Las mil y una noches:521

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Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 521: Y cuando llegó la 522ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 522ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido por un vendedor de especias, que se acercó vivamente a mí y se me arrojó al cuello besándome, y se me dió a conocer como un antiguo amigo de mi padre; luego me interrogó acerca de mi estado. Y le conté cuanto me había sucedido, sin omitir un detalle. Y me dijo: "¡Ualah! ¡no son de un hombre sensato esos actos!

Pero ahora, puesto que lo pasado ya ha pasado, ¿qué piensas hacer?" Contesté: "¡No sé!"

El me dijo: "¿Quieres quedarte conmigo? Y como sabes escribir, ¿quieres registrar las entradas y salidas de mis abastos y percibir como salario un dracma de plata diario, además de tu alimento y tu bebida?" Y acepté dándole gracias, y viví con él en calidad de escriba de entradas y salidas de las ventas y compras. Y estuve con aquel empleo en su casa el tiempo suficiente para ahorrar la suma de cien dinares.

"Entonces alquilé por mi cuenta un pequeño local a orillas del mar, a fin de aguardar allí la llegada de algún navío cargado con mercancías de lugares lejanos, de las cuales compraría con mi dinero las necesarias para hacer un acopio bueno que vendería en Bagdad, adonde quería volver con la esperanza de hallar ocasión de ver a mi amiga."

Quiso la suerte que un día llegara de parajes lejanos un navío cargado con las mercancías que yo deseaba; y me uní a otros mercaderes, encaminándome al navío, y subí a bordo. Y he aquí que del fondo del navío salieron dos hombres, sentándose en dos sillas e instalando ante nosotros sus mercancías. ¡Y qué mercancías! ¡Y qué deslumbramiento de los ojos! ¡No vimos allá nada más que joyas, perlas, coral, rubíes, ágatas, jacintos y pedrerías de todos colores! Y entonces uno de ambos hombres se encaró con los mercaderes de tierra, y les dijo: "¡Oh asamblea de mercaderes, hoy no se va a vender todo esto, porque todavía estoy fatigado del mar; no lo saqué más que para daros una idea de lo que será la venta de mañana!" Pero los mercaderes le apremiaron de tal modo, que se avino a comenzar inmediatamente la venta, y el pregonero se puso a pregonar la tasa de las pedrería, especie por especie. Y los mercaderes empezaron a aumentar sus pujas uno tras de otro hasta que el primer saco de pedrerías alcanzó el precio de cuatrocientos dinares. En aquel momento, el propietario del saco, que en otro tiempo me había conocido en mi país cuando mi padre estaba a la cabeza del comercio de Omán, se encaró conmigo, y me preguntó: "¿Por qué no dices nada ni pujas sobre la tasa, como los demás mercaderes?"

Contesté: "¡Por Alah, ¡Oh mi amo! que en este mundo ya no tengo más bienes que la suma de cien dinares!" Y al decir estas palabras, me quedé muy confuso, y de mis ojos gotearon lágrimas. Y al ver aquellas, el propietario del saco dió una palmada y exclamó, lleno de sorpresa: "¡Oh omaní! ¿cómo de una fortuna tan inmensa no te quedan más que cien dinares?" Y luego me miró con conmiseración y participó de mis penas; después se encaró de pronto con los mercaderes, y les dijo: "Sed testigos de que vendo a este joven por la suma de cien dinares un saco con todas las gemas, metales y objetos preciosos que contiene, aunque sé que su valor real pasa de mil dinares. ¡Es, pues, un regalo que le hago de mí para él!"

Y los mercaderes, estupefactos, dieron fe de lo que veían y oían; y el mercader me entregó el saco con cuanto contenía, y hasta me regaló el tapiz y la silla en que estaba sentado. Y le di las gracias por su generosidad, y bajé a tierra y me dirigí al zoco de los joyeros.

"Allí alquilé una tienda y me puse a vender y a comprar y a realizar todos los días una ganancia bastante apreciable. Y he aquí que, entre los objetos preciosos guardados en el saco, había un trozo de concha roja, de un rojo oscuro, que, a juzgar por los caracteres talismánicos grabados en sus dos caras y que parecían patas de hormiga, debía ser algún amuleto fabricado por un artífice muy versado en el arte de los amuletos. Pesaría media libra, y yo ignoraba su uso especial y su precio. Así es que lo hice pregonar varias veces en el zoco; pero no ofrecieron por ello al pregonero más de diez o quince dracmas. Y a pesar de todo, no quise cederlo por un precio tan módico, y en previsión de una ocasión excelente, dejé el trozo de concha en un rincón de mi tienda, donde duró un año.

"Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar ...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.