Las mil y una noches:0909

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Las mil y una noches - Tomo VI​ de Anónimo
Capítulo 0909: pero cuando llegó la 927ª noche

PERO CUANDO LLEGÓ LA 927ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Al ver aquello, le preguntó Ishak, muy sorprendido y emocionado: "¡Oh preciosa joven! ¿por qué se entristece tu alma y hace llorar a tus ojos? ¿Y quién eres, ¡oh tú a quien no conozco!?"

Y la joven bajó los ojos sin contestar, e Ishak comprendió que no quería hablar en público. Y tras de consultar con la mirada al califa intrigado, hizo correr la cortina que aislaba de la esclava la almoneda de los compradores, y dijo dulcemente: Tal vez ahora quieras explicarte con todo desahogo y libertad".

Y la joven, en cuanto se vió sola con Ishak, se levantó el velo del rostro con un gesto lleno de gracia, y apareció como era en verdad, muy hermosa, blanca cual la luna nueva, con un bucle negro en cada sien, una nariz recta y pura como el nácar transparente, una boca tallada en pulpa de granadas maduras, y un mentón adornado por una sonrisa. Y en aquel rostro libertado del velo se rasgaban unos grandes ojos negros hasta amenazar a las sienes con pasar de ellas.

Y tras de mirarla un momento sin hablar, Ishak le dijo más dulcemente todavía: "Habla ¡oh joven! con toda confianza". Entonces dijo ella, con una voz semejante a la voz del agua en las fuentes: "La duración de la espera y el tormento de mi espíritu han hecho que ya no se me reconozca, y las lágrimas que he vertido han lavado de su frescura a mis mejillas. Y no abre ninguna de las rosas de antaño". E Ishak sonrió Y dijo, interrumpiéndola: 'Y desde cuándo ¡oh joven! florecen las rosas sobre la faz de la luna llena? ¿Y por qué tratas de rebajar con tus palabras tu propia belleza?" Ella contestó: "¿A qué podrá aspirar una belleza que hasta ahora no vivió más que para sí misma? ¡Oh mi señor! desde hace meses pasaban los días en este depósito de esclavos, ingeniándome yo, a cada nueva almoneda, por encontrar un pretexto para que no se me vendiera; porque siempre esperaba tu llegada y mi entrada en tu escuela de música, cuya fama se ha extendido hasta las llanuras de mi país".

Y mientras ella hablaba de este modo, entró su propietario el mercader. E Ishak le preguntó: "¿Qué precio pones a la jovenzuela? Y ante todo, ¿cuál es su nombre?" Y el jeique contestó: "¡Respecto a su nombre, ¡oh mi señor! la llamamos Tohfa Al-Kulub, ¡Obra Maestra de los Corazones! Porque ningún otro apelativo, en verdad, le va tan bien.

En cuanto a su precio, debo decirte que ha sido discutido muchas veces entre los ricos aficionados que se presentaban con frecuencia, seducidos por sus ojos, y yo. Por lo menos, vale diez mil dinares. Y debo advertir, a fin de que lo sepas, que ella es la que hasta ahora ha impedido a los compradores llevar más adelante sus negociaciones. Porque cada vez que yo le hacía ver, a petición suya, el rostro de los que se presentaban a comprar, ella me contestaba, sabiendo que no la vendería sin su consentimiento: "¡Este me disgusta por tal y cual motivo, y con este otro no congeniaría nunca a causa de esto y de aquello!" Y de tal modo ha acabado por alejar de ella completamente a los compradores ordinarios y desalentar a los extraños. Porque todos acabaron por saber de antemano que encontraría en ellos algún grave defecto e imperfección, y les contó, sin omitir un detalle, cuanto había pasado. Y por eso la honradez me fuerza a no pedirte como precio de esta joven esclava más que la suma de diez mil dinares, con la que apenas cubro gastos". E Ishak sonrió, y dijo: "¡Oh jeique! añade aún dos veces diez mil dinares y quizás obtenga ella entonces el precio conveniente".

