Las mil y una noches:397

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Las mil y una noches - Tomo III​ de Anónimo
Capítulo 397: Pero cuando llegó la 397ª noche



PERO CUANDO LLEGO LA 397ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

... y seguí a pie a la joven hasta su casa. Allí le entregué el collar, y ella penetró en sus habitaciones después de rogarme que me sentara en el banco del vestíbulo para esperar la llegada del cambista que debía pagarme los cien mil dinares con sus intereses.

Estando sentado en aquel banco del vestíbulo, vi llegar a una sirviente joven, que me dijo: "¡Oh mi señor, tómate la molestia de entrar a la antecámara de la casa, pues la espera a la puerta no se hizo para personas de tu calidad!" Me levanté entonces y penetré en la antecámara, donde me senté en un escabel tapizado de terciopelo verde y así, permanecí esperando algún tiempo. Entonces vi entrar a una segunda sirviente, que me dijo: "¡Oh señor mío, mi señora te ruega que entres en la sala de recepción, donde desea que descanses hasta que llegue el cambista!" No dejé de obedecer, y seguí a la joven a la sala de recepción. Apenas llegué allá, se descorrió un gran cortinaje al fondo, y se adelantaron hacia mí cuatro esclavas que llevaban un trono de oro en el que aparecía sentada la joven, con un rostro hermoso como una luna llena y con el collar al cuello.

Al ver su rostro sin velo y completamente descubierto, sentí turbárseme la razón y acelerarse los latidos de mi corazón. Y he aquí que ella hizo seña de que se retiraran a sus esclavas, avanzó hacia mí, y me dijo: "¡Oh luz de mis ojos! ¿crees que todo ser bello debe conducirse con la que le ama tan duramente como tú lo haces?" Contesté: "¡En ti está la belleza entera, y lo que de ella sobra, si sobra algo, se distribuyó entre los demás seres humanos!"

Ella me dijo: "¡Oh joyero Mohammad-Alí, has de saber que te amo, y que si me he valido de este medio ha sido sólo para decidirte a que vengas a mi casa!" Y tras de pronunciar estas palabras se inclinó sobre mí perezosamente, y me atrajo hacia ella mirándome con ojos lánguidos. Extremadamente emocionado, cogí entonces su cabeza con mis manos y la besé varias veces, en tanto que ella me devolvía largamente mis besos y me oprimía contra sus senos duros, que sentía yo incrustarse en mí pecho. Comprendí a la sazón que no debía retroceder y quise poner en ejecución lo que en mí estaba ejecutar. Pero en el preciso momento en que el niño, completamente despierto, reclamaba con ardor a su madre, me dijo ésta: "¿Qué pretendes hacer con eso, ¡oh mi señor!?" Contesté: "¡Ocultarlo para que me deje tranquilo!" Dijo ella: "El caso es que no vas a poder ocultarlo en mí, porque no está abierta la casa. ¡Sería preciso para ello abrir una brecha antes! ¡Pues has de saber que soy una virgen intacta de toda perforación! ¡Y si crees que hablas con una mujer cualquiera o con alguna meretriz entre las meretrices de Bagdad, debes desengañarte en seguida! Porque sabrás que tal como me ves, ¡oh Mohammad-Alí! soy la hermana del gran visir Giafar, la hija de Yahía ben-Khaled Al-Barmaki".

Al oír estas palabras ¡oh señores míos! sentí que el niño caía en un profundo sueño, y comprendí cuán impropio estuvo por mi parte el escuchar sus gritos y querer acallarlos pidiendo ayuda a la joven. Sin embargo, le dije: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que no es mía la culpa si quise que el hijo se aprovechara de la hospitalidad que al padre se le ha dado! ¡Tú misma eres quien se mostró generosa conmigo, haciéndome ver el paraíso por las puertas abiertas de tu hospitalidad!" Ella me contestó: "¡No tienes por qué hacerme reproches, sino al contrario! Y si quieres lograrás tus fines; pero por los únicos caminos legales. ¡Todo puede ser con la voluntad de Alah! ¡Soy, en efecto, dueña de mis actos, y nadie tiene el derecho de intervenir en ellos! ¿Me quieres, pues, por esposa legítima?" Contesté "¡Claro que sí!" Al punto hizo ella ir al kadí y a los testigos, y les dijo: "He aquí a Mohammad-Alí, hijo del difunto síndico Alí. Me pide en matrimonio y me reconoce como dote este collar que me ha dado. ¡Yo acepto y consiento!" Se redactó enseguida nuestro contrato de matrimonio, y después de extenderlo nos dejaron solos. Trajeron los esclavos bebidas, copas y laúdes, y empezamos ambos a beber hasta que resplandeció nuestro ingenio. Tomó ella entonces el laúd, y cantó acompañándose con él:

¡Por la finura de tu talle, por tu andar orgulloso, te juro que sufro con tu alejamiento!
¡Ten piedad de un corazón abrasado en el fuego de tu amor!
¡Me exalta la copa de oro, donde al beber de su licor, encuentro vivo tu recuerdo!
¡Así en medio de las rosas brillantes, la flor de mirto me hace apreciar mejor los colores vivos!

Cuando hubo ella acabado de cantar, tomé a mi vez el laúd, y después de demostrar que sabía sacar de él el mejor partido, dije estos versos del poeta, acompañándome en sordina:

¡Oh prodigio! ¡En tus mejillas veo unirse cosas contrarias: la frescura del agua y el rojo de la llama!
¡Eres para mi corazón fuego y frescura! ¡Oh, cuán amarga y dulce eres en mi corazón!

Cuando acabamos de cantar, notamos que ya era hora de ir pensando en acostarse. La cogí en mis brazos y la tendí en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.