Las mil y una noches:0901

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0901: pero cuando llegó la 921ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 921ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus pretendientes. Y los guardias al punto le llevaron a presencia del rey Tammuz ben Qamús, que reconoció en él al joven cuya hermosura le había seducido, y a quien hubo de decir la vez primera: "Reflexiona durante tres días, y vuelve luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo".

Y he aquí que a la sazón le hizo seña para que se acercase, y le dijo: "¡Oh hijo mío, que Alah te proteja! ¿Persistes siempre en querer desentrañar los misterios y explicar las ideas fantásticas de una joven". Y dijo Diamante: "¡De Alah nos viene la ciencia de la adivinación, y no debemos enorgullecernos de los dones de Alah! Nadie conoce ese secreto que tu hija ha escondido en el cofrecillo de su corazón, y cuya apertura pide; pero yo tengo la clave de él". Y dijo el rey: "¡Lástima de tu juventud! ¡Acabas de lavar tus manos de la vida!".

Y como no esperaba ya hacer que el joven desistiera de su funesto proyecto, dió orden a los esclavos para que previnieran a su señora Mohra de que un príncipe extranjero venía a tratar de explicar sus fantasmagorías, con objeto de ser admitido por ella.

Y precedida por el aroma de sus bucles perfumados, entró en seguida en la sala de audiencias la joven princesa de maneras encantadoras, Mohra la bienaventurada, causa de tantas vidas truncadas, aquella a quien no se podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber el agua del Eufrates, y por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama. Y a la primera ojeada reconoció ella en Diamante al joven santón del jardín, al adolescente con cara de sol, al cuerpo encantador cuya vista tanto le había trastornado el corazón. Y por consiguiente, llegó entonces al límite del asombro; pero no tardó en comprender que había sido engañada por aquel santón, que desapareció de la noche a la mañana sin dejar rastro. Y se puso furiosa en el alma; y se dijo: "No se me escapará esta vez". Y sentándose en el lecho del trono, al lado de su padre, miró al joven cara a cara con ojos tenebrosos, y le dijo: "¡Nadie ignora la pregunta! ¡Responde! ¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y Ciprés?".

Y Diamante contestó: "Nadie ignora la respuesta, ¡oh princesa! Pero hela aquí: las relaciones entre Piña y Ciprés son de mala calidad. Porque Piña, que es la esposa de Ciprés, rey de la ciudad de Wakak, ha recibido el justo pago de lo que ha hecho. ¡Y hay negros mezclados en el asunto!".

Al oír estas palabras de Diamante, la princesa Mohra se puso muy amarilla de color, y apoderóse de su corazón el temor. Sin embargo, sobreponiéndose a su inquietud, dijo: "No están claras esas palabras. Cuando des más explicaciones sabré si conoces la verdad o si mientes". Cuando Diamante vió que la princesa Mohra no quería rendirse a la evidencia y se negaba a entender las medias palabras, le dijo: "¡Oh princesa! ¡si deseas que te lo cuente con más extensión, alzando la cortina que oculta lo que debe estar oculto, empieza por decirme quién te ha enterado de esas cosas que debe ignorar una joven virgen! ¡Porque es posible que retengas aquí a alguien cuya llegada ha constituido una calamidad para todos los príncipes que me precedieron!".

Y tras de hablar así, Diamante se encaró con el rey, y le dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡no conviene que ignores en adelante el misterio en que vive tu honorable hija, y te ruego que le ordenes responda a la pregunta que le he hecho!". Y el rey se encaró con la hermosa Mohra, y le hizo con los ojos una seña que quería decir: "¡Habla!" Pero Mohra guardó silencio, y a pesar de las señas reiteradas de su padre, no quiso libertarse la lengua del nudo que la ataba.

Entonces Diamante cogió de la mano al rey Tammuz, y sin pronunciar palabra, le condujo al aposento de Mohra. Y de repente se inclinó, y con un solo movimiento levantó el lecho de marfil de la princesa. Y he aquí que, de improviso, la redoma del secreto de Mohra se hizo añicos contra la piedra del abridor, y su consejero, el negro, apareció a los ojos de todos con su cabeza crespa.

Al ver aquello, el rey Tammuz y todos los presentes quedaron sumidos en la estupefacción; luego bajaron la cabeza con vergüenza, y se les cubrió de sudor el cuerpo. Y el viejo rey no preguntó más, sin querer que su deshonor apareciese en toda plenitud ante las personas de su corte. Y sin pedir siquiera otras explicaciones, entregó a su hija entre las manos de Diamante para que dispusiese de ella a su antojo. Y añadió: "¡Solamente te pido ¡oh hijo mío! que te vayas de aquí cuanto antes, llevándote a esta hija desvergonzada, a fin de que no vuelva yo a oír hablar de ella y mis ojos no sufran más el verla!".

En cuanto al negro, fué empalado.

Y no dejó Diamante de obedecer al viejo rey, y cogiendo de la mano a la confusa princesa, se la llevó a sus tiendas, atada de pies y manos y, rogó a Al-Simurg el Volador que le transportara con todas sus mujeres a la entrada de la ciudad de su padre, el rey Schams-Schah. Lo cual fué ejecutado al instante. Y el excelente Al-Simurg despidióse de Diamante entonces, sin querer aceptar su reconocimiento. E inflándose, se marchó por su camino. ¡Y esto es lo referente a él!

En cuanto al rey Schams-Schah, padre de Diamante, cuando corrió hasta él la noticia de la llegada de su hijo bienamado, la noche de la pena se tornó para él en la mañana de la alegría, después de que la ausencia convirtió en fuente sus dos ojos. Y salió al encuentro de su hijo, mientras la proclamación de la buena nueva se esparcía por toda la ciudad y en todas se exteriorizaba el júbilo. Y se acercó al príncipe, temblando de emoción, y le estrechó contra su pecho, y le besó en la boca y en los ojos, y lloró mucho y ruidosamente sobre él. Y Diamante, apretando los puños, procuraba reprimir sus llantos y suspiros. Y cuando, por fin, se calmaron un poco las primeras exaltaciones, y pudo hablar el viejo rey, dijo a su hijo Diamante: "¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre...".

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.