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Las mil y una noches:690

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Las mil y una noches - Tomo IV
de Anónimo
Capítulo 690: Y cuando llegó la 723ª noche


Y CUANDO LLEGO LA 723ª NOCHE

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Ella dijo:

"... Y si me preguntaras mi nombre, te diría que me llamo Zein. ¡Y ahora soy yo mismo el sultán de Bassra!"

Al oír estas palabras, el mercader Mubarak, en el límite de la emoción, se levantó del diván, y arrojándose a los pies de Zein besó la tierra entre sus manos, y exclamó: "¡Loores a Alah! ¡oh mi señor! que ha permitido la reunión del amo y del esclavo! ¡Ordena y te responderé con el oído y la obediencia! ¡Porque yo mismo soy ese Mubarak, esclavo de tu padre el difunto rey! ¡No muere el hombre que engendra! ¡Oh hijo de mi amo! ¡Este palacio es tu palacio, y yo soy propiedad tuya!" Entonces Zein, levantando del suelo a Mubarak, le contó cuanto le había sucedido, desde el principio hasta el fin, y sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y añadió: "¡Por tanto, vengo a Egipto para que me ayudes a encontrar esa maravillosa joven de diamante!" Y contestó Mubarak: "¡De todo corazón leal y como homenaje debido! Soy el esclavo no liberto, y mi vida y mis bienes te pertenecen por derecho propio. ¡Pero antes de ir en busca de la joven de diamante, ¡oh mi señor! conviene que descanses de las fatigas del viaje y que me permitas dar un festín en honor tuyo!" Pero Zein contestó: "Has de saber ¡oh Mubarak! que, por lo que afecta a tu calidad de esclavo, puedes considerarte libre en adelante, porque te liberto y excluyo tu persona de mis bienes y propiedades. ¡En cuanto a la joven de diamante, es preciso que vayamos en su busca sin tardanza, pues no me ha fatigado el viaje, y la impaciencia que me embarga me impediría disfrutar del menor reposo!"

Entonces, viendo lo firme que era la resolución del príncipe Zein no quiso contrariarle, y después de besar por segunda vez la tierra entre sus manos para darle gracias por el don que acababa de hacerle de su libertad, y tras de besarle la orla del manto y cubrirse con ella la cabeza, se levantó y dijo a Zein: "¡Oh mi señor! ¿pero has reflexionado acerca de los peligros que vas a correr en esta expedición? ¡Porque la joven de diamante está en el palacio del Anciano de las Tres Islas! Y las Tres Islas se hallan situadas en un país cuyo umbral no puede trasponer la generalidad de los hombres. Sin embargo, yo puedo conducirte, pues conozco la fórmula que hay que pronunciar para penetrar en él!" Y contestó el príncipe Zein: "Estoy pronto a afrontar todos los peligros con tal de adquirir esa joven de diamante, ya que no sucederá nada que no deba suceder. ¡Y heme aquí con el pecho hinchado por todo mi valor para ir en busca del Anciano de las Tres Islas!"

Entonces ordenó Mubarak a los esclavos que dispusieran todo lo necesario para la marcha. Y tras de hacer sus abluciones y la plegaria, montaron a caballo y se pusieron en camino. Y viajaron días y noches por llanuras y desiertos y por parajes solitarios en donde no había más que hierba y la presencia de Alah. Y durante aquel viaje se ofreció a ellos sin cesar el espectáculo de cosas, a cual más extraña, que encontraban por primera vez en su vida. Y acabaron por llegar a una pradera deliciosa, en donde se apearon de los camellos, y encarándose con los esclavos que les seguían, les dijo Mubarak: "¡Os quedaréis en esta pradera para guardar los camellos y las provisiones hasta nuestro regreso!" Y rogó a Zein que le siguiera, y le dijo: "¡Oh mi señor, no hay recurso ni poder más que en Alah el Omnipotente! Henos aquí en el umbral de las tierras prohibidas donde se halla la joven de diamante. Tenemos que avanzar completamente solos, sin vacilar en adelante ni por un momento. ¡Y ahora es cuando hemos de manifestar nuestra entereza y nuestro valor!" Y el príncipe Zein le siguió, y caminaron largo tiempo, sin detenerse, hasta que llegaron al pie de una alta montaña que tapaba todo el horizonte con una muralla inflexible.

Entonces el príncipe Zein se encaró con Mubarak, y le dijo: "¡Oh Mubarak! ¿y qué poder nos hará escalar ahora esta montaña inaccesible? ¿Y quién nos dará alas para llegar a su cúspide?" Y Mubarak contestó: "¡No tenemos necesidad de escalarla ni de llegar a su cúspide con alas que nos permitan ascender!" Y sacó del bolsillo un libro antiguo, en el cual había trazados al revés caracteres desconocidos, semejantes a patas de hormigas, y se puso a leer en voz alta ante la montaña, moviendo la cabeza, unos versículos en lengua incomprensible. Y al punto, girando sobre sí misma por ambos lados a la vez, se separó en dos partes la montaña, dejando junto al suelo un espacio lo bastante ancho para permitir pasar a un solo hombre. Y Mubarak cogió de la mano al príncipe, y resueltamente se aventuró el primero por aquel espacio angosto. Y anduvieron de tal suerte, uno detrás de otro, durante una hora de tiempo, y llegaron al otro extremo del pasadizo. Y en cuanto salieron se acercaron y unieron de una manera tan perfecta las dos mitades de la montaña, que no dejaron entre ellas ni un intersticio por el que pudiese penetrar siquiera la punta de una aguja.

Y a la salida se encontraron en la ribera de un lago tan grande como el mar y del seno del cual emergían a lo lejos tres islas cubiertas de vegetación. Y la ribera donde estaban recreaba la vista con árboles, arbustos y flores, que se miraban en el agua y embalsamaban el aire con los aromas más dulces, en tanto que los pájaros cantaban en diversos tonos melodías que arrebataban el espíritu y cautivaban el corazón.

Mubarak se sentó en la ribera, y dijo a Zein: "¡Oh mi señor! lo mismo que yo, estás viendo a lo lejos esas islas. ¡A ellas precisamente es adonde tenemos que ir!" Y Zein preguntó muy sorprendido: "¿Y cómo vamos a atravesar ese lago, tan vasto cual un mar, para ir a esas islas?" El otro contestó: "No te inquietes por eso, porque dentro de unos instantes vendrá por nosotros una barca para transportarnos a esas islas, hermosas cual las tierras prometidas por Alah a sus creyentes. Pero ¡oh mi señor! te suplico que, suceda lo que suceda y veas lo que veas, no hagas la menor reflexión. ¡Y sobre todo, ¡oh mi señor! por muy singular que te parezca la cara del barquero, y por muy extraordinario que le encuentres, guárdate de mover la lengua! ¡Porque si, una vez embarcados, tienes la desgracia de pronunciar una sola palabra, la barca se hundirá en las aguas con nosotros!" Y contestó Zein, extremadamente impresionado: "¡Me guardaré la lengua entre los dientes y mis reflexiones en el espíritu...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.