Las mil y una noches:0897

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0897: pero cuando llegó la 917ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 917ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te pertenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa. Vamos, pues, a conducirte al lado suyo, y haréis ambos lo que tengáis que hacer. Pero ten cuidado de que no te vean sus padres, sobre todo cuando estéis enlazados; porque te arrojarían vivo al fuego. Sin embargo, el mal no sería irremediable, porque estaremos allí siempre para velar por ti y salvarte de la muerte. Y todo saldrá bien, porque iremos a buscarte en secreto, y te untaremos el cuerpo con aceite de la serpiente faraónica, de modo que, aunque estuvieras mil años en la hoguera o en la horca, no experimentaría tu cuerpo el menor daño, y el fuego resultaría para ti un baño tan fresco cual los manantiales del jardín de Irem".

"Y tras de prevenirme así de cuanto debía sucederme, y tranquilizándome de antemano por el resultado de la aventura, las dos viejas me transportaron, con una rapidez que me dejó atónito, al palacio consabido, que era el del rey de los genn de la Primera División. Y creí verme de repente en el paraíso sublime. Y en la sala retirada donde me introdujeron, vi a la que me había deparado mi destino, una joven iluminada por su propia belleza, y acostada en su lecho, apoyando la cabeza en una almohada encantadora. Y en verdad que el resplandor de sus mejillas avergonzaba al mismo sol; y mirándola demasiado tiempo, se os lavarían las manos de la razón y de la vida. Y en seguida la flecha penetrante del deseo por unirme a ella entró profundamente en mi corazón. Y permanecí en su presencia, con la boca abierta, en tanto que el niño que me tocó en herencia se conmovía considerablemente y pretendía nada menos que salir a tomar el aire.

"Al ver aquello, la joven lunar frunció las cejas, como si la moviese un sentimiento de pudor, a la vez que su mirada llena de malicia daba su consentimiento. Y me dijo con un tono que quería hacer iracundo: "¡Oh ser humano! ¿de dónde has venido y hasta dónde llega tu audacia? ¿Es que no temes lavarte de tu propia vida las manos?" Y comprendiendo los verdaderos sentimientos que la animaban con respecto a mí contesté: "¡Oh mi deliciosa señora! ¿qué vida es preferible en este instante en que mi alma goza contemplándote? ¡Por Alah! estás escrita en mi destino, y he venido aquí precisamente por obedecer a mi destino. Te suplico, pues, por los diamantes de tus ojos, que no perdamos en palabras sin objeto un tiempo que se podría emplear de manera útil".

"Entonces la joven abandonó de pronto su postura displicente, y corrió a mí, cual movida de un deseo irresistible, y me tomó en sus brazos, y me estrechó contra ella con calor, y se puso muy pálida y cayó desvanecida en mis brazos. Y no tardó en moverse, jadeando y estremeciéndose, de modo y manera que, sin interrupción, entró el niño en su cuna, sin gritos ni sufrimientos, igual que el pez en el agua. Y mi espíritu conmovido, libre de inconvenientes de los celos, ya sólo se preocupó del goce puro y sin trabas. Y nos pasamos todo el día y toda la noche sin hablar, ni comer, ni beber, haciendo contorsiones de piernas y de riñones y todo lo consiguiente respecto a movimientos de avance y retroceso. Y el cordero corneador no perdonó a aquella oveja batalladora, y sus sacudidas eran las de un verdadero padre de cuello gordo, y la confitura que le sirvió era una confitura de nervio gordo, y el padre de la blancura no fué inferior a la herramienta prodigiosa, y la carne dulce fué la ración del asaltante tuerto, y el mulo terco fué domado por el báculo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulador, y el conejo sin orejas marchó a compás con el gallo sin voz, y el músculo caprichoso hizo moverse a la lengua silenciosa, y en una palabra, se arrebató lo que había que arrebatar, y se redujo lo que había que reducir; y no cesamos en nuestra tarea hasta la aparición de la mañana, en que nos interrumpimos para recitar la plegaria e ir al baño.

"Y de tal modo nos pasamos un mes, sin que nadie sospechara mi presencia en el palacio ni la vida extraordinaria que llevábamos, toda llena de copulaciones sin palabras y de otras cosas semejantes. Y habría sido completa mi alegría, a no ser por la aprensión que no cesaba de sentir mi amiga, temerosa de ver nuestro secreto descubierto por su padre y su madre, aprensión tan viva, en verdad, que partía el corazón.

"Y he aquí que no dejó de llegar el tan temido día. Porque una mañana el padre de la joven, al despertarse, fué al aposento de su hija, y observó que su belleza lunar y su lozanía había disminuido y que una especie de fatiga profunda alteraba sus facciones y las velaba de palidez. Y al instante llamó a la madre y le dijo: "¿Por qué ha cambiado el color del rostro de nuestra hija? ¿No ves que el viento funesto de otoño ha marchitado las rosas de sus mejillas?" Y la madre miró durante largo rato en silencio y con aire suspicaz a su hija, que dormía apaciblemente, y sin pronunciar palabra se acercó a ella, le levantó con un movimiento brusco la camisa, y con los dedos de la mano izquierda separó las dos mitades encantadoras de cierta parte inferior de su hija. Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel conejo color de jazmín...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.