Las mil y una noches:0896

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0896: y cuando llegó la 916ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 916ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisas son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak.

"Un día entre los días de Alah, salí de mi ciudad para cazar, cuando he aquí que en la llanura me asaltó una sed ardiente. Y como una persona perdida en el desierto, iba yo de un lado a otro en busca de agua. Y tras de muchas penalidades y mucha ansiedad, acabé por descubrir una tenebrosa cisterna abierta por los pueblos antiguos. Y di gracias al Altísimo por aquel descubrimiento, aunque ya no tenía fuerzas ni para moverme. Sin embargo, cuando invoqué el nombre de Alah, conseguí tocar los bordes de aquella cisterna, a la que era difícil acercarse a causa de los desprendimientos de tierra y de las ruinas que la circundaban. Luego, sirviéndome de mi gorro como un cubo, y de mi turbante añadido a mi cinturón como de una cuerda, solté todo en la cisterna. Y ya se me refrescaba el corazón sólo con oír el ruido del agua contra mi gorro. Pero ¡ay! cuando quise tirar de la cuerda improvisada, no puede sacar nada. Porque mi gorro se había vuelto tan pesado como si contuviese todas las calamidades. Y me costó un trabajo infinito tratar de moverlo, sin conseguirlo. Y en el límite de la desesperación, y sin poder soportar la sed que me abrasaba, exclamé: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah! ¡Oh seres que habéis establecido vuestra residencia en esta cisterna! seáis genn o seres humanos, tened compasión de un pobre de Alah a quien hace agonizar la sed, y dejadme que saque el cubo. ¡Oh habitantes ilustres de este pozo! me falta e! aliento y se me detiene en la boca la respiración".

"Y me puse a proclamar de tal suerte mi tormento y a gemir mucho, hasta que al fin llegó desde el pozo a mi oído una voz que dejó oír estas palabras: "Más vale la vida que la muerte. ¡Oh servidor de Alah! si nos sacas de este pozo, te recompensaremos. ¡Más vale la vida que la muerte!"

"Entonces, olvidando por un instante mi sed, hice acopio de las energías que me quedaban, y sacando fuerzas de flaqueza, por fin logré extraer del pozo mi cubo con su carga. Y vi agarradas con los dedos a mi gorro, dos viejísimas mujeres ciegas, con la espalda curvada como un arco, y tan delgadas, que habrían pasado por el ojo de una aguja de ensalmar. Se les hundían los párpados en la cabeza, tenían sin dientes las mandíbulas, su cabeza oscilaba lamentablemente, temblaban sus piernas, y tenían los cabellos tan blancos como algodón cardado. Y cuando, poseído de piedad y olvidando finalmente mi sed, les pregunté la causa de que habitaran en aquella antigua cisterna, ellas me dijeron: "¡Oh joven caritativo! en otro tiempo incurrimos en la cólera de nuestro señor, el rey de los genn de la Primera División, que nos privó de la vista e hizo que nos arrojaran en este pozo. Y henos aquí dispuestas, por gratitud, a hacer que obtengas cuanto puedas desear. Vamos a indicarte antes, empero, el modo de curarnos nuestra ceguera. Y una vez curadas, quedaremos obligadas por tus beneficios". Y prosiguieron en estos términos: "A poca distancia de aquí, en tal paraje, hay un río a cuyas orillas suele ir a pastar una vaca de tal color. Ve a buscar boñiga fresca de esa vaca, úntanos los ojos con ella, y en el mismo instante recobraremos la vista. Pero en el momento en que aparezca esa vaca tienes que ocultarte de ella, porque si te ve, no estercolará".

"Entonces yo, teniendo presente este discurso, me dirigí al río consabido, que no había visto en mis correrías anteriores, y llegué al paraje indicado, acurrucándome allí detrás de unas cañas. Y no tardé en ver salir del río una vaca blanca como la plata. Y en cuanto estuvo al aire, estercoló abundantemente, poniéndose después a pacer hierba. Tras de lo cual volvió a entrar en el río y desapareció.

"En seguida me levanté de mi escondrijo y recogí la boñiga de la vaca blanca, y regresé a la cisterna. Y apliqué aquella boñiga en los ojos de las viejas, y al punto se tornaron clarividentes y miraron a todos lados.

"Entonces me besaron las manos, y me dijeron: "¡Oh señor nuestro! ¿quieres riqueza, salud o una partícula de belleza? Y contesté sin vacilar: "¡Oh tías mías! Alah el Generoso me ha otorgado riqueza y salud. ¡En cuanto a la belleza, jamás se tiene entre las manos lo bastante para satisfacer al corazón! ¡Dadme esa partícula de que habláis!" Y me dijeron: "¡Por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos! te daremos esa partícula de belleza. Es la propia hija de nuestro rey. Se asemeja a la risueña hoja del jardín, y ella misma es una rosa, cultivada o salvaje. Son lánguidos sus ojos como los de una persona ebria, y uno de sus besos calma mil penas de las más negras. En cuanto a su belleza general, domina al sol, abrasa a la luna y hace desfallecer a los corazones todos, y sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.