Las mil y una noches:283
HISTORIA DE SIMBAD EL MARINO
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Y acto seguido comenzó a narrar Schehrazada:
He llegado a saber que, en tiempo del califa Harún Al-Raschid, vivía en la ciudad de Bagdad un hombre llamado Sindbad el Cargador. Era de condición pobre, y para ganarse la vida acostumbraba transportar bultos en su cabeza. Un día entre los días hubo de llevar cierta carga muy pesada; y aquel día precisamente sentíase un calor tan excesivo, que sudaba el cargador, abrumado por el peso que llevaba encima. Intolerable se había hecho ya la temperatura, cuando el cargador pasó por delante de la puerta de una casa que debía pertenecer a algún mercader rico, a juzgar por el suelo bien barrido y regado alrededor con agua de rosas. Soplaba allí una brisa gratísima, y cerca de la puerta aparecía un ancho banco para sentarse. Al verlo, el cargador Sindbad soltó su carga sobre el banco en cuestión, con objeto de descansar y respirar aquel aire agradable, sintiendo a poco que desde la puerta llegaba a él un aura pura y mezclada con delicioso aroma; y tanto le deleitó, que fué a sentarse en un extremo del banco. Entonces advirtió un concierto de laúdes e instrumentos diversos, acompañados por magníficas voces que cantaban canciones en un lenguaje escogido; y advirtió también píos de aves canoras que glorificaban de modo encantador a Alah el Altísimo; distinguió, entre otros, acentos de tórtolas, de ruiseñores, de mirlos, de bulbuls, de palomas de collar y de perdices domésticas. Maravillose mucho, e impulsado por el placer enorme que todo aquello le causaba, asomó la cabeza por la rendija abierta de la puerta y vió en el fondo un jardín inmenso, donde se apiñaban servidores jóvenes, y esclavos, y criados, y gente de todas calidades, y había allí cosas que no se encontraría más que en alcázares de reyes y sultanes.
Tras esto llegó hasta él una tufarada de manjares realmente admirables y deliciosos, a la cual se mezclaba todo género de fragancias exquisitas procedentes de diversas vituallas y bebidas de buena calidad. Entonces no pudo por menos de suspirar, y alzó al cielo los ojos y exclamó:
- "¡Gloria a Ti, Señor Creador!, ¡oh Donador! Sin calcular, repartes cuantos dones te placen, ¡oh Dios mío! ¡Pero no creas que clamo a ti para pedirte cuentas de tus actos o para preguntarte acerca de tu justicia y de tu voluntad, porque a la criatura le está vedado interrogar a su dueño omnipotente! Me limito a observar. ¡Gloria a ti! ¡Enriqueces o empobreces, elevas o humillas, conforme a tus deseos, y siempre obras con lógica, aunque a veces no podamos comprenderla! ¡He ahí al amo de esta casa... ¡Es dichoso hasta los límites extremos de la felicidad! ¡Disfruta las delicias de esos aromas encantadores, de esas fragancias agradables, de esos manjares sabrosos, de esas bebidas superiormente deliciosas! ¡Vive feliz, tranquilo y contentísimo, mientras otros, como yo, por ejemplo, nos hallamos en el último confín de la fatiga y la miseria!"
Luego apoyó el cargador su mano en la mejilla, y a toda voz cantó los siguientes versos que iba improvisando:
- ¡Suele ocurrir que un desgraciado sin albergue se despierte de pronto a la sombra de un palacio creado por su destino! ¡Pero ay, yo cada mañana me despierto más miserable que la víspera!
- ¡Por instantes aumenta mi infortunio, como la carga que a mi espalda pesa fatigosa, en tanto que otros viven dichosos y contentos en el seno de los bienes que la suerte les prodiga!
- ¿Cargó nunca el Destino la espalda de un hombre con carga parecida a la aguantada por mi espalda...? ¡Sin embargo, no dejan de ser mis semejantes otros que están ahítos de honores y reposo!
- ¡Y aunque no dejan de ser mis semejantes, entre ellos y yo, puso la suerte alguna diferencia, pareciéndome yo a ellos como el vinagre amargo y rancio se parece al vino!
- ¡Pero no pienses que te acuso en lo más mínimo, oh mi Señor, porque nunca haya gozado yo de tu largueza! ¡Eres grande, magnánimo y justo, y bien sé que juzgas con sabiduría!
Al concluir de cantar tales versos, Sindbad el Cargador se levantó y quiso poner de nuevo la carga en su cabeza, continuando su camino, cuando se destacó en la puerta del palacio y avanzó hacia él un esclavito de semblante gentil, de formas delicadas y vestiduras muy hermosas, que, cogiéndole de la mano, le dijo:
"Entra a hablar con mi amo, que desea verte".
Muy intimidado, el cargador intentó encontrar cualquier excusa que le dispensase de seguir al joven esclavo, mas en vano. Dejó, pues, su cargamento en el vestíbulo, y penetró con el niño en el interior de la morada.
Vió una casa espléndida, llena de personas graves y respetuosas, y en el centro de la cual se abría una gran sala, donde le introdujeron. Se encontró allí ante una asamblea numerosa compuesta de personajes que parecían honorables, y debían ser convidados de importancia. También encontró allí flores de toda especie, perfumes de todas clases, confituras secas de todas calidades, golosinas, pastas de almendras, frutas maravillosas y una cantidad prodigiosa de bandejas cargadas con corderos asados y manjares suntuosos, y más bandejas cargadas con bebidas extraídas del zumo de las uvas. Encontró asimismo instrumentos armónicos que sostenían en sus rodillas unas esclavas muy hermosas, sentadas ordenadamente en el sitio asignado a cada una.
En medio de la sala, entre los demás convidados, vislumbró el cargador a un hombre de rostro imponente y digno, cuya barba blanqueaba a causa de los años, cuyas facciones eran correctas y agradables a la vista, y cuya fisonomía toda denotaba gravedad, bondad, nobleza y grandeza.
Al mirar todo aquello, el cargador Sindbad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Notas del traductor
[editar]- ↑ (El traductor introduce en este volumen y en los siguientes alguna modificación, justificada por ciertas divergencias entre los textos árabes, respecto al orden que propúsose en un principio que se sucedieran los cuentos. Por lo tanto se ha puesto aquí la HISTORIA DE SINDBAD, aunque primitivamente no debía aparecer hasta más adelante. - J. C. M.)