Las mil y una noches:396

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Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 396: Pero cuando llegó la 396ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 396ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Y me citaba en tu honor estos versos:

¡La generosidad erigió su morada en medio de la palma de tu mano, e hizo de tal morada el asilo deseado!
¡Si un día cerrase sus puertas la generosidad, tu mano sería la llave que abriera sus cerraduras!

Al oír estos versos, se mostró muy satisfecho el joven, y ordenó que obsequiasen a Giafar con mil dinares y con un ropón tan hermoso como el que había desgarrado él, y siguieron bebiendo y divirtiéndose.

Pero Al-Raschid, que no estaba tranquilo desde que advirtió huellas de golpes en el cuerpo del joven, dijo a Giafar: "¡Pídele una explicación de la cosa!" Giafar contestó: "¡Mejor será tener paciencia todavía y no resultar indiscretos!" El califa dijo: "¡Por mi cabeza y por la tumba Abbas, que como no le interrogues enseguida acerca del particular Giafar! dejará de pertenecerte tu alma en cuanto lleguemos a palacio!”

Y he aquí que el joven, que les estaba mirando, se dió cuenta de que aún hablaban en voz baja, y les preguntó: "¿Tanta importancia tiene eso que os decís en secreto?" Giafar contestó: "¡Nada malo es!" El joven añadió: "¡Por Alah! te suplico que me pongas al corriente de lo que os decís, sin ocultarme nada!" Giafar dijo: "¡Señor, mi compañero ha notado que tienes en los costados cicatrices y huellas de vergajos y latigazos! ¡Y está asombrado hasta el límite del asombro! ¡Y desearía ardientemente saber a consecuencia de qué aventura ha sufrido nuestro dueño el califa semejante trato, tan poco compatible con su dignidad y sus prerrogativas!"

Al oír estas palabras, sonrió el joven, y dijo: "¡Sea! ¡Puesto que sois extranjeros, os revelaré la causa de todo! ¡Y es mi historia tan prodigiosa y tan llena de maravillas, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la escuchase atentamente!"

Luego dijo:

"Sabed, señores míos, que yo no soy el Emir de los Creyentes, sino sencillamente el hijo del síndico de los joyeros de Bagdad. Me llamo Mohammad-Alí. Al morir mi padre, me dejó en herencia mucho oro, plata, perlas, rubíes, esmeraldas, alhajas y objetos de orfebrería; me dejó además propiedades edificadas, terrenos, huertos, jardines, tiendas y almacenes de reserva; y me hizo dueño de este palacio con todo lo que contiene, esclavos de ambos sexos, guardias y criados, mozos y mozas.

Y he aquí que, estando yo sentado un día en mi tienda en medio de los esclavos que ejecutaban mis órdenes, vi que a la puerta se paraba, y bajaba de una mula ricamente enjaezada, una joven, a la que acompañaban otras tres jóvenes, hermosas como lunas las tres. Entró en mi tienda y se sentó, mientras yo, en honor suyo, me ponía de pie; luego me preguntó: "¿Verdad que eres Mohammad-Alí el joyero?" Contesté: "¡Claro que sí, ¡oh mi señora! y soy tu esclavo, dispuesto a servirte!" Ella me dijo: "¿Tendrías alguna alhaja verdaderamente hermosa y que pudiera gustarme?" Yo le dije: "¡Oh mi señora! voy a traerte lo más hermoso de mi tienda y a ponerlo en tus manos. ¡Si llega a convenirte algo, nadie se considerará por ello más dichoso que tu esclavo; y si nada logra detener tus miradas, deploraré mi mala suerte durante toda mi vida!"

Precisamente tenía yo en mi tienda cien collares preciosos, maravillosamente labrados, que en seguida hice que me trajeran y se los enseñaran. Los cogió y los miró despacio uno por uno, demostrando entender más de lo que en su caso hubiera entendido yo mismo; luego me dijo: "¡Lo quiero mejor!"

Entonces me acordé de un collarcito que mi padre compró por cien mil dinares en otro tiempo, y que tenía yo guardado, al abrigo de todas las miradas, en un precioso cofrecillo para él sólo, me levanté entonces y traje el cofrecillo en cuestión con mil precauciones y le abrí ceremoniosamente en presencia de la joven, diciéndole: "¡No creo que lo tengan igual reyes ni sultanes, grandes ni pequeños!"

Cuando la joven hubo echado una rápida ojeada al collar, lanzó un grito de júbilo y exclamó: "¡Esto es lo que en vano anhelé toda mi vida!" Luego me dijo: "¿Cuánto vale?" Contesté: "Su precio exacto de reventa fue para mi difunto padre el de cien mil dinares. ¡Si te gusta, ¡oh mi señora! llegaré al límite de la felicidad ofreciéndotelo por nada!" Me miró ella, sonrió ligeramente, y me dijo: "¡Añade al precio que acabas de decir cinco mil dinares por los intereses del capital muerto, y será de mi propiedad el collar!"

Contesté: "¡Oh mi señora! el collar y su propietario actual son ya de tu propiedad y se hallan entre tus manos! ¡Nada más tengo que añadir!" Volvió ella a sonreír, y contestó: "¡Ya he dicho las condiciones de compra, y añado que te soy deudora de gratitud!" Y tras de pronunciar estas palabras, se levantó vivamente, saltó a la mula con una ligereza extrema, sin recurrir a la ayuda de sus servidores, y me dijo al partir: "¡Oh mi señor! ¿quieres acompañarme ahora mismo para llevarme el collar y cobrar el dinero en mi casa? ¡Créeme que gracias a ti el día de hoy ha sido para mí como la leche!" No quise insistir más para no contrariarla, ordené a mis criados que cerraran la tienda, y seguí a pie a la joven hasta su casa...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.