Las mil y una noches:0910
PERO CUANDO LLEGÓ LA 928ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"... Así, pues, cuando hubo hecho expresar a la madera armoniosa del laúd todas las voces de los pájaros que poblaron antaño el árbol de donde salió él, levantó la cabeza y dejó caer de sus labios, cantando, estos versos del poeta:
- ¡Cuando el alma desea a la que es la única compañera posible, nada podrá hacerla retroceder, ni siquiera el Destino!
- ¡Oh tú, que me torturaste hasta destrozar para siempre mi corazón! ¡Toma mi vida entera y haz de ella propiedad tuya, pues que sólo la languidez que tu ausencia me produce logrará abatirme y hacerme morir!
- Me has dicho, riendo: "¡Yo sola sabré curar el mal que sufres, y del que ningún médico ha sabido librarte; y una sola de mis miradas bastará como remedio para tu estado doliente!"
- ¿Cuánto tiempo todavía ¡oh cruel! vas a estar chanceándote de mi herida? ¿Acaso no ha creado el Señor a nadie más que a mí, sobre la tierra inmensa, para servir de blanco a las azagayas de tus burlas?
Mientras ella cantaba, Ishak, que desde por la mañana estaba con el sultán, había regresado, sin mandar a los servidores que anunciasen su llegada. Y desde el vestíbulo de su casa oyó aquella voz milagrosa y tan dulce, que cantaba como la brisa de prima mañana cuando saluda a las palmeras, y más reconfortante para el espíritu del oyente que el aceite de almendras para el cuerpo del luchador.
Y quedó Ishak tan conmovido por los acentos de aquella voz unida al acompañamiento del laúd, y que sin duda alguna sólo podía ser una voz entre las voces de la tierra, a no ser que se tratase de un efluvio llegado de los acordes edénicos, que no pudo por menos de lanzar un grito estridente de sobresalto a la par que de admiración. Y la joven cantarina Tohfa oyó aquel grito, y acudió, llevando todavía en las manos el laúd. Y halló a su amo Ishak apoyado en la pared del vestíbulo, con una mano sobre el corazón, tan pálido y tan emocionado, que tiró ella el laúd y corrió a él, llena de ansiedad, exclamando: "Sean contigo las gracias del Altísimo, ¡oh mi señor! y la liberación de todo mal. ¡Ojalá no tengas ninguna indisposición ni molestia!" Y reponiéndose, Ishak preguntó en voz baja: "¿Eras tú ¡oh Tohfa! quien tocaba y cantaba en la sala vacía?" Y la joven se turbó y enrojeció y no supo qué respuesta dar a una pregunta cuyo motivo no comprendía. Pero como insistiera Ishak, temió ella contrariarle si seguía callando, y contestó: "¡Ay! ¡oh mi señor! ¡era tu servidora Tohfa!" Y al oír aquello, Ishak bajó la cabeza y dijo: "¡Ha llegado el día de la confesión! ¡Oh Ishak de alma orgullosa, que te creías el primero de tu siglo en voz y en armonía, no eres más que un esclavo desprovisto de todo talento, en presencia de esa joven hija del cielo!"
Y en el límite de la emoción, cogió la mano de la jovenzuela y se la llevó con respeto a los labios y después a la frente. Y Tohfa se sintió desfallecer, y a pesar de todo, tuvo fuerzas para retirar vivamente la mano, exclamando: "El nombre de Alah sobre ti, ¡oh mi señor! ¿Desde cuándo el amo ha de besar la mano de la esclava?" Pero él contestó con toda humildad: "¡Cállate!, ¡oh Obra Maestra de los Corazones! ¡oh la primera de las criaturas! ¡cállate! Ishak ha encontrado su maestro, aunque hasta el presente pensó que no tenía igual. Pues juro por el Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!), juro que hasta el presente creí que no tenía igual, y ahora mi arte, al lado del tuyo, no es más que un dracma al lado de un dinar. ¡Oh Tohfa! eres la excelencia misma. Y en esta hora y en este instante, voy a conducirte ante el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid. Y cuando chispee sobre ti su mirada, serás una princesa entre las mujeres, como ya eres una reina entre las criaturas de Dios. Y así se consagrarán tu arte y tu belleza. Loores y loores, pues, a ti ¡oh mi soberana Obra Maestra de los Corazones! ¡Y solamente pido a Alah que, cuando tu maravilloso destino te haya sentado en el sitio escogido del palacio del Emir de los Creyentes, no ahuyentes de ti el recuerdo de tu esclavo Ishak el vencido!"
