Las mil y una noches:0988
LA FAVORITA DEL DESTINO
[editar]"Cuentan los cronistas y los analistas, que el tercero de los califas abbasidas, el Emir de los Creyentes El-Mahdi, había dejado el trono, al morir, a su hijo mayor Al-Hadi, a quien no quería, y por el cual incluso experimentaba gran aversión. Sin embargo, había especificado bien que, a la muerte de Al-Hadi, el sucesor inmediato debía ser el menor, Harún Al-Raschid, su hijo preferido, y no el hijo mayor de Al-Hadi.
Pero cuando Al-Hadi fué proclamado Emir de los Creyentes, vigiló con envidia y suspicacia crecientes a su hermano Harún Al-Raschid e hizo cuanto pudo por privar a Harún del derecho de sucesión. Pero la madre de Harún, la sagaz y abnegada Khaizarán, no cesó de descubrir todas las intrigas dirigidas contra su hijo. Así es que Al-Hadi acabó por detestarla tanto como a su hermano; y los confundió a ambos en la misma reprobación. Y sólo esperaba una ocasión de hacerles desaparecer.
Entretanto, estaba un día Al-Hadi en sus jardines, sentado bajo una rica cúpula sostenida por ocho columnas, que tenía cuatro entradas, cada una de las cuales miraba a un punto del cielo. Y a sus pies estaba sentada su hermosa esclava favorita Ghader, a la que sólo poseía hacía cuarenta días. Y también se encontraba allí el músico Ishak ben Ibrahim, de Mossul. Y en aquel momento cantaba la favorita acompañada en el laúd por el propio Ishak. Y el califa se agitaba de placer y se le estremecían los pies en el límite del transporte y del entusiasmo. Y afuera caía la noche; y la luna se alzaba entre los árboles; y corría el agua murmuradora a través de las sombras entrecortadas, mientras la brisa le respondía dulcemente.
Y de pronto el califa, cambiando de cara, se ensombreció y frunció las cejas. Y se desvaneció toda su alegría; y los pensamientos de su espíritu tornáronse negros como la estopa en el fondo del tintero. Y tras de un largo silencio, dijo con voz sorda: "A cada cual le está marcado su porvenir. Y no perdura nadie más que el Eterno Viviente". Y de nuevo se sumió en un silencio de mal augurio, que interrumpió de repente, exclamando: "¡Que llamen en seguida a Massrur, el portaalfanje!" Y precisamente aquel mismo Massrur, ejecutor de las venganzas y cóleras califales, había sido el niñero de Al-Raschid y le había llevado en sus brazos y sus hombros. Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.