Las mil y una noches:714

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Las mil y una noches - Tomo V​ de Anónimo
Capítulo 747: pero cuando llegó la 747ª noche

HISTORIA DE ALADINO Y LA LÁMPARA MÁGICA[editar]

(Continuación)


PERO CUANDO LLEGÓ LA 747ª NOCHE[editar]

Ella Dijo:

“…No tienes más que traerme de la cocina una fuente de porcelana en que quepan, y ya verás qué efecto tan maravilloso producen.”

Y aunque muy sorprendida de cuanto oía, la madre de Aladino fue a la cocina a buscar una fuente grande de porcelana blanca muy limpia y se la entregó a su hijo. Y Aladino que ya había sacado las frutas consabidas, se dedicó a colocarlas con mucho arte en la porcelana, combinando sus distintos colores, sus formas y sus variedades. Y cuando hubo acabado se las puso delante de los ojos a su madre, que quedó absolutamente deslumbrada, tanto a causa de su brillo como de su hermosura. Y a pesar de que no estaba muy acostumbrada a ver pedrerías, no pudo por menos de exclamar: «¡Ya Alá! ¡qué admirable es esto!» Y hasta se vio precisada, al cabo de un momento, a cerrar los ojos. Y acabó por decir: «¡Bien veo al presente que agradará al sultán el regalo sin duda! ¡Pero la dificultad no es ésa, sino que está en el paso que voy a dar; porque me parece que no podré resistir la majestad de la presencia del sultán, y que me quedaré inmóvil, con la lengua trabada, y hasta quizá me desvanezca de emoción y de confusión. Pero aun suponiendo que pueda violentarme a mí misma por satisfacer tu alma llena de ese deseo, y logre exponer al sultán tu petición concerniente a su hija Badrú’l-Budur, ¿qué va a ocurrir? Sí, ¿qué va a ocurrir? ¡Pues bien, hijo mío; creerán que estoy loca, y me echarán del palacio, o irritado por semejante pretensión el sultán nos castigará a ambos de manera terrible! Si a pesar de todo crees lo contrario, y suponiendo que el sultán preste oídos a tu demanda, me interrogará luego acerca de tu estado y condición. Y me dirá: «Sí; este regalo es muy hermoso, ¡oh mujer! ¿Pero quién eres? ¿Y quién es tu hijo Aladino? ¿Y qué hace? ¿Y quién es su padre? ¿Y con qué cuenta?» ¡Y entonces me veré obligada a decir que no ejerces ningún oficio y que tu padre no era más que un pobre sastre entre los sastres del zoco!» Pero Aladino contestó: «¡Oh madre estate tranquila!, ¡es imposible que el sultán te haga semejantes preguntas cuando vea las maravillosas pedrerías colocadas a manera de frutas en la porcelana! ¡No tengas, pues, miedo, y no te preocupes por lo que va a pasar! ¡Levántate, por el contrario, y ve a ofrecerle el plato con su contenido, y pídele para mí en matrimonio a su hija Badrú’l-Budur! ¡Y no apesadumbres tu pensamiento con un asunto tan fácil y tan sencillo! ¡Tampoco olvides, además, si todavía abrigas dudas con respecto al éxito, que poseo una lámpara que suplirá para mí a todos los oficios y a todas las ganancias».

Y continuó hablando a su madre con tanto calor y seguridad que acabó por convencerla completamente. Y la apremió para que se pusiera sus mejores trajes; y le entregó la fuente de porcelana, que se apresuró ella a envolver en un pañuelo, atado por las cuatro puntas, para llevarla así en la mano. Y salió de la casa y se encaminó al palacio del sultán. Y penetró en la sala de audiencias con la muchedumbre de solicitantes. Y se puso en primera fila, pero en una actitud muy humilde, en medio de los presentes, que permanecían con los brazos cruzados y los ojos bajos, en señal del más profundo respeto. Y se abrió la sesión del diván cuando el sultán hizo su entrada, seguido de sus visires, de sus emires y de sus guardias. Y el jefe de los escribas del sultán empezó a llamar a los solicitantes, unos tras otros, según la importancia de las súplicas. Y se despacharon los asuntos acto seguido. Y los solicitantes se marcharon, contentos unos por haber conseguido lo que deseaban, otros muy alargados de nariz, y otros sin haber sido llamados por falta de tiempo. Y la madre de Aladino fue de estos últimos.