Y Tohfa contestó, con los ojos llenos de lágrimas: "¡Oh mi señor! ¿cómo he de olvidarte a ti, que eres la fuente de toda la fortuna y hasta la fuerza de mi corazón?" E Ishak le tomó la mano y le hizo jurar sobre el Libro que no le olvidaría. Y añadió: "¡Sí, por cierto! tu destino es un destino maravilloso, y en tu frente veo marcado el deseo del Emir de los Creyentes. Déjame, por tanto, rogarte que cantes en presencia del califa lo que hace un momento cantabas para ti sola, cuando yo te oía detrás de la puerta, contándome ya en el número, de los predestinados".
Y cuando obtuvo esta promesa de la joven, le dijo todavía: "¡Oh Obra Maestra de los Corazones! ¿puedes ahora, como último favor, decirme a qué sucesión de acontecimientos misteriosos se debe el que una reina se halle mezclada en el número de esclavas que se venden y se compran, cuando sería imposible valuar su rescate, aunque se acumularan ante ella todos los tesoros ocultos de las minas y todas las riquezas subterráneas y marinas que Alah el Altísimo ha metido en el corazón de los elementos?"
Y a estas palabras, Tohfa sonrió y dijo: "¡Oh mi señor! la historia de tu servidora Tohfa es una historia extraña, y su caso es muy sorprendente; porque si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de enseñanza al lector atento. Y un día cercano, si Alah quiere, te contaré esta historia, que es la de mi vida y de mi llegada a Bagdad. Pero por hoy bástete saber que soy presa de un maghrebín, y que he vivido entre maghrebines". Y añadió: "¡Estoy entre tus manos, pronta a seguirte al palacio del Emir de los Creyentes!"
E Ishak, que era de carácter reservado y delicado, se guardó bien de insistir para enterarse de más, y levantándose, dió una palmada, y ordenó a las esclavas que acudieron que prepararan la ropa de salir de su señora Tohfa. Y al punto abrieron ellas los grandes cofres de ropa, y sacaron una porción de maravillosos trajes rayados de seda de Nishabur, perfumados con esencias volátiles, y ligeros al tacto y a la vista. Y también sacaron de las arquillas de alhajas un surtido de joyas agradables de mirar. Y vistieron a su señora, la jovenzuela, con siete trajes superpuestos, de colores diferentes, y la sembraron de pedrerías, y la dejaron semejante a un ídolo chino.
Y terminados aquellos cuidados, se pusieron al lado suyo y la sostuvieron a derecha y a izquierda, en tanto que otras jóvenes se encargaban de llevar los bajos orlados de las colas. Y salieron con ella de la escuela de música, precedidos de Ishak, que abría la marcha con un negrito portador del laúd milagroso.
Y llegó el cortejo al palacio del califa, y entró en la sala de espera. E Ishak se apresuró a ir primero a presentarse solo ante el califa, y le dijo, tras de los homenajes debidos y rendidos: "¡He aquí ¡oh Emir de los Creyentes! que conduzco hoy entre tus manos una jovenzuela única entre las más bellas, un don escogido, un milagro de su creador, un tránsfuga del paraíso, maestra mía y no discípula mía, la maravillosa cantarina Tohfa, Obra Maestra de los Corazones!"
Y Al-Raschid sonrió y dijo: "¿Y dónde está esa obra maestra, ¡oh Ishak!? ¿Será acaso la joven a quien apenas vi un día en el depósito de esclavos, pues permanecía invisible y velada a los ojos del comprador?" Y contestó Ishak: "Esa misma es, ¡oh mi señor! ¡Y por Alah, que está más fresca a la vista que la mañana fresca, y es más armoniosa al oído que el cántico del agua en los guijarros!"
Y Al-Raschid contestó: "Entonces, ¡oh Ishak! no tardes más en hacer entrar a la mañana y a la que está más fresca que la mañana. Y no nos prives por más tiempo de la música del agua y de la que es más armoniosa que la música del agua. Porque, en verdad, que la mañana jamás debe estar oculta, ni el agua cesar de cantar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.