Las mil y una noches:206

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Las mil y una noches - Tomo II​ de Anónimo
Capítulo 206: Y cuando llegó la 180ª noche



Y CUANDO LLEGO LA 180ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.

Cuando la joven efrita Maimuna hubo oído esta historia, en vez de contestar, se rió burlonamente, dió un aletazo en el vientre al efrit, y escupiéndole en la cara, le dijo: "¡Qué estúpido estás con tu muchacha meona! ¡Y verdaderamente me pregunto cómo te has atrevido a hablarme de ella, cuando debes saber que no podría soportar por un momento la comparación con el hermoso adolescente a quien amo!"

Y el efrit exclamó, limpiándose la cara: "¡Pero ¡oh mi señora! ignoro en absoluto la existencia de tu joven amigo, y con perdón tuyo, no deseo más que verlo, aunque me cuesta mucho trabajo creer que pueda igualar a la hermosura de mi princesa!"

Entonces Maimuna le gritó: "¿Quieres callar, maldito? ¡Te repito que mi amigo es tan hermoso, que si le vieras, aunque fuese en sueños, te daría un ataque de epilepsia y babearías como un camello!"

Y Dahnasch preguntó: "Pero ¿donde está y quién puede ser?" Maimuna dijo: "¡Oh bribón! sabe que está en el mismo caso que tu princesa, y le han encerrado en la torre vieja a cuyo pie tengo mi morada subterránea. Pero no te forjes la ilusión de que vas a verle sin mí, pues ya conozco tus torpezas, y no te confiaría ni siquiera la custodia del culo de un santón. ¡No obstante, me avengo a consentir en enseñártelo, para saber tu parecer, advirtiéndote que como tengas la audacia de mentir, hablando contra la realidad de lo que vas a ver, te arranco los ojos y te convierto en el más mísero de los genios! ¡Además, me pagarás una buena apuesta si mi amigo resulta más bello que tu princesa; y para ser justa, me comprometo a pagar yo en el caso contrario!"

Y Dahnasch exclamó: "¡Acepto la condición! ¡Ven, pues, conmigo a ver a El-Sett Budur al país de su padre el rey Ghayur!" Pero Maimuna dijo: "¡Acabaremos más pronto yendo a la torre, que está ahí a nuestros pies, para empezar por juzgar la hermosura de mi amigo, y luego compararemos!"

Entonces Dahnasch respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y ambos bajaron en línea recta desde lo alto de los aires hasta la techumbre de la torre, y penetraron por la ventana en el aposento de Kamaralzamán. Entonces Maimuna dijo al efrit Dahnasch: "¡No te muevas! ¡Y sobre todo, sé correcto!" Después se acercó al joven dormido, y levantó la sábana que en aquel momento le cubría. Y se volvió hacia Dahnasch y le dijo: "Mira, ¡oh maldito! ¡Y ten cuidado con no caerte todo lo largo que eres!"

Y Dahnasch alargó la cabeza, y retrocedió estupefacto; luego estiró de nuevo el cuello, e inspeccionó largo rato la cara y el cuerpo del hermoso joven, al cabo de lo cual movió la cabeza y dijo: "¡Oh mi señora Maimuna! ¡Ya veo que tienes mucha disculpa al pensar que tu amigo es de belleza incomparable, pues en verdad que nunca he visto tantas perfecciones en un cuerpo de adolescente, y eso que sabes que conozco a los más bellos de los hijos de los hombres; pero, ¡oh Maimuna! el molde que le fabricó no se ha roto sin producir antes una muestra femenil, que es precisamente la princesa Budur!"

Al oír estas palabras, Maimuna se lanzó sobre Dahnasch y le dió un aletazo en la cabeza, que le rompió un cuerno, y le gritó: "¡Oh tú, el más vil de los genios! Ve inmediatamente al palacio de Sett Budur, en ese país del rey Ghayur, y trae a la princesa desde allá hasta aquí, pues no quiero molestarme en acompañarte a casa de esa chiquilla; en cuanto la hayas traído, la acostaremos al lado de mi joven amigo, y compararemos con nuestros propios ojos. ¡Y vuelve pronto, Dahnasch, o te despedazo el cuerpo y te echo como pasto a las hienas y a los cuervos!" Entonces el efrit Dahnasch recogió el cuerno del suelo y se marchó con aire lamentable, rascándose el trasero. Después atravesó el espacio como una saeta, y no tardó en volver, pasada una hora, con su carga a cuestas.

