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Las mil y una noches:325

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Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 325: Y cuando llegó la 332ª noche


Y CUANDO LLEGÓ LA 332ª NOCHE

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Ella dijo:

La joven blanca se llamaba Cara-de-Luna; la morena se llamaba Llama-de-Hoguera; la gruesa, Luna-Llena; la delgada, Hurí-del-Paraíso; la rubia, Sol-del-Día; la negra, Pupila-del-Ojo.

Un día feliz, Alí El-Yamaní, con la quietud disfrutada por él en la deleitosa Bagdad, y sintiéndose en una disposición de espíritu mejor aún que de ordinario, invitó a sus seis esclavas a un tiempo a ir a la sala de reunión para acompañarle, y a pasar el rato bebiendo, departiendo y cantando con él. Y las seis se le presentaron enseguida, y con toda clase de juegos y diversiones se deleitaron juntos infinitamente.

Cuando la alegría más completa reinó entre ellos, Alí El-Yamaní cogió una copa, la llenó de vino, y volviéndose hacia Cara-de-Luna, le dijo: "¡Oh blanca y amable esclava! ¡Oh Cara-de-Luna! ¡Déjanos oír algunos acordes delicados de tu voz encantadora!" Y la esclava blanca, Cara-de-Luna, cogió un laúd, templó sus sonidos y ejecutó algunos preludios en sordina que hicieron bailar a las piedras y levantarse los brazos. Y después se acompañó el canto con estos versos que hubo de improvisar:

¡Esté lejos o cerca, el amigo que tengo ha impreso para siempre su imagen en mis ojos, y para siempre ha grabado su nombre en mis miembros fieles!
¡Para acariciar su recuerdo, me convierto, por completo en un corazón, y para contemplarle, me convierto completamente en un ojo!

El censor que me reconviene de continuo me ha dicho: "¿Olvidarás por fin ese amor inflamado?" Y yo le digo: "¡Oh censor severo, déjame y vete! ¿No ves que te alucinas pidiéndome lo imposible?"

Al oír estos versos, el dueño de Cara-de-Luna se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a. la joven, que se la bebió. La llenó él por segunda vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava morena, y le dijo: "¡Oh Llama-de-Hoguera, remedio de las almas! ¡Procura, sin besarme, hacerme oír los acentos de tu voz, cantando los versos que te plazcan!" Y Llama-de-Hoguera cogió el laúd y lo templó en otro tono; y preludió con unos tañidos que hacían bailar a las piedras y a los corazones y enseguida cantó:

¡Lo juro por esa cara querida! ¡Te quiero, y a nadie más que a ti querré hasta morir! ¡Y nunca haré traición a tu amor!
¡Oh rostro brillante que la belleza envuelve con sus velos, a los más bellos seres enseñas lo que puede ser una cosa bella!
¡Con tu gentileza has conquistado todos los corazones, pues eres la obra pura salida de manos del Creador!

Al oír estos versos, el dueño de Llama-de-Hoguera se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él entonces otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava gruesa, y le dijo: "¡Oh Luna-Llena, pesada en la superficie, pero de sangre tan simpática y ligera! ¿Quieres cantarnos una canción de hermosos versos claros como tu carne?" Y la joven gruesa cogió el laúd y lo templó, y preludió de tal modo, que hacía vibrar las almas y las duras rocas, y tras de algunos gratos murmullos, cantó con voz pura:

¡Si yo pudiera lograr agradarte, objeto de mi deseo, desafiaría a todo el universo y a su ira, sin aspirar a otro premio que tu sonrisa!
¡Si hacia mi alma que suspira avanzaras con tu altivo paso cimbreante, todos los reyes de la tierra desaparecerían sin que yo me enterase!
¡Si aceptaras mi humilde amor, mi dicha sería pasar a tus pies toda mi vida, oh tú hacia quien convergen los atributos y adornos de la belleza!

Al oír estos versos, el dueño de la gruesa Luna-Llena se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Entonces la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava delgada, y le dijo: "¡Oh esbelta Hurí-del-Paraíso! ¡Ahora te toca a ti proporcionarnos el éxtasis con hermosos cantos!" Y la esbelta joven se inclinó hacia el laúd, como una madre hacia su hijo, y cantó los siguientes versos:

¡Extremado es mi ardor por ti, y lo iguala tu indiferencia! ¿Dónde rige la ley que aconseja sentimientos tan opuestos?
¿En casos de amor, hay un Juez supremo para recurrir a él? ¡Dejaría a ambas partes iguales, dando el exceso de mi ardor al amado, v dándome a mí el exceso de su indiferencia!

Al oír estos versos, el dueño de la delgada y esbelta Hurí-del-Paraíso se conmovió de gusto, y después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Después de lo cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.