Las mil y una noches:0891

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0891: y cuando llegó la 911ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 911ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... el castillo fortificado del rey de los negros el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las cercanías de aquel castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de alto, con caras espantosas. Y sin dejar que el temor invadiera su pecho, ató su caballo a un árbol que había junto a la fuente, y se sentó a la sombra para descansar. Y oyó que los negros decían entre sí: "Vaya, por fin, después de tanto tiempo, viene un ser humano a abastecernos de carne fresca. Apoderémonos de esa presa, a fin de que nuestro rey Tak-Tak se endulce con ella la boca y el paladar". Y acto seguido, diez o doce etíopes de los más feroces avanzaron hacia Diamante para apoderarse de él y presentárselo en el asador a su rey.

Cuando Diamante vió que su vida estaba realmente en peligro, sacó de su cinto la espada salomónica, y abalanzándose sobre sus agresores, expidió a gran número de ellos por la llanura de la muerte. Y cuando aquellos hijos del infierno llegaron a su destino, se enteró por correo de la noticia el rey Tak-Tak, quien, montando en roja cólera, envió al punto, para que se apoderase del audaz, al jefe de los negros, el embetunado Mak-Mak. Y el tal Mak-Mak, que era una calamidad reconocida, se puso a la cabeza del ejército de embetunados, cayendo como la irrupción de un enjambre de aberrojos. Y de sus ojos salía la muerte negra, buscando víctimas.

Al ver aquello, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies, y le esperó, firme de piernas. Y silbando como una víbora cornuda, y mugiendo con sus anchas narices, el calamitoso Mak-Mak fué derecho a Diamante, blandiendo su maza destructora de cabezas, y la hizo voltear de tal manera, que retembló el aire. Pero, en aquel mismo momento, el bienamado Diamante alargó su brazo armado con el puñal de Tammuz, y rápido como el relámpago, clavó la hoja en el costado del gigante etíope, e hizo beber de un trago la muerte a aquel hijo de mil cornudos. Y al punto se acercó el ángel de la muerte a aquel maldito, llevándoselo a su última morada.

En cuanto a los negros del séquito de Mak-Mak, cuando vieron a su jefe caer al suelo más ancho que largo, echaron a correr y volaron como los pajarillos ante el Padre de pico gordo. Y Diamante les persiguió, y mató a los que mató.

Cuando el rey Tak-Tak se enteró de la derrota de Mak-Mak, la cólera invadió sus narices tan violentamente, que ya no pudo él distinguir su mano derecha de su mano izquierda. Y su estupidez le incitó a ir a atacar por sí mismo al jinete de los precipicios y barrancos, corona de los jinetes, a Diamante. Pero, a la vista del héroe rugiente, el hijo negro de la impúdica de nariz gorda sintió aflojársele los músculos, revolverse el saco del estómago y pasar sobre su cabeza el viento de la muerte. Y Diamante, tomándole de blanco, y disparando sobre él una de las flechas del profeta Saleh (¡con él la plegaria y la paz!), le hizo tragar el polvo de sus talones, y de una vez envió a un alma a habitar los lugares fúnebres donde se ha aposentado la Alimentadora de buitres.

Tras de lo cual Diamante hizo papilla a los negros que rodeaban a su rey muerto, y abrió un camino recto a su caballo por entre sus cuerpos sin alma. Y de tal suerte llegó vencedor a la puerta del palacio en que había reinado Tak-Tak. Y llamó en la puerta como un amo que llamara en su propia morada. Y la que salió a abrirle era una reina a quien había quitado su trono y su herencia aquel Tak-Tak de mal agüero. Y era una joven semejante a la gacela asustada, y cuya faz era tan picante, que derramaba sal sobre la herida del corazón de los amantes. Y si no había ido más allá para salir al encuentro de Diamante, en verdad que era porque la pesadez de las caderas que colgaban de su talle frágil se lo habían impedido, y porque su trasero, adornado de diversos hoyuelos, era tan notable y bendito, que no podía ella moverlo a su antojo, pues le temblaba su propio impulso, como la leche cuajada en la escudilla del beduino y como la salsa de membrillo en medio de la bandeja perfumada con benjuí.

Y recibió a Diamante con efusiones propias de una cautiva para con su libertador. Y quiso hacerle sentar en el trono del rey difunto; pero Diamante se negó, y cogiéndole la mano, la invitó a subir por sí misma al trono que Tak-Tak arrebató a su padre. Y no le pidió nada a cambio de tantos beneficios. Entonces subyugada por su generosidad, ella le dijo: "¡Oh hermoso! ¿a qué religión perteneces para hacer así el bien sin esperanza de recompensa?" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! ¡mi fe es la fe del Islam, y su creencia es mi creencia!" Y ella le preguntó: "¿Y en qué consisten ¡oh mi señor! esa fe y esa creencia?" El contestó: "Consisten sencillamente en atestiguar la Unidad con la profesión de fe que nos ha sido revelada por nuestro Profeta (¡con El la plegaria y la paz!)" Y ella preguntó: "¿Y puedes hacerme la merced de revelarme a tu vez esa profesión de fe que torna tan perfectos a los hombres?" El dijo: "Consiste en estas únicas palabras: "No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!" Y quienquiera que la pronuncie con convicción, en aquella hora y en aquel instante queda ennoblecido con el Islam. ¡Y aunque sea el último de los descreídos, al punto se torna en igual del más noble de los musulmanes!" Y cuando hubo oído estas palabras, la princesa Aziza sintió que su corazón se conmovía con la verdadera fe; y levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la altura de sus ojos, pronunció la schehada, y al punto se ennobleció con el Islam ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.