Las mil y una noches:0933
Y CUANDO LLEGO LA 945ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
… Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla y dijo a Yasmina, la dama de los árabes: "¿Puedes decirme ¡oh hermano mío! dónde has comprado ese prodigioso frasco?" Ella contestó: "No lo he comprado por dinero". El preguntó: "Entonces, ¿por qué lo has comprado?" Ella dijo: "Vi este frasco en poder de un individuo, y dije al individuo: "¡Dame ese frasco, y pídeme lo que quieras!" Y me contestó: "Este frasco no se vende ni se compra. ¡Pero si quieres que te lo dé, ven a hacer una vez conmigo lo que hace el gallo con la gallina! Y después te daré el frasco". Y yo hice lo que quería de mí. Y me dió el frasco".
Claro es que Yasmina sólo hablaba así porque tenía una idea premeditada.
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le dijo: "Está bien, y la cosa es fácil. ¡Si quieres darme el frasco, yo también consiento en que me hagas la misma cosa dos veces en lugar de una!" Y la dama de los árabes dijo: "¡No, dos veces no es bastante! ¡Abra Alah la puerta de la ganancia!"
El rey dijo: "¡Entonces, ven, y házmelo cuatro veces para darme ese frasco!"
Ella le dijo: "Está bien, levántate y entra a ese cuarto para hacerlo". Y entraron en el cuarto uno detrás de otro. Entonces Yasmina, la dama de los árabes, al ver que el rey se ponía de buenas a primera en la postura requerida para aquella venta, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
Luego le dijo: "Maschalah, ¡oh rey del tiempo! ¡Eres rey y sultán, y quieres dejarte perforar a cambio de un frasco ¿Cómo, entonces, si piensas de ese modo, cargaste con la responsabilidad de matar al pescador que me había dicho: "Dame un beso y toma el frasco"?
Al oír estas palabras, el rey quedó aturdido y estupefacto. Luego reconoció a Yasmina, la dama de los árabes, y se echó a reír, y le dijo: "¿Pero eres tú? ¿Y es tuyo todo esto?"
Y la abrazó y se reconcilió con ella. Y desde entonces vivieron juntos en plena armonía, contentos y prosperando. ¡Y loores a Alah, Ordenador de la armonía y Dispensador de la prosperidad y de la dicha".
Y el capitán de policía Nur Al-Din, tras de contar así esta historia de Yasmina, la dama de los árabes, se calló. Y el sultán Baibars se regocijó mucho y se dilató al oírla, y le dijo: "¡Por Alah, que esa historia es extraordinaria!"
Entonces un sexto capitán de policía, que se llamaba Gamal Al-Din, avanzó entre las manos de Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh rey del tiempo! si me lo permites, voy a contarte una historia que te gustará!" Y Baibars le dijo: "Desde luego, tienes permiso". Y el capitán de policía Gamal Al-Din dijo: