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Las mil y una noches:338

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Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 338: Y cuando llegó la 345ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 345ª NOCHE

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... para impedir el paso a los visitantes ni para animarles a seguir en su asombrada exploración.

Continuaron, pues, por esta galería, cuya parte superior estaba decorada con una cornisa bellísima, y vieron, grabada en letras de oro sobre fondo azul, una inscripción en lengua jónica que contenía preceptos sublimes, y cuya traducción fiel hizo el jeique Abdossamad en esta forma:

¡En el nombre del Inmutable, Soberano de los Destinos! ¡Oh hijo de los hombres, vuelve la cabeza y verás que la muerte se dispone a caer sobre tu alma! ¿Dónde está Adán, padre de los humanos? ¿Dónde está Nuh y su descendencia? ¿Dónde está Nemrod el formidable? ¿Dónde están los reyes, los conquistadores, los Khosroes, los Césares, los Faraones, los emperadores de la India y del Irak, los dueños de Persia y de Arabia e Iscandar el Bicornio? ¿Dónde están los soberanos de la tierra Hamán y Karún, y Scheddad, hijo de Aad, y todos los pertenecientes a la posteridad de Canaán? ¡Por orden del Eterno, abandonaron la tierra para ir a dar cuenta de sus actos el día de la Retribución!”

¡Oh hijo de los hombres, no te entregues al mundo y a sus placeres! ¡Teme al Señor, y sírvele con corazón devoto! ¡Teme a la muerte! ¡La devoción por el Señor y el temor a la muerte son el principio de toda sabiduría! ¡Así cosecharás buenas acciones, con las que te perfumarás el día terrible del Juicio!

Cuando escribieron en sus pergaminos esta inscripción, que les conmovió mucho, franquearon una gran puerta que se abría en medio de la galería, y entraron en una sala, en el centro de la cual había una hermosa pila de mármol transparente, de donde se escapaba un surtidor de agua. Sobre la pila, a manera de techo agradablemente colocado, se alzaba un pabellón cubierto con colgaduras de seda y oro en matices diferentes, combinados con un arte perfecto. Para llegar a aquella pila, el agua se encauzaba por cuatro canalillos trazados en el suelo de la sala con sinuosidades encantadoras, y cada canalillo tenía un lecho de color especial: el primero tenía un lecho de pórfido rosa; el segundo, de topacios; el tercero, de esmeraldas, y el cuarto, de turquesas; de tal modo, que el agua de cada uno se teñía del color de su lecho, y herida por la luz atenuada que filtraban las sedas en la altura, proyectaba sobre los objetos de su alrededor y las paredes de mármol una dulzura de paisaje marino.

Allí franquearon una segunda puerta, y entraron en la segunda sala. La encontraron llena de monedas antiguas de oro y plata, de collares, de alhajas, de perlas, de rubíes y de toda clase de pedrerías. Y tan amontonado estaba todo, que apenas se podía cruzar la sala y circular por ella para penetrar en la tercera.

Aparecía ésta llena de armaduras de metales preciosos, de escudos de oro enriquecidos con pedrerías, de cascos antiguos, de sables de la India, de lanzas, de venablos y de corazas del tiempo de Daúd y de Soleimán; y todas aquellas armas estaban en tan buen estado de conservación, que creeríase habían salido la víspera de entre las manos que las fabricaron.

Entraron luego en la cuarta sala, enteramente ocupada por armarios y estantes de maderas preciosas, donde se alineaban ordenadamente ricos trajes, ropones suntuosos, telas de valor y brocados labrados de un modo admirable. Desde allí se dirigieron a una puerta abierta que les facilitó el acceso a la quinta sala. La cual no contenía entre el suelo y el techo más que vasos y enseres para bebidas, para manjares y para abluciones: tazones de oro y plata, jofainas de cristal de roca, copas de piedras preciosas, bandejas de jade y de ágata de diversos colores.

Cuando hubieron admirado todo aquello, pensaron en volver sobre sus pasos, y he aquí que sintieron la tentación de llevarse un tapiz inmenso de seda y oro que cubría una de las paredes de la sala. Y detrás del tapiz vieron una gran puerta labrada con finas marqueterías de marfil y ébano, y que estaba cerrada con cerrojos macizos, sin la menor huella de cerradura donde meter una llave. Pero el jeique Abdossarnad se puso a estudiar el mecanismo de aquellos cerrojos, y acabó por dar con un resorte oculto, que hubo de ceder a sus esfuerzos. Entonces la puerta giró sobre sí misma y dio a los viajeros libre acceso a una sala milagrosa, abovedada en forma de cúpula y construida con un mármol tan pulido, que parecía un espejo de acero. Por las ventanas de aquella sala, a través de las celosías de esmeraldas y diamantes, filtrábase una claridad que inundaba los objetos con un resplandor imprevisto. En el centro, sostenido por pilastras de oro, sobre cada una de las cuales había un pájaro con plumaje de esmeraldas y pico de rubíes, erguíase una especie de oratorio adornado con colgaduras de seda y oro, y al que unas gradas de marfil unían al suelo, donde una magnífica alfombra, diestramente fabricada con lana de colores gloriosos, abría sus flores sin aroma en medio de su césped sin savia, y vivía toda la vida artificial de sus florestas pobladas de pájaros y animales copiados de manera exacta, con su belleza natural y sus contornos verdaderos.

El emir Muza y sus acompañantes subieron por las gradas del oratorio, y al llegar a la plataforma se detuvieron mudos de sorpresa. Bajo un dosel de terciopelo salpicado de gemas y diamantes, en amplio lecho construido con tapices de seda superpuestos, reposaba una joven de tez brillante, de párpados entornados por el sueño tras unas largas pestañas combadas, y cuya belleza realzábase con la calma admirable de sus facciones, con la corona de oro que ceñía su cabellera, con la diadema de pedrerías que constelaba su frente y con el húmedo collar de perlas que acariciaban su dorada piel. A derecha y a izquierda del lecho se hallaban dos esclavos, blanco uno y negro otro, armado cada cual con un alfanje desnudo y una pica de acero. A los pies del lecho había una mesa de mármol, en la que aparecían grabadas las siguientes frases:

¡Soy la virgen Tadnaar, hija del rey de los amalecitas, y esta ciudad es mi ciudad! ¡Puedes llevarte cuanto te plazca a tu deseo, viajero que lograste penetrar hasta aquí! ¡Pero ten cuidado con poner sobre mí una mano violadora, atraído por mis encantos y por la voluptuosidad!

Cuando el emir Muza se repuso de la emoción que hubo de causarle la presencia de la joven dormida, dijo a sus acompañantes: "Ya es hora de que nos alejemos de estos lugares después de ver cosas tan asombrosas, y nos encaminemos hacia el mar en busca de los vasos de cobre. ¡Podéis, no obstante, coger de este palacio todo lo que os parezca; pero guardaos de poner la mano sobre la hija del rey o de tocar sus vestidos!...


En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.