Y la princesa, dormida en hombros de Dahnasch, no tenía puesta más que la camisa, y su cuerpo palpitaba en su blancura. Y en las amplias mangas de la camisa estaban bordados estos versos que se entrelazaban agradablemente:

¡Tres cosas le impiden otorgar a los humanos una mirada que diga "Sí": el temor a lo desconocido, el horror a lo conocido, y su hermosura!


Entonces Maimuna dijo a Dahnasch: "¡Me parece que debiste entretenerte por el camino con esta joven, pues te has retrasado, y a un, buen efrit no le hace falta gastar una hora en ir del país de Khaledán a lo último de la China y volver por el camino más derecho! ¡Bueno! ¡Apresúrate a tender a esa muchacha al lado de mi amigo para que hagamos nuestro examen!"

Y el efrit Dahnasch, con infinitas precauciones, colocó suavemente en la cama a la princesa, y le quitó la camisa.

Verdaderamente, la princesa era muy bella y tal como la había descrito el efrit Dahnasch. Y Maimuna pudo observar que el parecido entre los dos jóvenes era tan perfecto, que se los hubiera tomado por dos gemelos, y solamente diferían en el centro; pero tenían la misma cara de luna, la misma cintura delicada y las mismas nalgas redondas y llenas de opulencia; y también pudo darse cuenta de que si la joven carecía en el centro de lo que adornaba al adolescente, lo sustituía ventajosamente con dos breves pechos maravillosos que denotaban su sexo suculento.

Dijo, pues, a Dahnasch: "Veo que se puede vacilar un momento acerca de la preferencia debido a una u otra de nuestros amigos. ¡Pero hay que ser ciego o insensato como tú, para no reconocer que entre dos jóvenes de igual belleza, siendo uno varón y otra hembra, el varón es superior a la hembra! ¿Qué dices a eso, maldito?" Pero Dahnasch contestó: "¡Por mi parte, sé lo que sé, y veo lo que veo, y el tiempo no me haría creer lo contrario de lo que mis ojos han visto! Pero ¡oh mi señora! ¡Si tuvieras empeño en que mintiese, mentiría para darte gusto!"

Cuando la efrita Maimuna oyó estas palabras, se echó a reír, y comprendiendo que no podría nunca ponerse de acuerdo con el testarudo Dahnasch sólo por medio de un examen, le dijo: "¡Acaso haya un medio de averiguar cuál de nosotros dos tiene razón, y es recurrir a nuestra inspiración! ¡El que diga los mejores versos en loor de su preferido, será quien esté en lo cierto! ¿Estás conforme? ¿0 no eres capaz de esa habilidad, propia sólo de los seres delicados?"

Pero el efrit Dahnasch exclamó: "¡Eso es precisamente, señora mía, lo que quería proponerte! Pues mi padre Schamburasch me enseñó las reglas de la construcción poética y el arte de los versos ligeros de ritmo perfecto. Pero sea tuya la prioridad, ¡oh encantadora Maimuna!"

Entonces Maimuna se acercó a Kamaralzamán dormido, e inclinándose hacia sus labios, se los besó suavemente; después le acarició la frente, y con la mano en su cabellera, dijo, mirándole:


¡Oh cuerpo claro, al que las ramas han dado su flexibilidad y los jazmines su fragancia! ¿Qué cuerpo de virgen vale lo que tu olor?

Ojos en que el diamante puso su luz y la noche sus estrellas, ¿Qué ojos de mujer alcanzarán tu fuego?

Beso de tu boca, más dulce que la miel aromática, ¿que beso femenil lograría tu frescura?

¡Oh! ¡Acariciar tu cabellera y estremecerme con toda mi carne sobre tu carne, y luego ver salir las estrellas en tus ojos!

Cuando el efrit Dahnasch oyó estos versos de Maimuna, se extasió hasta el límite del éxtasis, y después se convulsionó hasta el límite de la convulsión, tanto por rendir homenaje al talento de la efrita como para expresar la emoción que le habían causado ritmos tan afinados; pero no tardó en acercarse a su vez a su amiga Budur, para inclinarse hacia sus pechos desnudos y depositar en ellos una caricia; e inspirado por sus encantos, dijo mirándola:

¡Los arrayanes de Damasco!, ¡Oh joven! ¡Me exaltan el alma cuando sonríen, pero tu belleza...!

¡Las rosas de Bagdad, alimentadas con claror de luna y rocío, me embriagan el alma cuando sonríen; pero tus labios desnudos...!

¡Cuando sonríen tus labios desnudos y tu belleza florida, ¡Oh amada mía! me vuelven loco! ¡Y desaparece todo lo demás!

No bien Maimuna oyó oda tan deliciosa, sorprendiose en gran manera al encontrar...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.