Las mil y una noches:532
Y CUANDO LLEGO LA 533ª NOCHE
[editar]Ella dijo:
"... la reina Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Sonrisa-de-Luna, con el asentimiento de su esposo, de su madre y de sus primas.
Entonces el príncipe Saleh, cogió al pequeñuelo en sus brazos, y empezó a besarle y a acariciarle de mil maneras, paseándole por la habitación y sosteniéndole en el aire con las manos; y de pronto tomó impulso, y desde la altura del palacio saltó al mar, sumergiéndose y desapareciendo con el niño.
Al ver aquello, el rey Schahramán empezó a lanzar gritos desesperados y a golpearse la cabeza, poseído de espanto y de dolor, hasta el punto de que parecía que se iba a morir. Pero la reina Flor-de-Granada, lejos de mostrarse asustada o afligida por semejante cosa, dijo al rey con seguro acento: "¡Oh rey del tiempo! no te desesperes por tan poco y estate sin ningún temor por tu hijo, pues yo, que sin duda quiero a ese niño mucho más que tú, estoy tranquila sabiendo que se encuentra con mi hermano, el cual no hubiera hecho lo que acaba de hacer si el pequeño fuese a sufrir la menor incomodidad o a enfriarse o a mojarse solamente. ¡Ten la seguridad de que el niño no corre ningún riesgo ni peligro por parte del mar, aunque sea tuya la mitad de su sangre! Porque a causa de la otra mitad de su sangre, que es mía, puede impunemente vivir en el agua como en la tierra. ¡No te alarmes más, por tanto, y persuádete de que mi hermano no tardará en volver con el niño en buena salud!"
Y la reina Langosta y las jóvenes parientes del niño confirmaron al rey las palabras de su esposa. Pero el rey no empezó a calmarse hasta no ver que el mar se conmovía y agitaba y que de su seno entreabierto salía con el pequeñuelo en brazos el príncipe Saleh, que de un salto se elevó por el aire y entró en la sala superior por la misma ventana por donde había salido. Y el pequeño estaba tan tranquilo como si se hallase en el regazo de su madre, y sonreía cual la luna en su decimocuarto día.
Al ver aquello, el rey se tranquilizó por completo y quedóse maravillado; y el príncipe Saleh le dijo: "Por lo visto, ¡oh rey! te asustaste mucho al verme saltar y hundirme en el mar con el pequeñuelo". Y contestó el rey: "Sí, por cierto, ¡oh hijo del tío! ¡Fué extremado mi espanto, y hasta desesperaba de volver a verle nunca sano y salvo!" El príncipe Saleh dijo: "En adelante, no tengas por él ningún temor, porque está para siempre al abrigo de los peligros del agua, del ahogo, de asfixia, de la humedad y de otras cosas parecidas, y durante toda su vida podrá sumergirse en el mar y pasearse por él a su antojo; pues le hice adquirir el mismo privilegio que tienen nuestros propios hijos nacidos en el mar, y para ello le he frotado las pestañas y los párpados con cierto kohl que conozco, pronunciando sobre él las palabras misteriosas grabadas en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!)
Después de pronunciado este discurso, el príncipe Saleh entregó el pequeñuelo a su madre, que le dió de mamar; luego sacó de su cinturón el príncipe un saco que tenía la boca sellada, e hizo saltar el sello, y habiéndolo abierto, lo cogió por la parte de abajo y vertió sobre la alfombra el contenido. Y el rey vió titilar diamantes grandes como huevos de paloma, barras de esmeralda de medio pie de longitud, sartas de perlas gordas, rubíes de talla y color extraordinarios y toda clase de joyas a cual más maravillosas. Y todas estas piedras lanzaban mil fulgores multicolores que alumbraban la sala con una armonía de luces semejantes a las que se ven en sueños. Y el príncipe Saleh dijo al rey: "Esto es un regalo que traigo, para que me dispenséis de haber venido aquí la vez primera con las manos vacías. ¡Pero entonces no sabía yo dónde se encontraba mi hermana Flor-de-Granada, y no podía figurarme que su feliz destino la hubiese puesto en el camino de un rey como tú! ¡Este regalo, sin embargo, no es nada en comparación de los que pienso hacerte en días venideros!" Y el rey no supo cómo dar gracias a su cuñado por aquel regalo, y encaróse con Flor-de-Granada, y le dijo: "¡Verdaderamente, estoy en extremo confuso por la generosidad de tu hermano para conmigo, y por la magnificencia de este regalo, que no tiene igual en la tierra y una de cuyas piedras sola vale tanto como mi reino entero!"
Y Flor-de-Granada dió las gracias a su hermano por haber pensado en cumplir con los deberes de parentesco; pero él encaróse con el rey, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh rey! que no es digno de tu rango esto! En cuanto a nosotros, jamás podremos pagar lo bastante las deudas que tu bondad nos hizo contraer contigo; y aunque mil años pasáramos todos nosotros sirviéndote por encima de nuestras caras y de nuestros ojos, no podríamos devolverte lo que te debemos; porque todo es poco en proporción de los derechos que sobre nosotros tienes".
Al oír estas palabras, el rey abrazó al príncipe Saleh, y le dió gracias calurosamente. Luego le obligó a permanecer todavía en el palacio con su madre y sus primas cuarenta días, transcurridos entre fiestas y regocijos. Pero al cabo de este tiempo, el príncipe Saleh se presentó al rey y besó la tierra entre sus manos. Y el rey le dijo: "Habla, ¡oh Saleh! ¿Qué deseas?" El príncipe contestó: "¡Oh rey del tiempo! en verdad que nos has anegado con tus favores, pero venimos a pedirte permiso para partir, ¡porque nuestra alma anhela vivamente volver a ver nuestra patria, a nuestros parientes y a nuestras moradas, de la que estuvimos alejados tanto tiempo! Y además, una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos acostumbrados al clima submarino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.