Las mil y una noches:0967
PERO CUANDO LLEGÓ LA 970ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
... Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en un estado lamentable. Y su lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino. Y cuando ya no pudo distinguir su mano derecha de su mano izquierda, le dijo el rey, padre de su esposa: "La verdad es ¡oh yerno nuestro! que nunca me has contado las aventuras de tu vida, que debe ser una vida maravillosa y extraordinaria. Y me complacería mucho oírte narrar esta noche tus peripecias asombrosas".
Y Maruf, que ya no tenía pies ni cabeza y hablaba a tontas y a locas, se dejó llevar de su embriaguez, como todos los borrachos a quienes gusta que se les alabe, y contó al rey y al visir toda su historia, desde el principio hasta el fin, a partir del momento en que se casó, cuando era un pobre remendón de calzado, con la calamitosa de El Cairo, hasta el día en que encontró el tesoro y el anillo mágico en el campo del pobre felah. Pero no hay utilidad de repetirlo.
Y al relato de aquella historia, el rey y el visir, que estaban lejos de haberla imaginado tan sorprendente, se miraron mordiéndose las manos. Y el visir dijo a Maruf: "¡Oh mi señor! enséñanos un poco ese anillo que posee virtudes tan maravillosas". Y Maruf, como un loco privado de razón, se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al visir, diciendo: "¡Hele aquí! En su cornalina encierra a mi amigo el Padre de la Dicha". Y el visir, con los ojos llameantes, tomó el anillo y frotó el sello, como lo había explicado Maruf.
Y al punto salió la voz de la cornalina, diciendo: "¡Heme aquí! ¡heme aquí! ¡manda y obedeceré! ¿Quieres arruinar una ciudad, fundar una capital o matar a un rey?" Y el visir contestó: "¡Oh servidor del anillo! te ordeno que te apoderes de este rey proxeneta y de su yerno Maruf, el alcahuete, y los arrojes en cualquier desierto sin agua para que allí se mueran de sed y privaciones". Y al instante, el rey y Maruf fueron alzados como una paja y transportados a un desierto salvaje de lo más terrible, que era el desierto de la sed y del hambre, habitado por la muerte roja y la desolación. Y esto es lo referente a ellos.
En cuanto al visir, se apresuró a convocar al diwán, y manifestó a los dignatarios, a los emires y a los notables que la dicha de los súbditos y la tranquilidad del Estado habían exigido que el rey y su yerno Maruf, impostor de la peor calidad, fueran desterrados muy lejos, y que se le nombrara a él mismo soberano del Imperio. Y añadió: "Además, si vaciláis un instante en aceptar el nuevo orden de cosas y en reconocerme por vuestro legítimo soberano, al instante, en virtud de mi reciente poderío, os enviaré a reuniros con vuestro antiguo amo y con el alcahuete de su yerno en el rincón más salvaje del desierto de la sed y de la muerte roja".
Y así, hizo que le prestaran juramento, a despecho de su nariz, todos los presentes, y nombró a los que nombró y destituyó a los que destituyó. Tras de lo cual envió a decir a la princesa: "Prepárate a recibirme, porque tengo muchas ganas de gozarte". Y la princesa, que, como todos los demás, se había enterado de los nuevos acontecimientos, le contestó por mediación del eunuco: "Sin duda te recibiré gustosa; pero por el momento estoy con el mal mensual que es natural en las mujeres y en las muchachas. Sin embargo, en cuanto me halle limpia de toda impureza, te recibiré". Pero el visir mandó a decirle: "No quiero la menor tardanza, y no reconozco males mensuales ni males anuales. Y deseo tenerte en seguida".
Entonces le contestó ella: "¡Está bien! ven a buscarme al momento".
Y se vistió lo más magníficamente posible, y se adornó y se perfumó. Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, penetró en su aposento el visir de su padre, ella lo recibió con semblante contento y alegre, y le dijo: "¡Qué honor para mí! ¡Y qué noche tan dichosa va a ser ésta!" Y le miró con ojos que acabaron de arrebatar el corazón a aquel traidor. Y como él le apremiase para que se desnudara, comenzó ella a hacerlo con muchos miramientos, arrumacos y atrasos. Y lanzando de pronto un grito de terror, se echó atrás, velándose el rostro. Y el asombrado visir le preguntó: "¿Qué te ocurre, ¡oh mi señora!? ¿Y a qué vienen ese grito de terror y ese rostro velado de improviso?" Y le contestó ella, envolviéndose cada vez más en sus velos: "¡Cómo! ¿no lo ves?" Y contestó él: "¡No, por Alah! ¿Qué ocurre? ¡No veo nada!" Ella dijo: "¡Qué vergüenza para mí! ¡qué deshonor! ¿Por qué quieres exponerme desnuda a las miradas de ese hombre extraño que te acompaña?"
Y el visir, mirando a derecha y a izquierda, le contestó: "¿Qué hombre me acompaña? ¿Y dónde está?"
Ella dijo: "¡Ahí, en la cornalina del sello del anillo que llevas al dedo!" Y el visir contestó: "¡Por Alah! es verdad. No había pensado en semejante cosa. Pero, ¡ya setti! no se trata de un hijo de Adán, de un ser humano. ¡Es un efrit, servidor del anillo!" Y la princesa exclamó, llena de espanto, hundiendo la cabeza en las almohadas: "¡Un efrit! ¡qué calamidad la mía! ¡Me dan un miedo intenso los efrits! ¡Ah! ¡por favor, aléjate! ¡Tengo miedo y vergüenza de él"! Y para tranquilizarla y conseguir al fin lo que deseaba de ella, el visir se quitó el anillo del dedo y lo escondió debajo del almohadón del lecho. Luego acercóse a ella, en el límite del transporte.
Y la princesa le dejó acercarse, y de repente le dió en el bajo vientre un violento puntapié que le tiró de trasero en el suelo, dando con la cabeza antes que con los pies. Y sin perder un instante, se apoderó del anillo, frotó el sello, y dijo al efrit de la cornalina: "Apodérate en seguida de este cochino, y arrójale al calabozo subterráneo de palacio. Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.