Las mil y una noches:0900

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0900: y cuando llegó la 920ª noche

Y CUANDO LLEGÓ LA 920ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió: "¡Y ahora que has oído lo que no sabe ningún ser humano, pon la cabeza que ya no te pertenece, y lava de la vida tus manos!".

Pero Diamante contestó: "¡Oh rey del tiempo! sé que mi cabeza se halla entre tus manos, y estoy dispuesto a separarme de ella sin excesiva pena. ¡No obstante, hasta el presente no está suficientemente esclarecido para mi espíritu el punto más importante de esa historia, pues todavía no sé por qué el séptimo negro ha ido a refugiarse precisamente debajo del lecho de la princesa Mohra, y no en otro lugar de la tierra, y sobre todo, ignoro cómo ha consentido esa princesa en tenerle en su morada! Entérame, por tanto, de cómo ha pasado la cosa; y una vez enterado, haré mis abluciones y moriré".

Cuando el rey Ciprés oyó estas palabras de Diamante, quedóse prodigiosamente sorprendido. Porque no se esperaba semejante pregunta ni, por cierto, había tenido nunca la curiosidad de saber por sí mismo los detalles que pedía Diamante. Pero, no queriendo aparecer ignorante de tan importante cuestión, dijo al joven príncipe: "¡Oh viajero! lo que preguntas pertenece al dominio de los secretos de Estado, y si yo accediera a revelártelo, atraería sobre mi cabeza y sobre mi reino las peores calamidades. ¡Por eso prefiero hacerte gracia de la vida y de tu cabeza y perdonarte tu indiscreción! ¡Date prisa, pues, a salir de palacio, antes de que me retracte de mi decisión de dejarte marchar en libertad!".

Y Diamante, que no esperaba salvarse a tan poca costa, besó la tierra entre las manos del rey Ciprés, e instruido para en lo sucesivo de lo que tanto ansiaba conocer, salió del palacio dando gracias a Alah, que le había deparado la seguridad. Y fué a despedirse de su joven amigo, el hermoso Farah, que derramó lágrimas por su marcha. Luego subió a la terraza y quemó uno de los pelos de Al-Simurg. Y al punto apareció ante él el Volador, precedido de una ráfaga tempestuosa. Y cuando se informó de su deseo, le tomó a hombros, le hizo atravesar los siete océanos y le llevó a su habitación, cordial y amablemente. Y le hizo descansar en ella unos días. Tras de lo cual lo transportó al lado de la deliciosa reina Aziza, en medio de las rosas y sus capullos. Y el joven vió que la deliciosa Aziza, lloraba su ausencia y suspiraba por su vuelta, con las mejillas semejantes a la flor del granado. Y al verle entrar acompañado de Al-Simurg el Volador, desfalleció su corazón, y se levantó temblorosa como la corza a quien se parecía. Y Al-Simurg e! Volador, para no importunarlos, salió de la casa y los dejó reunirse con libertad. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, los encontró enlazados todavía, esplendores sobre esplendores.

Y Diamante, que ya tenía sus proyectos, dijo a Al-Simurg: "¡Oh bienhechor nuestro! ¡oh padre de los gigantes y corona suya! ¡ahora deseo de ti que nos transportes a casa de tu sobrina la encantadora Gamila, que me espera en las ascuas enrojecidas del deseo!". Y el excelente Al-Simurg los tomó a ambos, en un hombro a cada uno, y en un abrir y cerrar de ojos los transportó al lado de la gentil Gamila, a quien encontraron sumida en la tristeza, sin tener noticias de su cuerpo, y dedicada a suspirar estas estrofas:

¡No rechaces mi corazón lejos de esos ojos, de quienes está enamorado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adolescencia, yace a los pies del raptor de corazones!