Y tras de hablar así ante el mercader asombrado, añadió: "Es preciso que hoy mismo conduzcan a la joven a mi morada, a fin de que se te cuente el precio convenido entre nosotros". Y le dejó, después de sonreír a la conmovida joven, y fué en busca del califa y sus demás acompañantes. Y los encontró en el límite de la impaciencia, y les contó, sin omitir un detalle, cuanto había pasado. Y salieron todos juntos del depósito de esclavos para proseguir su paseo a capricho de su mutuo destino.

En cuanto a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones, su amo el viejo jeique se apresuró a conducirla, en aquella hora y en aquel instante, al palacio de Ishak, y a percibir los treinta mil dinares en que convinieron como precio de compra. Luego se marchó por su camino.

Entonces las pequeñas esclavas de la casa se agruparon en torno de ella, y la condujeron al hammam, donde le dieron un baño delicioso, y la vistieron, la peinaron y la cubrieron de adornos de todas clases, como collares, sortijas, pulseras de brazo y de tobillos, velos bordados de oro y pectorales de plata. Y la hermosa palidez de su rostro brillante y terso era cual la luna del mes de Ramadán por encima del jardín de un rey.

Cuando el maestro Ishak vió a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones con aquel nuevo esplendor, más conmovida y más conmovedora que una recién casada en el día de sus bodas se felicitó de la adquisición que había hecho y dijo para sí: "¡Por Alah! que cuando esta jovencita haya pasado algunos meses en mi escuela y se perfeccione más todavía en el arte del laúd y del canto, y cuando, merced al júbilo de su corazón, haya acabado de recobrar su belleza nativa, será para el harén del califa una adquisición insigne; porque esta joven no es una hija de Adán, sino una hurí selecta, en verdad".

Y dió las órdenes oportunas para que se pusiera a disposición de ella cuanto era necesario a sus estudios de armonía, y recomendó que no se descuidase nada, para que la estancia en el palacio de la música le fuese agradable de todo punto. Y así se hizo. Y de tal suerte, se allanó todo para la jovenzuela, el camino del arte y de la belleza.

Un día entre los días, habiéndose dispersado por los jardines que les estaban reservados sus compañeras las jóvenes tañedoras de laúd y de guitarra, y hallándose el palacio de la música completamente vacío de sus jóvenes lunas, la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones se levantó del diván en que descansaba, y entró sola en la sala de clase. Y se sentó en su sitio, y se puso el laúd contra el pecho, con el gesto del cisne que se mete la cabeza bajo el ala. Y había recobrado por entero su belleza, sin estar como antes pálida y desmadejada. Así, en una platabanda, en la segunda primavera, la anémona reemplaza al narciso de mejillas descoloridas por la muerte del invierno. Y de tal suerte, era una seducción para los ojos, un encanto para los corazones y un cántico de alegría para quien la había modelado.

Y completamente sola, hizo cantar a su laúd, sacándole del seno de madera una serie de preludios que hubiesen embriagado a la más refractaria de las criaturas. Luego volvió al primer tono, con un arte que superaba a los trinos y gorjeos de las aves canoras. Porque, en verdad, en cada uno de sus dedos había oculto un milagro.

Y nadie, ciertamente, sospechaba que en el palacio de Ishak el propio maestro tuviese en aquella joven su igual y aun su superior. Porque desde el día en que la emoción había hecho temblar en el depósito de esclavas las manos y la voz de la maravillosa jovenzuela, no había vuelto ella a tener ocasión de cantar en público, sin hacer, como sus compañeras, más que escuchar las enseñanzas de Ishak y tocar y cantar luego, pero no sola, sino a coro con todas las alumnas. Así, pues, cuando hubo hecho expresar a la madera armoniosa del laúd todas las voces de los pájaros que poblaron antaño el árbol de donde salió él, levantó la cabeza y dejó caer de sus labios, cantando, estos versos del poeta...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.