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Las mil y una noches:0926

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Las mil y una noches - Tomo VI
de Anónimo
Capítulo 0926: historia contada por el tercer capitán de policía

HISTORIA CONTADA POR EL TERCER CAPITÁN DE POLICÍA

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"Has de saber ¡oh nuestro señor sultán! que la madre de tu esclavo sabía una porción de cuentos de las edades antiguas. Y entre otras historias que le oí, me contó un día ésta:

Había una vez en una comarca cercana al mar salado, un pescador que estaba casado con una mujer muy hermosa. Y esta hermosura le hacía dichoso; y también él la hacía dichosa a ella. Y el tal pescador bajaba todos los días a pescar, y vendía el pescado, cuya venta le producía lo justo para mantenerse ambos. Pero un día cayó enfermo, y transcurrió la jornada sin que tuviesen qué comer. Así es que al día siguiente le dijo su esposa: "¡Bueno! ¿no vas a ir hoy de pesca? Entonces ¿de qué vamos a vivir? Anda, no hagas más que levantarte; y como estás cansado, yo llevaré en lugar tuyo la red de pescar y el cesto. Y en ese caso, aunque no cojamos más que dos peces, los venderemos y tendremos cena". Y el pescador dijo: "¡Está bien!". Y se levantó, y su mujer echó a andar detrás de él con el cesto y la red de pescar. Y llegaron a la orilla del mar, a un paraje abundante en pescado, que estaba al pie del palacio del sultán.

Y he aquí que aquel día precisamente el sultán estaba asomado a la ventana y miraba al mar. Y divisó a la hermosa mujer del pescador, y recreó en ella sus ojos, y se enamoró de ella en el mismo momento. Y en el acto llamó a su gran visir, y le dijo: "¡Oh visir mío! acabo de ver a la mujer de ese pescador que está ahí, y estoy prendado de ella apasionadamente, porque es hermosa y no tiene quien la iguale de cerca ni de lejos en mi palacio". Y el visir contestó: "Se trata de un asunto delicado, ¡oh rey del tiempo! ¿Qué vamos a hacer, pues?" Y el sultán contestó: "No hay que vacilar; es preciso que hagas prender al pescador por los guardias de palacio, y que le mates. Entonces yo me casaré con su mujer".

Y el visir, que era hombre juicioso, le dijo: "No es lícito que le mates sin delito por parte suya, pues la gente hablará mal de ti. Se dirá, por ejemplo: "El sultán ha matado a ese pobre pescador a causa de su mujer". Y el rey contestó al visir: "¡Es verdad, ualahí! ¿Qué tengo que hacer, pues, para satisfacer mi deseo con esa hermosa sin par?" Y el visir dijo: "Puedes conseguir tu propósito por medios lícitos. Ya sabes, en efecto, que la sala de audiencias del palacio tiene una fanega de larga y una fanega de ancha. Por tanto, vamos a hacer venir al pescador a la sala, y yo le diré: "Nuestro señor el sultán quiere poner una alfombra en esta sala. Y la alfombra ha de ser de una pieza. Si no la traes te mataremos". De esta manera, su muerte tendrá un motivo. Y no se dirá que fué por culpa de una mujer". Y el sultán contestó: "Bueno".

Entonces el visir se levantó y envió a buscar al pescador. Y cuando llegó éste, le cogió y le llevó a la sala consabida, en presencia del sultán, y le dijo: "¡Oh pescador! nuestro amo el rey quiere que le pongas en esta sala, de una fanega de larga y otro tanto de ancha, una alfombra que sea de una pieza. Para ello te da un plazo de tres días, al cabo de los cuales, si no traes la alfombra, te achicharrará al fuego. Extiende, pues, un contrato en este papel, y formalízalo con tu sello".

Al oír estas palabras del visir, el pescador contestó: "Está bien. Pero ¿acaso soy yo un vendedor de alfombras? Soy un vendedor de peces. Pídeme peces de todos los colores y de diferentes variedades, y te los traeré. Pero, lo que es las alfombras, no me conocen, ¡por Alah! y yo no las conozco a ellas, y ni siquiera conozco su olor ni su color. Respecto a los peces, me comprometeré, y sellaré el contrato".