Así es que cuando vio que se había retirado la sesión y que el sultán se había retirado, seguido de sus visires, comprendió que no le quedaba que hacer más que marcharse también ella y salió de palacio y volvió a su casa. Y Aladino, que en su impaciencia la esperaba a la puerta, la vio volver con la porcelana en la mano todavía; y se extrañó y se quedó muy perplejo, y temiendo que hubiese sobrevenido alguna desgracia o alguna siniestra circunstancia, no quiso hacerle preguntas en la calle, y se apresuró a arrastrarla a la casa, en donde, con la cara muy amarilla, la interrogó con la actitud y con los ojos, pues de emoción no podía abrir la boca. Y la pobre mujer le contó lo que había ocurrido, añadiendo: «Tienes que dispensar a tu madre por esta vez, hijo mío, pues no estoy acostumbrada a frecuentar palacios; y la vista del sultán me ha turbado de tal modo, que no pude adelantarme a hacer mi petición. ¡Pero mañana, si Alá quiere, volveré a palacio y tendré más valor que hoy!» Y a pesar de toda su impaciencia, Aladino se dio por muy contento, al saber que no obedecía a un motivo más grave el regreso de su madre con la porcelana entre las manos. Y hasta le satisfizo mucho que se hubiese dado el paso más difícil, sin contratiempos ni malas consecuencias para su madre y para él. Y se consoló, al pensar que pronto iba a repararse el retraso.

En efecto, al siguiente día la madre de Aladino fue a palacio, teniendo cogido por las cuatro puntas el pañuelo, que envolvía el obsequio de pedrerías...

En este momento de su narración Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

PERO CUANDO LLEGÓ LA 748ª NOCHE[editar]

Ella dijo:

