Las mil y una noches:660

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Las mil y una noches - Tomo IV​ de Anónimo
Capítulo 660: Pero cuando llegó la 674ª noche


PERO CUANDO LLEGO LA 674ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"... Bien está todo esto, ¡oh generoso amigo! pero ¿podría ser completo nuestro placer sin escuchar el canto y la música de labios femeninos? ¿Acaso no conoces las palabras del poeta:

¡Vamos! ¡ofreced una ronda de vino en la copa pequeña y en la grande!
¡Y tú, amigo mío, toma el licor de manos de una belleza semejante a la luna!
¡Pero para vaciar tu vaso aguarda a que toque la música; siempre vi beber con gusto al caballo cuando silban al lado suyo!

Cuando el joven dueño del jardín hubo oído estos versos, contestó con una sonrisa; luego se levantó al punto y salió de la sala de reunión para volver transcurrido un momento llevando de la mano a una joven enteramente vestida de seda azul. Era una esbelta egipcia admirablemente formada, derecha como la letra alef, de ojos babilónicos, de cabellos negros cual las tinieblas, y blanca como la plata en la mina o como una almendra mondada. Y estaba tan bella y tan brillante en su traje oscuro, que se la hubiera tomado por la luna de verano en medio de una noche de invierno. Después de esto, ¿cómo no iba a tener senos de marfil blanco, un vientre armonioso, muslos de gloria y nalgas rellenas, como almohadones, debajo de las cuales había una cosa lisa, rosada y embalsamada, semejante a una bolsita fruncida en medio de un envoltorio grande? ¿Y acaso no es precisamente de aquella egipcia de quien ha dicho el poeta:

¡Avanza cual la corza, arrastrando tras de ella a los leones vencidos por las ojeadas aceradas del arco de sus cejas!
¡Para protegerla, la noche hermosa de su cabellera arma sobre ella una tienda sin columnas, una tienda milagrosa!
¡Con la manga de su traje tapa las rosas ruborosas de sus mejillas! pero ¿podrá impedir a los corazones que se embriaguen con el ámbar de su piel perfumada?
¡Y si llega a levantar el velo que oculta su rostro, entonces, ¡vergüenza sobre ti, hermoso azul de los cielos! ¡Y tú, cristal de roca, humíllate ante sus ojos de pedrería!

Y el joven dueño del jardín dijo a la joven: "¡Oh bella soberana de los astros! ¡sabe que no te hicimos venir a nuestro jardín más que para complacer a nuestro huésped y amigo Nur a quien tienes aquí, y que por primera vez nos honra hoy con su visita!"

Entonces la joven egipcia fue a sentarse junto a Nur, lanzándole una mirada extraordinaria; luego se sacó de debajo del velo una bolsa de seda verde, y la abrió y extrajo de ella treinta y dos pedazos de madera, que acopló de dos en dos, como se acoplan los machos con las hembras y las hembras con los machos, y acabó por formar así un hermoso laúd indio. Y se recogió las mangas hasta los codos, descubriendo sus muñecas y sus brazos, apoyó el laúd en su seno, como apoyaría a su hijo una madre, y lo rozó con las uñas de sus dedos. Y el laúd estremeciose a esta caricia y gimió resonante; y no pudo menos de pensar repentinamente en su propio origen y en su destino: se acordó de la tierra en que fué plantado, de las aguas que le regaron siendo árbol, de los lugares donde hubo vivido en la inmovilidad de su tronco, de los pájaros que cobijó, de los leñadores que lo talaron, del hábil obrero que lo labró, del barnizador que revistiole de brillo, del barco que le había transportado, y de todas las lindas manos por las cuales hubo de pasar.

Y asaltado por estos recuerdos, gimió y cantó con armonía, y en su lenguaje parecía responder con estas coplas rimadas a las uñas que le interrogaban:

¡En otro tiempo fuí una rama verde habitada por ruiseñores, y les mecía amorosamente cuando cantaban!
¡Diéronme así el sentimiento de la armonía; y no me atrevía yo a agitar mi follaje por escucharlos atentamente!
¡Pero un día me derribó en tierra una mano bárbara, y me convirtió, como veis, en laúd frágil!
¡Sin embargo, no me quejo de mi destino; porque cuando me rozan uñas firmes, me estremezco con todas mis cuerdas y sufro con gusto lo que me golpea una mano hermosa!
¡En desquite de mi esclavitud reposo sobre senos de jóvenes, y los brazos de las huríes se enlazan con amor en torno a mi cintura!
¡Con mis acordes sé deleitar a los amigos que gustan de las reuniones alegres; y cantando como mis pájaros, sé embriagar sin la ayuda del copero!

Tras de este preludio sin palabras, en que el laúd habíase expresado en un lenguaje sensible al alma sólo, la bella egipcia cesó por un momento de tocar; luego, volviendo sus miradas hacia el joven Nur, cantó estos versos, acompañándose...


En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.