Las mil y una noches:0890

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Las mil y una noches - Tomo VI
de Anónimo
Capítulo 0890: pero cuando llegó la 910ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 910ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía. Y dió de comer al gamo aquel electuario. Y en el mismo momento le tiró con fuerza del cordón mágico que le rodeaba el cuello. Y al punto el gamo dió una sacudida, y abandonando su forma de animal, recobró su apariencia de hijo de Adán.

Luego fué a besar la tierra entre las manos de la joven Gamila, y en acción de gracias, le dijo: "He aquí ¡oh princesa! que me has salvado de las garras de la desdicha y me has devuelto mi vida de ser humano. ¿Cómo podría, pues, mi lengua darte gracias con arreglo a tus méritos, cuando todos los pelos de mi cuerpo celebran con alabanzas tu benevolencia y tu generosidad, ¡oh bienhechora!?" Pero Gamila se apresuró a ayudarle a incorporarse, y después de ponerle vestiduras reales, le dijo: "¡Oh joven príncipe cuya blancura se manifiesta a través de tus vestidos y cuya belleza ilumina nuestra morada y este jardín! ¿quién eres y cuál es tu nombre? ¿Qué motivo nos hace el honor de tu venida y cómo has sido preso en las redes de mi hermana Latifa?"

Entonces el príncipe Diamante contó a su libertadora toda su historia. Y cuando hubo acabado de hablar él, le dijo ella: "¡Oh Diamante! renuncia, por favor, a la idea peligrosa y sin fruto que te asalta. y no expongas a los poderes desconocidos tu juventud encantadora y tu vida que tan preciosa es. Porque está fuera de toda sabiduría el exponerse a perecer sin motivo. Mejor será que te quedes aquí y llenes la copa de tu vida, con el vino de la voluptuosidad. ¡Porque aquí me tienes dispuesta a servirte conforme a tu deseo, y a poner tu bienestar por encima del mío, obedeciéndote como un niño a la voz de su madre!" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! el agradecimiento que hacia ti siento pesa tanto sobre las alas de mi alma, que sin tardanza debería hacer con mi piel sandalias y calzarlas en tus pequeños pies. Porque me has revestido con la vestidura de la forma humana, sacándome de mi piel de gamo y librándome de los artificios de la hechicería de tu hermana. Pero, hoy por hoy, si tu generosidad quiere llegar hasta mí, te suplico que me concedas sin tardanza licencia por algunos días, a fin de que consiga yo realizar mi deseo. Y cuando, merced a la seguridad que espero de Alah el Altísimo, regrese de la ciudad de Wakak, únicamente me ocuparé de darte gusto y de volver a ver tus pies mágicos. Y con ello no haré más que cumplir los deberes de un corazón que sabe el agradecimiento".

Cuando la joven vió que Diamante, a pesar de que ella seguía insistiendo para ablandarle, no accedía a lo que le proponía ella, y permanecía apegado a su idea desesperante, no pudo por menos de permitirle partir. Así es que, lanzando quejas, suspiros y gemidos, le dijo: "¡Oh ojos míos! ¡ya que nadie puede rehuir el destino que lleva atado al cuello, y puesto que tu destino es abandonarme a raíz de nuestro encuentro, quiero darte, para ayudarte en tu empresa, asegurar tu regreso y resguardar tu alma cara, tres cosas que me tocaron en herencia!" Y cogió un cajón que había en otro agujero del muro, lo abrió y sacó de él un arco de oro con sus flechas, una espada de acero chino y un puñal con el puño de jade, y se los entregó a Diamante, diciéndole: "Este arco y sus flechas han pertenecido al profeta Saleh (¡con él la plegaria y la paz!). Esta espada que es conocida bajo el nombre de Escorpión de Soleimán, es tan excelente que si se golpeara con ella una montaña la partiría como jabón. Y por último, este puñal, fabricado en otro tiempo por el sabio Tammuz, es inapreciable para quien lo posee, porque preserva de todo ataque la virtud oculta en su hoja". Luego añadió: "Sin embargo, ¡oh Diamante! no podrás llegar a la ciudad de Wakak, que está separada de nosotros por siete océanos, como no te ayude mi tío Al-Simurg. Por eso acerco mis labios a tu oído para que escuches bien las instrucciones que van a salir de ellos en tu honor". Y se calló un momento, y dijo: "Has de saber, en efecto, ¡oh amigo Diamante! que a una jornada de marcha de aquí hay una fuente; y muy cerca de esa fuente se encuentra el palacio de un rey negro llamado Tak-Tak. Y este palacio de Tak-Tak está guardado por cuarenta etíopes sanguinarios, cada uno de los cuales manda un ejército de cinco mil negros feroces. Pero el tal rey Tak-Tak, será benévolo contigo a causa de los objetos de que te hago entrega; e incluso se portará contigo muy amistosamente, aunque de ordinario acostumbra a mandar asar a los transeúntes del camino y a comérselos sin pan ni condimentos. Y permanecerás dos días en su compañía. Tras de lo cual hará que te acompañen al palacio de mi tío Al-Simurg, gracias al cual acaso puedas llegar a la ciudad de Wakak y resolver el problema de la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés". Y como conclusión, dijo: "¡Sobre todo, oh Diamante, guárdate bien de desviarte ni en un pelo siquiera de lo que te digo!" Luego le besó, llorando, y le dijo: "Y ahora que a causa de tu ausencia mi vida se convierte en desdicha para mi corazón, hasta tu regreso no sonreiré más, no hablaré más y abriré sin cesar a mi espíritu la puerta de la tristeza. De mi corazón se elevarán suspiros constantemente, y ya no tendré noticias de mi cuerpo. Porque, sin fuerza y sin sostén interior, mi cuerpo no será en lo sucesivo más que el espejo de mi alma". Luego se puso a recitar estas estrofas:

¡No rechaces mi corazón lejos de esos ojos de quienes está enamorado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!

Después la joven dijo adiós a Diamante, invocando sobre él las bendiciones y deseándole la seguridad. Y se apresuró a entrar de nuevo en el palacio para ocultar las lágrimas que le cubrían el rostro.

En cuanto a Diamante, se marchó, montado en su caballo hermoso como un hijo de los genn, y prosiguió su camino, etapa tras de etapa, preguntando por la ciudad de Wakak.

Y cabalgando de este modo acabó por llegar sin contratiempo a una fuente. Aquella era precisamente la fuente de que le había hablado la joven. Y allí era donde se alzaba el castillo fortificado del rey de los negros, el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las cercanías del castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de altos, con caras espantosas...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.