Y Diamante, que no había olvidado las atenciones que debía a aquella compasiva Gamila, que le había sacado de su piel de gamo y librado a los artificios de su hermana Latifa, la hechicera, sin contar el don de las armas mágicas con que le había revestido, no dejó de manifestarle con calor sus sentimientos de gratitud. Y después de los transportes de alegría por volver a encontrarse, rogó a la reina Aziza que le dejara una hora con Gamila, sin testigos. Y a Aziza le pareció justificada la petición y equitativo el reparto, y salió con Al-Simurg.

Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, encontró a Gamila desfallecida en los brazos de Diamante.

Entonces Diamante, que gustaba de hacer cada cosa a su tiempo, se encaró con sus dos esposas y con Al-Simurg, y les dijo: "Creo que ya es hora de arreglar las cuentas a la maga Latifa, que es tu hermana, ¡ya Gamila! e hija de tu hermano, ¡oh padre de los Voladores!". Y contestaron todos: "¡No hay inconveniente!". Luego Al-Simurg, a instancias de Diamante, se transportó al lado de su sobrina la maga Latifa, y de improviso le ató los brazos a la espalda y la llevó a presencia de Diamante. Y al verla, dijo el joven príncipe: "Sentémonos en corro aquí para juzgarla y meditemos el castigo que ha de imponérsele". Y cuando se colocaron unos frente a otros, Al-Simurg dió su opinión, diciendo: "Hay que desembarazar, sin vacilaciones, a la raza humana de esta malhechora. Mi opinión es que sin tardanza la colguemos cabeza abajo y la empajemos luego. O también, después de colgarla, podríamos dar a comer su carne a los buitres y a las aves de rapiña". Y Diamante se encaró con la reina Aziza y le preguntó su opinión. Y Aziza dijo: "¡Entiendo que mejor es olvidar sus yerros para con nuestro esposo Diamante, y perdonarla para solemnizar nuestra unión en este día bendito!" Y Gamila, a su vez, opinó que se debía absolver a su hermana, y pedirle, en compensación, que devolviera la forma humana a todos los jóvenes a quienes había convertido en gamos. Entonces dijo Diamante: "¡Pues bien; sean con ella el perdón y la seguridad!" Y le tiró su pañuelo. Luego dijo: "¡Convendría que me dejarais con ella una hora de tiempo!". Y al punto accedieron ellos a su deseo. Y cuando de nuevo entraron en la sala, encontraron a Latifa perdonada y contenta en brazos del joven.

Y cuando Latifa hubo devuelto en forma primitiva a los príncipes y demás individuos a quienes con sus hechicerías había convertido en gamos, y los hubo despedido tras de darle de comer y vestirlos, Al-Simurg se echó a la espalda a Diamante y a sus tres esposas, y los transportó en poco tiempo a la ciudad del rey Tammuz ben Qamús, padre de la princesa Mohra. Y levantó tiendas fuera de la ciudad para que las ocupasen y les dejó descansando un poco, para ir él por sí mismo, a instancias de Diamante, al harén donde se encontraba la favorita Rama de Coral. Y previno a la joven de la llegada de Diamante, que esperaba ella entre suspiros y dolores de corazón. Y no le costó trabajo decidirla a dejarse conducir por él junto a su enamorado. Y la transportó a la tienda en que Diamante estaba amodorrado, y la dejó sola con él, llevándose a las otras tres esposas. Y Diamante, tras de las expansiones propias del regreso, supo demostrar a Rama de Coral que no olvidaba sus promesas, y acto seguido le habló con el lenguaje oportuno. Y ella se dilató de satisfacción y de contento, y la encontraron encantadora las tres esposas de Diamante.

Cuando se arreglaron de aquel modo entre Diamante y sus cuatro esposas las cuestiones íntimas, se pensó en la realización del proyecto principal. Y Diamante abandonó el campamento, y se encaminó solo a la ciudad, y llegó a la plaza del meidán, frente al palacio de Mohra, en donde aparecían clavadas a millares las cabezas de príncipes y reyes, con sus coronas unas y desnudas y melenudas otras. Y se lanzó al tambor, y le hizo sonar con fuerza para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.