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Las mil y una noches:409

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Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 409: Cuando llegó la 409ª noche


CUANDO LLEGO LA 409ª NOCHE

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Ella dijo:

... Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio, y valiéndose de sólidas telas de Baalbek, con las cuales se ató cuidadosamente, se descolgó a tierra desde lo alto de los muros. Y vestida como estaba con sus trajes más hermosos y con el cuello adornado por un collar de pedrerías, atravesó las llanuras desiertas que rodeaban el palacio, y llegó de esta manera a la orilla del mar.

Divisó allí a un pescador, a quien el viento de través había arrojado a lo largo de aquella costa mientras pescaba sentado en su barca. El pescador divisó asimismo a Rosa-en-el-Cáliz, y creyéndola una aparición obra de algún efrit, se atemorizó mucho y empezó a maniobrar para alejarse de allí cuanto antes.

Entonces Rosa-en-el-Cáliz le llamó repetidas veces, y haciéndole numerosas señas, le recitó estos versos:

¡Oh pescador! ¡Calma tu turbación, pues soy un ser humano semejante a los demás!
¡Te pido que respondas a mis súplicas y escuches mi verídica historia!
¡Ten piedad de mí, y si un día llegas a posar tus ojos en un amigo adusto y despiadado, Alah te preservará de los ardores que me abrasan!
¡Porque amo a un jovenzuelo cuyo rostro resplandeciente hace palidecer el brillo del sol y de la luna, cuyas miradas hicieron que la propia gacela exclamara disculpándose: "¡Soy tu esclava!"
¡Sobre su frente escribió la belleza este renglón encantador, de sentido conciso: "¡Quién le mira como a la antorcha del amor, va por buen camino; pero quien se separa de él, comete una falta grave y una impiedad!"
¡Oh pescador! ¡ Cuál no sería mi dicha si consintieras en consolarme haciéndome que le encontrara! ¡Y cuán agradecida te quedaría yo entonces !¡Te daría pedrerías y joyas, y perlas cogidas en el agua, y cuantas cosas preciosas hay!
¡Ojalá pueda satisfacer mi amigo un día mis deseos, porque en la espera se derrite mi corazón y se desmenuza!

Cuando oyó el pescador estas palabras, lloró, gimió y se lamentó, acordándose también de los días de su juventud, cuando estaba rendido de amor, atormentado por la pasión, torturado por zozobras y deseos, abrasado en el fuego de los transportes amorosos. Y se puso a recitar estos versos:

¡Qué perentoria excusa de la intensidad de mi ardor! ¡Miembros descarnados, lágrimas esparcidas, ojos rotos por las vigilias, corazón golpeado como un eslabón brillante!
¡La calamidad del amor se apoderó de mí en la juventud, y he saboreado todas sus dulzuras engañosas!
¡Ahora quiero venderme para encontrar a un amigo ausente, a riesgo de perder el alma!
¡No obstante, espero que me sea lucrativa esta venta, porque es costumbre en los enamorados no regatear nunca el precio de su amigo!

Una vez que el pescador hubo acabado de recitar estos versos, se acercó con su barca a la orilla, y dijo a la joven: "¡Embárcate, pues estoy dispuesto a conducirte adonde quieras!" Entonces se embarcó Rosa-en-el-Cáliz, y el pescador se alejó de tierra a fuerza de remos.

Cuando se distanciaron un poco, se levantó un viento que empujó a la barca por la popa con tanta velocidad, que no tardaron en perder de vista la tierra, sin que supiese ya el pescador dónde se hallaba. Sin embargo, al cabo de tres días se calmó la tempestad, amenguó el viento, y con la venia de Alah (¡exaltado sea!) llegó la barca a una ciudad situada a orillas del mar.

Y he aquí que precisamente en el momento en que llegaba la barca del pescador, el rey de la ciudad, que era el rey Derbas, estaba sentado con su hijo a una ventana de su palacio que daba al mar; y vio entrar en el puerto la barca del pescador y divisó a aquella joven, hermosa como la luna llena en el seno del cielo puro, que llevaba en las orejas pendientes de rubíes magníficos y al cuello un collar de maravillosas pedrerías. Supuso entonces que debía ser hija de un rey o de un soberano, y seguido de su hijo abandonó el palacio y se dirigió a la playa, saliendo por la puerta que daba al mar.

En aquel momento ya estaba amarrada la barca, y la joven dormía en ella tranquilamente.

Entonces el rey se acercó a la joven y veló su sueño. Y cuando abrió los ojos, ella se echó a llorar. Y el rey le preguntó: "¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Y a qué obedece tu llegada a esta comarca?"

Ella contestó: "Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Schamikh. ¡Y mi llegada aquí obedece a algo extraordinario y a una aventura muy extraña!" Luego contó al rey toda su historia, desde el principio hasta el fin, sin ocultarte nada. Tras de lo cual dejó escapar profundos suspiros, vertió llanto y recitó estos versos:

¡He aquí que han ulcerado mis párpados las lágrimas! ¡Ah! ¡Para que se desborden de tal modo han sido precisas tribulaciones muy singulares!
¡Y la causa de todo es un ser caro a mi corazón, con el cual jamás pude aplacar la sed de mis deseos!
¡Su rostro es tan hermoso, tan radiante y tan resplandeciente, que supera a la belleza de turcos y árabes!
¡Al verle aparecer, el sol y la luna se inclinaron con amor, prendados de sus encantos, y rivalizaron en galanterías para con él!
¡Su mirada hechicera es tan encantadora, que a todos los corazones fascina con su tirante arco dispuesto a lanzar flechas!
¡Oh tú, a quien acabo de contar detalladamente mis penas amargas, ten piedad de un enamorado convertido en juguete de las vicisitudes del amor!
¡Ay! ¡En triste estado me arrojó el mar en medio de tu país, y sólo en tu generosidad tengo ya esperanza!
¡El hombre de corazón generoso que protege a quien le implora su hospitalidad, realiza, por lo general, una obra muy meritoria!
¡...Oh tú, esperanza mía; extiende el velo protector sobre la tribu de los enamorados, y has ¡oh mi señor! que se reúnan!

Luego, una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.