Las mil y una noches:533

De Wikisource, la biblioteca libre.
Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 533: Pero cuando llegó la 534ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 534ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos acostumbrados al clima submarino." Y contestó el rey: "¡Qué pena es para mí eso!, ¡Oh Saleh!" Saleh dijo: "¡Y también para nosotros! Pero ¡oh rey! vendremos de cuando en cuando para rendirte nuestros homenajes y ver de nuevo a Flor-de-Granada y a Sonrisa-de-Luna". Y dijo el rey: "¡Sí, ¡por Alah! hacedlo, y con frecuencia! Por lo que a mí respecta, siento mucho no poder acompañarte, así como a la reina Langosta y a mis primas, a tu país submarino, ¡pero temo mucho al agua!"

Entonces despidieronse de él todos, y después de haber besado a Flor-de-Granada y a Sonrisa-de-Luna, se tiraron por la ventana uno tras otros y se sumergieron en el mar.

¡Y esto en lo que atañe a ellos!

¡Pero he aquí ahora lo referente al pequeño Sonrisa-de-Luna! Su madre, Flor-de-Granada, no quiso confiarle a nodrizas, y le dió el pecho ella misma hasta que llegó el niño a la edad de cuatro años, a fin de que con su leche chupase todas las virtudes marinas. Y como se había alimentado tanto tiempo con la leche de su madre, oriunda del mar, el niño se puso más hermoso y más robusto cada día; y a medida que avanzaba en edad, aumentaba en fuerza y en encantos; y cuando de tal suerte llegó a los quince años, fué el joven más hermoso, el más fuerte, el más diestro en los ejercicios corporales, el más sabio y el más instruido entre los hijos de los reyes de su tiempo. Y en todo el inmenso imperio de su padre no se hablaba en las conversaciones de otra cosa que de sus méritos, de sus encantos y de sus perfecciones, ¡porque era verdaderamente hermoso!

Y no exageraba el poeta que decía de él:

El bozo adolescente ha trazado dos líneas en sus mejillas encantadoras, ¡dos líneas negras sobre color de rosa, ámbar gris sobre perlas o azabache sobre manzanas!
¡Bajo sus lánguidos párpados, se alojan dardos asesinos, y a cada una de sus miradas, parten y matan!
¡En cuanto a la embriaguez, no la busquéis en los vinos! ¡No os la proporcionarían al igual de sus mejillas enrojecidas por vuestros deseos y su pudor!
¡Oh bordados, maravillosos y negros bordados dibujados en sus mejillas resplandecientes, sois un rosario de granos de almizcle alumbrados por una lámpara que arde en las tinieblas!

Así es que el rey, que quería a su hijo con un cariño muy grande y veía en él tantas cualidades reales, sintiéndose ya él mismo envejecer y acercarse al término de su destino, pensó asegurarle en vida la sucesión al trono. A tal fin, convocó a sus visires y a los grandes de su imperio, que sabían cuán digno de sucederle era por todos conceptos el joven príncipe, y les hizo prestar juramento de obediencia a su nuevo rey; luego descendió del trono ante ellos, se quitó de su cabeza la corona y la puso con sus propias manos en la cabeza de su hijo Sonrisa-de-Luna; y le alzó de los brazos y le hizo subir y sentarse en el trono en lugar suyo; y para afirmar bien que en adelante le entregaba toda su autoridad y su poderío, besó la tierra entre sus manos y levantándose le besó la mano y la orla de su manto real, y bajó a colocarse debajo de él, a la derecha, mientras a la izquierda se mantenían los visires y los emires.

Al punto el nuevo rey Sonrisa-de-Luna se puso a juzgar, a resolver los asuntos pendientes, a nombrar para empleos a los que merecían algún favor, a destituir a los prevaricadores, a defender los derechos del débil contra el fuerte y los del pobre contra el rico, y a administrar justicia con tanta prudencia, equidad y discernimiento, que maravilló a su padre y a los antiguos visires de su padre y a todos los circunstantes. Y no levantó el diwán hasta mediodía.

Entonces, acompañado de su padre el rey, entró en el aposento de su madre la reina oriunda del mar; y llevaba en la cabeza la corona de oro de la realeza, y de aquel modo estaba verdaderamente como la luna. Y al verle tan hermoso con aquella corona, su madre corrió a él, llorando de emoción, y se arrojó a su cuello, abrazándole con ternura y efusión; luego le besó la mano y le deseó un reinado próspero, larga vida y victorias sobre los enemigos.

De tal suerte vivieron los tres en medio de la dicha y el amor de sus súbditos, durante el transcurso de un año, al cabo del cual el viejo rey Schahramán sintió un día que le latía el corazón precipitadamente y sólo tuvo el tiempo justo para besar a su esposa y a su hijo y hacerles sus últimas recomendaciones. Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea...!)

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.