Ataf, que cayó al suelo cuan largo era, porque la fatiga, el hambre y las lágrimas le habían debilitado en extremo.

Pero, como dice el Libro: "Alah ha puesto el instinto de la bondad en el corazón de ciertos esclavos, lo mismo que ha puesto el instinto de la maldad en el de los otros". Así es que un segundo eunuco, que veía desde lejos lo que pasaba, se acercó al primero, lleno de cólera y de indignación por lo que acababa de hacer, y movido a piedad por Ataf. Y el primer eunuco le dijo: "¿No has oído que pretende ser hermano del visir Giafar?". Y el segundo eunuco le contestó: "¡Oh mal hombre, hijo de la maldad, esclavo de la maldad! ¡oh maldito! ¡oh cochino! ¿Acaso Giafar es uno de nuestros profetas? ¿No es un perro de la tierra como nosotros? Todos los hombres son hermanos, que tienen por padre y por madre a Adán y Eva, y ha dicho el poeta:

¡Los hombres, por comparación, son todos hermanos! ¡Su padre es Adán y su madre es Eva!
"Y la diferencia que hay entre unos y otros sólo estriba en la mayor o menor bondad de los corazones".

Y tras de hablar así se inclinó sobre Ataf y le incorporó y le hizo sentarse, y secó la sangre que le corría por la cara y le lavó y sacudió el polvo de la ropa, y le preguntó: "¡Oh hermano mío! ¿qué es lo que deseas?". Y Ataf contestó: "Solamente deseo que lleven a Giafar este papel y lo entreguen entre sus manos". Y el servidor de corazón compasivo cogió el papel de manos de Ataf y entró en la sala donde se hallaba el gran visir Giafar el Barmecida, en medio de sus oficiales, de sus parientes y de sus amigos, sentados unos a su derecha y otros a su izquierda. Y todos bebían y recitaban versos, y se regocijaban con música de laúdes y de cánticos deliciosos. Y el visir Giafar; con la copa en la mano, decía a los que les rodeaban: "¡Oh vosotros todos los que os reunís aquí! la ausencia de los ojos no impide ver la presencia en el corazón. Y nada puede hacerme que no piense en mi hermano Ataf ni hable de él. Es el hombre más magnífico de su tiempo y de su edad. Me ha regalado caballos, esclavos jóvenes blancos y negros, muchachas y hermosas telas, y cosas suntuosas, en cantidad bastante para constituir la dote y la viudedad de mi esposa. Y si no se hubiese conducido así, habría perecido yo, sin duda, y estaría perdido sin remedio. ¡Fué mi bienhechor sin saber quién era yo, y se mostró generoso sin la menor mira de provecho o interés!".

Cuando el excelente servidor hubo oído estas palabras de su señor, se regocijó en el alma, y avanzó e inclinó su cuello y su cabeza ante él, y le presentó el papel. Y Giafar lo cogió, y habiéndolo leído, quedó tan trastornado que parecía que había bebido veneno. Y ya no supo qué hacer ni qué decir. Y cayó de bruces, teniendo todavía en la mano la copa de cristal y el papel. Y la copa se rompió en mil pedazos y le hirió profundamente en la frente. Y corrió su sangre, y de su mano se escapó el papel. Cuando el servidor vió aquello, se apresuró a poner pies en polvorosa por miedo a las consecuencias. Y los amigos del visir Giafar levantaron a su señor y le restañaron la sangre. Y exclamaron: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Altísimo, el Todopoderoso! Estos malditos están siempre afligidos del mismo carácter: turban la vida de los reyes en sus placeres e interrumpen su buen humor. ¡Por Alah, que quien ha escrito este papel merece sencillamente ser arrastrado a casa del walí para que le aplique quinientos palos y le meta en la cárcel!".

Y acto seguido, los esclavos del visir salieron a la busca del que había escrito el papel. Y Ataf evitó la pesquisa, diciendo: "Es mío, ¡oh mis señores!". Y se apoderaron de él y le arrastraron a presencia del walí, y pidieron para él quinientos palos. Y el walí se los concedió. Y además hizo escribir en las cadenas de Ataf: "Cadena perpetua". ¡Así se portaron con Ataf el Generoso! Y de nuevo le arrojaron a un calabozo, donde estuvo aún dos meses, y donde se perdieron y borraron sus huellas.

Y al cabo de estos dos meses le nació un niño al Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, quien, con tal motivo, ordenó que se distribuyesen limosnas y se hiciesen dádivas a todo el mundo, y que se libertase de cárceles y calabozos a los presos. Y entre los que se soltaron se encontró Ataf el Generoso.

Cuando Ataf se vió libre de la prisión, débil, hambriento, arruinado y desnudo, alzó sus miradas al cielo y exclamó: "¡Gracias te sean dadas, Señor, en toda circunstancia!" Y sollozó y dijo: "Sin duda he sufrido todo esto a causa de alguna falta cometida por mí en el pasado, pues Alah me ha favorecido con sus mejores beneficios y yo le he correspondido con la desobediencia y la rebeldía. ¡Pero le suplico que me perdone, aunque haya ido demasiado lejos en el libertinaje y en mi abominable conducta!".

Luego recitó estos versos:

¡Oh Dios! ¡el adorador hace lo que no debería hacer; es pobre y depende de ti!

¡En los placeres de la vida, se olvida; y como lo hace por ignorancia, perdónale sus culpas!

Y todavía vertió algún llanto más y dijo para sí: "¿Qué voy a hacer ahora? Si parto para mi país tan débil como estoy, moriré antes de llegar; y si, por suerte mía, llegó, no habrá ninguna seguridad para mi vida, a causa del naieb; y si me quedo aquí entre los mendigos, mendigando yo también, ninguno de ellos me admitirá en la corporación, ya que nadie me conoce; y no podré proporcionarme a mí mismo la menor ayuda ni la menor utilidad. Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.