"…En efecto, al siguiente día la madre de Aladino fue a palacio, teniendo cogido por las cuatro puntas el pañuelo, que envolvía el obsequio de pedrerías. Y estaba muy resuelta a sobreponerse a su timidez y formular su petición. Y entró en el diván y se colocó en primera fila ante el sultán. Pero, como la vez primera, no pudo dar un paso ni hacer un gesto que atrajese sobre ella la atención del jefe de los escribas. Y se levantó la sesión sin resultado; y se volvió ella a su casa, con la cabeza baja, para anunciar a Aladino el fracaso de su tentativa, pero prometiéndole el éxito para la próxima vez. Y Aladino se vio precisado a hacer nueva provisión de paciencia, amonestando a su madre por su falta de valor y de firmeza. Pero no sirvió de gran cosa, pues la pobre mujer fue a palacio con la porcelana seis días consecutivos, y se colocó siempre frente al sultán, aunque sin tener más valor ni lograr más éxito que la primera vez. Y, sin duda, habría vuelto cien veces más tan inútilmente, y Aladino habría muerto de desesperación y de impaciencia reconcentrada, si el propio sultán, que acabó por fijarse en ella, ya que estaba en primera fila a cada sesión del diván, no hubiese tenido la curiosidad de informarse acerca de ella y del motivo de su presencia. En efecto, al séptimo día, terminado el diván, el sultán se encaró con su gran visir, y le dijo: «Mira, esa vieja que lleva en la mano un pañuelo con algo. Desde hace algunos días viene al diván con regularidad y permanece inmóvil sin pedir nada. ¿Puedes decirme a qué viene y qué desea?» Y el gran visir, que no conocía a la madre de Aladino, no quiso dejar al sultán sin respuesta, y le dijo: «¡Oh mi señor!, es una vieja entre las numerosas viejas que no vienen al diván más que para pequeñeces. ¡Y tendrá que quejarse sin duda de que le han vendido cebada podrida, por ejemplo, o que le ha injuriado su vecino, o de que le ha pegado su marido!» Pero el sultán no quedó contento con esta explicación, y dijo al visir: «Sin embargo, deseo interrogar a esa pobre mujer. ¡Hazla avanzar antes de que se retire con los demás!» Y el visir contestó con el oído y la obediencia, llevándose la mano a la frente. Y dio unos pasos hacía la madre de Aladino, y le hizo seña con la mano para que se acercara. Y la pobre mujer se adelantó al pie del trono, toda temblorosa, y besó la tierra entre las manos del sultán, como había visto hacer a los demás concurrentes. Y siguió en aquella postura hasta que el gran visir le tocó en el hombro y la ayudó a levantarse. Y se mantuvo entonces de pie, llena de emoción; y el sultán le dijo: «¡Oh mujer!, hace ya varios días que te veo venir al diván y permanecer inmóvil sin pedir nada. Dime, pues, qué te trae por aquí y qué deseas, a fin de que te haga justicia.» Y un poco alentada por la voz benévola del sultán, contestó la madre de Aladino: «Alá haga descender sus bendiciones sobre la cabeza de nuestro amo, el sultán. ¡Oh rey del tiempo! ¡En cuanto a tu servidora, antes de exponer su de manda te suplica que te dignes concederle la promesa de seguridad, pues, de no ser así tendré miedo a ofender los oídos del sultán, ya que mi petición puede parecer extraña o singular!» Y he aquí que el sultán, que era hombre bueno y magnánimo, se apresuró a prometerle la seguridad; e incluso dio orden de hacer desalojar completamente la sala, a fin de permitir a la mujer que hablase con toda libertad. Y no retuvo a su lado más que a su gran visir. Y se encaró con ella, y le dijo: «Puedes hablar, la seguridad de Alá está contigo, ¡oh mujer!» Pero la madre de Aladino, que había recobrado por completo el valor, en vista de la acogida favorable del sultán, contestó: «¡También pido perdón de antemano al sultán por lo que en mi súplica pueda encontrar de inconveniente, y por lo extraordinario de mis palabras!» Y dijo el sultán, cada vez más intrigado: «Habla ya sin restricción, ¡oh mujer! ¡Contigo están el perdón y la gracia de Alá para todo lo que puedas decir y pedir!»

Entonces, después de prosternarse por segunda vez ante el trono, y de haber llamado sobre el sultán todas las bendiciones y los favores del Altísimo, la madre de Aladino se puso a contar cuanto le había sucedido a su hijo, desde el día en que oyó a los pregoneros públicos proclamar la orden de que los habitantes se ocultaran en sus casas para dejar paso al cortejo de Sett Badrú’I-Budur. Y no dejó de decirle el estado en que se hallaba Aladino, que hubo de amenazar con matarse, si no obtenía a la princesa en matrimonio. Y narró la historia con todos sus detalles, desde el comienzo hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirla. Luego, cuando acabó de hablar, bajó la cabeza, presa de gran confusión, añadiendo: «¡Oh rey del tiempo! ¡Y ya no me queda más que suplicar a Tu Altísimo que no sea riguroso con la locura de mi hijo y me excuse si la ternura de madre me ha impulsado a venir a transmitirte una petición tan singular!"

Cuando el sultán, que había escuchado estas palabras con mucha atención, pues era justo y benévolo, vió que había callado la madre de Aladino, lejos de mostrarse indignado de su demanda, se echó a reír con bondad, y le dijo: "¡Oh pobre! ¿y qué traes en ese pañuelo que sostienes por las cuatro puntas...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.