Ir al contenido

Las mil y una noches:483

De Wikisource, la biblioteca libre.
Las mil y una noches - Tomo III
de Anónimo
Capítulo 483: Y cuando llegó la 484ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 484ª NOCHE

[editar]

Ella dijo:

"¡... Espérame aquí mientras voy a pedirle su beneplácito!" Y el gran visir se puso a esperar en una actitud muy cortés, en tanto que el mared iba en busca de Juder, al cual dijo: "Has de saber, ¡ya sidi! que el rey envió por ti primero a un emir muy presuntuoso, a quien he agredido, y luego a doscientos, a quienes deshice y puse en fuga. ¡Entonces ha enviado a su gran visir sin armas y vestido de blanco para invitarte a que comas manjares de su hospitalidad! ¿Qué te parece?"

Juder contestó: "¡Tráeme aquí al gran visir!" Y bajó Trueno a decirle: "¡Oh visir, ven a hablar con mi amo!" El visir contestó: "¡Sobre la cabeza!" Y subió al palacio, y entró en la sala de recepción, donde vio a Juder, más imponente que los reyes, sentado en un trono como no podría poseerlo ningún sultán, con un tapiz de lo más espléndido extendido a sus pies. Y quedó estupefacto, y permaneció pasmado, y absorto, y deslumbrado por la belleza del palacio, por sus adornos, por su decorado, por sus esculturas y por sus muebles; y vio que en comparación era él menos que un mendigo junto a cosas tan hermosas y frente al dueño de aquel recinto. Así es que se inclinó y besó la tierra entre las manos de Juder e hizo votos por su prosperidad. Y Juder le preguntó: "¿Qué tienes que pedirme, ¡oh visir!?"

El visir contestó: "¡Oh mi señor, tu amigo el rey Schams Al-Daula te transmite la zalema! ¡Y desea ardientemente alegrarse los ojos con tu cara; y a tal objeto da un festín en tu honor! ¿Querrás aceptarlo por complacerle?" Juder contestó: "¡Desde el momento en que es mi amigo, ve a transmitirle mi zalema, y dile que venga antes él mismo a mi casa!"

Dijo el visir: "¡Sobre la cabeza!" Entonces Juder frotó el engarce del anillo; y cuando apareció Trueno, le dijo: "¡Tráeme un ropón de lo más hermoso!" Y cuando Trueno le llevó el ropón, Juder dijo al visir: "¡Es para ti, oh visir! ¡Póntelo!" Y cuando el visir se puso el ropón, Juder le dijo: "¡Vé a decir al rey lo que oíste y viste!" Y el visir salió llevando aquel traje tan magnífico, que nadie lo llevó semejante, y fue en busca del rey, le puso al corriente de la posición de Juder, le hizo una admirable descripción del palacio y de lo que contenía, y le dijo: "¡Juder te invita!"

Dijo el rey: "¡Vamos, oh soldados!" Y se irguieron todos sobre sus pies, y el rey les dijo: "¡Montad en vuestros caballos! ¡Y que me traigan mi corcel de guerra para ir a ver a Juder!" Luego montó a caballo, y seguido por sus guardias y soldados, se dirigió al palacio de Juder.

Cuando Juder vio desde lejos llegar al rey con su séquito, dijo al efrit del anillo: "Deseo que me traigas a tus compañeros los efrits para que, con aspecto de seres humanos, formen el paso del rey en el patio principal del palacio. Y como el rey advertirá su número y calidad, quedará aterrado y espantado, y se estremecerá su corazón. ¡Y comprenderá entonces para su bien que mi poder supera al suyo!" Y al instante el efrit Trueno convocó e hizo aparecer a doscientos efrits con aspecto de guardias armados y de estatura enorme. Y entró el rey en el patio y pasó por entre las dos filas de soldados; y al ver su aspecto terrible, sintió estremecérsele el corazón. Luego subió al palacio y entró en la sala donde se hallaba Juder; y le encontró sentado de una manera y con una apostura que no tuvo nunca verdaderamente ningún rey ni sultán. Y le hizo la zalema, y se inclinó entre sus manos, y formuló sus votos, sin que Juder se levantase en honor suyo o le guardara consideraciones o le invitara a sentarse. Por el contrario, le tuvo de pie para hacerse valer, así, de modo que el rey perdió por completo la serenidad, y ya no supo si debía permanecer allí o marcharse.

Y al cabo de cierto tiempo, le dijo Juder por fin: "¿Te parece, en verdad, manera de conducirse el oprimir, como lo has hecho, a personas indefensas, despojándolas de sus bienes?" El rey contestó: "¡Oh mi señor, dígnate excusarme! ¡Me impulsaron a obrar así la codicia y la ambición, y tal era mi destino! ¡Y por otra parte, si no hubiera falta, no habría perdón!" Y continuó excusándose por cuanto pudo cometer en el pasado y suplicando indulgencia y perdón; y entre otras excusas, hasta le recitó estos versos:

¡Oh tú, carácter generoso, hijo de ilustres antecesores y de una raza noble, no me reproches por el daño que en el pasado pudiera hacerte!
¡Lo mismo que nosotros te perdonaríamos si fueses culpable de cualquier mala acción, debes perdonarnos cuando los culpables somos nosotros!”

Y no cesó de humillarse de aquel modo entre las manos de Juder, hasta que Juder hubo de decirle: "¡Que te perdone Alah!" Y le permitió sentarse, y se sentó el rey. Entonces Juder le puso el ropón de la salvaguardia, y dio a sus hermanos orden de que extendieran el mantel y sirvieran manjares extraordinarios y numerosos. Y después de la comida regaló hermosas vestiduras a todos los individuos del séquito del rey, y les trató con miramientos y generosidad. Sólo entonces fue cuando el rey se despidió de Juder y salió del palacio; pero fue para volver todos los días a pasarlos por entero con Juder y hasta reunió en casa de éste su diwán, ventilando allí los asuntos del reino. Y la amistad entre ambos no hizo más que aumentar y consolidarse. Y así vivieron algún tiempo.

Pero un día en que el rey se hallaba solo con su gran visir, le dijo: "j Oh visir mío, tengo miedo de que Juder me mate y se apodere de mi trono!...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.