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Las mil y una noches:522

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Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 522: Y cuando llegó la 523ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 523ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar a un extranjero que me deseó la paz y que, al divisar el trozo de concha, a pesar del polvo que lo cubría, exclamó: "¡Loado sea Alah! ¡Por fin encuentro lo que buscaba!" Y cogió el trozo de concha, se lo llevó a los labios y a la frente, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿quieres venderme esto?" Contesté: "¡Sí que quiero!" Preguntó: "¿Qué precio tiene?" Dije: "¿Cuánto ofreces?" Contestó: "¡Veinte dinares de oro!" Y al oír estas palabras, creí que se burlaba de mí el extranjero, de tan considerable como me pareció la suma ofrecida; y le dije con acento muy desabrido: "¡Vete por tu camino!" Entonces creyó que yo encontraba escasa la suma, y me dijo: "¡Te ofrezco cincuenta dinares!" Pero yo, cada vez más convencido de que se reía de mí, no solamente no quise contestarle, sino que ni siquiera le miré e hice como que no notaba su presencia ya, con objeto de que se fuese. Entonces me dijo: "¡Mil dinares!"

"¡Eso fué todo! Y yo ¡oh huéspedes míos! no contesté; y él se sonreía ante mi silencio pletórico de furor concentrado, y me decía: "¿Por qué no quieres contestarme?" Y acabé por responderle otra vez: "¡Vete por tu camino!" Entonces se puso a aumentar miles y miles de dinares hasta que me ofreció veinte mil dinares. ¡Y yo no contestaba!

"¡Eso fué todo!

Y atraídos por tan extraño regateo, los transeúntes y los vecinos se agruparon a nuestro alrededor en la tienda y en la calle, y murmuraban de mí en alta voz y hacían ademanes de desaprobación para conmigo, diciendo: "¡No debemos permitirle que pida más por ese miserable trozo de concha!" Y decían otros: "¡Ualah! ¡cabeza dura, ojos vacíos! ¡Como no le ceda el trozo de concha, le echaremos de la ciudad!"

Y yo aun no sabía lo que querían de mí. Así es que para acabar pregunté al extranjero: "¿Quieres, por fin, decirme si vas a comprar de verdad o si te burlas?" Contestó él: "¿Y quieres tú vender de verdad o burlarte?" Yo dije: "¡Vender!"

Y dijo él: "Entonces, como último precio, te ofrezco treinta mil dinares! ¡Y concluyamos ya la venta y la compra! Y entonces me encaré con los circunstantes, y les dije: "¡Os pongo por testigos de esta venta! ¡Pero antes tiene que explicarme el comprador lo que pretende hacer con este trozo de concha!"

Contestó él: "¡Rematemos primero el trato, y luego te diré las virtudes y la utilidad de este objeto!" Contesté: "¡Te lo vendo!" El dijo: "¡Alah es testigo de lo que decimos!" Y sacó un saco lleno de oro, me contó y me pesó treinta mil dinares, cogió el amuleto, se lo metió en el bolsillo, lanzando un gran suspiro, y me dijo: "¿Quedamos en que ya está vendido del todo?" Contesté: "¡Está vendido del todo!" Y se encaró él con los circunstantes, y les dijo: "¡Sed testigos de que me ha vendido el amuleto y por él ha cobrado el precio convenido de treinta mil dinares!"

Después se encaró conmigo, y con un acento de conmiseración y de ironía extremada, me dijo: "¡Oh pobre! ¡por Alah, que si hubieras sabido tener tacto en esta venta retardándola más, habría llegado yo a pagarte por este amuleto no treinta mil ni cien mil dinares, sino mil millares de dinares, cuando no más!"

"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que al oír estas palabras y verme de tal modo defraudado en aquella suma fabulosa por culpa de mi poco olfato, sentí operarse un gran trastorno dentro de mí; y la revolución que se efectuó en mi cuerpo de pronto hizo que se me subiera a la cara este color amarillo que conservo desde entonces y que os ha llamado la atención, ¡oh huéspedes míos! "Me quedé alelado un momento, y luego dije al extranjero: "¿Puedes decirme ahora las virtudes y la utilidad de ese trozo de concha?"

Y el extranjero me contestó:

"Has de saber que el rey de la India tiene una hija a la que quiere mucho y la cual no tiene par en belleza sobre la faz de la tierra; ¡pero le aquejan violentos dolores de cabeza! Así es que su padre el rey, con objeto de hallar remedios y medicamentos capaces de aliviarla, congregó a los mejores escribas de su reino y a los hombres de ciencia y a los adivinos; pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban ...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.