Pero el visir contestó: "Es inútil que argumentes con palabras ociosas. Lo ha ordenado el rey". Y dijo el pescador: "Así, ¡por Alah! puedes exigirme cien sellos, y no un sello, desde el momento en que se me toma por proveedor de alfombras". Y golpeó sus manos una contra otra, y salió del palacio, y se marchó en pos de su mujer, muy enfadado.

Y al verle de aquel modo, su mujer se preguntó: "Por qué estás enfadado". El contestó: "Calla. Y sin hablar más, levántate y recoge la poca ropa que poseemos, y huyamos de este país". Ella preguntó: "¿Por qué?" El contestó: "Porque el rey quiere matarme dentro de tres días". Ella dijo: "Pero ¿por qué?" El contestó: "¡Quiere de mí una alfombra de una fanega de larga y de una fanega de ancha para la sala de su palacio!" Ella preguntó: "¿No es nada más que eso?" El contestó: "Nada más". Ella dijo: "Está bien. Duerme tranquilo, que mañana yo te traeré la alfombra consabida, y la extenderás en la sala del rey". Entonces dijo él: "¡No me faltaba más que eso! Buenos estamos ahora. ¿Te has vuelto tan loca como el visir, ¡oh mujer! o acaso somos mercaderes de alfombras?" Pero ella contestó: "¿Quieres ahora mismo la alfombra? Porque te indicaré el sitio donde puedes encontrarla y traerla aquí". El dijo: "Sí, prefiero que lo hagas en seguida para estar seguro. De ese modo podré dormir tranquilo". Ella dijo: "Siendo así, ¡oh hombre! yalah, levántate y ve a tal paraje, cercano a los jardines. Allí encontrarás un árbol torcido, debajo del cual hay un pozo. Y te inclinarás sobre ese pozo y mirarás adentro, y gritarás: "Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, y te encarga que me entregues para que yo se lo dé, el huso que ayer dejó olvidado en tu casa con las prisas por volver a la suya antes de que se hiciese de noche, porque queremos amueblar y alfombrar una habitación por medio de ese huso". Y el pescador dijo a su mujer: "Está bien".

Sin tardanza fué pues al pozo consabido que estaba debajo del árbol torcido, miró al fondo, y gritó: "Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, te encarga que me entregues el huso que dejó olvidado en tu casa, porque queremos amueblar una habitación por medio de ese huso".

Entonces la que estaba en el pozo -¡sólo Alah la conoce!- le contestó, diciendo: "¿Acaso puedo rehusar algo a mi querida amiga? ¡Toma, aquí tienes el huso! y ve a amueblar y alfombrar la habitación a tu gusto, valiéndote de él. Luego me lo traerás aquí". El dijo: "Está bien". Y cogió el huso que vió salir del pozo, se lo echó al bolsillo, y tomó el camino de su casa, diciéndose: "Esa mujer me ha vuelto tan loco como ella". Y continuó su camino, y llegó al lado de su mujer, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡Aquí traigo el huso!"

Ella le dijo: Está bien. Vete ahora a buscar al visir que quiere tu muerte, Y dile: "¡Dame un clavo grande!" Y te dará un clavo, y lo clavarás en un extremo de la sala, atarás a él el hilo de este huso, ¡y extenderás la alfombra con arreglo al largo y al ancho que quieras!" Y el pescador prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¡Oh mujer! ¿quieres que antes de mi próxima muerte las gentes se rían de mi razón y se burlen de mí, tomándome por loco? ¿Acaso hay dentro de este huso una alfombra de una fanega?" Ella le dijo, enfadada: "¿Quieres marcharte cuanto antes, o no quieres? Calla, ¡oh hombre! y limítate a hacer lo que te he dicho". Y el pescador fué a palacio, con el huso, diciéndose: "No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnisciente. ¡Ha llegado ¡oh pobre! el último día de tu vida...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.